Llevo años preparándome para ésta excursión.
Todo lo que pasó, pasó para que yo evolucionara y llegara a éste lugar en el que estoy hoy.
Me adentro en el bosque con mi equipo de objetos preciosos, con la mente clara y los objetivos bien puestos. No voy a parar hasta encontrarla.
Encontrar la piedra es el único motivo que me queda para ser feliz. Sé que la voy a encontrar.
Pasé semanas dentro del bosque. Pasé miedo por las noches, se mojó mi refugio, me atacaron animales, me quedé sin provisiones.
Estoy deteriorada y cansada, estoy lastimada y desganada, afligida, desmotivada, pero no vencida.
En cuanto amanezca, voy a salir una vez más.
Encontré varias piedras con las que pude haberme confundido, pero luego de analizarlas, supe que no eran la indicada, no eran la correcta.
Estuve a punto de retirarme después de mi pelea con el último animal que me atacó. Fui desangrándome desde el río hasta la base de un árbol cuyas raíces me sirvieron para descansar. Me vendé la herida con un pedazo de tela y miré el cielo recortado por las ramas espesas.
Me refregué los ojos, tenía la frente afiebrada, transpirada y pegajosa de sangre.
Me largué a llorar. Dónde diablos está la piedra? Grité sin escuchar mi eco, grité un grito de niña pequeña, sin coraje, sin fuerza, sin determinación.
Recogí mis cosas y volví por donde había venido. Me dí por vencida y decidí volver a casa y volver a empezar. Empezar de cero.
En el camino me perdí, con los ojos llenos de lágrimas y la lluvia goteando de mi pelo, todos los caminos se veían iguales, me perdí una y otra vez hasta caer rendida en el piso.
Antes de que anocheciera, algo me despertó. Un sonido, un animal, el viento, no lo sé.
Me levanté y me puse a andar, deseando que todo terminara de una vez.
Y entonces la vi.
La piedra.
Lloré de alegría, bailé a su alrededor, le canté al cielo y a la tierra, me reí con fuerza y ganas, mis heridas parecían no ser nada.
Allí estaba la piedra.
Podría reconocerla entre cientos de ellas, podría olerla con los ojos cerrados.
Era ella, estaba ahí.
La envolví en mi camisa y la llevé hasta un bello lugar. La puse donde no le daba el sol, donde no se mojaba, donde nada la podía dañar.
Me fui al río, me bañé, me peiné, limpié mis heridas, até mi pelo, acomodé mi ropa y volví a verla.
Allí estaba ella.
Caminé directo hacia donde se encontraba mi piedra.
Cerré los ojos con la seguridad de estar haciendo lo correcto, no frené la marcha, no me acobardé ante nada, mi piedra me esperaba.
En línea recta me dirigí hasta donde estaba y en cuánto mi pie logró tocarla, volví a tropezar con ella.