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Heaven is a place on earth with you.

(Pinche)
Esto es una trampa y no la estoy pudiendo evitar. No estoy esquivando los pozos, no estoy previendo el problema, no estoy juntando comidita para el invierno. Estoy cayendo en todas, todas, todas las trampas que hay.
Los demás proponen el juego, y yo compro fichitas de colores, inocente, boba. Me pongo en la largada con mi cara de tonta y sonrío con el balazo al aire.
Tiro los dados y siempre ganan los demás. Saco puros unos, no avanzo, voy última, voy a un ritmo único y personal que me deja sola y detrás. Pasan y me despeinan. No tengo velocidad, no tengo perspectiva, no tengo cuerda para llegar.

Caminé por una ruta con mucho verde de los dos lados. ¿Disculpe, qué ruta es ésta, señor? Los señores no responden. Soy mujer.
Sigo caminando, hace muchísimo calor. Mi casa y todas las casas están sin luz, nadie tiene un ventilador que alivie este peso, nadie tiene un juguito con hielo, nadie tiene amor en el sillón.
Más adelante, los árboles se abren un poco.  El sol se refleja en el metal.
He llegado.
Cruzo el pasto por debajo de los árboles, la sombra está linda y el viento es un regalo que no esperaba encontrar.
Todo lo verde se recorta por un cuadrado de cemento en el medio de la nada. 17 monstruos de metal yacen ahí. Aquí los han traído a morir.
Un cementerio de aviones, la tristeza más grande que se pueda divisar.
Turbinas caídas, planos cortados, faltantes, puertas colgando, ventanillas rotas, sin tren, sin cola, sin nariz. Sus órganos están tirados por ahí, pedazos de galley, de asientos, de chatarra metálica, de caños que no sé qué son.
Juliet se asoma tímido por entre los cadáveres, con miedo al contagio, con cara de respeto y horror.
Nos sentamos a la sombra a mirarlos.
Esto es la muerte, Juliét. Le digo.
No contesta.
Mi corazón se detiene, se acelera, se muere, se enferma, se estrella.

Esto es la muerte, mi amor.

Nuestra sesión de terapia se llevará a cabo en el cementerio de aviones, porque sí.
Porque yo digo.
Juliet se rie de mi oscuridad, le divierte el papel lúgubre, le asombra la tintura negra con la que pinto todos los arco iris que hay. Pero me acompaña, está a mi lado, se queda. Sabe que yo soy extremo y final, pero él se queda igual.
Evito mirarlo, me concentro en los muertos, en los descuartizados, en el dolor.

Caminamos hasta el viejo Jumbo. Necesito subir.
Lo miro desde abajo y soy una hormiga, le hago un walk around y acaricio sus trenes gastados y cargados de arañas. Los slats del Malo están desplegados, caídos, cansados.
Necesito una escalera para subir.
No hay escalera en el Fokker, no hay en los 37. No hay. No hay nada más que los pedazos de sus cuerpos desparramados.

A Juliet y a mí nos duele el corazón. En la religión del avión, ver aviones abandonados es lo más triste que hay. Es peor que la muerte, peor que estallar en el aire y desaparecer. Quedar abandonado, en desuso, roto, sucio, desgastado y maltratado por el tiempo y las tormentas;  nos provoca una puñalada clavada bien adentro. Insoportable la angustia de ver la muerte del metal, esa jubilación penosa e indigna, esa muerte que es suya pero es un poco nuestra, como si nos mostrara nuestra propia muerte, nuestro propio abandono, nuestro propio accidente fatal. Los miro y me duele el corazón.
¿Cómo explicar el dolor del corazón?
Se siente latir, se siente golpear fuerte, los ojos se nublan, aparece un mareo, unas náuseas, una incomodidad.
Estoy ante un verdadero espectáculo y no quiero mirar.
No puedo mirar más.
Lloro debajo del ala del Mike Lima Oscar. Juliet se aleja de allí.

Entonces empiezo a hablar.

“Todo se ha teñido de muertes, de desapariciones, de violencia, de malos entendidos, de falta de compasión.
Nos hemos vuelto asesinos despiadados, nos hemos vuelto profesionales del dolor. Nos alejamos y nos repelemos, nos maltratamos.
Barremos bajo la alfombra cuando no nos ven, gritamos desesperados palabras de odio porque buscamos amor.
Me he quedado sola.”
Algo me interrumpe.

Juliet trae un papamóvil destrozado en su 1R, viene arrastrando chapas y haciendo chispas.
“Paraaaaaaaá!!” Corro hacia donde está y me subo al camión. “No sé manejar esta cosa” Mi principal miedo es destrozarle toda la puerta a Juliét. Logramos desengancharlo y, como no tiene combustible, me empuja hasta la enorme puerta del Jumbo.
Me late todo el cuerpo, me transpiran las manos, me sangran los ojos, esto es un milagro. No sé si abrir o no. Jamás abrí una puerta desde afuera. La miro, la mido, la examino. Qué puede haber dentro? Qué puedo encontrar del otro lado? Cruzar esta puerta es entrar? O cruzarla es salir?
Abro la puerta con un ruido que me hace pensar que se va a desencajar, pero no ocurre.
Siento muchísimo miedo, más miedo que nunca en la vida.
Este es un paso que, de ser dado, cambiará todo, para siempre. No habrá vuelta atrás.
Entonces, en nombre de mi diablo, del For Bitching Only y toda mi curiosidad, decido entrar.
Está oscuro, está espeso, huele a cabaña del horror. Huele a como huelen las barricas de los campos de concentración. No veo absolutamente nada. No quiero usar la linterna, porque alumbrar pequeñas partes en el medio de una noche artificial me da terror, todo lo que no queda iluminado te está esperando al acecho sin que puedas verlo, y eso lo hace aún peor.
Juliet consigue conectar las Emer Lights. Respiro con agradecimiento y empiezo a caminar unos metros, muy despacio.
No puedo seguir.
Estoy paralizada por el miedo, por las cosas horrorosas que veo, por los destrozos, los faltantes, el vacío, el abandono, por su particular olor.
En la mitad de la cabina decido sentarme a llorar.
Jamás podré salir de ahí adentro, de esa destrucción, de este dolor, de esta muerte, de este maldito año asesino. No habrá 24 de diciembres, no habrá 31, no habrá 17, no habrá 14, no habrá 7, no habrá 13, no habrá nada, nada más. La vida es una trampa y yo he caído en ella, de una manera estrepitosa.
Juliet está con sus luces encendidas apuntando hacia mi ventana. Sonrío apenas, por esos amigos que aún alumbran tu oscura cabina, por esos que ponen música cuando el silencio te come, por los que te inspiran, que te acompañan, te esperan con un colchoncito cuando estás por caer.
Un frío me recorre la nuca, pienso que es una araña, una mosca y me pongo la mano atrás.
Tomo aire, cierro los ojos, y al abrirlos, una mujer está parada frente a mí.

Juliet, por favor, venime a buscar.
Pienso.
Y me quedo en silencio. Minutos que parecen horas. Ella mirándome a mí, yo mirándola a ella. Algo parece a punto de explotar. El silencio es absoluto, las Emer Lights titilan en un tono naranja enloquecedor. El olor putrefacto me atraviesa, el miedo me come los dos pies.
Quiero explicarle qué estoy haciendo ahí para que no se enoje, para que no se vengue, para que no despliegue su ira y me haga conocer las verdades que no estoy preparada para ver.
Solo consigo decirle entre mi llanto acongojado “Es que yo soy azafata”, a lo que ella responde “Yo también”.
Lloro aún más. Tengo el cuerpo petrificado, no puedo moverme, Juliet me mira desde afuera, prende y apaga, hace auto push back, avanza, despliega toboganes, pero nada puede hacer.
La mujer me mira con una calma y una seriedad que me atormentan; no entiendo qué es lo que pasa, o sí, pero no me lo creo. No puedo adivinar lo que pasará un segundo después, no puedo pensar en mi vida después de este momento, en mi vida mañana cuando me levante, en lo que haré después de hoy.
Entonces, la miro y le digo que me duele el corazón.
Y le digo que todos se han ido, que el tiempo pasa con púas, que me han enterrado viva, que ya no creo en el amor, que no entiendo qué tipo de persona soy, que no tengo nada, que me duele el dolor de los demás, que el espíritu se me ha hecho carne, que no puedo procrear, que solo encuentro calma en las letras, que los sueños me atormentan, que las lágrimas se han hecho mar, que necesito que me abracen, que estoy tan cansada, que tengo tanto miedo, que la vida es una trampa y que lo único que hago es llorar.

Lo que ella me responde, es mío. Es de ella, es de esa fila 17, es del té verde que me prepara con amor.
Me toma de la mano y mi llanto no me deja respirar. Me calma con técnicas etéreas, el olor nauseabundo desaparece, las luces se encienden, los asientos se acomodan, las ventanas se recomponen, la música suena.
La música suena.
Ella viste un uniforme hermoso, entrega servicios, sonríe, alza a un pequeñito que tiene meses de vida, alcanza copas, mantas, se ríe de un chiste, explica, tranquiliza, acompaña. Es hermosa.
Ése es su lugar.
Y todo lo demás, el abandono, la oscuridad, las arañas, el olor a muerte, los ruidos atemorizantes, no existen.
Ella hace un servicio con todo el lujo, ella resplandece en la época de oro del Lima Oscar, ellos vuelan juntos, viven en el cielo, han hecho del cielo su lugar.
Y la tierra no la puede tocar.

Me bajo tambaleando y con los ojos salidos de las órbitas.
Juliet se acerca y no deja de preguntarme ¿Qué pasó?
Con la mirada perdida atravieso el cementerio de aviones, en dirección al pasto.
Caminamos durante horas en silencio, yo con la vista puesta en ningún lugar y él con los ojos fijos en mí.

Finalmente me subo. Me siento. Lo abrazo.
Aquí es donde quiero estar, y aquí, mi amado Bravo Sierra Juliet, es donde me voy a quedar.
Cuando el amor me duela, cuando las personas mueran, cuando los olores me sofoquen, cuando el aire no se pueda respirar, cuando los conflictos me detengan, cuando me tropiece una y otra vez, cuando los toboganes no se inflen, cuando nadie me apoye, cuando mis chistes ya no causen gracia, y yo haya pasado de moda, cuando mi sordera no me permita escuchar las turbinas, las canciones, tus palabras… cuando hayan desaparecido todas las personas, cuando nada tenga sentido, cuando se apague la luz.

Ya sé donde quiero estar.

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Mauer

Lo que siento es que nos han ganado. Que nos hemos dejado ganar, que hemos bajado los brazos, que hemos caído en la trampa, que nos hemos descuidado.
Teníamos todas las fuerzas alrededor nuestro, golpeando con troncos y cañones, esperando encontrar la falla para poder entrar. Eramos un fuerte con su portón de madera y sus altas torres custodiado desde adentro por nuestras propias espaldas, siendo manejados por los titiriteros de nuestro castillo; aquellos quienes jugaban con nuestras mentes y nos hacían creer que estábamos pensando por nosotros mismos cuando en realidad estábamos siendo manipulados para reaccionar.
Y salió excelente.
Aplausos.
Me enorgullezco de haber sido manejada por la corporación. ¿Por qué? Porque es lo que la corporación debe hacer!  Son profesionales, estudiosos, gente con recursos: ellos están ese lugar porque nosotros estamos en este. Ellos están para hacer, deshacer, ingeniárselas y apagar los incendios. Se les paga para eso. Y nosotros remamos, transpiramos, derretimos el metal. La rueda funciona perfectamente cuando todo está en su lugar.
Cuando los vikingos nos atacaron, ellos se juntaron y trazaron la estrategia. La estrategia fuimos nosotros. Y nosotros jugamos ciegamente nuestro papel. YO JUGUÉ CIEGAMENTE MI PAPEL. Orgullosa de ser dirigida y conducida de la manera correcta, sin daños colaterales, sin mácula.
En mi hormiguero se respiraba un aire denso y sofocador. Hacia calor, estábamos cansados y no veíamos bien. Pero fue bueno vernos entre nosotros, fue bueno saber quién estaba ahí al lado cuando lo necesitábamos, fue bueno reconocerse en el otro, ser uno, poder identificarse con el desconocido, y sobre todo, el reconocimiento: los 15 minutos de palmada en la espalda. Gracias, lo hicieron bien.

Pero pasó la noche y con el primer sol de la mañana, el cansancio volvió.
¿Qué genera cansancio?
No ver la luz.
No ver hacia adelante.
Pensar que mañana, éste lugar por el que se luchó puede ser de otra persona, o puede ni siquiera existir.
Sentir que lo que se entrega no está balanceado con lo que se recibe.
La inseguridad, la incomodidad, no sentirse valorado, respetado, querido. (si, querido)

Nos levantamos agotados y con tierra en los ojos, el aire de la desilusión es más contagioso que la viruela.
Juro por estas dos alas que me sustentan que lo intenté, jugué todos los juegos que me propusieron, lustré mis caretas, planché mis vestidos de fiesta, blanqueé mis dientes para brillar al sonreír.
Pero el virus zombie también me llegó, me cansé, me dio sueño, me dio miedo, me dio hambre, me dieron ganas de que alguien me abrazara a mi también.
Y entonces dije basta, y al hacerlo, el cielo se oscureció.
Ayer, gloria. Hoy, escoria.
Se siente tan mal. Tan triste, tan vacío, tan difícil.
Miro los ojos que me rodean, están siendo infectados también.
Paremos! Paremos! Busquen la vacuna, el antídoto! Estamos enfermos de desmotivación!
Acaso no lo ven! Dejen de inyectarnos letras cargadas de la tinta del terror. Trabajen en el laboratorio de la manipulación, dígannos algo que nos haga feliz, busquen una mentira que funcione en nuestras enterradas mentes, hurguen con sus diplomas de excelencia en lo podrido y desesperado de nuestra mediocridad.
USTEDES DEBERÍAN SABER.
No nosotros.
Nosotros no.
Nosotros somos lo más bajo de la pirámide, nosotros acatamos sus mil cambios por escrito dos veces al mes, nosotros leemos lo que ustedes escriben, pronunciamos sus palabras, vestimos sus banderas, sonreímos sus ganancias, festejamos sus fiestas patrias. Nosotros somos su reflejo, somos su versión robot.
Nosotros no pensamos, no decidimos, no somos dueños de nada.
Y no tenemos adónde ir.
Para bien o para mal, no tenemos adónde ir.
Y ustedes lo saben.
Nosotros somos su Lumpen.

Lloro porque le abrimos la puerta a los demonios, todos, ustedes y nosotros, nos hemos dejado ganar.
¿Echarnos culpas? De nada servirá. Nosotros bajamos los brazos y ustedes nos ayudaron a hacerlo. Nosotros decidimos decirle basta a todo y ustedes dejaron de pensar.

Volví de un Bariloche Bahía demorado y llegué a casa, abracé a la perra y me saqué el uniforme.
Me agarré el dedo con la puerta del placard y me acosté en la cama a llorar, media hora.
¿El dedo?
No.
Los demonios.
El enemigo.
Las energías.
La maldad. La codicia. Los bandos. El poder. La avaricia.
¿Las personas?
Desaparecidas. Olvidadas.
Enfrentadas.
Lloré por nuestro saqueo interno, por la cadena rota, por la desilusión.
Por aquellos que brindaban cuando yo sentía que no había nada que festejar.
Por el terrible cambio, por la involución.
Por las amenazas, por sentirse afuera, por nuestra propia mediocridad.
Por no haber visto quiénes se divertirían con esta desunión.
Quiénes bailarían sobre el cajón de Fort.

Nos hemos dejado ganar.
Han ganado, los felicito. INVISIBLES DEL PODER.
Estamos enfrentados, estamos tristes, estamos divididos. Nos criticamos, nos ninguneamos, nos enojamos con el que está del otro lado del palier.
Los hemos dejado entrar, descuidamos el fuerte y están comiendo en nuestras mesas, vistiendo nuestra ropa, acariciando a nuestras mascotas.
¿Dónde están? En todos lados, esperándonos caer.
¿Vamos a caer?

No lo puedo responder.

La desmotivación es la madre de los fracasados. ¿La ponemos de acompañante anual o la echamos de nuestro avión?
Ustedes dirán lo que quieren hacer. Ustedes decidirán QUIÉNES QUIEREN SER.
Mientras tanto, yo elijo que la prioridad sea esa señora que me cuenta por qué está viajando, el nene que moja sus ojos cuando entra a la cabina por primera vez, el trajeado que sólo quiere dormir, el aerotrastornado sacándole fotos a la alfombra para compararla con la de otra matrícula, el viejito que no camina, el turista rubio que me pide perdón por vomitar, el que se hace el que apagó el teléfono y está chateando, el que se saca los zapatos en la salida de emergencia, la que no sabe tirar el botón.
Ellos, son todo.
A ellos los elijo yo.
Y ustedes, los del FBO, elijan dónde quieren estar, abran los ojos, no se dejen engañar.
Y ustedes, los de la parte alta de la pirámide: aquí estamos nosotros, los de la parte baja, secándonos las lágrimas unos a otros, aunque ustedes piensen que no. Utilicemos la tecnología para palabras que reconforten a aquellos que hace unos meses dejaron la garganta abierta en la tapa de los diarios, no la utilicemos para desmotivar.
No necesitamos escuchar ni una vez más la palabra continuidad.