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La ternura lo arruinó.

(pinche)
Al final la ternura arruina todo.
Nos vuelve débiles, nos desnudamos ante nuestros asesinos, nos volvemos los culpables, los buscadores de nuestro cruel destino.
De qué sirvió todo esto?
De qué sirve toda esta sensibilidad?
Denme una buena razón.
Al menos una que valga la pena la destrucción en la que nos hemos convertido.
La ternura me ha traído hasta aquí. En nombre de la ternura brillaron mis ojos, en nombre de la ternura todas las caricias, todos los cuidados, todo la suavidad.
Y lo único que esperaba a cambio era que me trataran de la misma manera.
Pensé que así funcionaba el mundo. Pensé que si depositaba amor, me iba a llevar amor, no todos estos alaridos.
Somos los responsables de lo que entregamos, somos los culpables del error de esperar algo de los demás.
Nadie había prometido nada, acepto mi error. Filmé una película en mi cabeza en la que aviones, perros, milanesas, colchones y música nos protegían.
Pero qué distintos somos, ustedes y yo.
Qué bien preparados han venido a esta vida, malditos. Y qué en bolas que estoy yo, por dios.
34 años buscando el manual, y no aparece. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo lo hacen tan, tan bien que se sienten en la posición de decirle al otro cómo lo debe hacer?
La ternura me ha traído hasta aquí.
Y la ternura arruina todo, porque jamás te miran a los ojos y te dicen lo que te hace falta para que todo valga la pena. Porque te pegan carteles en la puerta diciendo cómo debería ser. Porque por más que saques los gusanos, la angustia queda, y siempre hay algo que estás haciendo mal.
Los expertos en vivir jamás dejarán de ver tus errores. Los que vinieron con manual y viven sus perfectas vidas tienen siempre una palabra justa, jamás se equivocan, jamás le han abierto la puerta a la ternura.
La ternura lo arruinó.
La ternura nos debilitó, y ahora, parados en una casa que nadie barre, insomnes por los aullidos de los lobos que trajimos para curar, nadie nos dice algo que nos haga bien.
Acaso llegó la hora de transformarse en aquellos que saben vivir? Acaso tenemos que sacar la bandera blanca por nuestras ventanas de vidrios rotos y empezar a jugar el juego que nos empujan a vivir?
Comer bien, salir a correr, dejar de levantar animales, buscarse un marido, tener algunos hijos, apagar la música, comprarse un saquito de señora, apagar el celular y abandonar de una vez por todas este puto blog.
Enterrar la ternura.
Ser lo que los que saben vivir me aconsejan que sea.
Terminar con la revolución que nunca va a ganar.
Abrir la puerta de casa, entregar los lobos a las autoridades y aceptar que nunca jamás, va a triunfar el amor.

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Hasta que se demuestre lo contrario.

(Pinche)
Vento apareció en una foto en mi facebook hace más de 2 meses. Se lo veía hermoso y triste, dañado pero con agradecimiento y sabiduría detrás de todo ese pasado que jamás podremos adivinar.
Yo dudo acerca de todo, lo sabrán. Pero en cuanto a los ojos de los perros, jamás tengo dudas. Éste era el que yo tenía que traer a casa, éste era el que yo tenía que cuidar.
Después de más de 50 días de putrefacción, sangre y gusanos, la herida de Vento cerró. Empezó a correr, a saltar, a jugar. Aprendió a tomarnos el tiempo a los humanos, aprendió a hacer pis afuera, aprendió a llorar cuando no estoy. Y mientras aprendía, empezó a enseñar. Y yo, que soy de las que se las saben todas, descubrí que en el fondo no sé nada y que me faltan muchos maestros perros para poder cancherear.
Hoy es el día 65 de Vento en casa y decidimos dormir hasta las 3 de la tarde, para festejar. Dejé que me llenara las sábanas de pelos, que me enredara el pelo con sus uñas, dejé que lamiera un plato con migas y también un poco la cara. Le dejé hacer todo lo que quería hacer, porque eso es lo que hago cuando amo. Nada me importa, nada me pone de malhumor, nada me parece mal. El único código es que nos guste hacerlo y no nos importa lo que digan los demás.
Festejando, llevamos el auto a lavar. Conté su historia más de 6 veces, a los del lavadero, a los que hacían cola detrás nuestro, a los que caminaban por la vereda… Vento es todo un ejemplar, es imposible que pase desapercibido y le pide amor a todos los que pasan, deja caer el peso de su cuerpo en las piernas de desconocidos y les transmite un tipo de amor que hasta entonces ellos desconocían. Todos ríen, y nosotros bailamos.
Festejando llegamos a la veterinaria, Ade no presenta signos de demodex en el raspaje, más motivos aun para festejar.

Entonces Vento subió a la camilla. Una gotita de sangre le aparecía en la punta del pito de vez en cuando y eso me preocupaba. Hace un mes otra vete lo había medicado por una posible infección urinaria, pero yo quería una segunda opinión, así que lo llevé a mi vete de siempre. Supuse que era cuestión de tomar unos antibióticos y estaríamos listos.
El mismo veterinario que operó 3 veces a Bamba, el mismo que raspa a Ade todos los meses, el mismo que le salvó la vida a Leia hace 18 años, le sacó el pito afuera dejando ver algo que yo jamás había visto antes.
Alrededor de la base, unas carnecitas enrojecidas sangraban apenas, unas carnecitas crecidas, como que no parecían deber estar ahí.
Qué es eso? Dije.
No contestó.
Suele no contestar.
Eso no es normal, no? Por qué tiene eso?
No contestó.
Le recortó dos pedacitos y le empezó a sangrar.
Los metió en un frasquito, los llenó de líquido y los cerró.
Mi estómago se empezó a endurecer. Yo sé lo que significa que saquen un pedazo y lo metan en un frasquito.
Tomás, no me gusta esto. Le dije.
“Bajalo” dijo Tomás.

Bajé a Vento de la camilla y una vez más, me senté del otro lado del escritorio, a escuchar como las noticias derrumbaban todos mis castillos de princesa de Disney.
Se llama sticker, es un tumor venéreo transferible. Algo así como el único cáncer contagioso, por via sexual, por las mucosas, el lamido  y el olfateo de genitales.
Vento lo tiene y no sé el riesgo que puede tener esto para Ade.
Le pregunté si estaba seguro del diagnóstico y me respondió “es sticker, hasta que se demuestre lo contrario”. Resultados de la biopsia en unos 20 días, tratamiento: quimioterapia, volver a empezar.

Salimos de la veterinaria y Vento me saltó, me besó y se largó a correr.
Les mentiría si les dijera que no se me cayeron una o dos lágrimas, pero ya no soy la que era hace dos años atrás.
Ahora sé que voy a rescatar animales toda la vida, y como parte de esta elección, he tenido la suerte de que llegaran a los que más me necesitaban. Bamba, Ade y Vento, con sus particularidades, sus enfermedades, sus necesidades. Nada es casualidad, ni la mirada de Vento, ni sus fotos, ni el amor que sentí por él desde el primer momento.
Vento hoy es parte de la familia, y aquí se va a quedar. Juro por la piel que me cubre, que tengo la total seguridad de que en ningún lugar lo van a cuidar mejor que en mi propia casa, su propia casa.
Aquí nos quedamos, aquí nos quedamos a pelearla, a acompañarnos en lo que nos toque porque somos fuertes y somos invencibles, hasta que se demuestre lo contrario.

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Cantame

(Pinche)

Salí de casa apuradísima, cansada, con el pelo suelto y la valija hecha dos minutos antes con cualquier cosa adentro. El auto me esperaba abajo para llevarme a Ezeiza, el 4520 salía cerca de la medianoche y me esperaban 9 horas de vuelo por delante.
Fue una tortura lo largo de ese vuelo. Los servicios eternos, los pasajeros súper demandantes, el sueño que me vencía y mis pies pidiendo que me sacara los zapatos de una vez.
Entré al hotel y me puse última en la fila de tripulantes para hacer el check in. Por algún motivo, no había habitación para mí. Algo estaba fuera de servicio y no había ninguna disponible en todo el hotel. Esperé más de una hora que me consiguieran un cuartito donde pudiera descalzarme de una vez, pero no ocurrió. Lo que sí ocurrió fue que me pidieron un auto para ir a otro lugar. No me quejé, subí al transporte y entré a un enorme hotel con muchísima gente y movimiento en el lobby. Alguien tomó mis valijas y me fui al front desk. La reserva estaba hecha, me protegieron como si fuera una huésped de honor, mis valijas fueron enviadas a mi habitación al piso 19; el que se encontraba bloqueado para otros huéspedes, tenía un guardia y carteles que pedían por favor no generar ruidos molestos para que todos pudieran descansar. Bajé del ascensor, el personal de seguridad sonrió de costado cuando mis piecitos pisaron la alfombra que me escoltó hasta la 1926. La tarjeta para ingresar había quedado en algún lugar de mi cartera. Me puse en cuclillas y empecé a revolver, mientras largaba puteadas al aire. Me había soltado el pelo, sacado el pañuelo del cuello y desabrochado el saco, ya tenía el 25% de mi uniformidad destrozada, tendría que volver a arreglarme para bajar al lobby. Quise llorar. Alguien bajó del ascensor, el de seguridad se puso firme y unos pasos caminaron por detrás de mí sin que yo me diese vuelta a verificar su identidad. “Si no sos house keeping, no me servís” pensé. No era house keeping. Pasó lentamente y entró a la última puerta del pasillo, mientras yo escondía mi cara detrás del pelo, con la cabeza casi metida adentro de la cartera. Vestidas de uniforme es como si siempre tuviéramos la obligación de saludar amablemente. El huésped cerró la puerta y al minuto empezó a escucharse música latina. “Genial, estoy en Asia de Cuba”. Improvisé un rodete y volví al ascensor. 19 pisos hacia abajo para encontrar la tarjeta en el saco del uniforme. Adelante de 4 turistas Australianos dije LARECONCHAPUTADETUMADRE y volví a apretar el 19. Los demonios me llevaban, bajé apurada y doblé a la derecha, estallando todo mi cuerpo contra el de un hombre que venía por el pasillo. Pedí disculpas sin mirarlo, me apuré a mi puerta y escuché algunas risas mientras la cerraba y apoyaba mi espalda agotada contra la misma. Bajé la cabeza y me subió un perfume que no era mío. Estaba impregnado en mi ropa y era algo impresionante: el mismísimo olor del hombre, ese aroma al cuello perfecto, a la piel del otro, al calor del que está adelante tuyo. Sacudí la cabeza saliendo del trance del perfume y me saqué la ropa. Cerré las cortinas y los blackout dejando el mar del otro lado. Con el aire acondicionado en 23, me acosté en una cama enorme y blanca, me abracé a una almohada y desperté cuando ya no había luz afuera.
Pedí comida a la habitación, me di un baño, me pinté las uñas de los pies y degusté un helado y un jager con hielo mirando Criminal Minds.
Se hicieron las 10 de la noche, aburrida, miré la cartilla de comodidades del hotel. Únicamente para este piso, el 19, un spa, un jacuzzi, una piscina y un bar. Se me pusieron los ojos malditos… un bar? Qué hago en la cama habiendo en este piso un bar?
Abrí la valija y me horroricé. No tenía ojotas, no tenía zapatillas, no tenía un jean. Ropa interior, un vestido negro, unas botas bajas, una campera de cuero y una remera corta. Ni siquiera un short.
Me sequé el pelo, me maquillé fuerte los ojos y me puse el vestido negro de las fiestas maldiciendo una vez más mi costumbre de hacer la valija con resaca. Caminé hasta el final del pasillo y empujé la puerta de vidrio, la música me envolvió. Como siempre, no había nadie. En todos los lugares a los que voy yo, nunca hay nadie. Me senté en la barra y me pedí un jager. Saqué el teléfono, lindo momento para tuitear mi fracaso.
No había señal.
Me tomé el jager de un saque y apoyé mi cabeza entre las manos. La música estaba bien.
El bartender me sirve algo en una copa de las de martini, no alcanzo a decirle “No, no…” cuando él señala una mesa en una punta oscura del salón. Miro con desconfianza porque  no me gusta ser el gato de nadie,  El hombre se pone de pie, caminando como creo yo que no camina ningún hombre, con una camisa negra, una cadena en su cuello, unos jeans oscuros y un arito en su oreja izquierda, me saluda en inglés.
Le agradezco el trago, demasiado tarde para decirle que no. Su perfume me perfora de lado a lado cuando me pone el brazo alrededor de la cintura para saludarme. Me quedo dura, abro los ojos pero me rio, no hay manera de no aceptar este trago.
Me incomoda un poco que me agarre con la mano, pero evidentemente el tipo no lo puede evitar, no se queda quieto, toma de su vaso, lo apoya, me habla, me toca la punta del pelo, se ríe, me agarra las manos, me toca los dedos, sigue hablando, toma un poco más, comenta otra cosa, me rodea con el brazo apoyándome la mano en las costillas. Yo no sé si estoy contestando, conversando, o simplemente mirándolo en silencio, intentando entender qué es lo que está pasando.
Pide una botella en hielo, dos vasos y me lleva de la mano a la pileta. Y claro que voy, voy como si fuera la cosa más normal del mundo, y se me para adelante y mientras lo miro fijo a los ojos, me pasa las manos por atrás de la cabeza y me baja el cierre del vestido, lo deja caer y sin mirarme, se agacha y me saca las botas como si fuera Cenicienta, suavecito, como acariciándome los talones.
Quedo en ropa interior adelante de este desconocido, seria, temblando un poco ante lo que sé que va a ser inevitable. Él se queda quieto adelante mío, y entiendo que quiere que le desabroche la camisa. Da la sensación de que cada botón estuviera desatando una energía que parezco desconocer, así que no me animo a sacársela, tan solo la dejo abierta y ahí, esperando. Él termina de desvestirse mientras me agacho a servirme el jager más frío y rasposo de la historia de mi vida. Cuando me pongo de pie con las dos copas, tengo adelante al hombre más hermoso que he visto en mi vida.
Sentados con los pies dentro del agua climatizada, nos quedamos un ratito callados, escuchando la música y mirando las luces de adentro de la piscina, las únicas que iluminaban el ambiente. A través de la pared de vidrio se veía la ciudad entera, los autos yendo y viniendo, los edificios altos, las palmeras marcando el camino al mar…
Este hombre me besó la boca y los hombros… este hombre me hizo reír, me cantó al oído, me acarició el cuerpo fuerte y suave al mismo tiempo. Este fue uno de esos hombres que hacen que agradezcas el haber tomado las decisiones que tomaste para llegar a ese lugar.
Me desperté a las 4 de la mañana en su cama, dormía boca arriba y no pude evitar mirarlo, olerlo e intentar tocarlo sin que se despertase. Cambió su respiración apenas le apoyé la mano sobe el pecho. Permaneció con los ojos cerrados mientras lo destapaba suavemente y lo recorría con los dedos. me arrimé a su pecho envuelta por una mezcla de su perfume con el olor de la piel después de haberte amado. Probablemente ese sea mi aroma preferido en este mundo, y no lo cambiaría por ningún otro que conozca.
Sentada encima de él con las piernas rodeando su cintura le besé los brazos y los hombros mientras levantaba sus manos para hacerme saber que esta noche no se había terminado.
“Cantame” le dije mientras se reía de mí.
Tengo la particularidad de que los hombres se rían de mí. Qué gran honor.
Me dio vuelta en la cama con un movimiento tan rápido que casi me asustó. Y entonces lo miré, cosa que no suelo hacer porque elijo tener mis ojos cerrados cuando intento disimular que estoy muriendo de amor.
Y nos miramos.
Bajó los brazos y se acercó a mi boca tan despacio que pensé que iba a enloquecer. Apoyó sus labios en los míos y lo único que nos separaba era la burbuja de aire más milimétrica que pudiera existir. Creo que me temblaban los labios de la desesperación, del deseo, de la excitación. Sólo las mujeres somos capaces de sentir que hemos nacido para un momento así, solo las estúpidas mujeres nos tomamos un momento para pensar dónde estuviste todo este tiempo, cómo hice hasta hoy, como haré cuándo te vayas. Solamente nosotras nos distraemos del presente pensando en el futuro, y solamente nosotras entenderemos la ramificación del árbol que acaba de crearse de la estúpida raíz que nació de un beso.
Me quedé dormida, agotada y empapada del único hombre que me cantó.

A la mañana siguiente, yo tenía que prepararme para un vuelo y él tenía que prepararse para un show.
La felicidad y la tristeza dejaban la balanza en el medio, sin que pudiéramos saber qué pesaba más.
Hay noches que duran una eternidad, hay personas que parecen haber llegado hace miles de años, hay pieles que jamás se pueden olvidar.
Nos despedimos en la puerta de su habitación sin decirnos nada, sabiendo que ya no volveríamos a vernos, y que no valía la pena buscarnos ni intentar pelear al mundo cuando te dice que no.
Entré a mi habitación con lágrimas, por qué habría de mentirles? Acaso no saben que soy de las que se enamoran la primera noche y es por eso que jamás se entregan? Me tiré en la cama a maldecir que seamos tan distintos, que nuestro deseo sea el mismo pero nuestra realidad nos ponga en continentes diferentes. Qué cosa tenemos vos y yo en común? Nada. Si lo único que tenemos en común es todo aquello para lo que hay que desnudarse, entonces es que no somos el uno para el otro.
Me sequé los ojos y me metí a la ducha. Me buscaron unas horas después, me encontré con mis compañeros en el aeropuerto y no pude contestar más que “bien” cuando preguntaron qué tal la había pasado.
El vuelo estaba completo y no tuve ni tiempo de pensar, pero apenas me tocó el turno de descanso, apoyé la cabeza en la ventana, y mirando la Luna, esa que parece más cerca cuando estás hecha mierda, casi pude sentir tu olor.
Si te extraño? Claro que sí. Porque era verdad cuando dije que me enamoro de un beso, y es verdad que una vez que me enamoro no me importa nada más.
Seguí volando entre 2 y 3 veces por semana, seguí paseando con mis perros, seguí comiendo pizza en la cama con el pijama de los Clippers y una remera 5 talles más.
Volví al 67 dos meses después y me hospedé en el hotel de siempre, sin ni siquiera atreverme a soñar que podrías estar por ahí. Para qué buscarte? Para qué levantar la vista? Poco a poco empecé a olvidar, eso es lo que hacemos lo que no queremos morir de amor.

Volví a besar otras bocas, volví a desabrochar camisas y degustar tragos amargos buscando esa sensación… en ningún lugar lograron hacerme temblar. En ningún lugar ese perfume de tu piel mezclado con la mía, en ningún lugar el sonido de tu voz.

Me desperté tarde para mi búsqueda para el vuelo a Córdoba, doblete asesino, dos veces la ruta a las sierras en un solo día, la combinación más salvaje que hay. Después del tercer tramo, agotada y anulada, casi sin entender hacia donde iba ni cuánto faltaba para dejar de servir mil vasos, emprendo la vuelta a casa. Después de los anuncios y de ver cientos de caras de personas de traje, con bebés, viejitos risueños y señoras perfumadas, despegamos. Miro hacia afuera mientras las luces de la ciudad se alejan, apoyo la cabeza en el respaldo rígido del jumpseat y cierro los ojos. Cortan la señal de cinturones y nos levantamos de un salto.
Sirvo las bebidas en automático, casi sin mirar a los ojos a los pasajeros de la primera fila, mirándolos pero sin verlos, como si sus caras fueran un borrón o la misma cara que la anterior pero con otra camisa. Esa es la fatiga hecha realidad. Muevo el carro hacia la fila 2 y mientras trabo con mi pie derecho la traba roja, respiro profundo mientras un aroma me traviesa de lado a lado. No tengo tiempo de reaccionar cuando una mano se apoya encima de mi mano izquierda.
Bajo la mirada y ahí estás.

Porque aunque nos empeñemos en tener distintos planes, porque aunque intentemos una y mil veces jugar a que esto no es verdad… no hay nada que podamos hacer cuando la piel se ha manifestado y no hay nada que los aviones no hagan realidad.

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Pero el pozo.

(Pinche)
Estábamos amándonos como parecía imposible amarse cuando escuché un crack entre mis dos pies. Miré hacia abajo y la tierra crujió hasta casi hacerme caer. Un rayo se dibujó en el pasto, abriéndolo como si alguien lo estuviera cortando con una sierra gigante, invisible, imposible de evitar.
Lo que ocurrió después, intento recordarlo de la manera más fiel posible, pero por más que haga esfuerzos, no deja de ser un momento borroso. Lo que queda claro es que cuando abrí los ojos, estaba en el piso, de este lado, y vos estabas de pie… del otro lado.
El terremoto dejó un hueco que no pudimos tapar, que no pudimos rellenar, que no pudimos saltar ni sobrevolar. Me asomé al precipicio y te miré. “Podés venir para este lado?” Te pregunté. Levantaste las cejas y los hombros.
Me dejé caer.
“No llores, no llores” Dijiste. No te gusta cuando lloro.

“Pero el pozo” Dije yo.
Pero el pozo.

Me dormí durante meses mirando tu lado de la isla. Tus ojos estaban allí, noche tras noche, mirándome casi como si estuviésemos en la misma cama, como me mirás cuando pensás que no me doy cuenta cómo me mirás, cuando pensás que porque no decís lo que te pasa estás a salvo, cuando pensás que no siento como a vos también te tiembla todo con los besos chiquititos. Pero no, no estábamos en la misma cama, ni mucho menos en la misma habitación, ni siquiera en la misma porción de tierra. Cómo se puede no estar ni siquiera en la misma porción de tierra cuando se estuvo uno adentro del otro? Yo sé que eso puede pasar, porque las cosas se rompen y a nosotros se nos rompió.

Me levanté porque mis rodillas se golpeaban entre sí por no ponerle ningún almohadoncito. Me levanté porque me dolían los huesos y porque tus ojos ya no estaban allí. Y yo confundo ausencia con abandono, y yo confundo verdad con maldad. Y vos confundís miedo con abandono, y vos confundís miedo con maldad.
El terremoto se llevó todo lo que había a mi alrededor, tengo que volver a construir. No tengo más que algunos galgos maltratados, olorcito a eucalipto, valijas destrozadas por los gatos y hambre de hot dog.
Vos tendrás tus cosas para empezar de nuevo, no puedo verlas ni adivinarlas, pero confio en que así será.
De aquel lado habrá quedado toda tu razón, tu certeza y tu bondad.
De mi lado la lava, los gusanos, la irracionalidad.
Seré la mala una vez más. Seré la loca, la ridícula, la desubicada, la mentirosa, la arrastrada, la que nadie quiera mirar.
Y vos serás un ángel que jamás se equivoca, vos serás el dueño de la verdad.
Y de tu lado de la isla, te lo cobrará caro el cuerpo cada vez que pienses en mí, y de mi lado de la isla, te aseguro que temblaré de solo imaginarme esa cosa que tienen tus labios.

Pero el pozo.

Pero el pozo, mi amor.