Heme aquí, desayunando en el Sheraton Lima Convention Center. Finalmente, luego de una larga espera de 9 meses, tachando los días en la pared de arriba de mi cama, estoy en Lima. En realidad estoy en Lima desde antes de las 12 del mediodía de ayer pero, el asunto de haber estado sin valija me ha desconcertado un poco. Les gustaría que comience por el principio? Cómo no…
La gente nos pregunta qué tiene de bueno venir a Lima. Nos avergüenza hablar solamente de los beneficios microeconómicos y consumistas, entonces hablamos de que es una ciudad hermosa, nos avergüenza hablar de que nos encanta hospedarnos en el Sheraton así que decimos que es una ciudad hermosa, nos da vergüenza aceptar que queremos que nos laven el uniforme, entonces… Qué hermosa ciudad por el amor de Diossss!!
Ahora, fuera de joda, Lima es un lugar hermoso. La recorrí poco, pero tengo especial debilidad por el aire marino de las ciudades, y específicamente acá, me matan los cactus altos que andan por todos lados, las casas de colores, el ají de pollo y los taxistas enajenados, egresados todos de la escuela de taxi driver, jugando en las autopistas a ver quién le pasa más cerca y más rápido al otro sin volarle el espejo retrovisor.
Dicho esto y sin un ápice de pudor, he decidido que las almohadas del Sheraton Lima Convention Center son las mejores del mundo. Ya podría no tener sala de convenciones y llamarse Almohadeishon Center que a mí me daría lo mismo. Ubicado a cuatro escasas y poco amables cuadras de polvos azules, el paraíso de la truchada que no se nota, y a dos pasos de un patio de comidas del copón, este hotel se ha transformado en los sueños húmedos de muchos de nosotros. Después tenemos cosas como el ceviche, que me da muchísima impresión, el pisco y, claro está, el revoltijo, el nombre en clave para el local llamado “la quinta”. De los palitos de queso de la crew room prefiero no hablar, llevo 4 visitas a la habitación 461 y parece ser que nuestros compañeros tripulantes de otra empresa extranjera han arrasado con ellos. Me acerco al plato y con los ojos llenos de lágrimas me paro frente a él para encontrarlo vacío, deslizandole mi dedo babeado , tratando de que se peguen algunas migas, me levo el dedo a la boca en un espasmo de placer y me retiro odiando silenciosamente y saludando, adiós, adiós, buen día, que tengan buen vuelo la reconcha puta madre que los parió, un año esperando para que ustedes lechonas de cuarta se coman todos los palitos de queso, pero por qué no se hacen coger por un toro en celo y les sonrío con los ojos achinaditos y salgo de la 461 apurando el paso hacia el ascensor.
Ah si, el principio.
Preparo la valija la noche anterior. En Lima hace calor asi que un solo jean, dos, tres bombachas, un corpiño, tres remeras, un saquito, el traje de baño, unas zapatillas, un vestidito… Abro el carry, perfume, ipad, cremas, cepillo de dientes… Ah cierto! Voy de traslado… Entonces llevo el uniforme en la valija grande, con la pinza, el delantal, los zapatos… Y ahí empieza el tetris, esto acá, esto allá, listo, cierro todo. Me acuesto a dormir unas cuatro hermosas horas. Me despierto, me baño, le doy de comer a los culinitos y dudo… Podré llevar el ipad… No estoy segura si me lo dejan entrar, asi que lo saco. Lo reemplazo por la cámara de fotos y aprovecho para meter unas ojotas. Cierro, bajo, me voy.
Llego al aeropuerto, despacho la valija, me voy a la sala de embarque, embarco, me hacen UPG, me siento al lado de un chino. A partir de ahora: mi marido. Comemos rico, mi marido elige fiambres y yo omelette, le estoy a punto de pedir que me de a probar el quesito, pero su español no es muy bueno, así que mejor no. Él no necesita documentación, está en tránsito. No le interesa el entretenimiento a bordo ni los auriculares, se saca los zapatitos, se pone full flat y se tapa con la mantita. Dormí mi vida, te despierto en el descenso. Yo me saco las chatitas me clavo las medias azulinas del amenity, me tapo, me acomodo y empieza la peli de amor y muerte que me va a hacer llorar medio vuelo. Termina la peli y tengo sueño, pero antes de dormirme me doy cuenta de que me estoy haciendo pis. Mi marido está full flat, está jodido para pasar. Me pongo las chatitas arriba de las medias gruesas, y levanto la pierna a lo nadia comanecci, cuando lo escucho dar un ronquido tipo serrucho que casi me hace caer de la risa. Voy al baño, saludo a las chicas en el galley, hablamos de mi marido, les cuento que le voy a pedir en la escala que la próxima vez, use las banditas esas en la naríz, y vuelvo al asiento. El duerme, yo también.
Llegamos a Lima, mi marido me baja el carry del overhead, que primor, gracias le digo bajando la cabeza así muy arigato gozaimasu.
No nos vemos más, adiós, farewell. Entramos a Lima, al fin!!!! Vamos a buscar las valijas… La verdad es que ustedes saben que yo soy de explayarme mucho, todo lo cuento con mucho detalle y mucha emperifollación, así que voy a tratar de resumir esto de la mejor manera posible.
Mi valija no estaba.
Básicamente me dijeron, no está, no va a estar y cuando esté te la vamos a enviar así que no me rompas las pelotas y andate al hotel.
Con carita del gatito de shrek me fuí al hotel, vestida de negro tx, atrayendo todos los rayos de sol peruano posibles, habidos y por haber y con la derrota a cuestas, sintiéndome muy idiota por haber combinado las remeritas con las zapatillas la noche anterior, siendo que nunca llegaré a usarlas.
Llegué al sheraton con dos cosas en la cabeza, dos cosas que se me habían revelado durante el traslado endemoniado entre taxistas poseídos por Vin Diesel, esas dos cosas eran:
1- me voy a comer absolutamente todo lo que se me ponga adelante
2-me voy a destrozar el viático hasta que a alguien le queme la piel como la marca de Voldemort a los mortífagos, va a temblar salguero, va a temblar toda la jefatura, se van a reunir en un comité de emergencia, van a largar circulares… Pero pase lo que pase, de este viático no vuelve ni un dólar.
Abrí el carry y encontré las ojotas. Esos son los momentos en los que realmente creo que hay una fuerza suprema que te ayuda, dándote indicios, en forma de intuición, indicios que a veces estamos demasiado ocupados para seguir… Bendito el momento en el que metí las hawaianas en el carry. Eran todo lo que necesitaba. Agarré el ipod y el libro y me fuí al patio de comidas de al lado. Me metí en el kentucky fried chicken y ajusticié a mi estómago por tantos años de gastritis erosiva en mi época de trabajar en el Unicenter.Victoriosa, levanté la bandeja, la vacié en el tachito contenedor y me metí en el supermercado. Me gasté 150 pesos en panqueques, pochoclos de microondas y pingüinitos marinela. Dejé las bolsas en la habitación y nos fuimos a polvos azules a ver qué nos deparaba el destino.
Polvos es polvos, para qué entrar en detalles. Polvos tiene la capacidad de imantarte hacia adentro y eyectarte hacia afuera con la misma facilidad. Son directamente proporcionales las ganas de comprarte remeras, camisas y películas, a las ganas de dejar de escuchar iévalo amiguita iévalo y qué buscas amiga, politus, politus. Es un acoso profesional, es admirable la energía que poseen, lo incansable de su actitud… Hubiera sido imposible para mí en aquella época de vendedora, lograr convencer a la gente de la manera que ellos me convencen a mí. Así que salimos de ahí adentro con Películas de terror que jamás miraré, y la promesa de hacer un movie shower en buenos aires, donde todos los tripulantes nos juntamos con nuestras películas ya vistas y las cambiamos por las que llevaron los otros que no vimos. Volvemos al hotel, dejamos las bolsas y nos tomamos el micro gratis del hotel a Miraflores. Mi celular está muerto, porque el cargador está en la valija. Sigo con pantalón negro y remera negra de tx, pero con mis frescas ojotas, mostrándole a todo Lima que mis dedos no sufren su calor.
Consigo mi anillo favorito, el de los waruwarus, warirus, o no sé como se llaman esas semillitas rojas tan hermosas que tienen en todos lados.
Un mcdonald’s rápido y nos vamos a la quinta a revolver los piletones.
Sería inmoral hablar de números. Con la frente al piso, volví al hotel antes de empeñar el culo para pagar remeras de abercrombie.
Llegué muerta de hambre, mi valija no estaba. No solo me había gastado el viático sino que me había gastado por anticipado los gastos de representación y el bono de atecepea por mi cumpleaños del año que viene. Decidí que debía comer una vez más, para olvidar claro.
Fuí a pizza hut, pedí una americana de esas que tienen pedazos de carne encima, bien inmunda y me la llevé a la cama. Cuando atravesaba el lobby en ojotas y un vestido raído, arrugado, mugriento y probado por cientos de miles de personas adquirido en el revoltijo recientemente, con el pelo bastante usado atado con un gancho y unas ojeras prominentes, con la caja de pizza en una mano y el vaso de coca adentro de un sobre de papel madera en la otra… Por entre las elegantes señoras maquilladísimas como para el baile inaugural del titanic, veo mi valija.
Ahí estaba, la pobre infeliz, sola. Encaro para el botones y le explico que yo, aunque no parezca, soy la dueña de la valija. Me mira de arriba a abajo, casi casi queriéndome él darme la propina a mí con una palmadita en la espalda, pero me dice que sí, que muy bien y me la llevo.
10 pm. Ya no tengo tiempo de cambiarme tres veces la bombacha, así que, vamos, ni me la cambio. Me acuesto en la cama con mi pizza, mi coca, el control remoto y la valija abierta, que con sus ojos color samsonite contempla las miles de bolsas y se hace la disimulada, sabiendo que yo sé que llegó en el momento justo, para rescatarme, para albergar todos esos panqueques y esas películas sin menú, los vestidos agujereados de rapsodia y los regalos de cumpleaños que voy a zafar de acá a fin de año.
Me morfo media pizza mirando a Maru Botana que cocina en el campo con Bernie su marido y los diez mil pendejos, me duermo. El programa es un embole mal, de lo peor que he visto, pero pasa la receta de una ensalada copada y me levanto y la anoto.
Ahí caigo de que por más que mucha Creamfields, mucho Paul van Dyk, tengo 31 años y anoto recetas de ensaladas mientras me hago la pendeja comiendo una pizza hut en el sheraton de Lima.
Llamo a una compañera, le ofrezco la media pizza que me quedó, la pasa a buscar, me acuesto vestida, me duermo.
Mientras tanto, empiezo a fabricar, en mis sueños…el dulce placer de volver a Lima una vez más.