Café Remis Paris

Buenas, otra vez.

Aquí estamos, frente a frente una vez más. Por algún motivo han vuelto a confiar en mi escritura para llevarlos a algún lugar al que creen necesario ir. Y yo, con el ego en las nubes, empiezo este libro por el principio, hablándole directamente a ustedes y esperando que otra vez me acepten y me tengan piedad. Parece ser que la última vez fueron benévolos con un libro que yo hoy, no quiero decir detesto, pero detesto bastante. 512 hojas tuvo el libro vulgar. Larguísimo, al pedo. Un libro que podría haber sido un mail.

El objetivo de “Café Remís París” es sintetizar un poco todo. Ir un poco más al hueso sin la necesidad de ser ni tan extensos ni tan vulgares. Podré dejar de ser vulgar? Como les digo, este libro aún no está escrito, por lo que no sé si lograré mi cometido.

Vamos donde lo dejamos.

Corría el añ0 2015 y yo fui a una imprenta que me recomendaron. Un señor llamado Fabián me tuvo más paciencia que muchos novios y me mostró el gramaje del papel y los distintos tipos de solapa. El FBO salió, se vendieron 800 copias,  me guardé dos para mí, lo subí a Amazon para Kindle y fin de la historia.

En el 2016 me enamoré de nuevo. En el 2017 conviví, en el 2018 me enteré que no podríamos tener hijos, en el 2019 quedé embarazada por medio de fiv, en el 2020 vino la pandemia y nos echaron del trabajo. A comienzos del 2021 estaba ya viviendo en el campo con novio, hijo, perros, gatos y sin trabajo. En ese exacto momento en el que parecía que me estaba calmando, empecé a soñar con aviones.

Qué soñaba? Pues claro, me subía a un avión y no tenía valija o uniforme. No tenía habilitación para dicho avión ni conocía la ubicación del equipo de emergencia. Me encontraba en galleys con compañeros tristes. Los aviones no despegaban. Algunas veces, los vuelos salían perfectos y la pesadilla no era el sueño sino el despertar. Mi vida se veía instagrammable, verdes campos detrás de un niño aprendiendo a caminar entre perros y vacas. La madre, ojerosa y con remeras chorreantes… se empezaba a sentir vacía. En ese momento empezaron las discusiones, mediados del 2021. Que para qué nos vinimos? Que para qué nos mudamos? Que ahora querés volver a capital para volar? Y yo sin poder responder, llorando, un poco avergonzada de sentirme vacía teniendo tanto.

El Bravo Sierra Juliet, mi avión estrella, fue repatriado y repintado. LV-BSJ pasó a llamarse CC-COD y yo empecé a sentirme abandonada. Una historia de amor con un avión? Si, cuando creo que no pude haber sido más cursi, recuerdo que mis escritos giraban alrededor de lo que provocaba el A320 más hecho percha de toda la flota de la aerolínea que me pagó el sueldo durante 12 años y me rompió el corazón en 2 meses.

Con el BSJ en Chile y yo en el medio del campo… se me perdía la mirada en el horizonte y se me nublaba la vista. Intentaba disimularlo y adelantar proyectos copados con fines económicos, pero miraba los aviones de reojo y me indignaba con la vida aerońautica ajena. Incluso llegué a enojarme con los 3 o 4 que me aseguraron que yo volvería a volar. Con los que me aconsejaron que probara en tal lugar. Pff que infame fui.

Para la primavera del 21 decidí dar un salto al vacío en un pileta que desde mi lugar no se veía si tenía dos gotas.

Resulta que las tenía y en Diciembre del 21 hice mi primer vuelo privado en un B787.

Me fui de casa menos de una semana, mientras aún amamantaba, a atender un avión de lujo cargado de gente cuyo precio en bolsa era más caro que el mismo avión. algo así como el culo asegurado de Jennifer López. No estuve nerviosa ni con dudas. En cuanto me paré adelante de la puerta del avión, nuevo para mí, descubrí que nada ahí arriba representaba un misterio. Una puerta es una puerta. Un baño es un baño. Sonreir, hacer la comida, servirla, estar atenta, ser amable, mirar los detalles, no mucho más. Llegué al hotel en Arabia Saudita unas 24 horas después de haber salido de casa. Tenía mastitis, me subió fiebre y no pude salir del cuarto. Mientras mis compañeros salían a pasear, comer, conocer… yo lloraba en el baño, entre paños fríos, ibuprofeno y videollamadas. Mi niño tenia pasados los 2 años y tuve que tomar la primera decisión culposa de mi maternidad: soy capaz de destetarlo antes del tiempo que creí conveniente solo por trabajar? Por el avión? Por irme? Qué tan de capricornio se puede ser? Evidentemente, mucho. En 6 meses, mi perfectamente sano y bien crecido hijo de 3 años tomó la teta por última vez y entendió que para mí era importante que se terminara esa etapa, aunque para él aún no era el momento. Decidí que ya era suficiente pero él lo sufrió. Y entonces, en ESA madre me empecé a transformar. La madre culpa.

Mis vuelos empezaron espaciados. Cada seis meses, una vez por año. Luego apareció otra empresa, un pequeño Falcon de menos de 10 pasajeros. Wow. Dije que sí inmediatamente y anduvimos juntos de acá para allá, conociendo una aviación nueva, glamourosa y dedicada.

Mientras tanto, en casa, a veces peleas, reclamos, culpa.

Creo que no pasé una sola posta en estos 4 años sin llorar. Qué barbaridad. Yo la que se comía el mundo, la que persiguía a los chorros por la calle hasta que los atropellaba el 152, tan débil y tan entregada. En eso me transformó la maternidad. Antes, me vestía con dos trapos y salía a la calle con mi perfume y mis 15 pesos. Me metía en El Dorado y aprendía a bailar como la Baronesa Ditra al ritmo de Juan Pryor. Cruzaba Rodríguez Peña con una boa blanca y negra en el cuello, se usaba en esa época, y me metía en Café Remís París a apender de la libertad. Miraba a todos esos personajes que iban y venían puestos de tragos y polvos. Se reían de todo un mundo que yo desconocía pero admiraba. Era chiquita y quería saber cómo era el mundo de los grandes. Quería entender la diversión y el amor. Saber cómo era ser la elegida de alguien. Saber cómo era elegir algo. Que nadie elija por vos. Que no te digan lo que tenés que hacer. Eso era Café Remís París. Eso era El Morocco. Eso era escuchar Pulp. Eso empezaron a ser los aviones. Las ciudades nuevas, empezar a viajar y conocer lugares lejanos. Caminar sola por calles oscuras a los 19 años. Empezar a escribir. Empezar a elegir a los hombres a mi lado. Conocer qué cosas les gustaban de mí. Conocerme a mí a través de ellos. Descubrir mis verdades, mis límites. Mi libertad.

Eso es Café Remís París. Mi libertad. Esa libertad por la que peleé siempre y por la que peleo todos los días. Esa libertad que se siente amenazada por mis propios miedos. Si siguen ahí? Claro. No se fueron con los años, con los aviones chilenos, con la pandemia. En el momento justo en el que el obstetra me atravesó el abdomen con un cuchillo, los liberó. Como un genio que sale de la lámpara, me miraron desde el techo de la sala de operaciones. Los vi mirándome burlones mientras me cosían las capas y alguien me traía a mi niñito hasta la cara. Con los brazos colgando y el cuerpo totalmente dormido, saben lo que hice? Me apoyaron a mi hijo contra mi cara y lo lamí. Le dí unos besos de perro extrañísimos y le dije la primera palabra más terrible que uno le puede decir a un hijo al nacer.

“Perdón.” Me largué a llorar y le repetí Perdón, mi amor, perdón. Hola amor, hola hijo, perdón, perdóname, perdón.

Saben por qué? Porque no pude parir. Porque quería parir sin medicinas ni intervenciones. Porque quería ayudarlo a que su llegada en este mundo fuera natural, con una mamá con fuerzas que supiera lo que estuviera haciendo. Pero no pude, mi cuerpo decidió que era suficiente después de 48 horas de contracciones y le pedí al médico que ayudara a mi hijo a nacer porque estaba empezando a sentir que algo iba mal. Desde el techo de la sala, las risas rebotaban. Mi hijo se fue con su padre y yo quedé ahí, un envase inútil, cosida, dolorida, abatida.

“Cómo le ponemos a esta?” Dijeron.

“Le pondremos Mamá culpa.”

Y así me llamo.

 

Este libro empieza como una búsqueda por plantear mi enojo y mi rebelión, mis procesos contradictorios, mis aciertos, mis pavadas y por que no, mi religión del avión.

Bienvenidos a la segunda parte del FBO, un poco menos vulgar, un poco más mayor, bastante más culposo pero muy muy muy real.

 

 

La semana de la furia y empezar un libro nuevo

La última vez que me propuse escribir un libro, lo tenía prácticamente escrito. No tuve que esforzarme por buscar un tema porque 9 años de blog eran temas suficientes. Lo único que tuve que hacer fue sentarme a imprimir todo y decidir qué cosas eran una basura y qué cosas podían zafar.

Esta vez, me propuse escribir un libro para diciembre y aquí me ven, en diciembre y recién empezándolo.

No tengo impresora y vivo demasiado lejos de la fotocopiadora. Así que todo está en formato digital. Me molesta muchísimo eso; así como haber sucumbido a una computadora de moda extremadamente delgada y liviana pero que tiene los acentos en la tecla del número 2, cuestión a la cuál no puedo acostumbrarme tan fácil. Quizás sea momento de dejar de usar palabras con acento. Veremos cómo lo resuelvo.

Por ahora pensé que lo mejor sería ir poniendo todos los avances de este libro en un lugar nube que pudiera ir ordenándome hasta que llegue la hora de imprimir y jugar el juego de conservar o tirar. Cuál podría ser ese espacio? Adivinaron. El blog. Lo bueno es que voy a estar a salvo porque nadie lo lee, de esa manera el secreto permanecerá muy bien guardado.

 

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Desencuentro

Pinche para escuchar la canción

Un cartel de Harrods que ningún empleado de la municipalidad se interesa por limpiar, cuelga heroico a 3 o 4 metros de altura sobre la calle San Martin. Me pregunto si a algún frentista nuevo le molestará y hará gestiones para que lo reemplacen por una medusa que vende café. Se encoge mi corazón al pensarme subiendo las escaleras de la mano de mi abuela, con la ilusión intacta por ver a Papá Noel un año más e intentar que me sienta buena en ese segundo que dura la foto, que me perciba merecedora de lo que mi alma va a desear para el 24. La calle San Martin parece salida de un cuento y no exagero. Ni siquiera los carteles de los garages y sus neones pueden achicar el brillo racionalista del Kavanagh resistiendo gobiernos y economías fluctuantes. Hubo un Buenos Aires para cerrar el estadio. Hubo un Buenos Aires al que llegó Thays para quedarse; lo imagino sentado en el Jardín Botánico experimentando con semillas de yerba mate y armando su herbario, maravillado por lo que crece en estas latitudes. Existió esa Buenos Aires que cautivaba tanto como a nosotros Paris. Resisten los balcones y las balaustradas, resisten los detalles que al igual que yo con Papá Noel, quieren parecer buenos para que nadie los demuela.

Una puerta marrón se esconde en un frente impresionante que tiene un escudo con un cedro. Al abrirla, con una llave magnética que te devuelve de un hostiazo a la época de pelear puestos de trabajo con las IA y te hace sospechar que ante una rebelión te quedarías afuera (o peor, adentro); un damero te escolta los casi 100 pasos que te separan hasta el número 30. Ascensor jaula mediante, estoy ante el piso que alberga más ilusiones que el último mundial de Messi. Abro la puerta y el mejor escenario de estos 45 metros me recibe con una ventana de vidrio repartido que está sucia y sin amor. Debajo, una mesa hecha por un carpintero de los de antes, me invita. Pido permiso igual, porque entrar al lugar donde planificaste toda esa vida que te espera pausada a que despiertes de la anestesia de la felicidad, no es cosa de todos los días. Abro la ventana no porque haga calor sino porque la podredumbre que se ve del otro lado me da vida: el cable atado que atraviesa de ventana a ventana e intenta oficiar como soga de ropa; o al menos eso espero porque sino podría estar sosteniendo alguna estructura y eso sería preocupante. La mugre pegajosa y gris de las celosías ajenas, (y propias) producto de ollín y palomas, polución y tabaco, noche noche bonaerense, microcentro, caras y caretas, teatros llenos, pizza grasosa, perfume mezclado con cloaca y Pinti, Moria, Monzón, el palacio de la papa frita y el Maipo. Todo eso veo en ese pulmón avejentado. El cielo se recorta celeste allí arriba, el cielo que todos ansían y del que yo escapo un rato porque hay tanta libertad en el cielo que ya no sé que hacer. Como esa chica de St Marteen’s College que quería cucarachas en su casa para sentirse común, camino y huelo mi nuevo centro de operaciones en el barrio más hermoso de Caba. Qué me van a hablar de distrito 12 a mí. Lucho con cada molécula por demostrarle a quienes me deberían valer un chelín, que me gané las cosas y que me esforcé. Una estupidez de mi parte, debería hacer oídos sordos, pero no me sale, entonces trabajo y trabajo y trabajo. A veces por dos centavos. Y no duermo y pienso y proyecto y se me ocurre que en algún momento algo me va a salir muy mal. Pero me sale bien y cada vez tengo más felicidad que justificar.

Harta, cruzo la puerta de San Martin dispuesta a encerrarme y encontrar a aquella, la joven. Dicen que los niños habitan en nosotros, por qué no habitarían entonces también nuestros yoes lozanos? La que comía de la lata de arvejas. La lujuriosa. La que escribía antes de tomarse su primer té a la mañana (al mediodía), la que no engordaba, la que salía sin preguntar qué día es, la que no se preocupaba tanto por el mañana y no tenía ansiedad ambiental, la que comía milanesas napolitanas y quemaba serotonina sin más. La que leía, escuchaba, estudiaba, escribía y transpiraba por las letras.

Camino por el cuchitril esperando encontrarme a esa piba en algún rincón, pero el espejo me devuelve a una señora vestida de Eminem. Un sweater con bolitas, el hialurónico desplazado y derretido, los tatuajes descoloridos y las tetas al codo. Una debacle espiritual me invade y no hay libertador de los Andes que me ampare.

Mientras busco los muebles correctos para este departamento que dije de excusa que pondré en alquiler para turistas, seguiré soñando con mi juventud. Con la plaza San Martin de cuando iba a la secundaria y me sentaba en la barranca a mirar la torre de los Ingleses con mi amiga Sol y juntas planeábamos un futuro lleno de viajes, libros, aviones y cultura. Con la vueltita del 17 cuando termina Santa Fe y dobla por Maipú, mientras me comía las primeras apoyadas patriarcales sobre el guardapolvo estatal manchado de tinta de silbapen azul.

Muy pronto tendré cama, heladera y wifi. Y tendré vino y vodka. Y tendré una noche libre de mi vida de señora que se acomodó en la comodidad y le teme a las drogas. Esa noche en un pedo místico, me abrazaré con la joven y la niña; conversaré con Thays acerca de los plátanos y las alergias y le preguntaré a San Martín si él se considera más bien facho o más bien progre. Comeré pizza de Filo, que está justo en la puerta de al lado, y escribiré hasta salir mis entrañas. Una vez todo afuera, cerraré las celosías pegajosas de la Buenos Aires que me gusta a mí y cruzaré la 9 de Julio con un Baffa furioso en el bandoneón. Una vez en ruta 2 me acordaré por qué me escapé de todo y se me caerán 17 o 18 lágrimas. Y estará bien así, con resaca y cara de llorar volveré a la casa de mis amores, a abrazar personas y perros y recordarme que podemos ser todo a la vez, que nadie te dice cómo te tenés que sentir, y que si te lo dice estás en todo el derecho de mandarlo a la puta que lo parió.

 

 

 

 

pic by @buenosairestourist

Cabra

Dije que para Diciembre tendría escrito un libro nuevo y mentí. Dije que si me compraba una computadora para escribir en los viajes, pronto tendría mucho material nuevo y mentí de nuevo.

La verdad es que me transformé en una persona nueva que no termino de reconocer aún, que encuentra placer solo en trabajar e inmediatamente después, dormir. Los planes me dan bastante pereza y la gente cada vez más, y no siempre por responsabilidad suya, me agota. Mi batería social dura cada vez menos y mi tolerancia a las situaciones no elegidas es bajísima. Podría verlo como algo negativo, como una involución; pero si este es un escrito de no mentirles… creo que podría ser la edad.

Mi relación con mi edad no es buena. Me autopercibo joven, pero el cuerpo ha decidido no acompañarme en esa. Los achaques son visibles y palpables y eso me frustra, me enoja y me asusta. Creo que si pudiera tener un superpoderes, elegiría la juventud sin duda. Todo funciona mejor. (Todo funciona mejor?)

Actualmente tengo tantos proyectos en segundo plano, que la saturación hace que me olvide de lo más básico. De cositas. Detalles. Fechas. El día a día está cargado de promesas por venir que solo voy a lograr si sigo carneando, si no descanso, si no duermo, si me acompañan, si consigo medios para conseguirlo, si sale, si Dios me ayuda… En pos de todas esas cuestiones, el ocio ha desaparecido por completo y ver UN capítulo de una serie, se siente banal, una pérdida inmoral del tiempo.

Alguien más de Capricornio en la sala?

Soy la representación de esa persona que pone a llenar un balde de agua en la pileta de la cocina y se va corriendo a hacer una cama, levantar la mesa y lavarse los dientes mientras mira la canilla de reojo para que no se rebalse. Esos segundos que tarda en llenarse el balde son oro, son perfectamente aprovechables. No me puedo dar el lujo del tiempo muerto.

Yo no era así. Ustedes saben que yo no era así para nada. No sé si fue la maternidad, la pandemia, la mudanza o si fui tocada por los demonios, pero anoche mi novio me dijo prácticamente que si no estoy con él, no sabe quién podría soportarme. Coincido completamente. Me he vuelto bastante insoportable.

No escribo, salgo poco, de coger ni hablar. No como hamburguesitas de mcdonalds, no trasnocho, no duermo con mis galgos sucios en la cama. Quizás me he aburguesado, qué vergüenza. Había algo digno en mí hace un tiempo, pero parece que lo he perdido todo. Si al menos pudiera decir que todo lo hago por dinero, pero ya que estamos diciendo las verdades más horribles, creo que ya no es dinero, es solo gloria. Se me meten ideas en la cabeza y no puedo parar hasta verlas hechas realidad. Me obsesiono con que las cosas sean exactamente como las imaginé y me regocijo cuando veo el cuadro adelante mío. No me soporto pero a la vez, me admiro.

Bastante contradictorio todo.

Mis perros y mis gatos me han dejado. Enterré a todos y me quedé con la Biti y sus rastas sucias frente a frente. La casa se llenó de animales nuevos que aprenderé a amar eventualmente y mientras titeo esto por primera vez en 20 minutos que llevo tecleando, mi nariz se llena de burbujas y mis ojos empiezan a decir la verdad.

Cómo puedo ser yo sin ellos? Cómo disfrutar sin verlos? Cómo pretender que ese duelo termino?

Lamentablemente, y digo lamentablemente porque quisiera no sentirlo así pero es imposible, soy de esas personas que se comunican mejor con los animales que con las personas. Y los prefiero, no creo que sea una sorpresa para ustedes, los prefiero porque son mejores que nosotros. Porque aprendo de ellos. Porque dan sin esperar. Fin. Pero mi manadita se ha ido y en lo que a mí respecta, me han dejado bastante sola.

Supongo que por eso me fui transformando en la señora aburrida que hace tortillas los viernes y sábados a la noche, la que quiere tener la manta del sillón estirada y fantasea con una habitación color beige. Soy un embole de mina. No me estoy autocompadeciendo, no soy la vístima, tan solo me veo de afuera con los ojos sin brillo y ni jogging estirado y me parece que es normal que lo único que me entusiasme sea trabajar.

El sábado estaba apurada haciendo la tortilla y cuando miro por la ventana, veo una vaca recién parida cogoteando hacia atrás. Su bebé con la bolsa todavía pegada y lleno de sangre tambaleaba por mantenerse en pie, llorando como un ternero claro. Ella desesperada por ponerse en pie, sin lograrlo. Saqué las papas del fuego y me fui pasando alambrados, Avisé a Néstor y Susi para que vengan a hacer algo útil, ya que en esos casos yo lo único que sé hacer es acariciarlas a ambas y decirles pelotudeces. Me quedé con ambas, haciendo exactamente eso. La bebé se apoyaba en mis piernas y me buscaba la teta. La mamá quería que me aleje, nerviosa y con los ojos en blanco hacia atrás, me mostraba una lengua blanca y errante. Limpié un poco a la bebé, que estaba empapada y fría. Me agaché a la mamá y le dije que la íbamos a ayudar, sin saber si era verdad. Sabiendo que, aunque todo saliera bien, en apenas unos días su bebé sería alejada de ella para siempre y entregada al sistema de producción. Llegaron los refuerzos y solucionaron todo en segundos, con una soga al cuello de la mamá, la ayudaron a pararse y se incorporó sola. No tienen fuerza a veces después de parir y hay que asistirlas. Volví a mi tortilla después de bañarme y sacarme sangre y líquido amniótico del jogging, y las vi juntas entregándose al arte de conocerse y ser madre e hija.

Terminé la tortilla sintiéndome vacía otra vez. La tortilla se fue a la pulpería y 8 personas comieron sus porciones sin tener idea de que ingerían algo tan cargado de emociones, algo hecho por las manos ya limpias de una persona que un rato antes estaba sosteniendo una ternera que acababa de nacer y ya estaba destinada a una vida de servicio, en un campo hermoso y amplio, pero lejos de su mamá. Me cambié de ropa una vez más, pensando en si cuando madre e hija vuelvan a estar en un corral, serán capaces de reconocerse, de recordar el olor de esa mañana fría de invierno cuando agonizando de miedo ambas, se encontraron con 3 personas que entraron y salieron de escena para dejarlas mirándose frente a frente y pensando que ese instante duraría por siempre.

Amar a los animales es así, es duro.

Por bien que te vaya en la vida, se te cruza una vaca, y no te podés hacer una tortilla en paz.