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De cristal

(pinche)
Cuando nací, ya estabas ahí.
Eras linda, apenas entendí la belleza, supe lo linda que eras.
Siempre me gustó tu pelo, incluso cuando te hiciste esos rulos horribles. Solías tenerlo muy lacio y finito y me gustaba, como todo lo tuyo, no sé si sabías, pero todo lo tuyo era genial. Al lado tuyo, las cosas geniales eran una bosta total, las personas tontas, los chistes aburridos, los dibujos feos, la música horrible. Todo lo que vos dibujabas, escuchabas, cantabas o comías, se volvía religión. Obligación.
No me avergüenza decirlo. ¿Por qué me avergonzaría de algo tan genial?
Te brillaban los ojos, reías como campanitas de cristal, quería escuchar tu risa para siempre, siempre, siempre. Porque cuando te ibas, volvían los miedos, la soledad, el silencio, el vacío. Cuando te ibas, nadie me agarraba la mano jamás. Nadie sabía lo que vos sabías, nadie podía entender.
Lloré todas las veces que tuviste que irte, pero eso sí me daba vegüenza decirlo. Aunque llorar siempre fue muy normal, muy común, muy de todos los días.
Llorar se volvió el nuevo reír.
El frío tomó todo por completo, el solcito de los almohadones a cuadritos rojos y blancos desapareció. Todo se puso oscuro, el brillo desapareció.
Me vino un frío imposible de abrigar.
Lo único que quería era un abrazo que durara 20 años, pero algo se electrificó.
Creo que te grité fuerte, lo más fuerte que pude, reclamé mi abrazo en todos los idiomas que sabía.
Pero el tuyo quizás no era uno de esos, porque solo recibí electricidad.

Rechazo toda esta enfermedad.
Rechazo la enfermedad que entristece, aleja y mata.
Rechazo todo lo que no haga brillar tus ojos.
¿Sabés que hubiera matado a golpes a quienes te oscurecieran, a quienes te dañaran? Hubiera matado a golpes a quien hiciera falta.

Te acercaste despacito y yo sonreí. De pronto era como lograr que todos los animales del bosque me miraran con amor. Te acercaste y aflojé mis hombros, ya sin tanto miedo a la electricidad.
Saqué la traba de la puerta y cerré los ojos, entraste, te sentaste, el bosque entero estaba ahí.
No sentí nada extraño en el momento, no sentí la electricidad, supongo que fue la felicidad, no me dejó ver más allá.
Cuando abrí los ojos, tenía el pecho abierto de par en par. Con la mirada fría y la cabeza hacia atrás, sostenías en tus manos mi corazón. Sin sangre, sin suspenso, sin terror. Sin drama, sin temblor. Sin más, lo mordiste mirándome a los ojos, sin brillo, sin vida, sin tener una sola duda.
Volviste a ponerlo en su lugar, te retiraste, me dijiste que era un secreto.
Cuando cruzaste la puerta, el vacío, el frío, la electricidad.
La mitad izquierda de mi cuerpo empezó a morir, lentamente, dejé de ser la misma: ya no habría música ni dibujos, ya no habría campanitas de cristal.
Descubrí que soy la persona a quien debería matar a a golpes. Descubrí que soy la causa, el efecto, el producto, la electricidad.
Me alejé, claro está.
Medio muerta y sin más fuerzas, me encerré en un palacio de moho y soledad.
Noticias tuyas sonaban acá y allá. Mis ojos se mojaron cada vez. Yo con mi corazón roto, vos, la electricidad.
Un médico dijo que puede sellar los impulsos eléctricos, que sellándolos, todo podría dejar de fallar.
La idea es meterse con un cosito por adentro de mi cuerpo, meterse en mi corazón, cerrar con unas cicatrices, cerrar y esperar.
Lloré en la Avenida Belgrano, ya no sé si tengo ganas de que me sigan tocando el corazón.
Lo digo reconociendo que soy un desastre de persona, que soy incapaz de ver mis defectos, que no me sale achicarme jamás. No sé si te acordás, pero hubo una época en la que no quedaba otra que ir al frente, no había tanta gente que te abrazara, no había tantos que dijeran “todo va a estar bien”. Creo que culpo a esa era, porque, si no, no sé qué fue lo que salió tan mal. Tuve que ir al frente e inventar una armadura que sirviera para cuando los demás quisieran atacar. Y bueno, después parece que no me la pude sacar. Parece que me las sé todas, parece que no tengo miedo, parece que todo me sale bien.
Pero, por si no sabías, te digo, que hace bastante frío por acá. A veces se abren las canillas y no se cierran jamás.
Y lamentablemente, los ríos no se llevan nada. Cuando el agua baja, el descontrol es total. No hay lluvia que lave todo el dolor, no hay río que se lleve las imágenes horribles con las que convivo hoy.
Y el agua, para colmo de males, conduce tan bien la electricidad. Cuando más lloro, más me electrocuto, más y más lejos parezco estar.

Hay unas ardillas en los bosques que no se dejan tocar, por más que les tires nueces y castañas, te miran desconfiadas, las agarran y se van. La leyenda dice que temen por su corazón.
Los animales del bosque me miran, dicen que es fácil, que debería hacerlo. Tus nueces las dejaste ahí, “si querés agarralas” me dijiste, un poco seca, un poco desinteresada, un poco como si todo fuera un trámite final.
No sé si quiero acercarme, no sé si quiero tus nueces.
No sé si sabés, pero resulta más difícil todo con el corazón mordido, digan lo que digan los demás.
¿Qué tenés pensado hacer cuando me acerque?
Ni siquiera me interesan las nueces, deberías saberlo ya.
Tan solo me interesaría saber si todavía son capaces de brillar tus ojos, si tus abrazos pueden durar 20 años, si las campanitas de cristal.

2 comentarios en “De cristal

  1. En el bosque hay vida.
    El invierno lo torna a veces silencioso, pero jamás se detiene.
    Es por eso que también hay nueces verdes, que están en lo alto del árbol.
    Cuando las ardillas son chiquitas, recolectan las del suelo, las limpian un poco, las parten fácilmente y se alimentan.
    Cuando crecen y se animan a trepar a lo más alto, dan por primera vez con las nueces verdes. Al morderlas y sentir lo amargo, no comprenden.
    Con el pasar de los días, todas las nueces maduran, las ardillas aprenden a reconocer lo dulce de lo amargo.
    Pienso en el bosque.
    Creo que a esta altura del año los árboles estarán cargados de frutos brillantes, ardillas que juegan, descansan, se alimentan, y se abrazan.

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