070708
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Olor a avión.

(Pinche para escuchar)

La ida y la vuelta de este viaje… pensé que iba a ser sencillo.
Si, de verdad pensé que ya lo tenía resuelto, que ya lo había entendido.
Hace unos cuantos años, decidí dejar de involucrar todo el corazón. Decidí preservarlo, no entregarlo, no comprometerme del todo.
Dejé un lugarcito reservado únicamente para mí, de esa manera, podía estar a salvo. Ese lugar no sería compartido ni discutido, no sería conocido, no sería comentado, no sería ni elegido ni rechazado, sería, sencillamente, mío. Fue guardado en una cajita y escondido en un placard.

Un día cerca de las 11 de la mañana sonó el teléfono.
Alguien me avisaba que en un rato me pasaría a buscar un avión.
“Deben estar bromeando” dije yo. El avión es para niñas altas y rubias, es para señoritas que miden de piernas lo mismo que yo mido entera. A ellas les pesa el cuerpo lo que a mi mis dos brazos, ellas usan cremas con perfume y se depilan cada quince días, siempre en el mismo lugar, ese mismo al que van sus madres, con turno, los martes. Ellas lloran porque se les rompen las uñas, compran siameses, reciben regalos todos sus cumpleaños de parte de su papá, que, en efecto, aún recuerda la fecha de su cumpleaños año tras año. “Deben estar bromeando”.
Pero no, no lo hacían.
Y el Sierra Juliet vino por mí.
Desde entonces, pude verlo desde adentro. Pude recorrerlo sin timidez, pude encender sus luces, correr sus cortinas, abrir sus carros, cerrar sus puertas. Pude sentir su olor.
Pero hoy, honestamente, rara vez siento olor a avión.
Será que lo tengo en la piel, serán esas partículas las que traigo pegadas como polvo de estrellas cuando entro a casa, será ese el motivo por el que mis gatos me huelen de manera extraña.
Honestamente, ya no me mareo, ya no me resfrío, ya ni siquiera presurizo.
Soy un astronauta. Floto, pertenezco, soy.
Cuántos años van? Van cuatro. Dirían todos aquellos que llevan diez, doce, quince años que qué cosa puedo saber yo. Nada. No sé nada. No me comparo, no me interesa, no lo sé.
Mi adn se ha transformado. Me corre fuel por las venas, y cuando termino de comer, pido la boleta de combustible, cierro mi puerta y me voy.
Ya no necesito atarme en las turbulencias, no puedo golpearme, no puedo caer.
Cómo ocurrió esto?
Ocurrió precisamente porque pensé que todo era una gran broma, que era un sueño de esos en los que te regalan muchísimas cosas hermosas y que te dejan vacío al despertar. Yo estaba segura de que en algún momento iba a despertar, entonces, decidí romper el esquema, decidí no ser ni la rubia, ni la alta, ni la flaca, ni la linda… decidí subir todos estos tatuajes al Ángel y traerme conmigo mi cajita secreta. Una vez adentro, bien arriba y estando sola en el galley abrí la tapa y lo dejé salir.
Al principio se resistió, se tomó de los extremos de la caja queriendo permanecer dentro… pero poco a poco… se dejó envolver.
Esa parte de mí supo respirar el oxígeno artificial, esa parte que no conocía otro ser humano, que nunca había hablado, que no sabía reír… flotó, dio vueltas en el aire, tocó las nubes, vio salir el sol. Esa partecita que se escondía en una esquina de una caja en el fondo de un placard, supo lo que era la libertad y ya no quiso volver atrás.
Este relato habla del cambio. Habla del insoportable dolor que representa ser uno mismo. Duele como un pinchazo en la médula, duele como estocada en el corazón. Pero mi partecita se fue haciendo más grande, se fue volviendo más fuerte, se fue transformando más y más, y hoy no juega los juegos de los otros, hoy no pide permiso ni perdón, hoy cuando quiere reír, ríe y cuando toca llorar, llora.
Hoy, esta partecita, vuela por amor y no por evasión.
Aprendí.
Aprendí a mirar a los ojos sin miedo, aprendí a tomar las manos de desconocidos, a levantar un animal de la calle sin temor a ser mordida, a ofrecer todo lo que tengo a cambio de la paz. Mi paz.
Hoy subo al avión y lo saludo, lo acaricio, lo cuido, lo preservo. Me ha dado tanto. No sé ni cómo pasó.
No sé en qué momento pasó.

Hace cuatro años construí este Blog.
Lo hice con la idea de contar algunas experiencias tontas de mis primeros vuelos, aprovechar para escribir, para que alguno que otro me leyera, para leerme a mí misma y para no olvidar.
Pero mientras lo construía no tenía idea que él me construiría a mí. Que ustedes, que lo leen, lo comentan, que me escriben, que me piden, me comparten… podían sentir algo de todo lo que siento yo.
Y con cada entrada, me dí cuenta de que todos somos mucho más parecidos de lo que creemos; y que no nos permitimos darnos cuenta de que le tememos a lo mismo y que nos alegramos por las mismas pavadas, nos comportamos de igual manera cuando estamos asustados, confundidos, alegres o divertidos.

Hoy, honestamente, rara vez siento olor a avión.
Aquellos que hayan volado me habrán escuchado decir alguna vez apenas subir la escalera: “Qué olor a avión” y si lo hicieron, estuvieron ante una de esas pocas situaciones en las que pude abstraerme.
Generalmente, ese olor, es una parte de mí; como hoy esta siendo, poco a poco, con cada línea que lees y cada entrada que buscás, una parte de vos. Si, vos: que quizás seas como yo, o quizás seas rubia y hermosa, quizás peses lo que mi espíritu, quizás tu papá te regale celulares y tu mamá te lleve a la misma peluquería que ella, quizás te cocinaron hasta los 23, quizás no sabés más que reír y reir… aunque todo eso no importe, porque yo no estoy para comparar… estoy para decirte que hay una cajita en tu placard que deberías traer a mi vuelo.
En algún momento te dejo sola en el galley, y cuando estés bien arriba, fijate qué podés hacer.

Flaps 5.

Sean bienvenidos al lado oscuro del FBO.
Disfruten de este viaje por las profundidades de la parte más oculta de la mente humana.
Pasen, pasen.
No teman.
No hay nada aquí que no haya pasado alguna vez dentro suyo. No hay nada desconocido, no hay novedad.
Los engranajes del FBO se detuvieron por un momento. Todo permaneció quieto y en silencio durante unos instantes y las arañas aprovecharon para tejer sus telas y capturar moscas y hermosos bichitos de luz. Yo estaba ahí, estaba observándolo todo desde mi visor gran angular, y vi cuando alguien saboteó este mecanismo perfecto, estas rueditas de reloj, transformándolo todo en una gran trituradora.
Yo estaba ahí, yo vi cuando le tiraron pedazos de carne cruda a los engranajes, yo vi teñirse todo de rojo, yo vi morir a las arañas y a las moscas, yo vi engrasarse todas las rueditas, todas las cadenas, todo el sistema.
Yo lo vi.
Pensé que ya nunca más iba a funcionar, cómo podría funcionar un sistema que antes era ideal, era limpio y nuevo, estaba mantenido, cuidado y protegido? Cómo podría funcionar estando todo podrido, rodeado de carne muerta, de pedazos destruidos, de derrumbe, ruidos, suciedad?

Pero el avión despegó.
Nos hemos adaptado.
Hemos sabido aprender a caminar entre ciénagas y arenas movedizas, ya no esquivamos el barro, ya no nos protegemos de las lluvias, ya no nos detenemos a comer. Ya no dormimos. Nuestros engranajes están rodeados de muerte y final. Somos los hijos de la destrucción. Somos el legado que dejó la posguerra de esta enfermedad.
Tanto luchamos, tanto aguantamos… Y hoy… Tan solo seguimos adelante, sin pensar, sin proyectar ni soñar.

Me desperté esta mañana en Mendoza.
Debería haber estado en mi casa, pero no estoy.
Debería tener magia en mis dedos, debería tener sabiduría en mi mente, debería ser poderosa, invencible, debería saber curar.
No sé nada, no soy nada, ni siquiera puedo volar. No tengo alas, no tengo plumas, no tengo libertad.
Me tomo un té con leche entre cuatro paredes que son prisión.
No me hablen de bodegas, no me hablen de plazas ni de ninguna excursión.
No reconozco este techo. No pertenezco a este lugar. No quiero estar acá.

Me acerco lentamente a la máquina con los ojos cerrados.
Corta mis brazos, mis piernas, no siento mis pies. Los engranajes trituran mis tatuajes, ya no habrá justicia, ya no habrán estrellas, ya no habrá ningún avión. Mi carne es rodeada de arañas que me tejen sweaters de media estación, seré el alimento de la próxima generación.

En la oscuridad de la noche, me poso sobre lo alto de una terraza. Miro desde arriba la vida de los que van y vienen por las calles, sus autos, sus panaderías cerradas, sus tachos de basura llenos, sus gatos comiendo por ahí. Tengo recuerdos de alguna vida lejana y algo me hace ronronear, no sé quién soy, no sé quién fui, no sé qué hago aquí y no me importa.
Parece ser que puedo volar.
Me acomodo y pliego mis alas, Flaps cero para mí.
Parece que todo ha terminado.
O ha vuelto a comenzar.
No lo entiendo, no lo sé, no me importa.
Una luz atraviesa el cielo de una punta a la otra en la ciudad.
Se mueve tan rápido como sólo sabe moverse la luz.
Se desplaza dos tres veces de un lado a otro, y mis alas se despliegan sin que me de cuenta. Paro mis orejas, sin querer.Respiro jadeando y se marcan mis costillas
La luz empieza a moverse un poco más lento y parece dejar ver un mensaje al final
Intento seguirla con la mirada, pero no puedo leer.
Finalmente, la luz se queda quieta.
Puedo leer las letras al final de su trayecto.

F
B
O

Flaps 5 para mí.

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La anticipación de la muerte

(Pinche para escuchar)

Por mis cuatro puntos cardinales he recibido vientos cruzados. Justo cuando despegaba, o aterrizaba, o quién sabe qué cosa quería hacer. Ya no lo recuerdo.
Cerré los ojos, dos segundos, juro que fueron dos segundos, y cuando los abrí, nada era lo que solía ser.
Junté maderas y telas, cubrí las ventanas, tapié las puertas, clavé las maderas, horizontales, verticales, transversales…estaba decidida a no dejarlos entrar. Con el último clavo entre mis dedos sangrantes, los ví, ya estaban dentro.

Me miraron con la sórdida y respetuosa mirada de siempre.
Vestidos de un blanco elegante y ceremonial, me entregaron la carta, y me dejaron caer.
En el sillón abrí el sobre, sin temblar. Envalentonada, con coraje, con dignidad.
Los invisibles me entregaron en mano la anticipación de la muerte, y se fueron sin decir más; sin partir tablas ni romper vidrios, en crudo silencio, suavemente.

La anticipación de la muerte de quienes uno ama no es sino una enfermedad mortal.
Es, lisa y llanamente, morir de amor.
Nada en la vida puede ser vida, cuando la muerte nos enseña su poder.
La muerte, es tan terminante y tangible. Es tan liberadora como intransigente, tan amable, tan distante, tan corriente. Pero el anticipo, la preparación, la espera… la exasperación de lo que vendrá, el paso de las horas, el INSOPORTABLE paso de las horas.La sensación inútil y estúpida de saber que ESTE momento, lo estás viviendo por ULTIMA VEZ. De que todos estos momentos, podrían no volver a suceder.
Podría ser casi hermoso, podría ser el regalo más precioso que nos podrían dar, una carta que nos avise que es nuestra última oportunidad de tocar, besar, oler, sentir. Un recordatorio de que hoy es hoy, y que cada minuto cuenta. Una carta que regala miles de segundos para que aprendas y disfrutes, que te despierta a todo aquello que no veías por parecer normal. La carta te podría salvar del error de valorar las cosas cuando ya las hemos perdido. Pero sin embargo, es una trituradora de carne, y, con cada borde, nos corta las extremidades, nos infecta las heridas, nos diseca el interior.

Cierro la carta y vuelvo a meterla en el sobre.
Mi casa no es casa, no entra una gota de luz.
Todos sus seres hemos sido abducidos, masticados y deglutidos por la anticipación de la muerte.
Somos una bola de energía esperando explotar.

Cada segundo que pasa, me fijo si respirás.
Cada segundo que te veo respirar, lo agradezco.
Con cada respiración veo lo hermosa que sos.
Tu hermosura hizo mi mundo mucho más real.
Tu amor es distinto a todo, no pregunta, no pide, no responde.
Tu amor me enseñó a amar, tu amor me dio vuelta.

Me has cambiado para siempre.
Gracias.

Guardo la carta en algún lugar, no lo recuerdo.
No recuerdo el trabajo, no recuerdo la alegría, no recuerdo otro amor.
No recuerdo absolutamente nada, nada que no seas vos.

Me levanto pesadamente, a desclavar las tablas de las puertas.
Caen las maderas rotas al piso, los clavos me perforan los pies.
Me siento a tu lado en el sillón, viendo como entra la luz.

Ya no clavaré más tablas.
He recibido la carta.
Tengo que dejarte ir.

El galley delantero

3512145780_af3683aa52Fue una noche durísima.
La perra se despertó dos veces entre las 12 y las 4.10 am que era el rango horario que tenía para dormir antes de mi primer vuelo.

Me desperté sobresaltada las dos veces, la saqué a pasear para que hiciera pis y no tuviera que aguantarse ni sentir dolor, la miré respirar mientras se dormía, la acaricié y me volví a acostar. Dormí 20 minutos.

A las 4.30 salí de la cama y abrí la ducha, me bañé, me peiné, me puse el uniforme, y encima de todo… el saco azul.

El saco azul es sinónimo de haber llegado a un claro en el bosque. El saco azul es una palmada en la espalda y es un té verde con leche a las 9 de la mañana. El saco azul es Paul Van Dyk en horario central, es soltar el embrague y que no se apague, es una sonrisa de galgo, 12 cuotas sin interés, pasto verde recién cortado, embarcar con el 00, salir del inmae, comer en mcdonald´s y no engordar. El saco azul es, para mí, el galley delantero.

Ayer me tocaba el BTM, tormenta, líos, demoras, que se yo, llega el capitán y anuncia el cambio de equipo.
Quién podría ser?
Ustedes lectores del bitching deberían saberlo. Quién podrá ser?
El Sierra Juliet. y sí, no es un error de tipeo, no me retracto: el Sierra Juliet no es qué sino quién.
Mi preferido, el más hermoso, el mejor.
Si, sin VTR, sin espacio para guardar los zapatos ni el delantal, con la división por cabinas en los timbres de llamada, (tocan fila 4 y suena atrás, los de atrás creen que irán los de adelante y los de adelante siguen morfando porque no les suena)…así y todo Sierra Juliet, Bravo Sierra Juliet, el avión de mi primer vuelo en Enero del 2009.

Subi la escalera por primera vez con el saco azul. Y antes de poner un pie en la alfombra engomada del galley delantero, me persigné en mi propia religión, la religión de los aviones, incliné la cabeza y le pedí permiso para entrar, porque el Sierra Juliet es mi hipogrifo, mi Buckbeak personal. Me aceptó nuevamente, como en el 2009, y por primera vez, le toqueteé el FAP, abrí y cerré la puerta del cockpit todo lo humanamente posible y descolgué el interphone para cada uno de los anuncios que correspondía, el de demo en vivo incluído.
El me respondió con el cariño que lo caracteriza, por un rato me acercó a todo aquello que desconocemos, a lo que le tememos, a lo que más ansiamos. Me mantuvo suspendida durante horas, me dio perspectiva, me alejó del enmarañado telar de la superficie terrestre y me devolvió, sana, salva y un poco más sabia, liberándome de la segunda actividad y abriendo su puerta en la plataforma de aeroparque, por primera vez, con mi saco azul.

Me alejé del avión rezándole a mi propia religión. La religión en la que si lo deseás de verdad, sin miedos, sin culpas, sin prisas y sin pausas… lo conseguís.

Me despedí hasta mañana del Bravo Sierra Juliet y con mi saquito azul, simbolo del galley delantero, volví a casa sabiendo que, a partir de ahora, podía intentar transmitirle a cada uno de los que quisieran escuchar, que no hay lugar más hermoso para estar, que este donde estamos hoy.

Hoy, mi lugar, es el galley delantero.