(Pinche)
Luego de algunos meses de experiencia en el 767-300, varios desastres y algunas risas después… me traigo la muestra demográfica guardadita en un frasco y se las suelto por acá, porque hay mucha intriga, algunos secretos y varios mitos que hay que hacer caer.
Para aquellos que no lo han volado ni visto, el 767 es un avión de dos pasillos, traído al mundo por papá Boeing. Tiene una Bussiness Class, 2 baños adelante, cuatro baños atrás, dos galleys, un cockpit y dos alas. Espero que todos los aerotrastornados se sientan satisfechos con estas descripciones, porque es todo lo que voy a decir al respecto.
Lo mío es otra cosa.
Son 9 horas de vuelo, despegamos de Buenos Aires alrededor de las 12 de la noche y llegamos a Miami a las 9 de la mañana, una hora menos o dos de acuerdo al horario local y la época del año.
Apenas subimos al avión, chequeamos el equipo de emergencia cada uno en su zona correspondiente. Adelante van 2 comandantes y un primer oficial, la jefa y tres tripulantes, en el galley de atrás, 4 tripulantes más. Para aquél que no sepa, la cantidad de tripulantes mínima que requiere un avión está dada por la cantidad de pasajeros que lleve el mismo. Y la cantidad de pasajeros que puede llevar un avión se da por la cantidad de salidas de emergencia que tenga, dado que la ecuación tiene que ver con el tiempo que se tarda en evacuar ese mismo avión por todas sus salidas en el caso de que hubiera un fuego. El tiempo es siempre el mismo: 90 segundos, que es cuando el humo se vuelve tóxico, dicho esto, si tenés 90 segundos y 6 salidas, podrás tener tantos pasajeros, si tenés 90 segundos y 8 salidas podrás tener más, y así sucesivamente… cuántas más salidas más pax, no esperen que les haga las cuentas. Soy azafata.
Cuestión que subo al avión y voy de 6. “Ir de seis”, lo que es igual a estar atrás, a la derecha, al lado de una puerta enorme que se abre de una manera rarísima y que cada vez que tengo que armar y desarmar, me pongo a invocar la sabiduría de todos los dioses egipcios, no sea cosa que en vez de desarmarla, la abra, y termine vendiendo panchos en la plaza Constitución, con los dos galguitos para dar lástima.
El embarque del vuelo a Miami podría ser perfectamente un test neurológico para poner a prueba hasta dónde sos capaz de soportar. Estadísticamente, las familias más gedientas siempre están separadas de sus parejas e hijos, los señores mayores más malaonda siempre están en ese lugar clave que necesitás cambiar por otro para solucionar 7 problemas, y los del sueño frágil siempre están ubicados al lado del baño, no pudiendo conciliar el sueño jamás y reclamando todo tipo de atenciones especiales. El embarque es un tetris que no siempre sale bien, algunos terminan agradecidos, sonriendo cada vez que te ven pasar porque hiciste de todo para que pudieran sentarse y franelear con el novio durante 9 horas, y algunos te mirarán con odio porque NO HICISTE NADA para lograr que a les hicieran upgrade a bussiness a los dos junto con el bebé de 4 meses.
“NO ME ENTRA LA VALIJA” “NO HAY LUGAR” “ME SIENTO EN EL 24 POR QUÉ TENGO QUE LLEVAR LA VALIJA AL 30?” ” ME TRAÉS UN VASO DE AGUA PARA UNA PASTILLA” “PUEDO PASAR AL BAÑO?” “ME CALENTÁS LA LECHE?” “ESTOY SEPARADA DE MI MARIDO” “MI NENE QUERÍA VENTANA” “ABAJO ME DIJERON QUE ERA PASILLO” “PEDI COMIDA VEGETARIANA” “CÓMO FUNCIONA LA PANTALLA?” “LA PANTALLA DE MI HIJO NO FUNCIONA” “ME TRAES UNOS AURICULARES NUEVOS?” “PUEDO ENTRAR YERBA A MIAMI?” “NECESITO UNA CUNA” “QUÉ HAY DE COMER?” “USTEDES SE QUEDAN EN MIAMI? QUÉ VIDA EHHH!”
Eso ocurre en menos de veinte minutos, multiplicado por 200 personas, y nosotras somos 4 atrás.
Lobotomía se debería llamar en vez de embarque.
Entonces despegamos. La pista es larga, no como en aeroparque, y el avión es pesado pero firme, no hace ruidos, no se destartala, no crujen las puertas. Se siente un poco más cálido, ocuro, calentito y cómodo.
(Juliet si estás leyendo, te quiero, no hagas caso, mua, mua)
Es un lindo avión, es muy cómodo para trabajar y visualmente, por su iluminación y sus colores (asientos, alfombras, paneles) es como tranquilizante. A mí me gusta mucho, pero, aun así siempre tengo una pila en el ojete cada vez que lo vuelo. Todavía es una novedad, todavía le descubro cosas, lo observo, lo examino, lo descubro.
Buenos Aires se ve iluminada y chiquitita, hermosa, como siempre. Tenemos la nariz arriba y una de las chicas se para y pone a calentar las comidas de los hornos, que son casi 190 cuando está completo el vuelo. Se sienta la chica y todas hablan de algo que seguramente desconozco, pero igual escucho, aunque esté pensando en 15 mil cosas al mismo tiempo. De vez en cuando alguna me pregunta, vos sos la del blog? Y a mí me da vergüenza un poco ser “la del blog”, y digo que sí con cara de pelotuda y alguna otra hace algún comentario, y nos reímos de alguna cosa y la vergüenza queda atrás y todo se vuelve natural.
Sacan los carteles y nos paramos, junto con 30 o 40 pasajeros que deciden que es buen momento para bajar su valija, ir al baño, tocar el timbre o pedir algo para tomar en el galley.
La 8 y la 9 se van a la cabina a entregar la documentación, la 7 y yo armamos los cuatro carros que saldrán a la cabina, con dos gavetas con gaseosas, jugos y vinos. Sacamos las comidas del horno que están hirviendo, con unos guantes que son una verdadera garcha atómica y además de ser 27 talles más y hacer que hagas todo con torpeza, dejan pasar el calor quemándote hasta los pelos del orto que gracias a depilife ya no tengo.
Mientras cargo una gaveta con 8 carnes y 8 pastas, en la cola del baño, además de estar mirándote el culo cuando te agachás, te están toqueteando el carro. POR DIOS NO ME TOQUETIES EL CARRO!!!! Cosa que me pone nerviosa que agarren el vasito y se sirvan la bebida sin preguntar. Por qué? No sé, no tiene explicación. Pero POR FAVOR no me podes dar un minutito que ya salimos? No, no puede, evidentemente nadie leyó el libro de Peña en el que recomendaba subir con una botellita de agüita para aguantar esos momentos… así que ahí los tengo a todos, OPEN BAR.
Terminamos de armar los carros y salimos a cabina. Los que estaban dormidos se despiertan, las mujeres codean a los maridos, las mamás bajan las bandejitas de los nenes, se escuchan comentarios tales como “Hay vino, hay vinoo!” y yo me empiezo a reír. Personalmente, disfruto esta parte. Soy la que más tarda en hacer el servicio, porque siempre me quedo hablando con alguien, no lo puedo evitar. Como en todos lados, disfruto de las cosas que nos hace humanos… y todas esas preguntas que enumeré anteriormente y que ustedes pensarán que me ponen de mal humor, no lo hacen en absoluto. Me gusta cuando la gente es gente. Me gusta que tengamos tantas cosas en común y que siempre en todos los vuelos las situaciones se repitan… así como me gusta cuando alguien te cae con algo que no habías escuchado jamás y que te hace estallar en su cara sin poder disimular.
Hay pocas cosas que me ponen de mal humor, una de ellas es el maltrato, la cara de ojete; entregar una bandeja con un “Buenas Noches señor, cómo le va? Qué le gustaría comer, qué le gustaría tomar?” y con cara de orto recibo un “Coca Cola”, como si yo fuera la última esclava en el universo y estuviera en este mundo nada más que para molestarlo con mis incómodas preguntas mientras él mira su película, DISCULPAME QUE TE INTERRUMPA LA CONCHA BIEN DE MI MADRE, SE ME OCURRIÓ VENIR A MOLESTARTE TRAYÉNDOTE COMIDA Y BEBIDA.
Pero no digo nada, le dejo su coca cola y le pongo más onda al que esté sentado al lado de él, así se siente muy miserable por haber tratado mal a una pobre chica con las manos llenas de jugo de ragout de carne.
Los nenes duermen. Señora, dejo las bandejas de los nenes? Sisi, dejalas, ahora se despiertan. Perfecto. Les dejo algo de tomar? Si, dejales una coca cola y un jugo de naranja a cada uno y para mí por favor un vino tinto, una coca cola y un agua. Tenés café? Yo la miro atónita. Señora se le va a caer todo. Le traigo más tarde el café, usted coma tranquila ahora. Se ríe la señora, ay sisi, es que tengo sed.
La quiero.
Salgo a servir café y retirar las bandejas. El malaonda pide coca cola y como no tengo en el carro, me fulmina con los ojos de odio. La señora insiste en dejar la comida de los nenes, son las 2 menos cuarto de la mañana, los chicos roncan. las bebidas están intactas. En el camino entre la fila 27 y la 40, algunos viejitos me preguntan cómo poner una peli, les enseño a manejar el control remoto, y después de 5 o 6 fallidos, los miro de lejos cómo le dan play a algunas pelis de acción, ellos ahí, todos viejitos, con sus anteojos de marcos grandes, los auriculares, tapados con la manta y mirando Skyfall. La señora al lado no pega una y él le explica un poco ofuscado AY MARTA COMO PUEDE SER QUE NO ENTIENDAS.
A mí se me caen las lágrimas, lo juro. Me limpio y una nena parada en el asiento hace un berrinche por algo que desconozco. A los gritos pelados, llora y patalea ante las ojeras desahuciadas de sus pobres padres que no dan más. Le doy unos chocolates, la calman 32 segundos, los padres me agradecen y vuelven a suspirar. En el asiento de atrás, un tipo revolea los ojos en desaprobación y mira para cambiar de asiento. Me temo que no conseguirá nada mejor. Ya todos los vivos ocuparon los asientos de los pasillos, asegurándose de que el asiento libre a su lado tenga su campera y mochila, en cuanto termine de retirar, se acostarán y nadie podrá quitarles ese premio.
Me encuentro con una pareja con un bebé que está muy tranquilo y duerme bastante. Es chiquito y muy rubio, no puedo verlo despierto, aunque tengo ganas.
Termino el servicio, juntamos todo, guardamos los carros, ordenamos, cenamos las 4 juntas y empiezan los períodos de descanso de aproximadamente dos horas. En la fila 39 y 40 hay 4 asientos reservados para la tripulación. Después del despegue serán cubiertos por unas cortinas para ser utilizados en dos turnos.
Me toca el primer turno, me lavo los dientes, me pongo el saco de descanso, agarro unos antifaces, el ipod, y unas almohadas. Me meto en el cuartito. Estiro los pies en un dispositivo inventado que hace que el asiento se alargue UN POCO. No está mal, pienso. Reclino el asiento, me pongo una almohada atrás, en la cintura, me tapo con el plumón, acomodo otra almohada abajo de la cabeza, me pongo los antifaces en la cabeza, enciendo el ipod, busco un disco de Lana del Rey. Mi compañero, que está dormido hace 5 minutos al lado mío se despierta, me mira y me dice VES QUE NO SABÉS DORMIR EN 67!
Yo me rio. Qué quiere decir eso?
AY NENA! Tenés dos horas, dejate de romper los huevos, tapate, cerrá los ojos y DOR MI TE.
Así que obedezco. Cierro los ojos. Pero no me duermo, porque estoy tan cómoda, y el avión es tan lindo, y tengo olor a ragout de carne en los dedos, y no me quiero soltar el pelo porque si me lo suelto después no me voy a poder peinar… pero me tira… me lo suelto despacito sin que mi compañero se de cuenta de que sigo despierta. Quiero abrir la ventanilla y mirar la luna, quiero saber por dónde estamos pasando, quiero ver si abajo hay tierra o agua, qué lindo canta Lana, estoy calentita, me duermo. Y a la media hora me despiertan… se acabó mi turno de descanso. Salgo del cuartito ante los ojos horrorizados de los pasajeros, estoy despeinada, con la pollera medio baja y la marca del antifaz. El segundo turno entra a descansar y mi compañero y yo nos sentamos a despabilarnos. No queda otra que tomar té y charlar. Los pasajeros duermen casi todos, Pasamos dos horas hablando, sirviendo algunos vasos de agua y preparando los carros para el próximo servicio. Cuando terminamos, despertamos a los que estaban durmiendo y salimos a hacer el desayuno. Encendemos la luz. La gente no entiende nada… son las 6 y pico de la mañana… comieron hace 4 horas… no tienen hambre. Pero igual se despiertan todos y bajan la mesita: nadie se lo quiere perder.
La peor parte del desayuno es el aliento. Nadie lo contiene, te bostezan en la cara, te susurran, te asesinan. Yo siento mucha pena por mi misma, pero intento contener la respiración y continuar siendo amable. Estoy muerta de sueño, un poco despeinaba, maquillada arriba de un maquillaje corrido, y explotada de presurización. La gente pide bebidas que no tengo en el carro, pide documentación, biromes, información acerca de taxis, traslados, hoteles, clima, shoppings, outlets y alquiler de autos. Yo no tengo idea de qué me hablan, señora soy de Monserrat.
El bebé rubio se despertó. Me pareció ver a su papá paseándolo a la madrugada por la cabina ahora que recuerdo. Tiene casi un año pero parece de menos de 6 meses, es muy blanquito, tiene los ojos transparentemente celestes y sonríe como un niño mucho mayor. Sus ojos me dicen que es más grande de lo que parece. Le tiro los brazos y se viene conmigo, me mira la boca, me toca la cara, su mamá sonríe y se le ponen los ojos brillosos. Mientras lo sostengo, puedo notar que tiene las costillitas extremadamente chiquitas y frágiles, lo mismo sus brazos y sus piernas. Miro a los papás y entiendo, también me dan ganas de llorar. Creo que él me ama, y yo también lo amo a él. Y mientras todos los demás pasajeros se enojan un poco porque tardo y no les llevo su café… yo disfruto de los ojos traslúcidos de un chiquitito que estoy segura de que vino para enseñar.
Se lo devuelvo a sus papás y termino de entregar el desayuno. Retiro las bandejas, repito el café, guardo los carros y lo vuelvo a buscar. Me lo llevo por la cabina, paseando orgullosa los ojos y las pestañas de uno de los bebés más lindos que he visto en mi vida. Se lo vé feliz, saluda a la gente con la mano y en un momento me dice “mamá”. Volvemos y felicito a los padres por los ojos más hermosos y expresivos que he visto jamás… y lloramos un poco los tres, hasta que me tengo que ir porque no doy más, mientras me paran 7 personas para preguntarme si pueden comprar algo en el carro de ventas a bordo, si encontré por casualidad una zapatilla, si puedo traer más jugo, dónde reclaman que su asiento reclinaba muy poco y hasta cuándo me quedo en Miami.
Empieza el descenso y el sueño parece venir todo junto, un cansancio fuera de lo común se hace presente y solo sueño con cerrar las cortinas de la habitación y meterme en la cama. Qué me importa Miami, qué me importa la playa, qué me importan las compras y el sol.
Me saco el uniforme cerca de las 10 de la mañana, cierro los ojos, y lo último que veo son los ojitos transparentes, me duermo pensando que él fue mi pasajero preferido de hoy.