Que termine de una vez.

Lo he dicho varias veces, mi religión es la del avión: mi religión contempla un Dios Supremo, contempla leyes y moral, premios y castigos, justicia, aprendizaje, muerte y resurrección.
No está en nuestras manos, nada es nuestra decisión, quienes le oramos al cielo, sabemos que quién decide, es el avión.

La clave está en dejarse llevar. En no intentar ganarle a un rol, a un plan de vuelo, al destino de la meteorología, de las decisiones que tome intercargo, o un volcán. El secreto es entender que desde que comienza el día hasta que muere, somos parte de un todo, y debemos seguir el curso de la corriente, el avión decidirá qué será de nosotros, y cuál será nuestra suerte.

He faltado a compromisos, cumpleaños, nacimientos, muertes. He estado ausente en audiencias y juicios, en reuniones importantes, en eventos aburridos y en cenas recurrentes. Los vuelos han llevado mis moléculas, desintegrándose, hasta otro lugar, muy alto, muy lejano, muy sabio… Muy a salvo de todo aquello que no debemos presenciar. Aunque a veces queramos.

Algunos días digo: “HOY voy a poner una campera y una bombacha por las dudas” y, por algún motivo, no las pongo. Resultado: erupción volcánica, tirada en Mendoza 3 días; o avión roto en Neuquén, o paro total de servicios de aeropuerto en Bariloche: paso 3 días en culo en un hotel divino, no tengo ni un par de medias, ni un jogging para bajar a desayunar.

El avión SABE, el avión HABLA, y uno es el que decide escuchar o no, prestar atención, entender… O simplemente calcular los viáticos y reventarlos en cosas innecesarias.

Decime la verdad… ¿Cuántas veces dijiste…? “Que se quede, que se quede, que se quede…”,  “Que se rompa, que se rompa, que se rompa”, “Que se cancele, que se cancele, que se cancele” … Que se demore, que no se arregle, que se arregle, que se apure, que no llegue, que aterrice, que salga, que no salga, que llueva, que se caiga el cielo, que se cierre el aeropuerto, que esté cerrado Ezeiza, que los pilotos no sean categoría, que se abra, que se despeje, que se deje de mover, que se mueva así me duermo, que no anden los boilers, que ande la vtr, que no se enfríe el tren, que se rompa TODOO, que me manden al hotel, que me lleven a casa, que lo arreglen como sea, que termine, que termine, que termine.

Después de todo, lo único que queremos a veces, es que el día termine de una vez.
Y que nuestras agotadas moléculas mutadas de tanta carne y pollo, descansen sus átomos en algún sillón, en alguna parte del mundo, no importa cuál, no importa si con campera o sin bombacha, no importa si con frío, clima seco, o en el living de casa. Lo único que importa es que nuestro avión nos escuche, nos haga un guiño desde el cielo y nos de un poco de lo que estamos buscando; de aquello que necesitamos aunque no lo sepamos, de aquello que nos merecemos aunque no lo querramos.

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