Armo el carro minuciosamente, estratégicamente. De memoria.
Lo cargo con reposición abajo, servilletas, palitos revolvedores, cafeteras, tetera, leche, jugos, gaseosas, cervezas, aguas, azúcar, edulcorante, pajitas para los niños.
Lo miro terminado, *mirada satisfecha*.
Me pongo el delantal alrededor del cuello y lo ato en la cintura. Acomodo la piocha, reafirmándome. Me miro en el espejo, me mojo el pelo, enderezo los aritos y practico una sonrisa infame.
Salgo y lo miro a mi compañero de galley. Ambos asentimos y sabemos que es hora.
Salimos a cabina.
Cada fila es una batalla distinta. Hay un líder por fila, un líder de cada lado. ABC tendrá su lider, JKL tendrá al suyo.
Nos miramos, el primer pasajero y yo. Ambos sabemos que me pagan por sonreir. El espera que yo lo haga primero. Gana su primer punto, yo obedezco el procedimiento y le entrego su sonrisa y su comida. Elige lo que gusta tomar y se lo sirvo, sin prisa pero sin pausa, pasando al segundo pasajero; con el que repetiré el ritual.
Cada líder, cada fila, posee una energía distinta.
Detrás de todas esas cabezas apoyadas, detrás de sus boarding pass, detrás del equipaje que reposa sobre sus cabezas, hay un alma.
Cada una de ellas, vibra de una manera diferente.
Aunque a veces los veamos como café y jugo de naranja. Aunque a veces sean solo coca light con hielo.
Hay filas en la que la energía es tan fuerte que tiro dos o tres veces las cosas.
Lo juro.
Nada más mover el carro y situarme en el medio del pasillo, percibo que algo pasa.
Y así se me vuelca el café, así se me resbala el hielo, así chocamos las manos cuando quiero apoyar el jugo de naranja y el pasajero quiere tomar el vaso al mismo tiempo. Resultado: colisión. La culpa: de nadie. Por qué pasa? No lo sé. Y de haber una segunda pasada, las cosas vuelven a caerse en el mismo lugar, o se choca el carro contra el asiento. Es de no creer.
Vuelvo a mover el carro, y el líder de la fila, con su energía de líder natural, decide quién va a tomar primero. Marca con la mirada al pasajero que elige y le indica que pida primero. El pasajero obedece, sumiso. Lo curioso es que muchas veces no se conocen.
Otras veces el líder decide que él pedirá antes que sus compañeros de fila, sean mujeres, ancianos o niños. Este líder considera que su sed es más sedienta que la de los anteriormente nombrados y entonces, nuestro líder interior le recuerda que en nuestro avión, las mujeres y los niños SIEMPRE tienen más sed. Y le regalamos una sonrisa, que recibe como un HADOUKEN.
Avanzo en la fila y el líder duerme. Despertará en el descenso y dirá que no se le entregó su servicio en tiempo y forma. Tocará el timbre de llamada, abrirá grande los ojos, levantará las cejas y quizás la voz. Ganará la discusión recibiendo su servicio fuera de término, dependiendo del tripulante que le toque.
Avanzo un poco más y una joven duerme con la cabeza apoyadada en el regazo de su novio líder. El mira por la ventana mientras yo intento llamarle la atención agitando el snack ante sus ojos perdidos. Su mano se enreda en el pelo lacio de su mujer. El juega con sus dedos mientras mira la cordillera moverse debajo de sus converse blancas. Finalmente, advierte la medialuna y me sonríe con fidelidad.
El líder del amor me habla con voz baja, respetando el descanso de la bella de pelo largo. Pide por favor y dice gracias y sonríe cuando solicita una bebida por si ella despierta.
Seco una lágrima en mi hombro derecho y avanzo una vez más.
El líder energético de la fila demanda almuerzo: bife con papas, choripán. No le gusta mi respuesta negativa y resopla, recordándome que no recibió ni manta, ni almohada, ni diario Clarín. Bajo la mirada avergonzada de su señora que solo quiere un vaso de agua para ahogarse en él, abre el snack disconforme y con disgusto, resaltando el precio del pasaje.
Mi compañero de equipo me mira sin que se le mueva un músculo de la cara.
Hay una mirada especial cuando uno hace el servicio, una mirada que sólo puede ser entendida en ese momento por el compañero de carro. Esa mirada no dice ABSOLUTAMENTE NADA, no se levanta una ceja, no se hace una mueca, no se sonríe, ni se tuerce ninguna parte del rostro. Es un gesto sin expresión, serio, pero telepático.
Seguimos adelante y absorvemos las energías de cada fila, de cada líder, de cada una de las almas que transportamos a sus destinos.
En cada tramo, en cada servicio, dejamos una parte nuestra.
En el descenso entro al baño y cierro la puerta. Una tenue luz se enciende, mientras me saco el delantal y me lavo las manos, respiro profundamente… me encuentro a mí misma en el espejo. Tengo más de 40 energías diferentes flotando a mi alrededor. Excitación, nerviosismo, miedo, disgusto, incomodidad, ansiedad, inseguridad, disconformidad, agradecimiento, cansancio, felicidad.
Soy solo un muñequito vestido de rojo en el autito de este juego de la vida. Voy pasando casilleros, subiendo puentecitos y tomando aviones, me van pasando cosas, igual que a todos ellos.
Somos muñequitos de colores, plastiquitos viajeros.
Aterrizamos en el destino y acomodo el pañuelo de mi cuello.
Cambio mis zapatos a unos más altos, para verme mejor y despedirlos.
Adiós, hasta luego, hasta pronto y gracias.
Me fijo obsesivamente en sus sonrisas y en sus dientes. Derechitos, verdes, blanquísimos, postizos, chiquitos, de delfín, con ganchos, negros, con brackets, torcidos, perfectos, ausentes. Casi todos los muestran, casi todos miran a los ojos. Algunos pocos líderes y seguidores, no advertirán mi presencia, o simplemente, pasarán de mi y de mi saludo.
Otros me regalarán una sonrisa por la que nadie les paga y unos pocos me tomarán la mano diciendo gracias.
Y finalmente, la última energía descenderá del avión y todo quedará vacío y en silencio.
Camino las filas una por una hacia atrás, respirando el caos ambiental, los olores ajenos, la sensación de abandono, de partida, de final.
No tengo tiempo de añorar su presencia, tampoco de sentir su ausencia ni extrañar.
En 15 minutos tendremos a bordo, 168 historias, algunos líderes, docenas de almas más.