Me siento al lado de esta mujer, que intuyo debe haber nacido alrededor del año 1970.
La escucho hablar y mientras, me pierdo en sus ojos.
En sus capas.
Detrás de una primera rígida coraza, encuentro un hermoso color; descubro risa y diversión, encuentro cariño, experiencia, paciencia y humanidad. Capa tras capa, envuelta en sus palabras, atravieso el cielo interno de esta mujer.
Me sorprendo con cada etapa, con cada detalle que, al mismo tiempo, ella quiere y no quiere mostrar y, al final, en la parte más oscura y escondida, encuentro la nostalgia.
¿Dónde habrás estado?
¿Quién te hizo así? Tan profunda, tan certera, tan sólamente vos.
Este es un vuelo nocturno, terminamos el servicio y comemos algo mientras ella me cuenta sus cosas. La escucho como en un sueño, me hipnotiza, me lleva a todos esos momentos que no viví, pero que, sin embargo, casi puedo recordar.
De pronto calzo un uniforme diferente y estoy de posta una semana en Punta Cana.
Miro mis pies, las medias de descanso desaparecen y puedo sentir las olas de la orilla yendo y viniendo y mojando mis dedos.
Tengo muchos años menos, una adrenalina en mi estómago que nunca antes sentí y un amante en el puerto local.
Comparto el hotel de los pasajeros y ayer nomás, mi tripulación y yo dejamos un jeep de alquiler enterrado en la arena con el agua a la mitad. No nos importa nada. La estamos pasando bien.
Un high-low me saca de la playa.
Voy a la 4 Juliet y acerco un vaso de agua. Vuelvo al galley y seguimos hablando.
Con el primer mordisco del tostado de jamón y queso recibo la mejor historia.
Detrás de sus expresivos ojos veo a una nena de 15 años anotándose en un curso para azafata. ¿Quién quiere ser azafata desde los 15 años de verdad? NADIE. Sólo ella.
Y durante dos años cursa semanalmente mes tras mes, hasta terminar.
Romi, con 17 años, trenzas y una pollera de colegio se presenta a la entrevista.
Se ríen de ella pero, al día siguiente, lo vuelve a intentar; esta vez, con maquillaje y tacos. Pasadas tres etapas, descubren su edad y la mandan a casa.
Al día siguiente, vuelve otra vez.
La recepcionista no puede con su asombro; intenta mandarla de vuelta justo cuando la persona correcta pregunta quién es ella.
“Bien, pequeña” dice una voz en su cabeza. El futuro estaba empezando y, enmancipación mediante, nadie le prestó atención al aviso que pedía “mayores de 25” y transformando sus trenzas en rodete, llegó su primer vuelo. La familia la fue a despedir como si se fuera de vacaciones por 3 meses.
Un gran equipo, una gran familia, algo irrepetible.
Lo que han vivido estas personas, hombres y mujeres; tripulantes, jefes de cabina, pilotos, jamás lo sabremos.
Jamás podremos meternos tan adentro, jamás nos contarán.
Jamás podremos ver más allá de unas pocas capas, jamás podremos entender.
He volado con cada una de ellas, con cada uno de ellos.
Me senté a su lado, compartimos galley, comidas, charlas, vuelos nocturnos, madrugones, postas y turbulencias.
Hoy puedo decirles que todos ellos tienen algo en común.
No sé decirles qué cosa es.
Soy capaz de reproducir todas las emociones del mundo en palabras, pero lo que estas personas llevan dentro, lo guardan consigo y no puedo saber qué es.
Si no me dijeran quiénes son, y me pusieran 100 personas para elegir, podría adivinarlos por esta cualidad, por este secreto; el cual desconozco, pero reconozco.
No puedo describirlo, pero sí decir que es hermoso, y que es enorme, que es único, que los hace felices y los pone tristes a la vez.
Es una melancolía dulce y corrosiva, es el recuerdo de la mejor etapa de una vida, es el agradecimiento de haberla vivido y la putada de haberla perdido.
Un día, no estaba más.
A ellos los robaron.
Y han llorado, sí.
Y han perdido, sí.
Pero hoy, son los únicos que hacen su trabajo con ESOS ojos.
Ellos son esas personas con las que querés ir de 4 y no sabés por qué.
Los miré durante años, estudié cada movimiento, cada palabra, cada mirada.
Y lo entendí. Después de mucho tiempo, lo entendí.
Podremos vestirlos con remeras y pañuelos.
Podremos ponerles vestidos y enseñarles manuales.
Podremos darles uniformes y aviones.
Ellos harán lo que tengan que hacer. Ellos aprenderán como nadie, sonreirán como nadie, jugarán el juego, parecerá que sí.
Pero debajo de cada capa de su piel, debajo de cada capa de sus ojos, sonreirán en silencio, sin contarlo, sin decirnos nada: estén donde estén, ellos siempre serán de LAPA.