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Bienvenida a los Estados Unidos.

Sonó el despertador a las 5 de la mañana y yo ya estaba despierta, con los ojos abiertos en la oscuridad esperando que pasaran los minutos y llegara el momento.
La noche anterior había dejado el uniforme planchado y listo, colgado del picaporte de la puerta del living, y el carry y la valija grande al lado, escondidos ambos de las filosas uñas hambrientas de destrucción de mis gatos.
A las 5,45 me calcé el saco rojo del uniforme por primera vez en más de un año. Se sintió bien.
Lady Chignon pasó a buscarme con el remis de la empresa y subimos a la autopista mientras yo intentaba aclarar en mi cabeza todos los conceptos que había aprendido unos meses antes.
Convengamos que una cosa es lo que está escrito y otra muy distinta es poner en práctica todo eso en el  avión.
Ya en el briefing me di cuenta de que no tenía idea dónde estaba parada, arrancando porque éramos una superpoblación de tripulantes, OCHO, más la jefa y tres pilotos.
Repartieron las posiciones, me tocó el duty free, por ende hacer el servicio adelante, y descansar en el último turno en dos bloques de 1.5 hora cada uno. Hice las preguntas estúpidas pertinentes que todos contestaron con mucha amabilidad, y nos fuimos al avión.
Despaché en el check in mi valija grande casi vacía, con apenas un conjunto para salir de noche, la ropa de traslado para volver, un jean, una remera, un buzo, un pijama y unas ojotas.
Pasé migraciones y apenas puse un pie en el free shop, lo sentí distinto, qué estupidez pero así fue. Caminé entre las góndolas de perfumes y las vendedoras con maquillaje exagerado y glamouroso, escuchando en un volumen quizás demasiado alto para la hora, la pizza pegadiza de Icona pop: *I love it*. Fue como una señal, caminar por ese lugar, en esa circunstancia y cantando I don’t care I love it en mi cabeza. Tema goma si los hay, pero considerando las opciones musicales, ayudó a sentirse un poco rebelde, joven, espontánea, que se yo. Pudo haber sido una escena muy videoclip, de no ser por  mi cara de terror, las medias apretándome la panza y el rodete anti hipster. En fin.

Caminando por la manga, busqué mi celular y saqué la primera foto de la serie newbie 67, pude observar la nariz del CFV y casi no distinguí desde esa posición que era un avión mucho más grande.
Un pie adentro y terminé de comprobar que no tenía ni idea lo que estaba haciendo. No estaba nerviosa, más bien me sentía como cuando vas a rendir un examen y no sabés absolutamente nada y estás jugado, o chamuyas o entregas en blanco, sea lo que sea, la moneda está en el aire.
Chequée el que me parecía que era mi sector con un poco de temor de haber dejado algo sin chequear, no voy a detallar las cosas que chequée para que las personas que lo leen no se den cuenta de si efectivamente dejé algo sin chequear.
Recibí los carros de duty free, firmé las planillas y guardé mi carry on en un closet.
Punto número 1 a favor del 67: qué hermosos esos closets. Entra todo, tenés lugar para tus cosas, las cosas de apv, la mugre, las gavetas sobrantes y todo lo que se te ocurra.

En una perchita colgué mi delantal y mi saco de descanso y abajo guardé mi cartera. EN UNA PERCHITA, EN UNA PERCHITA!!! A ver si me entienden, nosotros en el 320 dejamos las cosas hechas un bollo adentro de la cartera y guardamos la misma en EL BAÑO para despegar, así de chico es.

Largó el embarque. 
Y ahí quedé. Venían los pasajeros y no sabía qué goma hacer. Como si fueran personas distintas, como si no tuviera 5 años diciéndoles “Su asiento es ese, el baño está allá, no le ponga el cinturón al bebé”. Por algún motivo les tenía miedo a los pasajeros, miedo a que me preguntaran algo que no supiera contestar, miedo a quedar en ridículo, a que ellos supieran más que yo, a que se notara que era un envase vacío y que en mi cerebro había eco.
Subieron y no estuvo nada mal, salvo haberle indicado a una señora que las filas D y H estaban donde están en realidad la J y L, y no tener idea con qué frecuencia se realiza este vuelo (Punta Cana). Por suerte mis amorosas compañeras estaban ahí para tapar mis agujeros de caterpillar.
En caso como éstos me gusta usar el refrán “Donde fueres haz lo que vieres” y me pongo a copiar a los demás. Si se cambian me cambio, si se sientan me siento, si arman el carro lo armo tal cuál lo hacen ellas. Quizás es medio siome porque todo el trabajo tarda el doble; tener a una tarada llenando cafeteras cuando las estás llenando vos, dan ganas de matarla, PONETE A HACER OTRA COSA NENA, ADELANTÁ ALGO. Pero bueno, repito, amorosas.
El servicio es igual al que se hace en la Premium Economy del Lima, así que no tuve mayor dificultad, la gente divina, se hizo fluído y rápido y me di el lujo de hacer alguno de mis chistes gomardos.
Terminó el servicio, guardamos los carros y ordenamos el galley y salí con el duty a la cabina.
Me despaché en lo que más me gusta hacer, HABLAR.
En cada compra nos quedábamos 15 minutos hablando de economía Argentina, viajes, hoteles, vacaciones o cómo sacarle la plata al marido: tema que no manejo muy bien, pero puedo imaginar cómo se hace.
Guardamos los carros de duty y nos quedaba un rato de tiempo muerto, nos sentamos a charlar y desayunar hasta que me tocó mi turno de descanso.
El descanso de la tripulación se hace en la fila 39 y 40. Son asientos de pasajeros con un posapies algo extraño que no termina de resultar cómodo pero que al menos está.  También creo que reclina un poco más, aunque no estoy muy segura.
Cerré la cortina y me senté en la fila 40 Juliet, al lado de una compañera. Le pedí por favor que no se tirara ningún pedo y me calcé los auriculares, Born to Die completo, me saqué los zapatos y me tapé con el plumón blanco de la premium bussiness. Como era de esperarse después de 5 horas de vuelo y haber hecho ese chiste tan vulgar, de golpe la panza se me llenó de pedos.
Era un riesgo liberar ahí adentro, es una carpa cerrada, calurosa y oscura. Si algo explota, es obvio que fuiste vos y no le podés echar la culpa a nadie más, así que aguanté y me dormí, de última si me cagaba dormida, ya no era mi responsabilidad. O no es así?
Más o menos 50 minutos después me empecé a despertar. Todo me molestaba, el asiento, la almohada, el flush del baño, las voces de los pasajeros en el pasillo, los timbres de llamado, los codazos de la gente que pasaba y me clavaba en la cabeza… De pronto escucho algo que suena parecido a los anuncios Pram (pregrabados) y me saco el auricular SE SOLICITA MÉDICO A BORDO. Listo, olvidate de dormir, antes que pasar mi última media hora de descanso preguntándome qué está pasando, si puedo ayudar, si es grave… prefiero levantarme. En el camino me entero que era un nene que no paraba de vomitar y su mamá estaba preocupada, por eso quiso ver a un médico. Nada terrible.
Fue muy raro porque levantarte del descanso toda despeinada, sin entender nada y encontrarte con un montón de compañeros haciendo otras cosas es algo muy nuevo para la tilinga doméstica y regional que llevo dentro. Es como un cargamento de compañeros, unos duermen, los otros están charlando en el galley, otro en el baño, otro asistiendo la situación médica, otro le da de comer a un hambriento en bussiness… no se acaban, es una cosa de locos.
Me fui para adelante y mi jefa estaba solita pobre ahí con los carritos preparados para salir a servir el segundo servicio. La ayudé a terminar de armarlos, porque ustedes deben pensar que los carros se arman solos, por eso cuando hacemos el anuncio de que se suspenderá el servicio por turbulencia me llaman con el timbre y me dicen “AY PERO SI NO SE MUEVE NADA, TRAEME UN CAFÉ”.
Salimos con el almuerzo, hicimos segunda pasada, retirada y desarmamos los carros.
Por suerte, en el pasillo L, de mi lado, había una familia con 4 nenes chiquitos que ninguno gustaba de las opciones ofrecidas en el menú. La señora madre de uno de los nenes me preguntó si no había quedado ninguna pasta de la clase turista y yo que soy una divina, clavé el carro, pasé por el costadito, pasé por debajo de la cortina de Marx y atravesé todo yankee class hasta llegar al galley de atrás. Muy amablemente me entregaron una marmita caliente, y quemándome los dedos y puteando para mis adentros, volví a mi carro. Familia feliz.
En la siguiente fila se encontraba la hermana de la señora de la fila de adelante, que solicitó lo mismo para su hija. La miré seria unos segundos, y justo cuando mis cejas comenzaban a levantarse, me di cuenta de que una prominente cara de orto se venía asomando en mi rostro. Le contesté que me esperara unos segundos que iba a ir a buscársela y me dijo que no tenía apuro. Cuando atendí al otro pasillo, el padre de las criaturas me pidió otra de esas comidas para el otro hijo. Clavé el carro y me fui atrás, traje dos comidas, volví al carro y se las entregué con la sonrisa más sincera que me salió. En la última fila me quedé sin opción de postre, todos pedían la fruta sin poder yo entender cómo alguien puede elegir fruta cuando tiene un volcán de frutos del bosque con qué se yo que manjar de crema adentro. Pero la gente es así, paga mucho y desea comer postre de concha seca? Se lo conseguimos, no hay problema. 
En el tiempo que nos quedó, aprovechamos para almorzar y ordenar el galley, yo dejé el duty free abierto para seguir vendiendo en el otro tramo.
En el descenso juntamos las diez mil porquerías que le gusta a la gente tener a su alrededor cuando viaja. A saber: diarios leídos, diarios sin leer, botellas de agua vacías, MEDIAS USADAS, sus zapatillas tiradas, la documentación que necesitan completar para el ingreso al país al que viajan, los taponcitos sucios de los oídos, el control remoto colgando del asiento, la almohada que ya no usan y sus objetos personales.
Aterrizamos a las 16.20 hora local y nos quedamos sin pasajeros a bordo, se bajaron todos los que tenían destino final Punta Cana y la única familia que seguía viaje hasta Miami se fue a hacer el chequeo de valijas pertinente antes de pisar lo que los Norteamericanos llaman “America”.
Después de una limpieza no muy exhaustiva del avión, volvimos a embarcar.
Embarqué parada en la fila 2 del lado derecho sin entender mucho lo que estaba pasando, habían pasado muchas horas desde aquél último momento en el que había dormido plácidamente en mi cama, y se estaba empezando a notar, aunque el entusiasmo se mantenía vigente, mis ojeras decían lo contrario.
Salimos para Miami con la bussiness vacía.

Estos vuelos suelen estar chartreados o como se diga, y casi siempre completos, pero esta vez apenas si había 110 pasajeros atrás. Ni bien cortaron los carteles empezó mi turno de descanso restante, que terminó con el anuncio de descenso del capitán; quién disfruta de mostrar su particular estilo a la hora de leerlos empezando con frases como “Bueno, muy bien… aquí les habla el capitán…” o recomendar un plato de la carta que leyó hace meses y ya no está vigente, o no corresponde a la cabina que lo está escuchando… también gusta de recomendar películas para ver en el sistema de entretenimiento a bordo, que quizás ya no están disponibles y fueron retiradas del  menú. Esta tarde les había deseado un hermoso día de playa en Punta Cana y cuando aterrizamos LLOVÍA.

Finalmente, mi estómago empezó a sentir el descenso. Me apuré a comerme dos sanguchitos y cerrar el Duty Free. Terminé todo, guardé las cosas, acomodé mis cosas en el closet, me peiné, me pinté la boca y me senté para aterrizar. Lo que ocurría en mi panza serían nervios, pedos, síndrome pre menstrual, quién sabe.
Aterrizamos.
Despedimos a los pasajeros y sacamos nuestras cosas para bajar.
Fui una de las primeras en pasar por migraciones, ya que por ser mi primera vez, pensaron que podía tener algún problema. El tipo que nos atendió hacía un chiste con cada una de nosotras, diciéndonos que ya que volvíamos de pasajeras, aprovecháramos para molestar a nuestras compañeras con el timbre de llamado, y cada tres segundos levantaba el brazo y hacía como que tocaba un botón imaginario encima de su cabeza, acompañando el movimiento de un ruido agudo con su boca que sonaba algo así TRIM! TRIM! TRIM! 
Un chiflado.
“Bienvenida a los Estados Unidos”.

Y entré.

Después de años de renegar contra Norteamérica, entré.
Y como corresponde en estos casos, activamos el Crew Lock y lo que pasó en Miami, quedó en Miami. Jamás lo sabrán.
Sólo les digo que con cada avión que piso, con cada pasillo, con cada cockpit y cada galley ultrajado, confirmo y re confirmo más mi religión. Hemos sido hechos para esto, ya sea un pequeño que se destartala todo cuando frena y apaga sus luces de emergencia al subir el tren o en un gigante firme y pesado, con air chillers, alfombras de telo y tarjetón amarillo.

Los tripulantes somos lo que somos en el avión en el que nos indiquen que debemos volar.
Y vendrán los modelos, las marcas, las matrículas, las nuevas líneas. Y vendrán empresas, banderas y países. Vendrán familias, elecciones, caminos, gobiernos, mudanzas, posibilidades, crecimientos y arrepentimientos.
Pero nosotros somos quienes somos en cualquier avión.
Le agradezco al Foxtrot Victor y a esta tripulación por enseñarme eso.

El FBO sigue, todos los días, aprendiendo a volar.
El FBO es oficialmente, a partir de este vuelo, Doméstico, Regional e Internacional.

10 comentarios en “Bienvenida a los Estados Unidos.

  1. Buenísimo el post! Dos cosas: pedo de sueño, pedo sin dueño! Y segundo, Es de concha seca comer fruta? ajajjaj Claramente! Deben tener transito lento, por eso! . Me encantó cuando contaste que todos los niños de repente querían la comida de turista, me imagine tu cara transformandose, pero esbozando una sonrisa de compromiso. A mi me pasa todo el tiempo con los pasajeros. Por dentro los querés matar, y por fuera sos un cachorro adorable. Muy bueno el post! Me llevaste de viaje a tu primer viaje a Miami! Congrats darling!

  2. La comida de turista es lo más. Incluso te puede tocar una latita de Coca Cola de otro lugar remoto del mundo (a mí me tocó una con publicidad del parque Six Flags de Nueva Jersey, y me pregunté cómo demonios habría llegado a Ezeiza ). Lo que sí fue diverso y variado fue el "desayuno" argentino, mientras pasaban una peli ambientada en Hawaii y sobrevolábamos, mirando por la ventanilla, la costa de Argelia. No me quiero imaginar el choque de horarios y culturas de una tripulante internacional, alguien que lo hace regularmente y termina perdiendo en un EZE-FRA-BJS la noción del tiempo.

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