1395081585548

Nos encontramos porque estábamos sangrando.

(Pinche)

Me subí al avión sabiendo que escapaba una vez más. Cómo no hacerlo?
Con apenas unas prendas en un bolso, una mochila con mi libro todo borroneado y un dispositivo lleno de música, me embarqué sin despachar, sin comer, sin presentarme a la tripulación del triple siete de American Airlines.

Pisar Los Angeles estuvo bien. Cómo no habría de estar bien Los Angeles? Mojé tanto mis pies como mis pestañas. Continué una cantidad de días insospechados sin comer, tan sólo bebiendo de la botella verde hasta quedarme dormida en la tremendamente sucia habitación de mi hotel.

Me dolió la cabeza el día siguiente, me dolió la cabeza la tarde anterior, me dolió todo el cuerpo cuando recordé tus brillantes ojos y tus enormes pestañas, cuando por un momento, la luz de tu sonrisa fue más fuerte que el horror de tus palabras.
Volví a dormirme vestida, en cualquier horario, y desperté por la noche otra vez.

El hombre que me alquiló el auto era amable. Entendió que manejaba hacia poco tiempo pero que realmente necesitaba ese Cadillac, y me lo rentó de todas maneras.
Con el bolso detrás, la música justa y el pelo al viento… seguí adelante.

Me detuve en la playa. Amaneció cerca de las 7 de la mañana y la Costa Oeste mostraba todo su esplendor. Me cambié en el auto ante los ojos de los camiones que pasaban a toda velocidad. Ni un solo tatuaje dejó de ser festejado por el claxon agradecido de estos hombres. Con las ruedas en la arena y la puerta abierta, me metí al mar, abrí los ojos debajo del agua, dejando que la sal destrozara mi visión. La arena no quemaba, caminé unos metros hacia el auto y antes de llegar, me dejé caer.

Tocar la arena con las manos siempre fue una sensación tranquilizadora. Aún cuando no podía salir de abajo de la sombrilla por las manchas de mi rostro, aún cuando mi mamá le gritaba a mi papá que no me llevara al agua porque no tenía puesto el protector. Las quemaduras después, en los párpados, en la boca, en las manos y los pies, dolerían durante días. Y sólo podría volver a visitar la playa vestida y escondida detrás de cremas, anteojos y parasoles. Mis manchas albinas, mi gran debilidad.

Ahora ya no tengo manchas, pero no me gusta el sol, le temo al calor, le temo a esa sensación de bienestar y de paz que se siente en el corazón durante unos escasos minutos, porque sé que luego arde y quema, sé que atraviesa la piel y te retuerce por las noches.

Igual que vos.

Me sacudí la arena del pelo y me senté abrazándome a mis rodillas, mirando el mar. Las uñas rojas de mis pies hacían círculos al son de los cantos de las gaviotas y su lucha por pescar. La Costa Oeste y su hermosa e infinita capacidad.

Me froté los ojos enrojecidos y vi caminando a una mujer.
Con un vestido corto y las uñas largas, pisaba la orilla mientras se sacaba el pelo de la cara.
Me puse de pie, con el corazón agitado, para recibirla.
Al verme, se detuvo por un segundo, miró hacia atrás pero no decidió volverse. Fuimos una al encuentro de la otra y tan solo nos dijimos “Hey”.

Parecía perdida, pero no sé que tan encontrada podría parecer yo. Probablemente ella pensó lo mismo de mí, nunca se lo pregunté.
Caminamos en silencio y me preguntó si el que estaba ahi era mi auto. Dije que sí con la cabeza y me acerqué, saqué una botella y unos hielos de la enfriadora, nos sentamos y, asi, en silencio, nos pusimos a beber.

No hace falta lo que ustedes creen para que una mujer se encuentre con otra.
Las mejores mujeres no se encuentran en el shopping, no se acompañan a la peluquería ni a depilar.
Descubrí a esta mujer por las huellas rojas que dejaban sus pies. La descubrí por la oscuridad en su voz, por estar en un rincón cuando podría estar en la cima, por el relieve cicatrizado en los cortes de su suave piel. Ella me descubrió por mi mirada esquiva, por mi risa tímida y mis dedos de letras.
Nos encontramos porque estábamos sangrando.

Y ustedes preguntarán si nos besamos. Claro que sí. Pero eso no fue lo más importante, porque hablar con ella a las 4 de la mañana, borrachas en la cama, escuchándola cantar entre cada cuento mío, escuchando como se reía de mis historias de azafata violenta y saliendo a buscar drogas para no dormir jamás, para hacer que ese momento durara por siempre… fue lo más hermoso que pasó.

Creo que en algún momento me desmayé.
Abrí los ojos y todo estaba dado vuelta, me pesaba la cabeza, ella bailaba y toda la habitación era una nube de humo; por la ventana entraban los flashes de las luces de neón del hotel.
Tuve ganas de vomitar, otra vez, corrí al baño escuchando sus risas y cerré la puerta para que ella no me escuchara.

Golpeó la puerta y me encontró hecha una mierda, intentando pararme, sostenida de la bacha, con el pelo en la cara y en ropa interior, pesando 5 kilos menos que cuando había llegado y unas ojeras dignas de mi estirpe familiar.

Abrió la ducha y me metió adentro, sentada.
Me lavó el pelo cantando, la miré a los ojos, y entre el agua que corría por mi cara, sé que pudo reconocer las lágrimas.

“Hace cuánto que no comes?” Preguntó entre divertida y descalificadora.
Me encogí de hombros.
Ella condujo hasta una cafetería al costado de una ruta y me miró comer. Se pidió un café negrísimo y fumó aunque la camarera le dijera que no. Era demasiado hermosa como para hacerle caso a un no.
Fui al baño otra vez.
En el espejo mi imagen me dijo que las drogas estaban dejando de hacer efecto, hice pis con olor químico, despedí las toxinas con el botón y volví a la mesa.

“Lana, necesito dormir” fue lo único que dije.
Entonces volvimos al hotel.
Antes de dormirnos hicieron aparición nuestros padres, nos visitaron los golpes de algunas parejas, el abrazo de las madres, los besos, el sexo, los excesos, las letras, la música y algún avión.
Le acaricié la cara y los labios, me los acarició ella también. Le confesé que estaba enamorada de un hombre y que lo único que sabía hacer era huir de él. Me contó una triste y larga historia, la escuché llorar y mi corazón se detuvo un poco, se murió otro poco… se contagió para siempre de esa enfermedad terminal.
Nos dormimos cuando todavía era de noche y al abrir los ojos, ella ya no estaba allí.
Junté las cosas en mi bolso. Vacié las botellas en el baño, me di una ducha de pie, me pinté las pestañas, me puse un short y una camisa y dejé el lugar.

Llegué a LAX unas cuatro horas antes del vuelo. Hice el check in, me regalaron un UPG.
Subí al avión con anteojos negros, disimulando las lágrimas ganadas en L.A.
Y mientras tomaba un té verde mirando las nubes rosas, me acaricié los labios con los dedos y me dije en voz baja “Anoche besé a Lana del Rey”.

5 comentarios en “Nos encontramos porque estábamos sangrando.

  1. hi bitching…me divierto mucho con tus posts…aunque en este no te segui…me perdi en el medio…pero igual es innegable tu don para escribir…único consejo que seguramente te importe un carajo pero lo digo igual…..mejor volvé al te verde que es mucho mejor que las horribles drugs.

  2. Al leerlo sintonice me arde de Calamaro y ese esta re bien, porque me gusta la canción y yo sintonizo canciones que me gustan con momentos que me conmueven.
    Tambien tengo una historia de las geniales y podridas al mismo tiempo con esa canción pero no viene al caso aca. Me gusto mucho!

Responder a Anónimo Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.