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El amor después del avión.

Pinche

 

Escribí ya todas las despedidas: la emotiva, la del despecho, la indignada, la que quiere cortar en tiritas el uniforme y escupirle la cara a alguien.

Pero todavía no escribí la carta de amor, y es obvio que esa, después de todo, es la única que quiero escribir.

Jamás, jamás, jamás, voy a poder odiarte.

Jamás me va a dar lo mismo, jamás borrar de la piel el olor a café pegoteado después de un servicio larguísimo, jamás desaparecer el apretujón de las medias después de 14 horas, jamás olvidar como intentaba contener la risa mientras hacía anuncios y mis compañeros me hacían tentar, jamás esa vez que se me volcó un carro entero yendo a Miami y cayeron todas las comidas al piso, jamás cuando llevé una tortuga en una caja de zapatos en un bin, jamás agarrar la mano de una compañera que pensó que nos moríamos en la peor turbulencia de nuestras vidas, jamás ser el primero en ver salir el sol, o dormirme con el zumbido de motores en la fila 40, o sostenerme los ojos con escarbadientes a las 4 am con todo el avión apagado… jamás, jamás, jamás lo voy a olvidar.

De todas las despedidas que escribí y que seguiré escribiendo, es en ésta, y solamente en ésta que me permitiré ser por un ratito, aquella que fui durante tantos años. Por qué? Porque nosotros ya no podemos permitirnos la nostalgia, porque ya no podemos seguir arrastrando las cadenas por nuestras casas, moqueando sobre los uniformes, y temblando con cada mail que llega, o que no llega. Necesitamos empezar a planear en qué vamos a convertirnos pasado mañana, cuando estos señores hayan hecho las valijas y elijan un nuevo destino donde poner NUESTROS aviones. Porque mientras le cambien el nombre a NUESTROS aviones, mientras los pinten con ese cucurucho de mierda que se les ocurrió inventar, que fue el principio de nuestra ruina, nosotros vamos a estar armando un curriculum vacío y estúpido, para un trabajo vacío y estúpido que no queremos hacer, donde probablemente no nos van a tomar, y donde seguramente nos chupe un huevo estar.

Señores, aceptémoslo ésta vez, y sólo ésta vez. Hemos muerto. Estamos en este momento y por tiempo indefinido, oficialmente muertos. Pero no muertos sin pulso, no muertos sin respiración, estamos muertos como solamente se mueren los que se mueren por amor. Estamos muertos como esos adolescentes a los que los dejan los novios y quieren dejar de comer, de bañarse, de hablar. Estamos muertos y encaprichados. Enojados con ellos y con nosotros, y por las dudas, con el que se cruce. Al menos 7 veces por día, le digo a alguien que estoy desempleada. No importa si conozco a esa persona o no, se lo digo igual. Le dejo mi drama, mi malaonda y mi muerte. Qué me importa. A todo el mundo le digo que me echaron, que me trataron como a un perro, que mi amor no fue correspondido. Y me enojo y me voy a dormir enojada, y me aguanto las lágrimas y prometo que cuando vaya a firmar el retiro voy a llevar el ipad y le voy a rayar toda la pantalla, total qué me importa, que se jodan, se van a tener que comprar otro. Toda enojada me levanto y toda enojada desayuno. Toda enojada voy al chino y le digo que me echaron. La china no entiende porque tengo barbijo, me enojo más y vuelvo cargando las bolsas, mirando el mundo desde este lugar horrible que es la tierra, y odio las nubes, odio que salga el sol, odio la lluvia y el viento. Todo me hace acordar al novio que me dejó, todo. Pero mi enojo es tan grande que mi carta de amor no es de amor, sino de odio.

Entonces, claro, sucede.

Entonces, decido decirles la verdad.

En realidad, yo no hablaba con el Sierra Juliet. Los aviones no hablan. Lo que pasa es que yo estoy loca hace muchos años, y tengo la imaginación de un chico de 5 años. Lo que pasaba era que yo cerraba fuerte los ojos y me imaginaba que por la ventana de la habitación donde ahora escribo, se aparecía el avión, solito, como pasándome a buscar. Entonces, yo salía, abría la puertita de reja de mi casa y toda contenta iba a su encuentro. Entonces charlábamos, aunque en realidad, yo siempre estaba sentada acá, en el teclado. En mi cabeza charlábamos, y estaba tan bueno, tan bueno tener adonde ir.

Tener adonde ir te puede salvar de la locura, debo admitir que más de una vez necesité escapar a esos lugares de la imaginación. Meterme en ese avión calentito, alfombrado, cómodo, agradable y mío, me hacía sentir a salvo. Tan a salvo, que después cuando finalmente tocaba subirme a un avión de verdad, poco importaba si el vuelo era una reverenda cagada, siempre yo encontraba un momento para hacerme un té, apoyarme en la mesada de adelante y pensar que estaba a salvo.

Ahora que ya los aviones no me hablan, ahora que hay un fulano preparando todo para pintarles ese cucurucho de mierda en la cola, tengo que buscar una nueva cueva donde refugiarme.

Creo que eso es lo que nos está pasando a todos. No hay suficientes cuevas, todas parecen estar ocupadas, no sabemos gestionarnos nuestras propias cuevas, y entonces, todo se desmorona.

Alguna vez llegué a pensar que me iba a jubilar en el avión, después nació mi hijo, y ese tiempo se acortó un poco. Por más que muchos de ustedes piensen que la vida en el avión es perfume y caviar, les cuento que es más bien olor a chivo y sanguche de queso. No sé si hubiera estado dispuesta a criar a mi hijito desde lejos. No sé si me iba a bancar dormir afuera, irme cuando me necesitara, perderme momentos. Quizás sí, quizás no, ya no lo voy a saber, pero si tengo que apostar, apostaría que no.

De todas maneras, esta salida del mundo aeronáutico es, cuando menos, prematura, forzada y brutal.

Y no, no los vamos a perdonar. Y si, seguramente encontremos nuestras cuevas, y nos crucemos por allí en los pasillos de algún trabajo de mierda que sirva solo para llenar la cacerola, pero que no nos deje ni un ápice de la satisfacción que sentíamos haciendo eso de lo que tanto nos quejábamos. Si, somos quejosos, es nuestra particularidad. Y qué? No me da vergüenza admitirlo. Los tripulantes somos quejosos, fastidiosos, niños mimados. Y qué? También estamos siempre más allá, viendo las cosas que los demás no ven. También tenemos una sensibilidad para cosas que a otras personas se les escapan, también tenemos la capacidad de inspirar confianza, tranquilidad, comodidad y cariño. Me llena de orgullo decirlo, me encanta. Me siento zarpadamente orgullosa de mis compañeros, hasta hoy, hasta el final. Con todas sus ñañas y sus pavadas, con los puteríos, las mentiras, las idioteces… los elegiría una y mil veces, porque todos y cada uno, hicieron de todos estos años, algo inolvidable. Fueron ellos los que transformaron metal en hueso, plástico en músculo y cable en piel. Fueron ellos los que lograban mis sonrisas, fueron ellos los que hicieron que la cultura gilada que nos quisieron meter en la cabeza desde el día uno, se transformara en lo que al final fue. Porque podían venir con 300 mails por semana que dijeran que ahora en Chile se les cantó el ojete que en vez de reirnos para la derecha nos teníamos que reir para la izquierda, pero sabés que? Cuando en Chile empezaban a crecerle los dientes, nosotros ya nos reíamos a carcajadas. Siempre supimos de qué manera hacerlo para que saliera genial, sus 300 mails nos los pasábamos por el culo, porque sus procedimientos de chuparle la pija al comodoro black de la 1 juliet nos tenía sin cuidado. La pija no se chupa en la 1 juliet, todo el mundo sabe que se chupa en el galley de atrás.

A ellos, a mis compañeros, mis eternos agradecimientos. No me van a alcanzar los años de vida para recordar todo lo que viví. Y les recuerdo que aunque estemos heridos de muerte, fuimos lo mejor que pudimos ser, y eso no nos lo quita nadie.

A los aviones, qué decirles. Ya no hablo con aviones. Soy una señora grande con un bebé, ya no tengo 28 años. Gracias a los aviones conocí el Masai Mara, la isla de Phi Phi y el muro de Berlín. Una vez viajé en mis días libres a Madrid para comprar un mueble en Ikea y volver. Qué tan snob suena eso? No lo sé, en ese momento no lo pensaba. Ahora tengo un bebé y tengo que pensar qué toallitas no le paspan el culo, esa es mi prioridad. Gracias, aviones. Crecí mucho ahí adentro, crecí infinito. Y hablarles me sirvió para mantenerme a salvo cuando se murió mi papá y sentí que enloquecía, y me mantuvo a salvo cuando perdí a la gente y a los animales que amaba. Hablarles fue la razón para escribir el For Bitching, hablarles me dio el coraje de publicarlo.

 

Hasta acá llega este escrito del 2020. Creo que lo escribí en Junio, está sin publicar. En ese momento quizás no tuve el coraje de escribirle a nadie, ni siquiera quería pensar al respecto.

Pasó un año desde aquella vez que por medio de un zoom, nos dijeron que si firmábamos el retiro voluntario y nos íbamos unos cuantos, íbamos a ser los héroes que salvaran la empresa y los primeros en ser tenidos en cuenta a la hora de reincorporar. Si les creímos? No, no les creímos. Hace bastantes años que ya no les creíamos nada, desde el quilombo del hangar para acá que aprendimos a no caer en las redes de una multinacional.

El romanticismo está puesto en otro lugar. Si, quizás son lugares incorrectos, pero así somos los tontos azafatos: romantizamos un amanecer por una ventanita redonda, un té en el jumpseat en silencio, una charla sagrada a las 4 am, una posta única e inolvidable. Romantizamos asientos, mantas y triple chime low. Así de idiotas somos.

Pasó un año y crecimos. Qué de golpe, no? Nos sacaron el capricho a vergazos. El baño de realidad fue tan vikingo que no nos dio tiempo a darnos cuenta. Ahora estás, ahora no. Ahora tenés, ahora no. Después de varios exilios, trabajos nuevos y depresiones… seguimos vivos.

En esta nueva vida, nos mezclamos con seres grises, desahuciados, silenciosos. Hace un año pensamos que esto era una estrategia- también pensamos que la pandemia iba a pasar.

La pandemia no pasó, se nos fueron unos cuantos. La cosa se puso peluda. Perdimos el ingreso a staff travel y todo aquello que nos hacía especiales. Andá a escribirle a etravela si querés un pasaje, y te deseo mucho que te conteste antes de la próxima pandemia. Antes te quejabas de que eras un número, ahora no sos ni un número. Tampoco sos un pasajero, no tenés plata para ser uno de ellos. En tu trabajo de malamuerte, mirás la nada y pensás en el hotel del Ushuaia. Te acordás de las cosas por las que te quejabas mientras tu nuevo jefe te está metiendo tres dedos en el orto. No podés hacerle un informe, no podés quejarte. No podés nada. Te acordás de tu jefa de cuando volabas, de cómo despotricabas en contra de ella. Esa chica, la que hoy ya no está, pero debería estar.

Hablando de romantizar, personalmente culpo a la corporación por la muerte de mi jefa.  Culpo a la mala sangre, a haberse hecho cargo, a haber tenido que mentir y presionar para cumplir con los requerimientos de su puesto. Hoy sé que ella está mejor y sé que probablemente está bien que se haya ido porque ella era de las buenas, yo sé que era de las buenas. Así que elijo despedirte por acá, y recién ahora, Lore. Sé que si estuvieras en tu casa, lo hubieras leído, porque te lo hubieran hecho llegar. Te gustaba lo que escribía, pero me decías cuidate. Cuidate que te leen, cuidate y no te pases. Y con ese consejo, el for bitching subsistió 10 años, y el libro vio la luz aunque no me dejaste que le ponga BSJ al avión de la tapa. Te re putié ese día, pero nada en comparación con todo lo que me apoyaste para que yo creciera, y para que pudiera nacer mi bebé. Siempre serás la jefa ex lapa que comía frutas por las mañanas y me pedía que largue las harinas, que se alegraba cuando le contaba cosas lindas de Seba y me decía que siempre contara con ella. Confié en vos y no me equivoqué, y lamento mucho que hayas tenido que tenes ese puesto animal en un momento tan de mierda. Realmente espero equivocarme y que esta mierda no te haya hecho daño. Porque sería tan injusto si fuera así. Nadie merece enfermarse por un dolor. No tenemos que hacernos cargo de las mierdas del otro. Esta empresa arrastró como lava de volcán la vida de muchísima gente. Pero es tan solo una empresa, hay que pararse y seguir. Aunque tu nueva oficina sea una mierda, aunque estés volando para esa aerolínea que detestabas, aunque no quedes en ningún trabajo porque tu curriculum es una mierda, o porque tenés demasiados hijos, o porque no sabés hacer realmente nada más que estar en un avión… yo te abrazo, porque saber estar en un avión, no era nada fácil, y vos lo lograste. Lo hacías todos los días, con lo hermoso y lo sacrificado que fue.

Levantemos la cabeza por nuestra antigua y hermosa vida, y emprendamos esta nueva etapa con aprendizaje y crecimiento. Romanticemos lo que se nos salga de los huevos, y llevemos a nuestro tripulante interno a cada trabajo, a cada proyecto, a cada paso que demos.

Brindo por todas las personas con las que compartí vuelos, por aquellas con las que no llegué a volar, por mis excelentes amigos, por mis haters, por los jefes, por Talamona, por la ex de amigovios que nos daba las ensaladas, por Marce Izzo, por Gil, por Marce de Bonis, por los que no llegaron a volar 67 teniendo el curso programado, por los que llegaron a ser copilotos un año antes, por los que no llegaron, por el genio que le sacó el pin al avión en Lima y le partió la nariz, por Galar y sus interphones, por el fantasma del Boi, por nuestra propia viuda negra, por Lore Cruz, por el tripulante siempre puede un poco más, por me la pego, por las chocotortas que me comí del mercado latam con la excusa de que se ponían feas, por el tripulante estatua, por el remisero con olor a chivo, por el por favor sáquenme de esta lista y por nuestro hogar durante tantos tantos años: el avión. Brindo por el Bravo Sierra Juliet y toda la pandilla brava.  Donde sea que estén y como se llamen ahora, llevarán consigo nuestros espíritus, para atormentar a todo aquél que suba de noche luego de que estemos muertos.  Fantasmas de tripulantes argentinos atormentan a personal de mantenimiento chileno, dirán las noticias. Y ahí estaremos nosotros corriendo en espíritu, y en culo, por los pasillos. Golpeando pinzas y haciendo sonar evac commands.

Sonríamos. Estamos sobreviviendo una pandemia. Ya somos históricos.

Los amo. Los amo para siempre.

 

pd: si este post te aburrió, sos un hijo de puta y no me importa, porque este post era para mis compañeros.

 

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Frugal

 

Pinche para escuchar aquí.

Si le consultaras a un tripulante de cabina; bien o mal llamados azafatos, que se yo, acerca de su lujosa vida, te contestarán molestos e incómodos.  Lo sé porque me pasó durante 12 años.

Al preguntar por pasajes a precios irrisorios para viajar a lugares recónditos del planeta (Maldivas, África, Tailandia, India, Japón y la lista sigue), al preguntar por hoteles y restaurantes 5 estrellas frecuentados 2 y 3 veces por semana, al preguntar por servicio premium de recogida en casa, hoteles y aeropuertos, tratamientos vip en todos lados, uniformes, almuerzos, meriendas y cenas pagos, viáticos en dólares por fuera del sueldo, al preguntar por un gremio presente para defender injusticias y situaciones por fuera del convenio (un convenio wtf)… los tripulantes dirán que sí sí sí pero que navidad, fin de año, cumpleaños, 2 de la mañana, frío mortal en plataforma, perderse fechas, no dormir de noche, no estar nunca, no poder estudiar, no hacer planes, radiación, abortos espontáneos, relaciones amorosas truncas y várices.

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Me encuentro sentada mirando la nada. La nada literal. No hay nada más que una extensión de gramíneas de 1500 metros adelante mío, recortadas por una salvia guaranítica visitada cada 15 minutos por colibríes que, a esta altura, considero almas de familiares fallecidos que vienen a darme cariño y fuerzas. Donde estoy, no pasan autos, no pasan amigos a visitar con un pack de andes, no hay aplausos a las 21 hs, no hay camión de basura ni hay delivery de pizza. Donde estoy, no hay beneficios de pasajes, recogida en domicilio, vuelos a las 3 am ni medias que apreten.

La estocada fue tan grande que decidí irme bien bien lejos, donde los aviones no pasen por encima de casa y me recuerden que ya no tengo el privilegio de que se impregne su olor en mi ropa.

Desde aquí, puedo aceptarles que sí, teniamos una vida muy lujosa. Teníamos la mejor obra social gratis, comida por todos lados que decidíamos no comer y de la cuál nos quejábamos, autos que nos buscaban por casa de los cuales nos quejábamos porque el conductor se bañaba poco o tenía caspa, hoteles donde hacía demasiado calor, o demasiado frío y donde el sol en la pileta solamente daba entre las 12 y las 3.

Trago saliva, un poco desde la vergüenza. Alejarme me ha dado la perspectiva que necesitaba .

Hoy, desde la frugalidad, empiezo este nuevo capítulo de mi vida. Escribo triste y con el corazón roto, pero algo agradecida y satisfecha por mis últimos 12 años. El avión que me salvó la vida, fue mi verdugo al final, creo que no lo esperaba, y mi ropa huele a traición.

Volver a empezar duele como la concha de su madre, pero no nos queda otra.

Dedico este nuevo capítulo a dos mil almas en pena, a las plumas de nuestras alas recortadas a las cicatrices aún sangrantes de las heridas en nuestra espalda. Los abrazo fuerte, y me abrazo fuerte a mí, en esta nueva etapa desconocida y jodida que empieza con el desafío de no tener trabajo en plena pandemia, en un país con más problemas que el boiler del Sierra Juliet.

Les doy la bienvenida al segundo libro vulgar, acomódense, porque será un viaje molesto e incómodo, como llevar metido durante varios días y sin poder quejarse, un palo adentro del culo.

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Todos sabían menos yo.

Pinche para escuchar la canción. Es clave.

Me puse de novia con un hombre perfecto. Me trataba de mil maravillas, me respetaba, me amaba, me dejaba ser. Lo más importante de nuestra relación: yo era mi mejor versión. Me amaba a mí misma estando a su lado. Él le caía bien a todo el mundo, mis amigos, mi familia. Me hacía inmensamente felíz.
No puedo decir en qué momento empezó a cambiar, supongo que fue después de aquél viaje a Brasil. Volvió distinto, pretendiendo ser otra persona; incluso me pedía que lo llamara de otra manera. Las cosas empezaron a estar raras, pero seguíamos amándonos; los cambios que fueron sucediendo, los soportamos por amor. Ya hacía muchos años que convivíamos y que todos nuestros planes eran juntos. Obviamente, las relaciones con los años van cambiando, pero nuestro amor y nuestra pasión, seguían intactos, a pesar de siempre tener que estar cambiando por sus requerimientos.
Un día llegué a casa, barbijo mediante, y con plena crisis encima de nuestras cabezas, me dijo que necesitaba que le diera mi sueldo. No lo entendí y no estuve muy de acuerdo, pero él no me dio mucha explicación; se lo di igual, no tuve mucha opción. Al mes siguiente hizo lo mismo, pero en vez de pedírmelo, empezó con violencia psicológica, hostigamiento, persecución, para terminar llevándose la mayor parte, dejándome lo mínimo. Tuve que salir a pedir prestado. Una mañana me levanté y dije qué está pasando acá? Nuestra relación estaba tensa, insoportable. Ya no se parecía nada a lo que habíamos sido juntos. Todos hablaban de nosotros, en el barrio, en todos lados. Nuestros amigos divididos, de un lado, del otro. Todos haciendo apuestas de cuánto tiempo más duraríamos. Por qué!? Yo no quiero separarme! Busquemos la forma de seguir juntos, la plata no importa, queedáte la plata! Nuestra relación vale más que la plata! Me acosté a dormir llorando esa noche, y a la mañana siguiente, la casa estaba vacía. No sólo se había ido sin avisar, sino que se había llevado todas mis cosas, mis ahorros de años, mis planes futuros, mi felicidad.
Me mandó un mail para despedirse pero antes de mandarlo le contó a los vecinos que se iba. Todos lo supieron antes que yo. Imagínense ese destrato. En pijama abrí la puerta y ahí estaban todos preguntándome por qué se había ido. Todos parecían saber más que yo.
Le pedí que me devolviera mis ahorros, por favor, me dijo que me los va a devolver, pero aún no sabe ni cuándo ni cómo. Quizás tenga que pelear por ellos. El vacío que siento no es por mis ahorros, no es por sentir que estuve con alguien que jamás me quiso; es porque realmente yo no me veía en otra relación, tenía mi vida proyectada con él y empezar de nuevo se me hace cuesta arriba. Tengo 40 años, un hijo, 3 perros, un gato y una casa llena de deudas… no sé quién me va a querer y tampoco sé si quiero querer a alguien más.
Los días pasan, y las ideas se van acomodando. Aparecen planes en la cabeza, y aunque son distintos a todo lo que tenía pensado, al menos son algo.

Ya entendí que no va a volver, ya no quiero que vuelva.

Lo único que me interesa ahora es que me devuelva todas mis cosas. Por qué? Porque me corresponden.

No se dejen engañar por lo que dicen los vecinos.
La verdad la sabemos solo nosotros dos.

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Matar a la azafata

Mientras el mundo está en llamas, mi leoncito se ríe.
Este pequeño japonés, el rubio risueño más hermoso que pude soñar, me recuerda que hay algo más que pandemia, encierro, prohibición, ruina, pérdida de trabajo, sueños truncados y angustia.
Es por él que elijo desintoxicarme de todo lo que nos rodea. Es por darle una mejor versión de mí misma: una versión que no llore todo el día, que no  esté enojada, decepcionada, triste y abatida por haber perdido. Quiero que tenga una mamá felíz, divertida, que se ría con él y lo acompañe contenta de ser quién es. Orgullosa.
Hace más de 10 años que escribo para ustedes, siempre mi objetivo fue unir. Siempre desde un costado divertido; a veces con una inevitable nube negra en la cabeza, a veces desde el enojo, pero siempre intentando construir una historia que nos sumara, que nos hiciera sentir parte de algo único, especial y diferente; algo que no fuera metal y plástico, que no fuera 22 minutos de oxígeno, balsa de dos carriles ni delantal rojo. Lo que creamos, fue más que todo aquello que nos representaba como marca, y permanecerá allí, cuando la marca se haya retirado.
Hoy, sin darme más explicación, me obligan a matar a la azafata. Las opciones que se me presentan son matarla o dejarla morir. Me quedo sin aire ante tal propuesta, porque esa mujer que me están haciendo matar, fue quien me hizo más feliz. Y no es una cuestión económica, no es una felicidad basada en detalles glamourosos ni en viajes por el mundo, es la felicidad de saber que estás en el lugar indicado para tu espíritu inquieto, inconformable e irremediable, y que alrededor tuyo, todos son unos deformes como vos. Todo aquél que describa nuestra profesión con beneficios, probablemente no la haya comprendido jamás. Esa chica que tengo que matar, lleva dormidos apenas unos días en los últimos años; ha sabido hacer familia en el tubo por haber arriesgado la suya, junto con un millón de cosas más que con gusto sacrificaría mil veces de nuevo, aún con el diario del lunes. Arriba del avión se han creado los lazos más extravagantes, impensados y necesarios que jamás pudieran imaginarse. La vida vivida en estos largos años, dejan la sensación de que todo lo que vendrá le quedará chiquito, triste, gris a la persona que seremos a partir de hoy. Hemos permitido que nos convencieran de que alguien hizo algo terrible. Desde ese momento los colegas se insultan y los amigos se desprecian mientras los aviones se llenan de polvo estacionados en silencio, mirándonos pelear. Mientras vuelan agravios en todas las direcciones, me resulta imperante decir lo que vi. YO VI COMO TODOS SE PUSIERON DE PIE. YO ESTABA AHÍ,    PRESENTE, CUANDO TODOS DIJIMOS QUE SI. Al parecer, nadie se dio cuenta de que estábamos diciendo que sí. Al parecer, nadie nos escuchó. Por eso los abrazo y no los agravio, porque los que agravian también han perdido lo más maravilloso que tenían, su felicidad.
Es terrible ser tan manipulados que ya no se vea ni lo que se tiene adelante. Es terrible llegar a tal grado de confusión, después de 90 días, que se pierda la capacidad de sorpresa por completo. Quién lo dijo, quién fue, quién sos vos, de qué lado estás, cuáles son los lados, explíquenme, no sé donde pararme, yo solo sé que no quiero tener que hacerlo. No quiero. No quiero matar a la azafata.  Esa chica que está ahí, parpadeando por última vez con sus pestañas largas, ya sin sonrisa, con sus zapatos altos, tiene un secreto que ya jamás va a poder contar. Esa chica, me dio más felicidad en 10 años que todas las personas del mundo juntas en el resto de mi vida. Esa chica es el motivo por el que estaré triste por las próximas décadas, porque matarla no estaba en mis planes, y sigo sin entender por qué debo hacerlo. Pero lo hago, porque en casa me está esperando alguien que necesita que siga adelante y abandone la nostalgia, los malos entendidos, la psicosis, la manipulación. En casa hay chances de recomponer un personaje que se parezca un poco a la que era antes de poner un pie arriba del avión. Así que acepto esas chances, y abrazo a quienes han sabido contenerme y resistir, de manera honorablemente estoica, mientras asistíamos a nuestros propios funerales.
Salgo del aeropuerto con sangre en las manos rumbo a mi nueva vida y un Sierra Juliet abatido ni siquiera se despide de mí… una doble C se distingue en su cola; ambos miramos el suelo y entendemos, cuánto nos hemos dejado engañar. Hemos caído una y otra vez en los engaños de uno y de otro, aún cuando juramos no caer nunca más. No hay enojo, no hay arrepentimiento, no hay odio. Hay solo agradecimiento por haber podido desempeñar con orgullo, amor y total dedicación, el que es, a mis ojos, el mejor trabajo del mundo.
Abrazo a mis compañeros, más de 10 años después de la vez que les escribí por primera vez, y les prometo que seguiré escribiendo desde donde pueda y con lo que recuerde, para honrarlos para siempre.

Pd: los quiero mucho. Gracias. Fuerza. El tripulante siempre puede un poco más❤️