(Pinche)
Estoy ordenando mi casa, intentando alejarme del teléfono celular como una especie de rehabilitación forzosa.
Lo dejo arriba de la mesa y me voy a otra habitación, sintiendo que una fuerza jedi poderosa me atrae, me llama.
Lucho con todas mis fuerzas mientras ordeno los tuppers en la cocina. Todos los quehaceres domésticos son más aburridos que las redes sociales, que los mensajes, que el mundo que no existe, en el que no somos nadie, o somos todos, o quién sabe quienes somos.
El teléfono está en silencio, pero lo escucho gritar.
Subo la escalera y abro el placard donde guardo las cajas de cosas que no uso, una suerte de altillo perfectamente ordenado y clasificado.
Desde abajo, la lista de Spotify de Melodic Techno suena con timidez.
Entonces es cuando las luciérnagas llegan a mí.
De alguna manera, entre los cuadernos, los libros sucios, los cds viejos y toda la basura que intentaba ordenar en ese placard… las escuché.
Ese sonido… sonaba tan familiar; y aunque era la primera vez que escuchaba la canción, supe que estaba hecha para mí.
Una hora después, bajo la escalera y me meto en la lista de temas, le doy para atrás, una, dos, tres, cinco veces. De pronto empieza la canción, y quién podría ser sino Dominik Eulberg, el rey de la naturaleza, este alemán mitad dj mitad guardabosques, que siempre me destroza el corazón con los sonidos del lugar donde nací.
Inevitablemente, me siento en la compu. Hay pocas canciones que logran ésto de manera instantánea, pero las que lo hacen, se quedan en un lugar eterno y atemporal.
Una de las cosas que más me gustaba de vivir en el campo eran los animales.
Si bien era bastante brusca la manera en la que mataban un cordero y te lo clavaban en un palo para comerlo al mediodía… había otro costado.
De día, los pájaros, el sonido del viento en las hojas de los árboles, las liebres corriendo entre el pasto largo y los patos en el lago. Caminar hasta el lago grande y ver nutrias nadando como si eso fuera normal. Me tiré durante años al piso a analizar la armadura redondita de los bichos bolita, tratando de entender cuáles hormigas picaban y cuáles no y por qué cuando me daba vuelta las vacas me seguían, pero cuando las miraba se quedaban quietas.
Y se hacía de noche, y se escuchaban canciones de grillos y de ranas. Las luciérnagas jugaban ese juego hermoso por el cuál buscan ponerse de novias. Sabían que los llamados bichitos de luz activan la luz de su abdomen buscando alguien de su especie que quiera aparearse? Los machos pueden volar, sin embargo las hembras no; y cuando éstas se sienten amenazadas, apagan su luz.
Yo no lo sabía cuando intentaba atrapar una y mirarla de cerca. Nunca lo hice, siempre tuve miedo de lastimarlas. Por la noche, nos escapábamos de comadrejas y lagartos, por la noche gritábamos si algo se movía al lado de nuestro pie; por la noche, murciélagos en los árboles, por la noche, ruidos de serpientes y ratas. Pero nada lograba que amara menos ese lugar.
Hoy, sigue siendo el lugar que más me gusta en el mundo. Tengo la suerte de que siga existiendo y de poder visitarlo cuando quiera, aunque, por alguna razón complicada de mi cerebro enmohecido, no lo visito desde mi cumpleaños. Ese lugar quedó atado a una parte de mi recuerdo que todavía me duele, que se presenta como una ausencia, como el perfume de esa persona que ya no está y que cuando volvés a sentir, se te clava profundo, desangrándote.
En esa casa encontré a Bamba. En esa casa sonaba “Vencedores vencidos” en la radio de los albañiles, la primera vez que entré mientras la construían. En esa cama durmió mi papá, podría pensar que en esa habitación fue feliz por última vez.
Pisar esa tierra me vuelve más auténtica que ningún zapato, que ninguna pista de baile, que ningún avión. Sé que ese en ese lugar en donde soy más felíz, sin embargo, no puedo pisarlo, no puedo atravesar la ruta 2 sin que una parte de mi corazón se achique y duela.
Son estas canciones las que despiertan necesidades que creía dormidas, y es por eso que le agradezco al hombre que compone para que yo escriba.
Nunca lo sabrá, él vive en Alemania y no habla español. Es rubio. Yo vivo en Monserrat y todavía algunos se rien de que mi blog sea un blogspot. Soy casi aborigen. Probablemente nunca tenga la oportunidad de escucharlo en vivo, de cerrar los ojos y poderlo bailar. Quién sabe.
Abro la página de Dominik y lo primero que aparece es un ciervo, lo segundo: un zorro. No lo puedo creer, escucho Der Tanz der Gluehwuermchen como quien entra en trance, no puede existir tan hermosa canción.
Y por un momento, mis pies están descalzos, la tierra está mojada y hay olor a verano en el aire. Algo me toca la pierna y grito, salgo corriendo por un pasillo de árboles que cantan todos en el mismo sentido, acompañándome a mí. Sigo corriendo aunque ya no tenga miedo, sin dolor en la piel porque nada de lo que está en el suelo puede cortarme, ni ninguno de todos esos animales puede lastimarme. Sigo corriendo porque mis patas se vuelven livianas y flacas, y mi nariz que siempre fue larga, aunque parezca imposible, se alarga. Los colores de la noche se vuelven más fáciles y agudos, distingo el movimiento del pasto, escucho el camino de hormigas y puedo oler quién está enfrente de mí.
Corro porque mis costillas se clavan, corro porque lo hago bien. Tiemblo porque hace frío y es muy de noche, tengo la lengua larga, las orejas grandes y los ojos negros, casi tanto como mi piel.
Un zorro pasa delante de mí.
Me mira a los ojos sabiamente, como alguien que quisiera decirme algo, algo que no fuera domesticable.
Desaparece detrás de un árbol y escucho unas voces.
Me quedo quieta.
Conozco los peligros, lo puede atestiguar mi piel.
Una risa suena como campanas, suena como un abrazo, suena como todo lo que está bien.
Me acurruco detrás de un árbol, espío, necesito saber quién es.
Detrás de una cortina de luciérnagas, una mujer se ríe mientras junta ramitas en un bolso.
La observo en silencio. La analizo. La elijo.
Entonces, despacio y sabiendo que es lo correcto, me dejo ver.
Y basta solamente que su mano toque mi piel, para saber que la fuerza que me trajo hasta aquí sabía lo que hacia.
La naturaleza es sabia, los caminos jamás están equivocados, la tierra sabe lo que hace, solo hay que saber escucharla.
Gracias Dominik.
Gracias Bamba.