Posta en Chile.
Vamos juntas al shopping, yo necesitaba una minipymer, las chicas querían ir a Zara, y esta chica en particular, llamémosla PRIX, por ponerle un nombre, quería ir a casa ideas.
Para cuando llegamos a casa ideas, PRIX ya tenía 4 bolsas de colores, en una paseaba unas copas violetas de última moda como si fueran una canasta de flores. Se le rompieron. Pero TANTO ORTO tiene Prix, que fue al local con cara de gatito de shrek, y el vendedor embelesado se las cambió.
Yo hacía ya media hora que había terminado mis vueltas, ya tenía todo lo que necesitaba y me quería volver. Me pesaban las bolsas, me pesaban los ojos, me pesaba la panza con el combo full de kentucky fried chicken. En eso, entre las góndolas repletas de velas, la veo a Prix. Toda contenta, empujaba su carrito, con sus divinos 23 años, los pelos rubios atados en un rodete infernal bien arriba de su cabeza, y el culito atrapado en unas calcitas complot que le hacían temblar el ojo izquierdo al vendedor de cortinas.
Me acerco y le pregunto en qué anda.
“Estoy buscando un blackout, sabés donde están?”
Le señalo el pasillo y voy para otro lado, porque aunque yo también estaba buscando un blackout, me habían parecido caros y me habían dado paja. Pensé que en Buenos Aires podía conseguirlos en once y mandarlos a cortar.
Prix y su culito se van al sector de cortinas. La veo desaparecer.
Veinte minutos después voy a buscarla. Desde lejos podía ver los pirinchos rubios de su rodete adolescente y despeinado por encima de los rollos de tela. Apenas llego, con una mirada que me llevó un segundo, entendí la situación. El pobre pibe de las cortinas estaba siendo completamente abducido y manipulado por las calcitas de Prix, y estaba al borde del colapso.
“Ah, qué bueno que viniste” me dice ella.
El vendedor suspira, entre agotado y agradecido.
“De qué color te parece que compre el blackout?
“De qué color?” (aunque suelen ser blancos, habia observado que tenían naranjas y verdes, a tono con las cortinas)
“Si, de qué color el blackout?
“Bueno, depende del color de las cortinas”
“Yo no quiero cortinas, quiero blackout”
“Ah, querés solo el blackout, bueno, cortinas ya tenés… Pero de qué color tenés todo?
….
….
“Quiero blanco”
“Y entonces comprá blanco… Mirá acá hay blanco, hay naranja y hay verde, pero depende del color de tus cortinas…”
“Pero es que yo quiero blackout”
“Vas a poner el blackout solo sin cortinas?”
“Cómo va el blackout?”
“Como en los hoteles, Prix, el blackout atrás y la cortina adelante…”
“Ah”
Y mirando al vendedor que estaba hipnotizado con su culo, totalmente estático, sin percatarse de la conversación, ni de los minutos que pasaban, sino nada más de la redondez de ese culo… Le pregunta “¿Qué color tenés de ese?” señalándole una cortina que el joven sostiene en su mano, una cortina romana blanca con puntillas blancas y caladitos de flores en blanco.
A lo que el joven responde: “Lo tengo solo en blanco”.
Prix resopla como una niña, patea el piso con su borcego y me dice: “En blanco te gusta?”
Yo miro la cortina romana, blanca, calada, con florcitas… Y le pregunto… “Pero vos no querías un blackout?”
Ella asiente con la cabeza.
El joven vuelve al culo.
Yo miro la cortina calada y miro los blackouts que están al lado mío.
No entiendo bien.
No sé si el culo de Prix nos ha puesto pelotudos a todos, digo, a nivel Holding, o si está pasando algo raro. Algo de otra dimensión.
Quizás el combo full me tapó las arterias o quizás…
“Quiero un blackout” repite prix terminando su gesto en un semipuchero.
El vendedor esconde su virilidad detrás de la cortina calada que aún sigue sosteniendo mientras la mira agotado.
“Acá tenés un blackout, Prix.” digo yo alcanzándole un rollo blanco de nosecuántos metros, para ponerle fin a esta locura.
Ella lo mira al vendedor que concuerda conmigo, deshipnotizándose apenitas y diciendo que sí con la cabeza.
“Mmm esa tela no me gusta, es como plástica, qué fea. ”
“Y si, la tela de blackout es así, es medio fea” le digo yo, con toda la paciencia del mundo. Recuerden, me pesa el culo, me pesa la panza, me pesan los ojos, hace 5 horas estoy en el shopping, me quiero ir, tengo calor. Basta.
“Pero esa es blackout?”
El joven vendedor y yo decimos que sí.
“Me gusta más la otra tela” y empieza a tocar otras cortinas que aparecen por ahí, de algodón, de lino, mezclas tejidas. Todas estilo romanas.
De pronto me cae la ficha.
“Prix, qué es lo que estás buscando?”
“Un blackout, pero esa tela no me gusta”
“Vos sabés lo que es un blackout?”
Me mira.
Se hace un silencio.
El vendedor vuelve al culo.
“Un blackout es una cortina de plástico que se pone detrás de las cortinas de tela, que absorven la luz y oscurecen una habitación. Como en los hoteles.”
Prix me mira.
“Ah no, yo quiero de esas que caen” y me señala las romanas.
Por un momento siento que el pibe en vez de estar mirándole el culo para entrarle, le está calculando para meterle una patada y dejarla en la casa de la moneda.
Volvemos a empezar todo. Esta vez, buscando cortinas ROMANAS para la habitación de Prix. El asunto es que CADA VEZ que ella las nombra, les sigue diciendo blackout.
El vendedor le trae 4, 5 colores, de tres tamaños distintos y ella le dice “Estos son los únicos colores de blackout que tenés?” el vendedor me mira desahuciado, desesperado, después suspira levemente y le contesta: “Tengo uno color durazno en el sector de niños”
“Ay que bueno, me lo mostrás?” y mientras lo sigue hasta el sector de niños la escucho preguntar cuál es el color durazno, como una niña que está abriendo su paquete de topolín sorpresa.
Vuelve triste del sector niños, el color durazno también es feo.
Elige el verde.
Finalmente, Prix elige un BLACKOUT romano verde de algodón que no es blackout, pero al que ella llamará blackout toda la vida, sin importar por qué.
Lo paga y lo pasea por todo el shopping. Subimos a un auto y vamos al hotel.
Me llama a las dos horas.
El blackout no le entra en la valija.
Le pide permiso al jefe para llevarlo en la mano.
A la mañana siguiente, a las 4 de la mañana, baja al lobby del hotel vestida de azafata perfecta, con su carry on, su cartera, su valija grande, y los dos “blackout” de 0.90 centímetros atados con un moño hecho de bolsa de plástico a una manija de la maleta.
Así recorre todo el aeropuerto de Santiago. Tirando los blackouts al piso cada vez que se distrae, escondiéndolos de la mirada indiscreta de los viajeros, de la condena de los otros tripulantes, de las risas de los compañeros.
Finalmente, Prix, su culo y los blackout, llegan a Buenos Aires.