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Accidentes domésticos (y regionales)

Llego al avión con un dolor de cabeza terrible, el rodete me quedó demasiado tirante y me está matando. Voy al espejo para soltarme el pelo y volver a arreglármelo; al destrabar el baño, dejo el extremo izquierdo de la uña del dedo índice de mi mano derecha colgando como un ahorcado del rudimentario tornillo escondido detrás del cartel de “lavatory”. No me duele, porque es uña, pero puteo porque las tenía recién arregladas, putos baños. Empujo para abrir y no puedo, la puertita de abajo de la bacha se abrió, se cayó el tacho de basura y está trabando la puerta del baño. Empujo, empujo, no hay caso. Meto la mano por el costado que queda semiabierto y logro enganchar el tacho asco vomitado cagado metiéndolo un poco más hacia adentro, la puerta del baño se cierra y me atrapa la mano, pego un grito, me ayudo con la otra mano, la trato de abrir más, mientras con la mano atrapada intento cerrar la puertita del halon-freon. Misión cumplida. Sacamos el carro, abrimos el gabinete, sacamos el mantel, mientras mi compañera sube las bebidas, yo saco las cafeteras, a una de ellas se le zafa la manija y se abre entera sobre las piernas de mi compañera, me putea en arameo y se va al baño corriendo a sacarse las medias o ponerse agua fría encima de ellas. Como un novio arrepentido, le ruego disculpas a través de la puerta del LD, ella sale, me dice que no es tan grave pero que le sale calor de la pierna y seguimos armando. Le sigo pidiendo disculpas mientras cargo las cervezas, un chorro de agua helada cae por el costado de la gaveta plástica bañándome los pies. Las dos nos reímos, por no llorar. El galley está inundado, secamos. Salimos. Voy contando hacia atrás cuando un pasajero saca la pierna, sorpresivamente, hacia el medio del pasillo, haciéndome tropezar hasta casi caer, mientras mi compañera sigue empujando porque no me ve y atropellándome con el carro. La media se engancha en la esquinita rota y oxidada de una gaveta de metal que está abajo con la repo de bebidas y me hace un cortecito en la pierna. Seguimos. La pinza vuela por el aire como entrenada por el cirque du soleil, la capturo justo antes de que caiga en la cabeza de un pasajero, le sirvo un café, al apretar el botoncito de la tapa, sale un chorrito presurizado que me deja la cara a lunares de café caliente. Los pasajeros sonríen, me limpio, seguimos. Empieza la turbulencia, tratamos de apurarnos, la gente se descompone y cuando volvemos hacia el galley, una cola de zombies verdes me persiguen lentamente, amenazándome con sus buches llenos. Claro que sí, uno finalmente me atina y me regala su preciado guiso de entrañas tapizando mi delantal y algunas partes de mi oreja (como fue eso posible, no lo sé). Guardamos el carro y nos rociamos en Lisoform. Una mamá se acerca y nos dá en la mano un pañal maloliente explicándonos que no sabía donde ponerlo. Cuando nos damos cuenta de lo que es, ya es demasiado tarde.
Aproximación, tormenta en Buenos Aires, casi no podemos terminar de guardar las cosas, el galley es una coctelera, se sacude de un lado al otro, tiemblan las puertas, se ven relámpagos dentro del avión, se escucha la lluvia caer en el fuselaje, nos atamos, apagamos la luz. El aterrizaje deja mi dentadura en la 15 juliet.

Y así llegamos a casa, con dolor de cabeza, el estómago revuelto, cagadas, vomitadas, mojadas, con las piernas quemadas, las medias rotas y sangrantes, las uñas partidas, las manos raspadas, la cara sucia, oliendo a chivo, a pegote, a café. Oliendo a avión.

Me doy una ducha con la luz apagada, las piernas presurizadas van sintiendo como vuelven a la normalidad. Salgo y cancelo la cena, la salida, la juntada, la previa, el cumpleaños, el vernisage.
Me acuesto en la cama suavecita que me abraza mientras me laten los pies. Apago la tele, la luz, la compu, el celular y el cerebro.
Cierro los ojos y empiezo a soñar. El momento más esperado del día, llegó la relajación. Respiro profundamente para recibir a mis sueños y para mi gran sorpresa, ¿Qué es lo que sueño? Claro que sí, sueño que estoy en el avión.

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