HCQI0804

Vestida de gris

 

Pulse para escuchar

Fui objeto de burla por mis 25 buzos grises más de una vez. No sólo los compro de manera compulsiva sino que no los regalo jamás aunque ya no los use. La mayor parte de ellos son enormes, 3, 4 o hasta 5 talles más. Tengo buzos negros o azules, pero prefiero el color gris. También esos buzos de otros colores los elijo 4 talles más grandes. Igual las remeras.

Un pibe que salía conmigo me preguntó una vez, si a un lugar que íbamos juntos iba a ir vestida normal o “de pibito”. Me ofendí un poco, pero en el fondo no, porque a mí vestirme de pibito me parece una idea genial. No se confundan, no me siento un pibito, tampoco necesito que me confundan con uno; pero en cuanto a las prendas de vestir, supongo que andar ajustada no es lo que más me representa.
En la secundaria me vestía de skater, con ropa de un local que vendía prendas usadas de plush en una galería sobre la avenida Santa Fe; también compraba en un local que tenía ropa usada de soldados, militar, todo enorme. Mi look no estaba muy bueno, pero era mi manera de decir “no te acerques”.
Con el tiempo me fui refinando, tuve una curva ascendente en la que puedo decir que estuve “bastante” a la moda, pero cuando la curva bajó, me transformé en ésto que soy hoy. A veces me cuesta encontrar entre mi ropa algo decente, de mi talle, para ir a determinados lugares. Revuelvo pero no tengo casi nada; siempre uso la misma ropa cuando tengo que verme con gente con la que no puedo ir de pibito.
Un día, tratando de entender el por qué de esta preferencia, empecé a hurgar en dónde a nadie le gusta.
¿Cuándo empecé a tapar el cuerpo, negar las formas, intentar que no se me viera como una mujer? ¿Cuándo empecé a avergonzarme de tener curvas y a temer a la mirada ajena?
Fue hace tanto tiempo ya, que cualquiera pensaría que para esta altura debería estar curada.

Mi papá fue preso la primera vez cuando yo tenía 6 años, poco recuerdo de esa experiencia más que el sabor a bola de fraile aceitosa mojada en té negro con azúcar y las manos con guantes de las señoras que nos desvestían para revisarnos orificios y secretos.
La segunda vez que cayó preso, yo tenía 17.
Las tetas me habían crecido un año antes, el culo, dos.
Mi mamá ya estaba separada de él hacía bastante y mi hermana no quería verlo, así que me tocaba ir sola hasta Devoto. La primera vez que fui a sacar el permiso de visita, me dieron un papel que decía que no podía usar maquillaje, aros, pulseras, ropa ajustada ni de colores chillones. Pregunté con bastante inocencia a una mujer policía qué me aconsejaba usar, me contestó simple: ponete un jogging, un buzo, ropa grande, gris.
Me fui pensando en el uniforme que vestiría la semana siguiente.
Cuando llegué, adecuadamente vestida, noté que las otras mujeres no habían hecho mucho caso; algunas tenían ropa de colores, o remeras que les ajustaban los rollos y las tetas. Yo, con mi ropa ancha y gris, no parecía tener ni tetas ni culo, mis túnicas me protegían.
Fui pasando las rejas mientras los guardias me iban abriendo y le gritaban a la siguiente. Pasé varias rejas, no recuerdo cuántas. Me crucé con gente que me miraba fijo a pesar de las túnicas protectoras. Los guardias también me miraban. Yo iba con paso rapidito esperando de una vez encontrarme a salvo. Una vez en el patio, en una carpita con frazadas y sábanas de colores, lo encontré. Me abrazó. Llegué viva y orgullosa.
-“Qué te pusiste?” Me dijo riéndose.
-“Me dijeron que venga así”
-“Está bien. Así no te miran.”

-“Igual no quiero que vengas más. Me voy a tener que cagar a trompadas. No vengas más.”

Yo seguí yendo. No tanto como hubiese querido. Bah, no es que quería. Creo que en el fondo no quería, pero me daba culpa no ir.
Seguí yendo todo lo que pude, todo lo que aguanté durante todo el año.
Hasta que ya no tuve que ir más.

Las miradas de los hombres se me hacen pesadas a veces. Se vuelven cada vez más densas y pesan sobre los hombros. Me dan miedo y terror, ganas de correr y sentirme a salvo.
Lo que pasa es que 25 años después nadie me espera en la carpita, y no tengo a nadie que se cague a trompadas por mí.

Es por eso supongo que sigo comprando buzos grises; para estar a salvo, para llegar viva reja tras reja, para no sentir miedo ni desamparo. Ni culpa. Ni tristeza.
Vestida de gris no me pueden tocar. Porque si yo me visto de gris, vos sos inmortal.

1 comentario en “Vestida de gris

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.