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Soñé que servía café

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Tenía un amigo que volaba en una línea aérea y me llamaba la atención una cosa: a veces no estaba nunca y a veces estaba todo el tiempo. Me resultaba extraño y fascinante llamarlo a las 21 horas de un jueves y que no atendiera el teléfono pero que un martes a las 14 horas me llamara desde la cama todo fresco y relajado contándome que no le tocaba trabajar en toda la semana. Mientras servía café en un barcito de San Telmo, escuchando Yann Tiersen y escribiendo el menú del día en una pizarra vieja y destartalada, me preguntaba cómo sería servir café en ese pasillito angosto y alfombrado, el Torii de entrada al paraíso de todos esos países con los que soñas cuando sos adolescente y pensas que el mundo es un lugar distinto al que en realidad después descubrís que es.
Seguí preparando desayunos en mesas cuadraditas durante varios años más hasta que me animé a pensarme caminando por el pasillo. La verdad es que la transición fue bastante rápida; curso, espera y adentro. En menos de 2 años estaba sirviendo mi primer café; un petróleo negro y quemado que diluíamos en dudosa agua de tanque aeronáutico y servíamos en una jarra mal lavada. La gente lo tomaba agradecida, qué se yo. Preparé tantas cafeteras como pude durante 12 años, y un buen día me retiraron las credenciales y las jarras sucias. Volví a casa derrotada y busqué un nuevo rumbo. Durante algunos meses me cuestioné si era buena para algo. Por momentos me describía a mi misma como una persona que sólo sabía servir café, y eso me empañaba bastante el panorama. Un día, inspirada por otra amiga, se me ocurrió que si ponía una pequeña hostería, podía ser buena anfitriona. Hacer las camas, pasar el plumero, poner unos adornos lindos y dejar que la gente descanse. Quizás, de vez en cuando, hacerles café.
Funcionó. La gente empezó a venir al pedacito de mundo que yo ofrecía. Fui bastante buena anfitriona y el boca en boca empezó a traer más gente. Sumergida hasta arriba entre sábanas y franelas, me empecé a ahogar. Mis sueños recurrentes me perseguían y no pude seguir mirando hacia otro lado. Un día me llegó el cuento de un avión loco que cortaba el cielo con misiones solidarias. Sentada en una silla de madera en la cabaña grande, escuché historias increíbles de misiones que parecían de otro mundo. Mi costado adolescente se encendió de nuevo, necesito servir café en ese avión. Lo soñé, lo pedí, lo busqué. Sucedió. El avión loco pasó por casa un diciembre y al día de hoy, no me suelta. Empecé a servir café en aviones con más regularidad de la que esperaba, tanto, que a veces empecé a ahogarme de nuevo. Por qué? Porque los humanos nos ahogamos, eso hacemos. Buscamos la paz y la tranquilidad pero cuando llega nos aburrimos. Siempre con el horizonte cada vez más lejos y la ambición de no aburrirme jamás, materializo los planes más ilógicos e improbables del mundo. Entonces qué? Cuál es el nuevo rumbo? Cansada de mi misma, me quedé dormida en el pastizal. Soñé con casas de madera, almohadas perfumadas, asientos de tractor, olor a pelo de caballo, ruido de valijas deslizándose por pisos lustrados y abrazos pequeños de madrugada. Me fue despertando el aroma automático de las 9 y fui saliendo del trance mientras con el ceño fruncido me negaba a aceptar mi último sueño; ese que tenés un minuto antes de despertar y se te queda clavado por lo nítido y real. Soñé que servía café en mi restaurante, me dije a mí misma. Y a mí misma me respondí “Dejate de joder”, pero no pude, porque mis sueños mandan más que mis voluntades conscientes así que me puse a investigar.
Mi sueño es llegar a la mañana y abrir las puertas de un pequeño restaurante de ruta. El sol entra por la ventana y tiñe la barra y las mesas. Con un trapo encerado le saco la tierra a los muebles y abro las ventanas. Enciendo las máquinas de a poco y pongo en jarritos unas flores que traje del pastizal. Un señor entra, habla poco y está distraído, me acerco y lo miro a los ojos, lo saludo. Me saluda, me sonríe apenas y la cámara se aleja un poco. Se puede ver perfecto como me voy detrás de la barra y agarro una taza limpia, preparo un platito y una cuchara, vuelvo a la mesa, me inclino apenas y finalmente, le sirvo el café.

❤️

 

3 comentarios en “Soñé que servía café

  1. Vos no tenés idea quien soy, yo por el contrario te leo desde mucho antes que formes esa hermosa familia y parece que los conociese de toda la vida. Ojalá pronto pueda ir a probar ese café.
    Espero también puedas escribir más seguido, tenés una prosa hermosa.
    Da vida verlos crecer. 🖖🏼

  2. Servir cafe is your true passion.
    A la princesa con leche vegetal y en la camita. La jarra puede estar sucia, no pasa nada. Soy una princesa de baja alcurnia.

  3. Sos una genia, amo tus relatos, te leí temprano, mientras encendía las pc’s y preparaba el mate.
    Seguí escribiendo, lo mas seguido que puedas!!!
    Que se cumplan todos tus deseos, te lo deseo fuerte, te sigo hace rato, si bien no leí tu libro…
    Lo mejor para el nuevo proyecto!!!

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