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Chinatown

En mi último día en Venice hice algo que no creí que era capaz de hacer.
Me alquilé una bicicleta.
Si, me alquilé una bicicleta.
No pensé que se podía ser tan feliz pedaleando por el Océano escuchando Phoenix y sonriéndole a la gente. Pero bueno, pasó, y no es algo de lo que me sienta orgullosa. Estuve a punto de ser expulsada de mis tinieblas por haber vuelto bronceada y sonriente. Pero, por suerte, toda esa fantasía de Venice terminó y puedo revolcarme nuevamente en las penumbras.
Ayer llegué a Chinatown.
Almorcé con unos amigos en el Cheesecake Factory y, después de pasear por todas las carreteras que nos indicaba el gps del auto, llegamos al motel que había elegido.
Sobre la Broadway, con luces de neón, dragones, y techos rojos se alzaba el Royal Pagoda hotel.
Una cama King size en el medio de la habitación, dos mesas de luz con veladores gigantes, un frigobar vacío, un mueble con herrajes de época, una tele sharp de tubo, un escritorio y una ventana hacia el pasillo del primer piso, con vista al estacionamiento.
En la puerta, el número 17, mi número, junto con una aldaba con la cabeza de un animal mitológico con la correspondiente argolla en la boca. Qué loco, no recuerdo haber usado antes la palabra argolla en ese contexto.

Me acosté a dormir la siesta. La cama es realmente enorme y las almohadas están bastante bien, aunque me pregunto por qué hay 3 en vez de 4. Me molesta un poco que sean 3, me da la sensación de algo incompleto, me incomoda pero, trato de superarlo.
Apenas me desperté, se había hecho de noche y los sonidos del otro lado de la puerta me intimidaron un poco. Portazos, motores de auto, pasos, sombras en la ventana y voces en idiomas que no podía descifrar.
Y por primera vez en mi vida, pude experimentar el terror del motel.
Era necesario.
Hasta ese momento, lo había imaginado, lo había invocado, pero no sabía cómo se sentía en realidad. Y es algo que necesito, que busco, sentir las cosas de verdad, sentirlas profundo, que abandonen el plano de lo irreal.
Todas aquellas sensaciones que alguna vez imaginé y creí no poder vivenciar jamás, van llegando una a una, en el momento indicado, para transformarme en la persona que quiero ser. No me quiero ahorrar ningún sentimiento, ni el amor ni el miedo ni el odio ni la alegría ni la angustia ni la duda ni nada que signifique estar vivo.
Anoche, acá en el culo del mundo, escuchando del otro lado de la puerta todo eso que no me pertenece, que no conozco y que no puedo controlar, me sentí más viva que en el último año.
Dirán que es una locura, puede ser.
Hay quienes se tiran de paracaídas, se cuelgan de los puentes, se meten en los rápidos de los ríos o se hacen poner un cinturón en el cuello mientras garchan. Para qué lo hacen? Para sentirse más vivos. En mi caso me conformo con jugar este juego, atravesar el mundo, mirar a la gente, salirme un poco de mí. Y escribir.

Desarmé mi nueva valija, completé el guardarropas con mis cosas y llené el baño de mis cremitas. Puse A&E en mute en la tele y música en el celular, me metí a bañar.
Pocas veces más sentí más cerca del Bates Motel que estando en esa ducha, dejando correr el agua con shampoo, viendo como el espejo se llenaba de vapor, y las toallas más grandes no llegaban a cubrirme un tercio del cuerpo.
Las partes desgastadas de las sábanas serían, para algunos, una mala calificación en el trip advisor, pero yo soy de Chascomús, me sonrío ante las imperfecciones, agradezco la desprolijidad de estas 3 almohadas que me sacan de mi comodidad.

Armé un jopo, me vestí y salí a ver qué me encontraba. No esperaba mucho de este barrio, no es el mejor, pero ni en mis más aburridas pesadillas me imaginé lo que estaba pasando en Chinatown.
NADA.
NADIE.
SILENCIO.
Caminé bajo los techos de luces con carteles de neón. Nadie.
Me metí en una callecita con lámparas rojas de papel y adornos colgantes, dragones, flecos largos, bancos tallados, jardines perfectamente mantenidos, olor a salsa de soja. Nadie.
Saqué algunas fotos con el celular y escuché unos pasos. Típico cuanto te estás sacando la foto siome del día quedás como una pelotuda adelante de un completo extraño. Una parejita con una bolsa de morfi venía de la mano. Detrás de ellos, un pibe con bolsa similar. Un minuto después, cuatro amigos, misma bolsa.
Que se yo, me dio hambre. Creo que funciona así, los yankis te mandan tres extras tipo Truman Show con bolsitas vacías y a vos te da hambre. Esa es la base de su economía, es la base del consumismo y el capitalismo. Extras. Truman Show.
Pero no me animaba a entrar en ningún restaurante, todos tenían la pinta de estar medio cerrados con las sillas arriba de las mesas, aunque por fuera el cartel dijera Open.
Caminé la callecita dos veces de arriba hacia abajo, me crucé un bar. Puerta abierta, música fuerte, adentro dos personas. Me tenté, me pido un Jagër, pensé. Pero no me animé, me acobardé. Seguí caminando, salí a la avenida Broadway y me metí en una estación de servicio.
Sonaba el remix de Stay de Rihanna, agarré dos latas de coca light, una de Arizona green tea de 680 ml, unas papas de queso, unos cereales y alguna pavada más. Pagué y salí decidida a comprar la comida china. Respiré hondo y volví a la callecita. NO ME VAN A GANAR.
En la puerta de un restaurante me quedé examinando el menú, mirando por la ventana hacia adentro, disimuladamente como si fuera a cometer un atraco. Adentro, dos mesas redondas con chinos, hombres y mujeres, hacían sobremesa. Me intimidaban. Me dan miedo las sobremesas de chinos.
Junté valor y abrí la puerta.
Un señor muy amable me respondió que sí cuando pregunté si podía Order To Go. Elegí el Chicken Chaw Fan, me preguntó si lo quería Dry o Gravy. Le pregunté si la Gravy is it good, me dijo que sí asi que le dije dale metele Gravy.
Me senté en un box a mirar la decoración del lugar.
Una pecera al lado de la caja, tenía un pez gordo y algo grande para el espacio que lo contenía.
Me puso de muy buen humor ver un cartel encima que aclaraba con una carita feliz “I´M PET”. Me gustan los chinos copados que protegen a los peces y no se morfan todo lo que respira y se mueve. Me imagino que el cartel debieron ponerlo por la cantidad de desalmados que habrán querido comerse el pez crudo después de sacarlos ellos mismos de la pecera y darles un mazazo mortal, onda esas cosas que hacen con las langostas y otros bichos del mar.
Me quedé sonriéndole al pez como empepada hasta que vino mi Chaw Fan de “pollo”.
Caminé de vuelta al Royal Pagoda, sabiendo que mi salida no había sido un éxito rotundo, pero que mi barrio tampoco daba para mucho más. Se respiraba un aire tenso de inseguridad. Ese aire en el que sentís que está todo bien por ahora pero que en cualquier momento puede estar todo mal.
Mis años de caos me han enseñado a detectar bien esas situaciones, y el constante desarrollo de mi instinto de preservación me lleva a escaparle a experiencias tan innecesariamente peligrosas. Gracias vos.

Cerré la puerta de la habitación y me senté en el escritorio.
Abrí el Chaw Fan.
Creo que en los Estados unidos de America y Argentina, tenemos conceptos muy distintos de lo que es un chaw fan, creo que los chinos deberían ponerle media pila al concepto globalizado del chaw fan y no confundirnos así.
Si voy a Mc donalds y pido un Cuarto de libra con queso, me viene la carne, el pan, el queso, y si tengo mala suerte cebollita con ketchup. Yo agarro una pajita, le raspo la cebolla, la dejo en la cajita y le pongo mayonesa. Y después me la como.
Si voy a pedir a un restaurante unos chicken fingers con papas, me vienen unos pedazos de pollo de alguna dudosa parte del pollo, cubiertos en pancito rallado y algo crispy, en forma de bastoncitos, con unas papas, todo frito. Y yo le pongo mayonesa y barbacoa y me los como.
Y si te pido un chaw fan de pollo, espero abrir el paquete y que aparezca ARROZ, VEGETALES, HUEVO y POLLO. A lo sumo te banco que no tenga huevo, por un tema cultural, o de costos, que se yo. También te banco en que el pollo sea algo blanco, ya que eso de meterte paloma por pollo lo hacen en todos los países, pero… CINTAS DE FIDEOS, CEBOLLA, BROTES DE SOJA y ALGO QUE PARECÍA LA PIEL DEL POLLO??????
La concha de tu madre.
Pinché una vez, dos, tres, cuatro. Cerré el paquete, abri la puerta, di media vuelta al pasillo y en una caja con cosas que tenían para reciclar o que se yo qué mierda, abandoné mi plato.
Cerré la puerta deseando que el olor nauseabundo abandonara rápido mi habitación y me saqué la ropa.
Otra noche sin cenar, ya van 4.
Abrí el paquete de papas y me lo bajé mirando los últimos capítulos que me quedaban de House of Cards.
Me dormí a las 5 de la mañana, hora local.

1 comentario en “Chinatown

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