Ser quién el otro espera que seas

(Pinche)

Hoy vuelvo a trabajar después de casi 15 días de vacaciones.
Cómo vuelven ustedes a sus trabajos después de 2 semanas de desconexión absoluta?
Yo vuelvo medio pelotuda.
Si el vuelo va a ser seguro? Claro que sí, los procedimientos están tan bien implantados que es imposible que uno se olvide de lo que nos han tatuado a fuego durante años. Ahora, hacerlo en forma rápida y sin cuelgues? Ahhhh, esa te la voy a estar debiendo.
De hecho, llevo despierta desde las 8 am y siendo las 13.17 no encuentro manera de planchar el uniforme, sacarme el resto de esmalte rojo “libertad” de las uñas ni de fijarme si el carry tiene cosas coherentes dentro o sanguches llenos de hongos fabricados en la última semana de Octubre del corriente año.
Escucho a Amy cantar “Just friends” y tengo más ganas de bailar que de calzarme las medias. Creo que hace calor, pero no podría asegurarlo, por las dudas encendí el aire acondicionado y como me dio frío, en vez de apagarlo, me vestí. soy toda coherencia.
La perra duerme una sostenida cantidad de horas, presa de una diarrea primaveral; los gatos deambulan bostezando y yo me saco la bombacha del culo cada vez que me paro de esta silla.
Es uno de esos días, sí; como dijo Johnny Depp cuando fue a entregar el premio totalmente borracho.
Es uno de esos días y antes que levantar el teléfono para preguntarte qué es lo que pasa, elijo consultarlo con mi mejor amigo blog.
Aquí estoy más a salvo que chateando con el espíritu de tu foto, de tu online offline doble tilde azul game.

De todas las vacaciones se vuelve cambiado. Todos sabemos eso, no es cierto? Yo he vuelto rápida y furiosa de este retiro espiritual. Pasé más de 10 días viendo las estrellas y parece haberse abierto el cielo de una vez. Ayer mi analista me dijo que estoy más juvenil, que ahora sí parezco de mi edad.
Qué es parecer de una edad? Parezco de 33, parezco de 53, parezco de 23? Creo que tenemos todas las edades, somos capaces de tener todas las edades.
Estuve conviviendo con dos amigos en estas vacaciones, ella tiene 22 años y el 38. Ninguno de los dos parece su edad. En algún punto medio se encuentran y bailan una danza de quizás 29, quizás 28, quién sabe, pero es una danza que les sienta tan bien. Aunque ni ellos lo sepan mientras gritan más fuerte que la música que se desprende de sus privilegiadas mentes.
Durante muchos días me acosté con mi perra y mis gatos en la cama que compartieron mis dos padres cuando aún estaban casados, allá por el año 1990 quizás. Pensé que jamás podría dormir en esa cama, sin embargo, desperté con el ruido de decenas de especies de pájaros que desconozco y me reí sin fin, una y otra vez, por las mañanas y por las noches, en mi lugar preferido de este mundo.
Ahora he vuelto a mi cama, a mi casa, a lo sombrío de estas paredes, a mi música de siempre, a mi caos natural.
Todavía no escucho hacer ruido a las tuercas pero puedo anticipar que pronto, en una catarata de metal, caerán sobre la garganta del diablo de un baldío de chatarra, haciendo chirridos dolorosos  y complicados, retorciendo los hierros de todos los órganos de nuestros cuerpos, reciclando y aplastando lo esponjosos que supieron ser nuestros tan claros planes.
Viendo venir el desastre desde el minuto cero, abro los planos sobre la mesa y miro el mapa alternativo. No tengo intención de que me encuentren, no quiero ninguna comida calentita ni pijama naranja fashion que provenga de su prisión. El nuevo plan es no tener plan.
Detecto esos pequeños momentos en los que se pretende pegarme una etiqueta en el tupper y catalogarme de algo, de algo que es de determinada manera, de algo que está hecho de determinada cosa, de algo que le pertenece a alguien.
Si yo fuera una tarta de pollo en la heladera de tu oficina, te aseguro que al abrir la puerta te encontrarías con alta gallina parada en dos patas, haciendo orgía con ensaladas caretas, reventando frascos de yoghurt, vomitando en los filets de merluza y cagándose a piñas con el rebozado de las milanesas.
No hay manera de etiquetar a esta tartita de pollo. Cométela mientras está drogada y dócil, porque donde junte fuerzas…

Sí, me corre ácido por las venas. Y no, no tengo intenciones de dejar de sangrar.
Parece ser que ahora tengo la edad que tengo, o algo así. Parece ser que tengo la edad que siempre quise tener, la que no pude tener nunca, la que no supe aprovechar. Vengo con un motorhome cargado de animales, música fuerte y shorcitos de verano. Vengo con toneladas de poesías, vengo con los labios suaves y los dientes fuertes, vengo con las piernitas inquietas y salvajes, vengo a toda velocidad y no hay peaje que me pueda parar.

Me sueno el cuello de manera ruidosa y miro el reloj.
Me quedan 4 horas para el despegue, 3 horas para el briefing, 2 horas para que me pasen a buscar y 40 minutos para meterme en la ducha.
Tengo 40 minutos para meter toda esta furia por cada uno de mis poros, concentrarla y mantenerla adentro hasta que pueda volver a dejarla salir, y solo entonces, poder ser una azafata de las que queremos ser las que no tenemos etiquetas en el tupper, y solo entonces, ser una tarta de pollo dueña de su propio destino, ser un paquete de chatarra metálica transformer, ser la persona que tiene la edad que quiere tener, que vive la vida que quiere vivir.
Ser todo, menos lo que el otro espera que sea.
Ser todo lo que se surja ser.
Ser todo eso que vos querés etiquetar.
Ser todo eso a lo que vos le tenés tanto miedo.

3 comentarios en “Ser quién el otro espera que seas

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