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Princesa

Yo estaba durmiendo.
Cuando abrí los ojos, estaban a mi alrededor. Mis muñecas y mis talones estaban atados con unas telas blancas. Mi boca estaba tapada y ellos con un instrumento cortante me abrieron el pecho sin avisar.
Lo que sacaron lo usaron de almuerzo, masticaban con dientes filosos salpicándome mi propia sangre en el camisón gris. Mordisqueado y a medio funcionar volvieron a guardarlo, me cosieron con una aguja oxidada, lamieron las gotas que caían de la punta de mis dedos, me inyectaron valium y me pusieron a andar. Cerraron la puerta despacio y desaparecieron.
Mis animales dormían. Todos, menos Leia, que convulsionaba en su mantita blanca, meada, con la vista perdida, peleando una batalla aérea invisible con sus uñas recortadas de anteayer.
Me tomé un segundo para entender que una vez más ésto estaba pasando y salí corriendo con ella en brazos a buscar quien me podía ayudar.

Dos horas y media después, le dije te quiero para siempre mientras cruzaba campos de jamón cocido y helado de dulce de leche. Seis horas después un hombre se la llevaba en una caja con una sábana color lila, de costado, luchadora, vieja pero no vencida, soñando pero no dormida, ajena y para siempre mía.
Todo Star Wars se pone de pie para verte partir, Princesa Leia.

Nuestra familia se hace más pequeña con cada hachazo a este sillón. Flotamos como podemos en los pedazos sueltos de ésto que nos han dejado.En unos meses nos han sacado todo cuánto han podido, y también un poco más. Nos miramos unos a otros, los que quedamos, los que pudimos escapar.
Nuestra familia es más pequeña que hace un año atrás. Nos limpiamos los mocos con la manga cuando recordamos todo lo que ya no volverá. Pongo la cadena en la puerta para que la muerte no entre esta noche, me abrazo a mis pequeños y les agradezco que hoy, ellos me rescaten a mí
.Revivo las imágenes que quedarán grabadas para siempre, me llevo la temperatura de los cuerpos, los temblores previos y el respiro final. Maldigo que el envase sea tan efímero y agradezco haber estado hasta el último minuto.
Calculo que toda esta muerte estará forjando mi carácter. Me imagino que para alguna creencia muy elevada, ésta experiencia debe estar re copada. Para mí no es más que una salvajada.
Mis tres pequeños compañeros dormirán esta noche conmigo, despediremos a los tres que se han ido, les mandaremos nuestros besos… soñaremos con ellos, pensando en sus ojos, extrañando sus voces, ansiando alguna vez, cuando corresponda, poder volverlos a ver.

Que termine de una vez.

Lo he dicho varias veces, mi religión es la del avión: mi religión contempla un Dios Supremo, contempla leyes y moral, premios y castigos, justicia, aprendizaje, muerte y resurrección.
No está en nuestras manos, nada es nuestra decisión, quienes le oramos al cielo, sabemos que quién decide, es el avión.

La clave está en dejarse llevar. En no intentar ganarle a un rol, a un plan de vuelo, al destino de la meteorología, de las decisiones que tome intercargo, o un volcán. El secreto es entender que desde que comienza el día hasta que muere, somos parte de un todo, y debemos seguir el curso de la corriente, el avión decidirá qué será de nosotros, y cuál será nuestra suerte.

He faltado a compromisos, cumpleaños, nacimientos, muertes. He estado ausente en audiencias y juicios, en reuniones importantes, en eventos aburridos y en cenas recurrentes. Los vuelos han llevado mis moléculas, desintegrándose, hasta otro lugar, muy alto, muy lejano, muy sabio… Muy a salvo de todo aquello que no debemos presenciar. Aunque a veces queramos.

Algunos días digo: “HOY voy a poner una campera y una bombacha por las dudas” y, por algún motivo, no las pongo. Resultado: erupción volcánica, tirada en Mendoza 3 días; o avión roto en Neuquén, o paro total de servicios de aeropuerto en Bariloche: paso 3 días en culo en un hotel divino, no tengo ni un par de medias, ni un jogging para bajar a desayunar.

El avión SABE, el avión HABLA, y uno es el que decide escuchar o no, prestar atención, entender… O simplemente calcular los viáticos y reventarlos en cosas innecesarias.

Decime la verdad… ¿Cuántas veces dijiste…? “Que se quede, que se quede, que se quede…”,  “Que se rompa, que se rompa, que se rompa”, “Que se cancele, que se cancele, que se cancele” … Que se demore, que no se arregle, que se arregle, que se apure, que no llegue, que aterrice, que salga, que no salga, que llueva, que se caiga el cielo, que se cierre el aeropuerto, que esté cerrado Ezeiza, que los pilotos no sean categoría, que se abra, que se despeje, que se deje de mover, que se mueva así me duermo, que no anden los boilers, que ande la vtr, que no se enfríe el tren, que se rompa TODOO, que me manden al hotel, que me lleven a casa, que lo arreglen como sea, que termine, que termine, que termine.

Después de todo, lo único que queremos a veces, es que el día termine de una vez.
Y que nuestras agotadas moléculas mutadas de tanta carne y pollo, descansen sus átomos en algún sillón, en alguna parte del mundo, no importa cuál, no importa si con campera o sin bombacha, no importa si con frío, clima seco, o en el living de casa. Lo único que importa es que nuestro avión nos escuche, nos haga un guiño desde el cielo y nos de un poco de lo que estamos buscando; de aquello que necesitamos aunque no lo sepamos, de aquello que nos merecemos aunque no lo querramos.