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Podés pedir tu último deseo

(Pinche)
Golpearon la puerta con una fuerza tal que, aunque el miedo me calaba los huesos, tuve que levantarme de la cama. Los ruidos daban la impresión de que la madera estaba siendo destrozada con palos y hachas; el techo empezó a derrumbarse y entonces, sabiendo que en cuestión de segundos estarían dentro, destrabé la cerradura y me di vuelta despacio, dándoles la espalda y caminando lentamente ante sus ojos sorprendidos. Volví descalza y casi sin ropa a la habitación, me acosté, me tapé y me abracé a la almohada con los ojos cerrados.
De manera invisible rodearon la cama otorgándome un último deseo, entonces tomé el teléfono y te mandé un mensaje.
Mi último deseo: un mensaje.
Apreté los dientes sabiendo que esta vez me iba a doler como nunca, y sin tener un segundo para prepararme, sentí como un metal me atravesaba el cuerpo de lado a lado. El colchón se empapó de mi sangre y los gatos siguieron lamiéndose las patas sin percibir nada fuera de lugar.

Mis ojos se pusieron en blanco.

Solté el teléfono y mi mano quedó abierta y colgando de la cama, sin miedo a que ningún monstruo la agarrara e intentara tirarla hacia abajo.
El mensaje fue enviado; el teléfono permaneció estático en el piso.
Me sacudí en la cama luchando por seguir perteneciendo a este mundo, temblaron mis piernas, convulsionaron mis hombros, se fueron apagando mis ideas.
“Qué tonta es ésta” escuché decir a un invisible mientras miraba a otro que desconectaba la bomba de mis entrañas; “Cómo va a mandar un mensaje como último deseo?” y rieron, todos ellos.
La araña invisible sobre mi cabeza se movió de un lado a otro mientras me trepaba para verlos desde arriba.
Todavía se inflaba mi pecho cuando ellos empezaron a dar vuelta mis cajones por diversión; me borraban los archivos de la computadora, rompían las hojas de lo que jamás se convertirá en el libro vulgar. A ambos lados de mis ojos cayeron dos lágrimas que murieron en el colchón.
Ya nadie leerá esas páginas, ya nadie sabrá la verdad.
No podía moverme, como en ese sueño en el que te ves acostado en la cama y no podés encender la luz, ponerte de pie ni escapar ni de eso que te acecha.
Morí ante mis ojos. Todos mis animales se encontraban alrededor de mi cuerpo ensangrentado mirando hacia la lámpara, viendo como se columpiaba de un lado a otro. Sin embargo los invisibles no me advirtieron, desde arriba los vi salir de la habitación, triunfantes y hablando de su próxima tarea.
El colchón comenzó a gotear, el piso se mojó y las gotas abrazaron el teléfono. La marea espesa no logró moverlo de lugar pero empezó a cubrirlo, intentando dejarlo hundido en el fondo, oculto y olvidado para siempre.

Desde la araña, suspiré.
Nunca me había visto desde esa óptica. Creo que recién en ese momento pude ver que fui un bello ser. Siempre noté nada más que mis problemas, mis defectos, mis falencias; sin embargo, así tirada en una cama tan roja como los muebles, rodeada de letras escritas en papeles en el piso, de cables para recargar todo aquello que me conectaba con los demás y de mis 3 hijos de carne y hueso; me veía bella y trágica: como mi propia vida.
Decidí irme, porque ya no tenía nada que hacer allí. Pronto empezaría a verme fatal y la casa se llenaría tanto de curiosos como de lamentos.
Acaricié por última vez la hermosa piel de aquellos que me acompañaron hasta el final y atravesé la puerta sin hacer ruido.
Dentro quedó una casa de colores, valijas con ruedas gastadas, estantes repletos de comida rápida, perfumes sin estrenar, anillos en forma de corazón, mantas con pelos, hojas con historias que nadie podrá leer, animales mirándome con tristeza y un teléfono en el piso.
Mi cuerpo supo que pudo cumplir su último deseo y mientras en la pantalla se iba borrando con sangre lo único que quise dejar en claro, mi mente se esfuma sin saber jamás si el mensaje fue contestado.

Mientras tanto, la araña está quieta, afuera llueve y vos te estás duchando. La televisión está a todo volumen y a tu teléfono con dos por ciento de batería llega un mensaje que dice “Te voy a amar toda la vida”.

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