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Losers.

(Pinche)

Ezeiza-Santiago. Un solo tramo.
Búsqueda 16.45 El remisero no me permitió sacarme el remanente de rojo de mis uñas de cuatro eles en su lujoso auto.
Estaba en todo su derecho de no querer oler a cutex por 36 horas consecutivas pero EL MODO que utilizó para negarse a mi petición fue, al menos, rudo.

-Te puedo pedir un favor?
Me mira con cara de orto, serio, sin contestar.
Abro mis diez dedos dejando ver que alrededor de mis uñas corre un matiz rojo que sobrevivió dos pasadas de algodón con quitaesmalte.
-No me salió. Puedo pasarme un poquito acá en el auto con la ventana abierta?
Me mira con cara de orto, serio, sin contestar. Mira mis manos y se pone el cinturón.
Empiezo a sentirme muy chiquitita, muy poca cosa, muy cagada a pedos. Cierro el cierrecito de la cartera mirando hacia abajo y no digo más.
Él decide hablar.
“MIRÁ… (ninguna frase que empiece con MIRÁ puede tener un ápice de amabilidad) A MI NO ME JODE que se maquillen, se pinten los ojos, se pongan cosas, (?) se pinten las uñas, pero ESO NO. ME HACE MAL” Sigue con la cara de orto y manejando.
OK FLACO AVISAME EN QUÉ MOMENTO TE COGISTE A MI VIEJA Y LA DEJASTE EMBARAZADA Y YO NACÍ 9 MESES DESPUÉS. QUE YO SEPA MI VIEJO ERA UN GIGANTE INCONTROLABLE, UN LOCO DESATADO, UN GAUCHO DESQUICIADO Y NO UN PELOTUDO DE MIERDA QUE ME LLEVA DE MONSERRAT A EZEIZA Y ME CONTESTA COMO SI YO FUERA SU HIJA, PEDAZO DE INFELIZ MALEDUCADO.
Sonrío y le digo “Claro, no hay problema”.
Marquemos las diferencias.
El flaco está en todo su derecho de no querer tener olor a quitaesmalte encima. Esa la tiene de su lado: SU AUTO, SUS REGLAS. De hecho nosotras no estamos autorizadas a maquillarnos en el auto ni hacer nuestras uñas ni ninguna cosa de ser humano real porque recordemos que somos azafatas, la gente tiene que pensar que nos levantamos de la siesta con aliento a jazmín del prado a las finas hierbas y que cuando nos ponemos en pedo vomitamos bandejitas perfectamente ordenadas con opción de carne o pollo.
Pero fuera de que él puede tener sus motivos para elegir dejarme usar el puto quitaesmalte o no, el respeto, la delicadeza, la amabilidad… se pueden mantener, o no?
Qué odio me dio que me hablara en ese tono. Me maquillé TODO EL VIAJE sin dirigirle la palabra. Me miraba de reojo con furia cuando me ponía máscara en las pestañas, porque YO SÉ LO QUE PIENSAN LOS HOMBRES: SI PEGO UNA FRENADA ESTA PELOTUDA SE SACA UN OJO.
PEGÁ LA FRENADA, A VER? PEGALA MIERDA! PEGALA A VER QUE PASA!!!!???? O te pensás que no me puedo anticipar a tus maniobras siomas, rey del volante. Infeliz.
Llegué a Sala de briefing con las uñas horror.
Faltaban 15 minutos para empezar así que me fui al baño y me saqué el rojito de las esquinas, me levanté el jopo y limpié una mancha de leche de vaca de mi media.
En el baño me encontré con una compañera que repasaba sus uñas. Somos un primor.
El vuelo salió bien, normal.
Aterrizamos a las 21.03 y sorprendentemente, yo todavía tenía ganas de salir.
Arreglamos para tomar algo, o comer… apenas llegamos al hotel, en el check in, nos atienden HUMBERTO y DOMINGO.
Humberto escucha que teníamos ganas de ir a algún lado y arranca la promoción.
“Conocen la sala GENTE?”
Nos miramos con las cejas levantadas.
LO VENDIÓ como si fuera una tomorrowland.
Que entramos gratis con unas invitaciones que él nos daba, que nos regalaban un trago adentro, que estaba a 10 minutos caminando, derecho por Apoquindo, que es un lugar “re cheto”, (sic) que la música estaba buenísima, que muy buen ambiente, que él tenía la VIP GOLD, (saca tarjeta de membresía dorada).
Después de algunos chistes, decidimos encontrarnos a las 00.30 en el lobby para ir los 4 juntos caminando.
Costó, la verdad. Una vez que se llega a la habitación dan más ganas de meterse en la cama, o mirarse unas series que de ir a meterte en un boliche al que llegas CAMINANDO, pero le pusimos onda.

Abro la ducha.
Cuando me estoy por meter, noto que no hay shampoo.
Todas son cremas corporales.
Llamo a recepción, la chica no entiende.
SON TODAS LECHES CORPORALES NO TENGO SHAMPOO.
Ahh… bueno.
ME PODES CONSEGUIR UN SHAMPOO QUE ESTOY EN CONCHA GRACIAS.
Voy a ver qué puedo hacer.
Espero 20 minutos, nada.
Bueno, no me lavaré el pelo de volar, cosa que me molesta mucho, pero como me lo había lavado hacía 6 horas no era tan grave. Me meto en la ducha, me enjabono.
TOCAN LA PUERTA. No me jodas.
LLAMAN POR TELÉFONO. Salgo de la ducha mojando todo, es el chico de recepción. “Mi compañera está en la puerta de su habitación golpeando”.
Le abro y me da dos shampoos. Gracias, dulce.
Vuelvo a la ducha a enjuagarme y veo que ya pasaron 10 minutos de las 00.40.
No me lavo el pelo, salgo, me visto, me maquillo.
Son 00.45 y salimos caminando en dirección a la noche chilena, a unos buenos jagüers, un sillón mullido y una música de mierda, claro está.
Caminamos hablando de pavadas, y en eso… llegamos.

CERRADO.

Una escalinata y arriba un cartel de neón de lo que parece ser una boite del año del re contra orto. Y la cortina baja como verdulería a las 4 am.
Nos miramos.
Ah noooo, si somos 4 pelotudos.
NO VES QUE LOS CHILENOS NOS ODIAN!!!!???
Y nosotros pagando las consecuencias de los 40 millones de Argentinos, pagando la guerra de Malvinas, pagando los mundiales de fútbol, el gobierno K y los cuernos de Pampita.
Y YO QUÉ CULPA TENGO DE QUE PAMPITA LO HAYA GARCADO A BEJAMÍN LA PUTA QUE LOS PARiÓ!??!??
Por qué me hacen esto a mí!!? POR QUÉ!!?

Volvimos caminando riendo las primeras cuadras y después, en silencio. Losers. Pateando nuestra autoestima.
Los más jóvenes dijeron que era buena idea volver al hotel y de ahí salir hacia otro lugar. A mí con cada cuadra se me iba cerrando más y más el orificio vaginal hasta llegar a límites insospechados.
Llegamos al hotel y HUMBERTO y DOMINGO se habían retirado, OBVIO, su turno había terminado y seguro se estaban mensajeando por wassap riéndose de los tripulantes argentinos con ganas de salir.
La chica del nuevo turno de recepción nos recomendó otro lugar. Este estaba abierto seguro y repleto de gente perreando y volcando champagne en sus pechos.
Se me secaba cada minuto más.
Cuánto sale la entrada?
10 mil pesos chilenos, o sea, 20 dólares. Más taxi, más tragos. Sumale la paja, el dolor de cabeza, Wisin&Yandel sonando con distorsión y que seguro en Chile no existe el Jagüermeister. Fui la primera en darme de baja. Desmotivé a todo el grupo y nos quedamos en el lobby hablando del FBO.

Al volver a la habitación, uno de los chicos, triunfante, se sacó la ropa y abrió el frigobar: no le importaba no salir, abriría esa cerveza de una vez.
Lo siento, el frigobar no funciona, todas tus bebidas están calientes y el bar del hotel está cerrado. LOSER.
La pequeña de 23 se puso el pijama y se tiró en la cama, apagó las luces y encendió el televisor. NO LE FUNCIONABA EL AUDIO. Se durmió triste buscando canales con algún subtitulado. LOSER.
Y su servidora fiel, feliz por poder ponerse a ver un capítulo de House Of Cards AL FIN, agarró el celular, leyó un par de tweets y SE QUEDÓ DORMIDA CON LA ROPA PUESTA, LAS LUCES ENCENDIDAS Y LA CAMA LLENA DE OBJETOS, entre ellos EL UNIFORME, EL CARRY ON y EL MANUAL DE FRASEOLOGÍA.

LOSER.

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Bienvenida a los Estados Unidos.

Sonó el despertador a las 5 de la mañana y yo ya estaba despierta, con los ojos abiertos en la oscuridad esperando que pasaran los minutos y llegara el momento.
La noche anterior había dejado el uniforme planchado y listo, colgado del picaporte de la puerta del living, y el carry y la valija grande al lado, escondidos ambos de las filosas uñas hambrientas de destrucción de mis gatos.
A las 5,45 me calcé el saco rojo del uniforme por primera vez en más de un año. Se sintió bien.
Lady Chignon pasó a buscarme con el remis de la empresa y subimos a la autopista mientras yo intentaba aclarar en mi cabeza todos los conceptos que había aprendido unos meses antes.
Convengamos que una cosa es lo que está escrito y otra muy distinta es poner en práctica todo eso en el  avión.
Ya en el briefing me di cuenta de que no tenía idea dónde estaba parada, arrancando porque éramos una superpoblación de tripulantes, OCHO, más la jefa y tres pilotos.
Repartieron las posiciones, me tocó el duty free, por ende hacer el servicio adelante, y descansar en el último turno en dos bloques de 1.5 hora cada uno. Hice las preguntas estúpidas pertinentes que todos contestaron con mucha amabilidad, y nos fuimos al avión.
Despaché en el check in mi valija grande casi vacía, con apenas un conjunto para salir de noche, la ropa de traslado para volver, un jean, una remera, un buzo, un pijama y unas ojotas.
Pasé migraciones y apenas puse un pie en el free shop, lo sentí distinto, qué estupidez pero así fue. Caminé entre las góndolas de perfumes y las vendedoras con maquillaje exagerado y glamouroso, escuchando en un volumen quizás demasiado alto para la hora, la pizza pegadiza de Icona pop: *I love it*. Fue como una señal, caminar por ese lugar, en esa circunstancia y cantando I don’t care I love it en mi cabeza. Tema goma si los hay, pero considerando las opciones musicales, ayudó a sentirse un poco rebelde, joven, espontánea, que se yo. Pudo haber sido una escena muy videoclip, de no ser por  mi cara de terror, las medias apretándome la panza y el rodete anti hipster. En fin.

Caminando por la manga, busqué mi celular y saqué la primera foto de la serie newbie 67, pude observar la nariz del CFV y casi no distinguí desde esa posición que era un avión mucho más grande.
Un pie adentro y terminé de comprobar que no tenía ni idea lo que estaba haciendo. No estaba nerviosa, más bien me sentía como cuando vas a rendir un examen y no sabés absolutamente nada y estás jugado, o chamuyas o entregas en blanco, sea lo que sea, la moneda está en el aire.
Chequée el que me parecía que era mi sector con un poco de temor de haber dejado algo sin chequear, no voy a detallar las cosas que chequée para que las personas que lo leen no se den cuenta de si efectivamente dejé algo sin chequear.
Recibí los carros de duty free, firmé las planillas y guardé mi carry on en un closet.
Punto número 1 a favor del 67: qué hermosos esos closets. Entra todo, tenés lugar para tus cosas, las cosas de apv, la mugre, las gavetas sobrantes y todo lo que se te ocurra.

En una perchita colgué mi delantal y mi saco de descanso y abajo guardé mi cartera. EN UNA PERCHITA, EN UNA PERCHITA!!! A ver si me entienden, nosotros en el 320 dejamos las cosas hechas un bollo adentro de la cartera y guardamos la misma en EL BAÑO para despegar, así de chico es.

Largó el embarque. 
Y ahí quedé. Venían los pasajeros y no sabía qué goma hacer. Como si fueran personas distintas, como si no tuviera 5 años diciéndoles “Su asiento es ese, el baño está allá, no le ponga el cinturón al bebé”. Por algún motivo les tenía miedo a los pasajeros, miedo a que me preguntaran algo que no supiera contestar, miedo a quedar en ridículo, a que ellos supieran más que yo, a que se notara que era un envase vacío y que en mi cerebro había eco.
Subieron y no estuvo nada mal, salvo haberle indicado a una señora que las filas D y H estaban donde están en realidad la J y L, y no tener idea con qué frecuencia se realiza este vuelo (Punta Cana). Por suerte mis amorosas compañeras estaban ahí para tapar mis agujeros de caterpillar.
En caso como éstos me gusta usar el refrán “Donde fueres haz lo que vieres” y me pongo a copiar a los demás. Si se cambian me cambio, si se sientan me siento, si arman el carro lo armo tal cuál lo hacen ellas. Quizás es medio siome porque todo el trabajo tarda el doble; tener a una tarada llenando cafeteras cuando las estás llenando vos, dan ganas de matarla, PONETE A HACER OTRA COSA NENA, ADELANTÁ ALGO. Pero bueno, repito, amorosas.
El servicio es igual al que se hace en la Premium Economy del Lima, así que no tuve mayor dificultad, la gente divina, se hizo fluído y rápido y me di el lujo de hacer alguno de mis chistes gomardos.
Terminó el servicio, guardamos los carros y ordenamos el galley y salí con el duty a la cabina.
Me despaché en lo que más me gusta hacer, HABLAR.
En cada compra nos quedábamos 15 minutos hablando de economía Argentina, viajes, hoteles, vacaciones o cómo sacarle la plata al marido: tema que no manejo muy bien, pero puedo imaginar cómo se hace.
Guardamos los carros de duty y nos quedaba un rato de tiempo muerto, nos sentamos a charlar y desayunar hasta que me tocó mi turno de descanso.
El descanso de la tripulación se hace en la fila 39 y 40. Son asientos de pasajeros con un posapies algo extraño que no termina de resultar cómodo pero que al menos está.  También creo que reclina un poco más, aunque no estoy muy segura.
Cerré la cortina y me senté en la fila 40 Juliet, al lado de una compañera. Le pedí por favor que no se tirara ningún pedo y me calcé los auriculares, Born to Die completo, me saqué los zapatos y me tapé con el plumón blanco de la premium bussiness. Como era de esperarse después de 5 horas de vuelo y haber hecho ese chiste tan vulgar, de golpe la panza se me llenó de pedos.
Era un riesgo liberar ahí adentro, es una carpa cerrada, calurosa y oscura. Si algo explota, es obvio que fuiste vos y no le podés echar la culpa a nadie más, así que aguanté y me dormí, de última si me cagaba dormida, ya no era mi responsabilidad. O no es así?
Más o menos 50 minutos después me empecé a despertar. Todo me molestaba, el asiento, la almohada, el flush del baño, las voces de los pasajeros en el pasillo, los timbres de llamado, los codazos de la gente que pasaba y me clavaba en la cabeza… De pronto escucho algo que suena parecido a los anuncios Pram (pregrabados) y me saco el auricular SE SOLICITA MÉDICO A BORDO. Listo, olvidate de dormir, antes que pasar mi última media hora de descanso preguntándome qué está pasando, si puedo ayudar, si es grave… prefiero levantarme. En el camino me entero que era un nene que no paraba de vomitar y su mamá estaba preocupada, por eso quiso ver a un médico. Nada terrible.
Fue muy raro porque levantarte del descanso toda despeinada, sin entender nada y encontrarte con un montón de compañeros haciendo otras cosas es algo muy nuevo para la tilinga doméstica y regional que llevo dentro. Es como un cargamento de compañeros, unos duermen, los otros están charlando en el galley, otro en el baño, otro asistiendo la situación médica, otro le da de comer a un hambriento en bussiness… no se acaban, es una cosa de locos.
Me fui para adelante y mi jefa estaba solita pobre ahí con los carritos preparados para salir a servir el segundo servicio. La ayudé a terminar de armarlos, porque ustedes deben pensar que los carros se arman solos, por eso cuando hacemos el anuncio de que se suspenderá el servicio por turbulencia me llaman con el timbre y me dicen “AY PERO SI NO SE MUEVE NADA, TRAEME UN CAFÉ”.
Salimos con el almuerzo, hicimos segunda pasada, retirada y desarmamos los carros.
Por suerte, en el pasillo L, de mi lado, había una familia con 4 nenes chiquitos que ninguno gustaba de las opciones ofrecidas en el menú. La señora madre de uno de los nenes me preguntó si no había quedado ninguna pasta de la clase turista y yo que soy una divina, clavé el carro, pasé por el costadito, pasé por debajo de la cortina de Marx y atravesé todo yankee class hasta llegar al galley de atrás. Muy amablemente me entregaron una marmita caliente, y quemándome los dedos y puteando para mis adentros, volví a mi carro. Familia feliz.
En la siguiente fila se encontraba la hermana de la señora de la fila de adelante, que solicitó lo mismo para su hija. La miré seria unos segundos, y justo cuando mis cejas comenzaban a levantarse, me di cuenta de que una prominente cara de orto se venía asomando en mi rostro. Le contesté que me esperara unos segundos que iba a ir a buscársela y me dijo que no tenía apuro. Cuando atendí al otro pasillo, el padre de las criaturas me pidió otra de esas comidas para el otro hijo. Clavé el carro y me fui atrás, traje dos comidas, volví al carro y se las entregué con la sonrisa más sincera que me salió. En la última fila me quedé sin opción de postre, todos pedían la fruta sin poder yo entender cómo alguien puede elegir fruta cuando tiene un volcán de frutos del bosque con qué se yo que manjar de crema adentro. Pero la gente es así, paga mucho y desea comer postre de concha seca? Se lo conseguimos, no hay problema. 
En el tiempo que nos quedó, aprovechamos para almorzar y ordenar el galley, yo dejé el duty free abierto para seguir vendiendo en el otro tramo.
En el descenso juntamos las diez mil porquerías que le gusta a la gente tener a su alrededor cuando viaja. A saber: diarios leídos, diarios sin leer, botellas de agua vacías, MEDIAS USADAS, sus zapatillas tiradas, la documentación que necesitan completar para el ingreso al país al que viajan, los taponcitos sucios de los oídos, el control remoto colgando del asiento, la almohada que ya no usan y sus objetos personales.
Aterrizamos a las 16.20 hora local y nos quedamos sin pasajeros a bordo, se bajaron todos los que tenían destino final Punta Cana y la única familia que seguía viaje hasta Miami se fue a hacer el chequeo de valijas pertinente antes de pisar lo que los Norteamericanos llaman “America”.
Después de una limpieza no muy exhaustiva del avión, volvimos a embarcar.
Embarqué parada en la fila 2 del lado derecho sin entender mucho lo que estaba pasando, habían pasado muchas horas desde aquél último momento en el que había dormido plácidamente en mi cama, y se estaba empezando a notar, aunque el entusiasmo se mantenía vigente, mis ojeras decían lo contrario.
Salimos para Miami con la bussiness vacía.

Estos vuelos suelen estar chartreados o como se diga, y casi siempre completos, pero esta vez apenas si había 110 pasajeros atrás. Ni bien cortaron los carteles empezó mi turno de descanso restante, que terminó con el anuncio de descenso del capitán; quién disfruta de mostrar su particular estilo a la hora de leerlos empezando con frases como “Bueno, muy bien… aquí les habla el capitán…” o recomendar un plato de la carta que leyó hace meses y ya no está vigente, o no corresponde a la cabina que lo está escuchando… también gusta de recomendar películas para ver en el sistema de entretenimiento a bordo, que quizás ya no están disponibles y fueron retiradas del  menú. Esta tarde les había deseado un hermoso día de playa en Punta Cana y cuando aterrizamos LLOVÍA.

Finalmente, mi estómago empezó a sentir el descenso. Me apuré a comerme dos sanguchitos y cerrar el Duty Free. Terminé todo, guardé las cosas, acomodé mis cosas en el closet, me peiné, me pinté la boca y me senté para aterrizar. Lo que ocurría en mi panza serían nervios, pedos, síndrome pre menstrual, quién sabe.
Aterrizamos.
Despedimos a los pasajeros y sacamos nuestras cosas para bajar.
Fui una de las primeras en pasar por migraciones, ya que por ser mi primera vez, pensaron que podía tener algún problema. El tipo que nos atendió hacía un chiste con cada una de nosotras, diciéndonos que ya que volvíamos de pasajeras, aprovecháramos para molestar a nuestras compañeras con el timbre de llamado, y cada tres segundos levantaba el brazo y hacía como que tocaba un botón imaginario encima de su cabeza, acompañando el movimiento de un ruido agudo con su boca que sonaba algo así TRIM! TRIM! TRIM! 
Un chiflado.
“Bienvenida a los Estados Unidos”.

Y entré.

Después de años de renegar contra Norteamérica, entré.
Y como corresponde en estos casos, activamos el Crew Lock y lo que pasó en Miami, quedó en Miami. Jamás lo sabrán.
Sólo les digo que con cada avión que piso, con cada pasillo, con cada cockpit y cada galley ultrajado, confirmo y re confirmo más mi religión. Hemos sido hechos para esto, ya sea un pequeño que se destartala todo cuando frena y apaga sus luces de emergencia al subir el tren o en un gigante firme y pesado, con air chillers, alfombras de telo y tarjetón amarillo.

Los tripulantes somos lo que somos en el avión en el que nos indiquen que debemos volar.
Y vendrán los modelos, las marcas, las matrículas, las nuevas líneas. Y vendrán empresas, banderas y países. Vendrán familias, elecciones, caminos, gobiernos, mudanzas, posibilidades, crecimientos y arrepentimientos.
Pero nosotros somos quienes somos en cualquier avión.
Le agradezco al Foxtrot Victor y a esta tripulación por enseñarme eso.

El FBO sigue, todos los días, aprendiendo a volar.
El FBO es oficialmente, a partir de este vuelo, Doméstico, Regional e Internacional.

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The Andes

Esta es una entrada diferente. Pinche.
Quiero hablarles de todas esas cosas que se pueden sentir cuando uno se detiene unos segundos a pensar el lugar en el que está parado, lo que está haciendo en ese mismo momento, saliéndose del automático y permitiendo que lo que nos rodea entre.
Eso es lo que pasa cuando cruzamos los Andes, el Océano Pacífico, el Amazonas.

celu 006No podemos darle importancia porque estamos armando un carro, haciendo el duty free, levantando bandejas o mirando una película tapados con una manta. Eso es lo que tiene la religión de avión: te abstrae.
En realidad nuestro cuerpo se encuentra suspendido en el aire muchos más metros de los que podemos entender, respirando un oxígeno con presión artificialmente preparada para que nuestro cuerpo no explote, calefaccionados a 25 grados cuando afuera congelan unos 50 bajo cero, pasando por encima de los paisajes más increíbles, más inhóspitos y peligrosos.
¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué sometemos a nuestro cuerpo a variaciones de todo tipo, a incomodidades y desadaptaciones, al peligro incierto de nunca llegar al destino?
Algunos simplemente estamos locos por la aviación, otros lo harán por necesidad o por un bien mayor, por ejemplo las vacaciones, algún reencuentro, un trabajo o una cuenta pendiente. Pero todos coincidimos en algo, todos confiamos en el avión; y confiar en el avión es confiar en los pilotos, en la aerolínea, y en el destino en general.
Siempre fui de esas que piensan que las cosas pasan cuando tienen que pasar, ni antes ni después.
Podemos evitar el sexo por miedo al sida, el microondas por miedo al cáncer, los aviones por los accidentes, los gatos por la toxo, las drogas por la locura, la risa por las arrugas, los tampones por los hongos, internet por los virus y la comida por la gordura. Pero, hagamos lo que hagamos, será lo que tenga que ser.
Podemos ser los más cuidadosos y morirnos leyendo un libro, enfermar por hacer deporte y desaparecer en una boca de tormenta.
Shit Happens.
Es por eso que no se pide permiso ni perdón para vivir. Es por eso que se vive libre y con los ojos abiertos, riendo cuando toca reir y llorando cuando se siente así. Dándole el lugar a cada etapa, a cada momento, sabiendo que la persona que llega nunca es la incorrecta y que nada es casualidad. Todos en la vida son maestros y habría que saber aprovechar la lucidez mental. Es que es idiota, lo siento por él, pero si se puede valorar las cosas, verlas, analizarlas, incluso refutarlas… eso es lo que para mí es vivir.
Siempre fui de las que piensan que mi hora puede llegar nadando en el mar, haciendo el amor, rescatando un perro, volando un avión. No le temo a lo que pueda pasar, fui hija de un loco inmortal que me enseñó a no temerle a vivir, y bajo esa premisa, enfrento los miedos del inconsciente desafiándome cada día más. Claramente, me acechan en las sombras, esperando que me detenga, que me caiga, que algún día diga que no; pero no han ganado aún, no han logrado calar tan profundo, no han logrado su triste plan.
Porque los de la religión del avión damos batalla.

Recuerdo sobrevolar los Andes con un capitán que me llamó a la cabina para mostrarme el lugar donde cayó el vuelo 571 de la fuerza aérea Uruguaya en el año 73. Si, los chicos de Viven.
Recuerdo tener unas inmensas ganas de llorar, de agradecer por estar viva y por poder ver ese escenario magnífico y emocionante de arriba, como en una de las primeras filas del cine.
Recuerdo sentarme en el cockpit y mirar hacia ambos lados, hacia el frente, hacia abajo.
Montañas, nieve.
¿Quién podría salir vivo de allí?
¿Alcanza con la voluntad de sobrevivir? Quién sabe.
Y mi cabeza voló como lo hace tantas veces, imaginándose mi avión destrozado, y mis compañeros perdidos, mis pasajeros heridos y yo caminando en la nieve, intentando entender.
¿Les parece algo terrible que imagine algo así?
Pues debo decirle a quienes no lo sepan que así nos enseñan a pensar a los tripulantes de cabina.
Planificamos todo lo que pueda salir mal, imaginamos despistes, fuegos, despresurizaciones, ditchings y todo tipo de catástrofes. ¿Para qué? Para que no nos tome por sorpresa el imprevisto. Para tener la cabeza fresca y reaccionar rápido si algo sucede y tenemos que sacarlos del avión.
Si, si, café, té, jugo de naranja y de manzana. Pero te aseguro que además de ponerte cara de culo cuando me pedís el cuarto café, soy yo la que te va a sacar.
Pase lo que pase y sea como sea, te voy a sacar.
Se me caen dos lágrimas cuando escribo esto, es duro y fuerte pensar en todo lo que nos podría pasar, es hasta tonto y estúpido que la cabeza se me vaya para ese lugar, pero repito, estoy preparada para lo que pueda salir mal, mi cabeza funciona de esa manera y no lo puedo evitar.
Sobrevolando los Andes vi mi propia película, se me puso la piel de gallina pensando en esa gente sufriendo, con miedo, muriendo, intentando seguir un día más.
Y más me emociona saber que muchos lo lograron, que no se dieron por vencidos, que caminaron, caminaron, caminaron, se dieron fuerza entre ellos, tropezaron y volvieron a empezar, hicieron cosas impensadas, criticadas, castigadas… y hoy viven.

Cruzo los Andes con respeto, sonriendo en silencio con los ojos húmedos y homenajeando en mis pensamientos a quienes dijeron TODAVÍA NO.

Todos los días vivimos la vida dando por descontado que es para siempre, que nos merecemos cosas buenas, que nada malo puede pasar. Nos levantamos por la mañana ignorantes de lo que les pasa a los demás. Preparamos nuestro café en nuestra cocina perfecta y nos lamentamos por lo poco que dura la batería del celular.

Sería lindo que pudieran ver Los Andes, su inmensidad, su belleza, su peligrosidad.
Sería hermoso que apagaran la mente dos segundos y supieran que todo puede pasar. Lo bueno, lo malo, lo bello, lo injusto, lo que creemos que a nosotros no nos tenía por qué pasar.
¿Por qué a nosotros no?

Abrir los ojos, ser un poco más despierto, menos soberbio, más consciente, menos hiriente.
Ser un poquito más vos.

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“Ladies and Gentleman the Captain will leave the seatbelt sign on why we are flying over The Andes, please remain seated and think about your life.”

 

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Mi útero, mi corazón.

Avanzar, caminar, conseguir, aprender, disfrutar, festejar, descansar, despertar, tropezar, resbalar, dudar, recular, descender, fracasar, dormitar, vomitar, retroceder, pensar, callar, analizar, cerrar los ojos, respirar. (Pinche)

Compré un blister de pastillas que me recetó un médico en un vip a las 4 de la mañana. Me metí en el baño y con dedos temblorosos, abrí la caja.
Las pastillas eran espejadas, podía ver mi propio rostro poniéndolas delante mío. Mi cara reflejada en un rohypnol de la verdad.
El espejo recorrió el interior de mi cuerpo y al llegar a los jugos que lo disolverían, explotó, manchando las paredes de todos los órganos de color mercurio, tiñiendo de plata mis venas, mis tripas, mis alvéolos, arterias, células.
Pero mi útero, mi corazón.

Con sangre de unicornio recorro los pasillos del Sierra Juliet, cierro las puertas de toda la pandilla Brava, caliento las comidas, cambio mis zapatos, sonrío sin razón.
Y sólo 5 palabras recorren mi cromada mente.

“Quédense con sus verdades innecesarias.”

¿Para qué quería saber yo la verdad?
Si los imbéciles son más felices, si quienes no piensan, no elaboran, no confrontan, no sufren jamás.
Guárdense sus secretos y sus confesiones. No drenen sus culpas a costas de nuestro dolor.
Queremos vivir en la ignorancia, queremos hacer oídos sordos a sus razones, sus motivos, sus elecciones. Queremos ser estúpidos y pasarla bien.
¿Por qué diablos no nos dejan pasarla bien?
Carne por fuera y plata por dentro, me fuí secando, me fuí enfermando, mi útero, mi corazón.
Me acosté en la cama de los moribundos y escuché mis latidos multiplicarse sin control, mi sangre correr lenta y pesada, mis ideas nublarse, mi ovario malo cambiar de color.
Y mirando las luces en el techo y oliendo a lavandina y formol, entendí que eso era enfermarse por culpa y por dolor.
Todo lo que se queda adentro es tumor.
Todo lo que no barremos, lo que no extirpamos, lo que no logramos procesar.
Todo aquello que fingimos, los juegos que jugamos, todo lo que no es verdad.
El espejo que habita dentro mío me deja ver la realidad. He decidido empeñar mis más preciados bienes, mis únicos tesoros: mi útero, mi corazón.
Enfermaré hasta límites desconocidos para limpiar mis culpas, coquetearé con el malestar de tener la muerte sacándome a bailar, dormiré siestas de lágrimas con esta elección nueva, este amanecer lleno de oscuridad.
Esto es volver a empezar.

Con tantos aliados como dedos en una mano, pero con hectáreas de libertad, reviso el pozo en el que he caído, reviso si mis heridas tienen un grado mortal.
Minada de invisibles está esta plataforma hermosa, repleta de telarañas explosivas, plantas venenosas, personajes peligrosos, mentes retorcidas si las hay.
Cruzo descalza sin evitar los cortes, los tajos; las plantas rojas de mi pie se dibujan como un camino que no se debe seguir, y al llegar a la escalera, subo sin mirar atrás.
Me sumerjo en el Sierra Juliet como en la pileta de Cocoon, y sentada en el jumpseat de la 1L me abro al medio el pecho y lo dejo ver, mi útero, mi corazón.

Es Juliet quien me dice que todo tiene remedio menos la muerte y que no está muerto quien pelea.
Es el cielo quien me responde que no me va a dejar abandonar.
Son los seres en las nubes quienes recuerdan que aún queda algo por crear.
Pero mi útero, mi corazón.
Son ellos quienes aguantan hasta que termine mi creación.
Son ellos quienes dictan mis templos y mis misiones, mis vuelos, mis letras, mis animales, mis tiempos, mis aviones, mi verdadera pasión. Son ellos quienes dirigen las ideas, quienes aceptan y rechazan, quienes hoy, plateados, bellísimos, brillantes como diamantes me repiten que siempre es hoy.

Mi útero, mi corazón, cansados pero no vencidos. Golpeados pero no acabados, usados pero nunca esclavos.
Enfermos pero todavía vivos.
Mi útero y mi corazón.

Avanzar, caminar, conseguir, aprender, disfrutar, festejar, descansar, despertar, tropezar, resbalar, dudar, recular, descender, fracasar, dormitar, vomitar, retroceder, pensar, callar, analizar, cerrar los ojos, respirar.

Curar.