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Dejar pasar el día

Siempre fui una joven impetuosa, nerviosa, enérgica e impulsiva.
Ahora ya no soy tan joven, y los años me han sacado un poco de esa ansiedad que tiraba como los mismísimos demonios. (Pinche)
Ahora puedo pensar dos segundos antes de saltarte a la yugular, vengarme, cortar mis venas o decir lo que no deberías escuchar jamás.

Ahora puedo dejar pasar el día.

Ayer, se cumplió un año de la ausencia de Bamba, y mi religión, sabía como es, me alejó de aquel sillón, del living, el barrio, el piso, el vacío, el dolor.
Aquí me tienen, en Neuquén, presa hace dos días en una habitación de hotel, jugando a las muñecas con mis bellas compañeras y olvidando qué día es hoy.
Dejé pasar el día y desperté esta mañana, otra vez, sin haber muerto.
Ellos han muerto, no yo.
No nosotros. Nuestros ojos, nuestros corazones enfermos, nuestros celos, nuestras hermosas mentes buscando la salida de éste laberinto de colores, besándonos mentalmente en la distancia, persiguiéndonos y rechazándonos, picando con electricidad al otro cada vez que se acerca.
Estamos vivos, y no nos hemos dado cuenta.
Yo no me di cuenta, porque estuve demasiado ocupada planeando mi muerte.
Y es por eso que este libro no sale, que no se escribe, no se acomoda.
Este libro es como el avión, es como un bebé en el útero, salva vidas.
Al menos podría salvar la mía, y no lo puedo permitir.
Boicoteemos la felicidad, recurramos a los recuerdos cortantes, visitemos los bosques de espinas y hagámoslo descalzos. Regocijémonos en toda esta sangre, en todo este temor.

Toda la semana pensé que faltaba poco para que se cumplieran 365 días de la ausencia de Bamba. Lo recordé el día 356, el 359, el 362… Como si significara algo la cantidad de días que pasaron desde aquel momento en el que, ante los ojos de quienes te habíamos visto llegar, te vimos partir.
No significa nada, es sólo una cuenta infame.
Como todo este circo, como todo lo demás.
Lo único distinto fue que yo decidí pensarte y recordarte más, llorarte un poco más consciente, tener una excusa para no disfrutar.
Ahora han pasado 366 días, y vuelvo a respirar. Como la pequeña idiota atada a los eventos traumáticos que soy, vuelvo a respirar.
Recuerdo que el día después de su muerte dormí en su sillón, abrazada a la idea de que todavía estuviera ahí, pero con un cerebro mágicamente humano que le hiciera entender más de lo que
entendía en su vida galguna, acariciándome su espíritu hijo maternal y diciéndome que todo iba a estar bien.
Bajé el sillón a la calle, sabiendo que en cuestión de minutos, la gente de Monserrat se encargaría de desaparecerlo y entrarlo a alguna casa o subirlo a algún camión. Hubiera querido colgarle un cartel que dijera CUIDADO SILLÓN HISTÓRICO, pero no lo hice. Me fui todo el día y al volver a casa, para mi sorpresa, aquellos que se llevan el papel, las bolsas, los zapatos rotos, las botellas destrozadas, habían rechazado mi sillón. Allí estaba él, recordándome la ausencia y la partida, recordándome que estaba sola y vacía. Lloré en la puerta de casa mirándolo a los ojos, maldito sillón, malditos seres que te enamoran y te dejan sin la posibilidad de elegir dejar de amarlos, olvidarlos, volver a empezar.
Hoy, 366 días después de la desaparición de ese ser, Adela sonríe con mi llegada, dejando la lengua de costado con una cara de completa idiota. Adela me hace reír; su hocico finito no es como el de Bamba, sus patas no son tan cortas, sus dientes no están amarillos. Y entonces lloro, y me río, y agradezco la segunda oportunidad que estuve a punto de no aceptar.
Si tan sólo pudiera darme cuenta que así como fue eso, es todo, y que siempre se debe volver a empezar.
Respiro profundo desde la protección del décimo piso de este edificio alejado de mi infierno personal.

Dejo pasar el día.

Esta noche estaré entre gatos y sillones, me acostaré en mi rojo living a arrastrarme ante sus ojos invisibles y rogar por mi vida una vez más. Y todos ustedes, los que han partido, revolearán sus ojos en desaprobación, pensando: estúpida, estúpida mujer. Estúpida mujer que no quiere vivir su vida y prefiere malgastar sus moléculas y transformarlas en llanto.
Yo lo sé. Sé lo que piensan ustedes de mí.
Y no me importa, porque tengo esta página en blanco delante de mí, y tengo todas estas letras, y muchos aviones, lomos suavecitos, lámparas rojas, sillones, tazas calentitas y alguna que otra canción.

Bienvenidos al mundo de la sensibilidad.
No puedo explicársela señoras, señores, no puedo inyectársela como se inyectan sus tetas, sus drogas, su leche, y esa maldad que tienen, que desprenden, que me asquea, que me aleja de este mundo cada vez más.
No puedo ni podré darles a entender jamás lo que ven mis ojos, no puedo explicar los colores, no puedo explicar ni el frío ni el calor, pero menos puedo explicarles lo repulsivo de este mundo en el que he nacido, la podredumbre de sus mentes, los retorcidos sentimientos que confunden con amor, cómo se indultan y justifican a sí mismos en nombre del orgullo y de escaparle al dolor. Cobardes, malditos, cochinos.
Bienvenidos al mundo de la sensibilidad que no podrán tocar.
Mientras vos que estás ahí me lees a mí, yo leo te mente, te veo venir. Con cada palabra mía incorporada en tu cerebro, paseo por tus mugrientas ideas, paseo por tu envidia y tu falta de vida. Paseo por tu interior. Salgo de ahí y vuelvo a mi vida, habiendo aprendido un poco más de este mundo, de este paseo turístico que debo hacer, pero del que, por cierto, tarde o temprano me iré, llevándome conmigo sólo las sensaciones de aquellas hermosas mentes con las que he compartido el ideal de la sensibilidad, con los que he abrazado aviones y algunos perros, con los que he mirado el amanecer rosa cuando el ácido corría por nuestra piel, con los que padecí las cosas más horribles nada más que por aprender.
Por esos, por esas maravillosas mentes, dejo pasar el día.
Ellos me han enseñado a esperar, a no morir, a no desesperar.
Por ellos existirá el día 367, por ellos tendré un libro negro en mis manos que será hijo y padre, que será religión, invisible y sensibilidad.
Y ellos y yo, sabremos que lo hemos hecho bien, que descubrimos en alguna esquina oscura la trampa de este viaje, y lloraremos un poco, y reiremos otro tanto, embriagándonos en nombre del amor.
Y dejaremos pasar el día.

Para volver a empezar.

4 comentarios en “Dejar pasar el día

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