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Me quedé tirada.

Estaba de guardia y me activan un Ushuaia ida y vuelta. Antes de saber con qué tripulación iba, mi amiga, la más sexy de todas, me manda un mensaje diciendo MAÑANA SOMO LOSOTRA MAL.
Así empezó la aventura.
Me bañé, me puse el uniforme y bajé a Ade a hacer pis. Subí y desarmé el carry de la última posta, puse todo a lavar y cargué los manuales, la pinza, una bolsa de agua caliente, una taza con tés verdes, el delantal del servicio, los zapatos negros y sólo por si acaso, dos bombachas, una calza y una remera de manga larga.

Hicimos el primer tramo como correspondía, entre risas. Tres horas y media de vuelo que parecieron 40 minutos. A puro chiste en la cabina, los pasajeros estallados con nuestro show de stand up y nosotras encendidas a cada lado del carro, compitiendo con el galley trasero por ver quién era el mejor. Al bajarse un pasajero me felicita por la atención de las chicas de atrás. Ofendidísimas le decimos que no tuvo el lujo de ser atendido por nosotras que no sabe lo que se perdió.
Ushuaia, temperatura bajo cero y cumbres nevadas.
Embarcamos para volver, hicimos la demostración de seguridad en vivo y chequeamos la cabina, nos sentamos y empezó el rodaje.
De pronto, el avión quieto.
Minutos, minutos, minutos.
Suena el interphone.
“V. tenemos una novedad, volvemos al gate, tiene que subir mantenimiento.”
“Ok captain”.
Volvimos al gate. Subió mantenimiento. El chequeo duraría más de una hora así que desembarcamos a los pasajeros con todo su equipaje de mano. Cara de pocos amigos, pero entendieron que la seguridad es nuestra prioridad.
Eran las 16.30 y pasada una hora, seguían chequeando todo. Cerca de las 18 dijeron que necesitaban un ratito más. Pasadas las 19, lograron arreglar todo y embarcamos lo antes posible como para no correr el riesgo de lo que inevitablemente pasó. A las 19.55 nos vencimos por espera en el aeropuerto. Los pasajeros estaban sentados y esperando nuestro cierre de puertas, pero todos los apuros y los esfuerzos fueron en vano. Vencidos no podemos volar.
Se me hacía pedacitos el corazón de solo pensar que otra vez había que comunicarles que tenían que desembarcar, había nenes chiquitos y por supuesto, gente que viajaba por razones urgentes, casamientos, trabajos, juicios… todo nos lo hicieron saber con bastante enojo. Contuve las lágrimas porque no correspondía que fuera yo la que llorara, pero poniéndome en el lugar de ellos, era entendible la bronca y yo no puedo evitar sensibilizarme demasiado.
Lamentablemente, en esas circunstancias, todas las explicaciones que uno pueda dar no sirven para arreglar los líos en los que se mete el que tiene que llegar a un lugar y no llega. No pude más que pedir disculpas y derivarlos a la gente de tráfico.
Nos quedamos desanimados, agotados y en silencio, con el BOI triste y vacío, helado y vapuleado.
Tanto esfuerzo, tanto apuro, el personal de mantenimiento helándose metido ahí abajo, todos corriendo e intentando sacar adelante el vuelo… para nada.
Salimos del avión cerca de las 21.30 y con coraje, intentamos atravesar el aeropuerto, siendo aplaudidos irónicamente y comparados con Cavallo.
Nos sentimos un poco mal, debo decir. Pero a pesar de los resultados, supimos que hicimos lo posible. La aeronáutica tiene muchas variables, siempre lo digo. Meteorología, mantenimiento, problemas gremiales, legalidades… todas cosas que son imposibles de preveer.
No había transporte para nosotros y una persona de tráfico se ofreció a llevarnos hasta el hotel en su camioneta. Subimos uno a upa del otro y metimos los carrys atrás, arriba de los culopatín de los nenes.
Llegamos al hotel y decidimos encontrarnos tipo 22 en el restaurante para cenar.
Nadie tenía ropa salvo por mis calzas de dormir y mi remera de manga larga. Fui la envidia de la tripulación que vestía el uniforme y la cara de día muy largo.
Finalmente llegamos a la cama cerca de la medianoche.
Mensajes de “Me quedé tirada en Ushuaia/ podés darle de comer a los gatos?/ te quedás con Ade?/ perdoname que no estoy para lo que habíamos quedado esta noche/ hacele la comida al nene que no llego” salieron disparados de todos nuestros teléfonos. Imprevistos, los de siempre.
Por suerte todos entienden, todavía entienden, y entonces podemos descansar.

A la mañana siguiente pude observar todo nevado.
Es hermosa Ushuaia.
Desayunamos y vestidos como pudimos nos fuimos al supermercado “La Anónima” a comprar ropa.
Debo decir que, vestir nos vestimos, pero el origen de las telas de la ropa del sector mujer es bastante dudoso. Hay una tela llamada viscosa, 100% viscosa que le hace sentir a tu piel que hay algo que no está bien. Una extraño recorrido entre la alergia y el rechazo, tu piel se contrae y te dice que no, pero vos decis que sí y se acabó.
Parecíamos 6 desquiciados en un probador minúsculo, mostrándonos unos a otros los modelos que ibamos encontrando. Bombachas de 20 pesos, calzas azul eléctrico, jogging que resaltan caderas, zapatillitas de verano con cordones de papel de arroz, sweaters a favor del frío, remeras con estampados hipsters pero telas del averno y medias de toalla de hombre, gruesas, imposibles de lucir.
A pesar de eso, fue divertido.
La tripulación fue a comer al centro, por supuesto.
Yo no, por supuesto.
Sigo buscando la manera de la que gente me odie pero continúo sin lograrlo del todo.
Por la tarde nos confirmaron que volveríamos con el avión ferry, o sea vacío, al día siguiente cerca del mediodía.
Para las 17 horas ya me había mirado todos los CSI, NCIS, LAW and ORDER y CRIMINAL MINDS que mi mente soportaba y necesitaba ingerir alimentos.
Me vestí con la moda Anónima y me fui a caminar los 800 metros que me separaban de mi casa de modas.
Allí encontré una suprema de pollo que tenía mi nombre y un paquete de pebetes. También un alfajor que nunca comí (y permanece, una semana después, estallado en el fondo de una cartera) y un flan con crema que comí al 80%
Volví caminando con mis zapatillitas de camarera de merendero de ruta yanki que sirve café con su nombre en el delantal a cuadros y saqué fotos del cielo, de la nieve, de las montañas. Los autos que pasaban se daban cuenta de que yo no era de por ahí. Una tarada en una ruta nevada, clavando selfies de cara y montañas con una suprema y un flan en la mano y zapatillas de enfermera en pleno invierno.
Llegué a la habitación y me corté un dedo con el cuchillo de plástico porque no me canso de triunfar.
Me comí el sánguche deseando que de verdad no existieran esas cámaras en la habitación de los hoteles como a veces se comenta, porque se me caía comida por los costados y daba unos bocados enormes y se me quedaban los pedazos pegados a la cara y me sangraba un poco el dedo y se manchaba el pan.
Me dio asco ver el pan ensangrentado y lo cambié por otro que quedaba en la bolsa.
Dos capítulos más de NCIS y una sprite de litro y medio después, la más sexy vino a mi habitación en pijama y patas. Se metió una almohada dentro de la remera y me hacía pose de embarazada con cara de orto burlando a algunos contactos de facebook que están por explotar de tanta preñez. Lloramos de risa durante media hora. Quedó a comer con la tripulación en el restaurante de abajo y otra vez, dije que no, porque mi mala fama no se va a construir sola.
Me acosté a no dormir una buena cantidad de horas. Cerca de las 5 de la mañana, alguien tuvo la delicadeza de bajar o apagar la calefacción y mis mocos chorreantes cantaron hasta las 8, hora en que sonó el despertador.
Volví a calzarme las medias y el uniforme helado y bajé a desayunar.
Cuando estábamos a punto de subirnos al transporte, suena el teléfono.
“El avión sigue AOG permanezcan en el hotel”.

What?

De más está decir que todos se volvieron a la cama y yo a encender Axn.
Tres horas después estábamos listos.
Llegamos al aeropuerto y nos subimos al BOI, que nos esperaba impoluto, estoico y heroico.
Cerramos la puerta y lo ultrajamos todo lo humanamente posible.

Debo decirles que la intimidad, la proximidad y la sensación de ir con el avión vacío es algo digno de experimentar.
Tenemos tantos procedimientos, tantas reglas y normas… que volarlo descalzas, con el pelo suelto, comiendo acostadas como en el living de casa, eligiendo películas, sacando fotos por las ventanas, sirviendonos coca light y durmiendo con la cabina con todas las ventanas cerradas… es algo maravilloso y liberador.
Ni hablar del despegue en Ushuaia desde el cockpit, atravesar todo el canal celeste; el aterrizaje en Aeroparque viendo toda la pista aparecer de frente.
Fue un vuelo hermoso, lo disfruté como quien ama leer el diario en la cama el domingo con un café.
Me sentí en casa una vez más.
En el descenso, nos arreglamos el pelo, nos maquillamos, nos pusimos los zapatos, guardamos todas nuestras cosas, apagamos las luces y aterrizamos.

Llegué a mi casa dos días después de lo que esperaba. Las piedras de los gatos apestaban, Ade no estaba y el aire estaba extrañamente pesado, amenazando con granizo hasta dentro de mi habitación.
Me vestí, me subí a un colectivo y me fui a buscar a mi Ade, para meterme en la cama con ella, y poner todo en su lugar.

2 comentarios en “Me quedé tirada.

  1. Ushuaia tiene muchos lugares para andar en soledad, y otros negocios para poder vestirse si recurrir a la anónima (textil corea, imcofue, entre otros). Cuando quieras te los cuento…y los aterrizajes y despegues aquí son lo más!!!
    Saludos fueguinos!!!

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