wc
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I know that you smoked some Pichin.

Hay cosa más fea que estar por aterrizar y tener que vaciar las cafeteras, tener sólo 30 segundos para hacerlo y encontrarlo ocupado?
Si.
Estar por entrar al baño, que esté ocupado, esperar a que se desocupe para vaciar las cafeteras, que se abra la puerta, salga el sujeto en cuestión, entrar nosotras raudamente después de él y ser envueltas por una nube tóxica de orina que flota en el aire y se mete como un relámpago por nuestros orificios nasales, penetrando directamente en nuestro cerebro bañándolo del amoníaco monstruoso de las toxinas pillinas que salieron de su uretra.
El olor a pis ajeno, es algo inmundo.

La situación empeora si el que sale del baño es conocido. Se desconoce el motivo.

Dime a qué le huyes y sabremos quienes eran tus padres.

GALLOBuenas Noches a todos los presentes, les agradezco que hayan venido a esta conferencia, les agradezco su atención y su presencia. Cuando termine la exhibición podrán disfrutar de un cóctel y se les entregará el diploma de asistencia. Les solicito que presten atención a la salidas de emergencia de la sala y se les agradecerá que bajen el volumen de sus teléfonos celulares y que tomen fotos sin flash.

No sabría decir cuál de los sentimientos humanos me resulta más terrible. Supongo que si calificáramos todos los matices de las corrientes frías y cálidas que envuelven nuestras entrañas durante las eternas horas de desasosiego, cualquier sentimiento que tuviera que ver con el miedo, caminaría con tranquilidad hacia las semifinales; si en esa instancia lo juntáramos con algunos otros aspirantes a la corona, creo que, el abandono, podría alzar la copa del rey de los sentimientos que pueden arruinar una buena vida.

Esta charla está pensada para todos ustedes, amigos invisibles que ocupan las butacas de atrás y de adelante; que se sientan en los asientos vacíos y les respiran en la nuca a los pobrecitos que ocupan los asientos llenos. Ustedes, implacables invisibles, que se ríen de nuestras convenciones y nuestras poesías, ustedes que esperan que salgamos desprevenidos pensando en el ragout de hongos para clavarnos un abrecartas en las encías.

El miedo al abandono me persigue a cada paso.
El miedo al abandono existe y convive, habla, aparece, trabaja, cocina, duerme, coge, pasea, ríe, y crece, conmigo.
No lo inventé yo, a mí me lo dieron. Cuando lo conocí ya caminaba y sabía exactamente qué quería ser cuando fuera grande. Yo pensé que era un perrito abandonado y me lo llevé a casa, pero después de hacerle un arroz con manteca y sacarle las garrapatas, resultó que él era el dueño de los escalofríos y de los sueños que mojan almohadas, resultó poderoso y absoluto, magnánimo, cariñoso y seductor. Me encuentro hablando sin leer mis notas, ya no puedo recordar el discurso que tenía preparado antes de venir. Los noto atónitos y concentrados. Acaso les suena?
Les pregunto a que le temen y nadie contesta.
Son tímidos o pudorosos, o no saben por donde empezar?
Pienso que los invisibles les han metido las servilletas de tela en la boca, los han atado de pies y manos, los han logrado callar.
Entonces sigo. Sé que me tienen marcada y esperan el momento justo para volverme a atacar.

El miedo al abandono no me deja estar sola ni un minuto de mi vida sin darme cuenta de que lo estoy. El miedo al abandono no me permite hacer vínculos sin pensar que pasaría si se terminaran en contra de mi voluntad. El miedo al abandono me encuentra inventando teorías acerca de los motivos por los que me encuentro tan bien con el único fin de distraerme de lo mal que estoy en realidad.
El miedo al abandono me hace abrazar a la gente hasta ahogarla, me hace amarla, cuidarla, necesitarla y venerarla… justo hasta el preciso momento en que la mente ENTIENDE que se ha enamorado de verdad, un segundo después de eso, el miedo al abandono se encargará de destruir toda tranquilidad, y emprenderá la ruta hacia el egocéntrico camino de no equivocarse jamás. “Me abandonará, me abandonará, me abandonará” por lo tanto si yo lo hago antes entonces no me dolerá.

Claro.

Decidimos entonces, mi amigo y yo, que el hombre en cuestión me dejará de querer. Razón por la cuál, actuando en consecuencia, buscaremos la manera de que el impacto sea el menor posible y nos iremos haciendo la idea de que todo se va a acabar. El tipo me VA a abandonar. Está claro, no quedan dudas, no hay más que hablar, para qué consultarlo con él, para qué decírselo, para qué negarlo si ESTA es la pura verdad.
Y dicho esto, sin hacer partícipe de nada al futuro abandonador, entonces lo abandonamos.

Y así es como nos hemos transformado en nuestros miedos.
La sala estalla en aplausos, las cadenas invisibles caen, la gente está de pie, la gente aúlla, la gente enloquece.
Agredezco a todos nuevamente y junto mis papelitos y me voy.
No me quedo al cóctel, no.
Me voy con mis invisibles caminando por Carlos Calvo, mirando a la gente levantar la mesa por las ventanas del primer piso de un edificio donde al lado, todas las mañanas canta un gallo. Un señor tiene un gallo en capital, se me llenan los ojos de lágrimas, un señor tiene un gallo en capital. Todos los días cuando paseo la perra lo escucho cantar, un gallo en capital.
Me siento en el descanso de un edificio que están arreglando, y pienso que me gustaría vivir acá. Miro la terraza del gallo y no lo escucho cantar, pienso “No son horas, no son horas de cantar”.
En el cóctel deben estar entregando los diplomas que guardarán en sus cajones, los diplomas que les mostrarán a los amigos con los que recitan las claves del buen vivir.
Y yo no quiero esos diplomas, ni esas cazuelas de risotto, no quiero ese champagne servido por gente que no quiere estar sirviéndole a otra gente porque quiere estar en su casa durmiendo. No quiero que este grupo boy scout de invisibles espere a que cruce la calle para patearme el estómago. Pero lo hacen.

No puedo verlos, no es justo. Digo antes de caer. Me golpean todas las partes del cuerpo, me empujan, me tiran, me cortan, me abren.

Escupo mis dientes llenos de sangre, cierro mis ojos, estoy sola otra vez. Pienso en el gallo de Virrey Cevallos, pienso en pasar a buscar el acolchado y ver a la china de la tintorería una vez más.
Esa señora es la única que sabe lo que es vivir. Con su mirada felíz, su español graciosísimo, sus preguntas incomprensibles, su amor, todo su amor.
Esa señora me ha enseñado más en un beso a través de la reja, que muchas miles de noches rompiéndome la cabeza. En la bicisenda quedé tirada, de la mano que va a San Juan, un tipo toca el tring-tring de su bici y me arrastro hacia el cordón para dejarlo pasar.
Se han ido.
No me han robado, no me han violado, no me han sacado el reloj. No uso el de agujitas, uso el otro, el que va en el útero, el de los óvulos. Me acuesto boca arriba en las baldosas partidas, sangro, lloro, me desangro. Heme aquí una vez más.
Más sola que mal acompañada, más vencida, más sabia, más inútil, más tarada. Pienso en prender fuego los diplomas caretas que habilitan a la gente a hablar de los sentimientos de los demás.
No hay más que lo que uno percibe, no hay psicólogos, no hay padres, no hay universidad.
No hay más que este cristal borroso, esa es la única verdad.

Pienso en los triunfos, los miedos, en todo este amor,
de qué servirá que todo sea tan invisible,
tan imposible,
miro el cielo con la cabeza apoyada en Virrey Cevallos,
veo el primer rayo de sol,
escupo mis dientes,
y escucho cantar a un gallo.

pam-ann
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A decir verdad

Los únicos dos motivos por los que me presenté para el ascenso era la esperanza de no hacer más embarques ni briefings en las salidas de emergencia. Razón por la cuál: le digo que NO al coaching.

Mua ja ja (risa maléfica de Phoebe y Joey)

070708
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Olor a avión.

(Pinche para escuchar)

La ida y la vuelta de este viaje… pensé que iba a ser sencillo.
Si, de verdad pensé que ya lo tenía resuelto, que ya lo había entendido.
Hace unos cuantos años, decidí dejar de involucrar todo el corazón. Decidí preservarlo, no entregarlo, no comprometerme del todo.
Dejé un lugarcito reservado únicamente para mí, de esa manera, podía estar a salvo. Ese lugar no sería compartido ni discutido, no sería conocido, no sería comentado, no sería ni elegido ni rechazado, sería, sencillamente, mío. Fue guardado en una cajita y escondido en un placard.

Un día cerca de las 11 de la mañana sonó el teléfono.
Alguien me avisaba que en un rato me pasaría a buscar un avión.
“Deben estar bromeando” dije yo. El avión es para niñas altas y rubias, es para señoritas que miden de piernas lo mismo que yo mido entera. A ellas les pesa el cuerpo lo que a mi mis dos brazos, ellas usan cremas con perfume y se depilan cada quince días, siempre en el mismo lugar, ese mismo al que van sus madres, con turno, los martes. Ellas lloran porque se les rompen las uñas, compran siameses, reciben regalos todos sus cumpleaños de parte de su papá, que, en efecto, aún recuerda la fecha de su cumpleaños año tras año. “Deben estar bromeando”.
Pero no, no lo hacían.
Y el Sierra Juliet vino por mí.
Desde entonces, pude verlo desde adentro. Pude recorrerlo sin timidez, pude encender sus luces, correr sus cortinas, abrir sus carros, cerrar sus puertas. Pude sentir su olor.
Pero hoy, honestamente, rara vez siento olor a avión.
Será que lo tengo en la piel, serán esas partículas las que traigo pegadas como polvo de estrellas cuando entro a casa, será ese el motivo por el que mis gatos me huelen de manera extraña.
Honestamente, ya no me mareo, ya no me resfrío, ya ni siquiera presurizo.
Soy un astronauta. Floto, pertenezco, soy.
Cuántos años van? Van cuatro. Dirían todos aquellos que llevan diez, doce, quince años que qué cosa puedo saber yo. Nada. No sé nada. No me comparo, no me interesa, no lo sé.
Mi adn se ha transformado. Me corre fuel por las venas, y cuando termino de comer, pido la boleta de combustible, cierro mi puerta y me voy.
Ya no necesito atarme en las turbulencias, no puedo golpearme, no puedo caer.
Cómo ocurrió esto?
Ocurrió precisamente porque pensé que todo era una gran broma, que era un sueño de esos en los que te regalan muchísimas cosas hermosas y que te dejan vacío al despertar. Yo estaba segura de que en algún momento iba a despertar, entonces, decidí romper el esquema, decidí no ser ni la rubia, ni la alta, ni la flaca, ni la linda… decidí subir todos estos tatuajes al Ángel y traerme conmigo mi cajita secreta. Una vez adentro, bien arriba y estando sola en el galley abrí la tapa y lo dejé salir.
Al principio se resistió, se tomó de los extremos de la caja queriendo permanecer dentro… pero poco a poco… se dejó envolver.
Esa parte de mí supo respirar el oxígeno artificial, esa parte que no conocía otro ser humano, que nunca había hablado, que no sabía reír… flotó, dio vueltas en el aire, tocó las nubes, vio salir el sol. Esa partecita que se escondía en una esquina de una caja en el fondo de un placard, supo lo que era la libertad y ya no quiso volver atrás.
Este relato habla del cambio. Habla del insoportable dolor que representa ser uno mismo. Duele como un pinchazo en la médula, duele como estocada en el corazón. Pero mi partecita se fue haciendo más grande, se fue volviendo más fuerte, se fue transformando más y más, y hoy no juega los juegos de los otros, hoy no pide permiso ni perdón, hoy cuando quiere reír, ríe y cuando toca llorar, llora.
Hoy, esta partecita, vuela por amor y no por evasión.
Aprendí.
Aprendí a mirar a los ojos sin miedo, aprendí a tomar las manos de desconocidos, a levantar un animal de la calle sin temor a ser mordida, a ofrecer todo lo que tengo a cambio de la paz. Mi paz.
Hoy subo al avión y lo saludo, lo acaricio, lo cuido, lo preservo. Me ha dado tanto. No sé ni cómo pasó.
No sé en qué momento pasó.

Hace cuatro años construí este Blog.
Lo hice con la idea de contar algunas experiencias tontas de mis primeros vuelos, aprovechar para escribir, para que alguno que otro me leyera, para leerme a mí misma y para no olvidar.
Pero mientras lo construía no tenía idea que él me construiría a mí. Que ustedes, que lo leen, lo comentan, que me escriben, que me piden, me comparten… podían sentir algo de todo lo que siento yo.
Y con cada entrada, me dí cuenta de que todos somos mucho más parecidos de lo que creemos; y que no nos permitimos darnos cuenta de que le tememos a lo mismo y que nos alegramos por las mismas pavadas, nos comportamos de igual manera cuando estamos asustados, confundidos, alegres o divertidos.

Hoy, honestamente, rara vez siento olor a avión.
Aquellos que hayan volado me habrán escuchado decir alguna vez apenas subir la escalera: “Qué olor a avión” y si lo hicieron, estuvieron ante una de esas pocas situaciones en las que pude abstraerme.
Generalmente, ese olor, es una parte de mí; como hoy esta siendo, poco a poco, con cada línea que lees y cada entrada que buscás, una parte de vos. Si, vos: que quizás seas como yo, o quizás seas rubia y hermosa, quizás peses lo que mi espíritu, quizás tu papá te regale celulares y tu mamá te lleve a la misma peluquería que ella, quizás te cocinaron hasta los 23, quizás no sabés más que reír y reir… aunque todo eso no importe, porque yo no estoy para comparar… estoy para decirte que hay una cajita en tu placard que deberías traer a mi vuelo.
En algún momento te dejo sola en el galley, y cuando estés bien arriba, fijate qué podés hacer.