La ida y la vuelta de este viaje… pensé que iba a ser sencillo.
Si, de verdad pensé que ya lo tenía resuelto, que ya lo había entendido.
Hace unos cuantos años, decidí dejar de involucrar todo el corazón. Decidí preservarlo, no entregarlo, no comprometerme del todo.
Dejé un lugarcito reservado únicamente para mí, de esa manera, podía estar a salvo. Ese lugar no sería compartido ni discutido, no sería conocido, no sería comentado, no sería ni elegido ni rechazado, sería, sencillamente, mío. Fue guardado en una cajita y escondido en un placard.
Un día cerca de las 11 de la mañana sonó el teléfono.
Alguien me avisaba que en un rato me pasaría a buscar un avión.
“Deben estar bromeando” dije yo. El avión es para niñas altas y rubias, es para señoritas que miden de piernas lo mismo que yo mido entera. A ellas les pesa el cuerpo lo que a mi mis dos brazos, ellas usan cremas con perfume y se depilan cada quince días, siempre en el mismo lugar, ese mismo al que van sus madres, con turno, los martes. Ellas lloran porque se les rompen las uñas, compran siameses, reciben regalos todos sus cumpleaños de parte de su papá, que, en efecto, aún recuerda la fecha de su cumpleaños año tras año. “Deben estar bromeando”.
Pero no, no lo hacían.
Y el Sierra Juliet vino por mí.
Desde entonces, pude verlo desde adentro. Pude recorrerlo sin timidez, pude encender sus luces, correr sus cortinas, abrir sus carros, cerrar sus puertas. Pude sentir su olor.
Pero hoy, honestamente, rara vez siento olor a avión.
Será que lo tengo en la piel, serán esas partículas las que traigo pegadas como polvo de estrellas cuando entro a casa, será ese el motivo por el que mis gatos me huelen de manera extraña.
Honestamente, ya no me mareo, ya no me resfrío, ya ni siquiera presurizo.
Soy un astronauta. Floto, pertenezco, soy.
Cuántos años van? Van cuatro. Dirían todos aquellos que llevan diez, doce, quince años que qué cosa puedo saber yo. Nada. No sé nada. No me comparo, no me interesa, no lo sé.
Mi adn se ha transformado. Me corre fuel por las venas, y cuando termino de comer, pido la boleta de combustible, cierro mi puerta y me voy.
Ya no necesito atarme en las turbulencias, no puedo golpearme, no puedo caer.
Cómo ocurrió esto?
Ocurrió precisamente porque pensé que todo era una gran broma, que era un sueño de esos en los que te regalan muchísimas cosas hermosas y que te dejan vacío al despertar. Yo estaba segura de que en algún momento iba a despertar, entonces, decidí romper el esquema, decidí no ser ni la rubia, ni la alta, ni la flaca, ni la linda… decidí subir todos estos tatuajes al Ángel y traerme conmigo mi cajita secreta. Una vez adentro, bien arriba y estando sola en el galley abrí la tapa y lo dejé salir.
Al principio se resistió, se tomó de los extremos de la caja queriendo permanecer dentro… pero poco a poco… se dejó envolver.
Esa parte de mí supo respirar el oxígeno artificial, esa parte que no conocía otro ser humano, que nunca había hablado, que no sabía reír… flotó, dio vueltas en el aire, tocó las nubes, vio salir el sol. Esa partecita que se escondía en una esquina de una caja en el fondo de un placard, supo lo que era la libertad y ya no quiso volver atrás.
Este relato habla del cambio. Habla del insoportable dolor que representa ser uno mismo. Duele como un pinchazo en la médula, duele como estocada en el corazón. Pero mi partecita se fue haciendo más grande, se fue volviendo más fuerte, se fue transformando más y más, y hoy no juega los juegos de los otros, hoy no pide permiso ni perdón, hoy cuando quiere reír, ríe y cuando toca llorar, llora.
Hoy, esta partecita, vuela por amor y no por evasión.
Aprendí.
Aprendí a mirar a los ojos sin miedo, aprendí a tomar las manos de desconocidos, a levantar un animal de la calle sin temor a ser mordida, a ofrecer todo lo que tengo a cambio de la paz. Mi paz.
Hoy subo al avión y lo saludo, lo acaricio, lo cuido, lo preservo. Me ha dado tanto. No sé ni cómo pasó.
No sé en qué momento pasó.
Hace cuatro años construí este Blog.
Lo hice con la idea de contar algunas experiencias tontas de mis primeros vuelos, aprovechar para escribir, para que alguno que otro me leyera, para leerme a mí misma y para no olvidar.
Pero mientras lo construía no tenía idea que él me construiría a mí. Que ustedes, que lo leen, lo comentan, que me escriben, que me piden, me comparten… podían sentir algo de todo lo que siento yo.
Y con cada entrada, me dí cuenta de que todos somos mucho más parecidos de lo que creemos; y que no nos permitimos darnos cuenta de que le tememos a lo mismo y que nos alegramos por las mismas pavadas, nos comportamos de igual manera cuando estamos asustados, confundidos, alegres o divertidos.
Hoy, honestamente, rara vez siento olor a avión.
Aquellos que hayan volado me habrán escuchado decir alguna vez apenas subir la escalera: “Qué olor a avión” y si lo hicieron, estuvieron ante una de esas pocas situaciones en las que pude abstraerme.
Generalmente, ese olor, es una parte de mí; como hoy esta siendo, poco a poco, con cada línea que lees y cada entrada que buscás, una parte de vos. Si, vos: que quizás seas como yo, o quizás seas rubia y hermosa, quizás peses lo que mi espíritu, quizás tu papá te regale celulares y tu mamá te lleve a la misma peluquería que ella, quizás te cocinaron hasta los 23, quizás no sabés más que reír y reir… aunque todo eso no importe, porque yo no estoy para comparar… estoy para decirte que hay una cajita en tu placard que deberías traer a mi vuelo.
En algún momento te dejo sola en el galley, y cuando estés bien arriba, fijate qué podés hacer.