Las cosquillas

(Pinche)
La última vez que me pareció tocar fondo, (quién sabe cuántas veces creemos que es el fondo y todavía nos caemos más) decidí no llorar como primera medida, sino evaluar si la situación realmente lo merecía. No puede ser que una decepción lleve las mismas lágrimas que el final de una película, que una traición, un capricho o una publicidad de Coca Cola.
Desde entonces, soy dura. Mis ojos permanecen secos, mi frente alta, mi boca apretada. Lentamente me transformo en esas mujeres de contrato, las que siempre llevan las uñas prolijamente limadas por un tercero, las que caminan con la seguridad de que si ocurre un accidente, llevan la ropa interior limpia y las medias sin agujero.
Como parte de esta transformación, publiqué mi arco y flecha en mercado libre, y decidí abandonar el Distrito 12. Basta de moho, oscuridad y vecinos enojados. Una señora de contrato como yo puede hacerse cargo de una casa luminosa y limpia, en un barrio en las afueras, con vecinos con niños a los cuales se pueda mirar por la ventana, mientras hierve el agua.
Pasé 2 meses en casa, despidiéndome de mi pequeño palacio destrozado. Dormí con los perros en su sillón, me comí hasta el último paquete de arroz con gorgojos, descolgué cuadros y seleccioné esas cosas que ya no se usarán más. Todo lo hice con la frente alta, la armadura puesta, melodías alegres y ojos secos. Vinieron a pintar las paredes, arreglar los problemas que lo volvían un palacio viejo y poco atractivo, y cuando terminaron, tuve que barrer y poner perfume, porque le abrí las puertas a los futuros dueños. Encantados dijeron que sí, y después de intercambiar algunos papeles, pusimos una fecha, con cara seria pero amable, agradecidos todos por ponernos de acuerdo tan fácil.
Desde ese momento, siento cosquillas en la nariz.
Cuando me acuesto, cuando me levanto, cuando pongo el agua para el té.
“Esta es la última vez que cambio las sábanas”. “Este es el último té”. “Esta es la última vez que lavo ropa”. “Esta podría ser la última vez…”
Es como una pequeña muerte. Una despedida un poco agónica de una amiga que me fue muy fiel, casi hasta el final. De la que se trata de recordar sólo las cosas buenas, pero con la que, se sabe, que inevitablemente, se vivieron cosas terribles; de esas que rompen, de esas que unen, de esas que no se olvidarán jamás.
Acaso una casa son sólo 4 paredes? Acaso somos nosotros quienes teñimos de cien mil momentos algo que debería ser un techo, un medio, un lugar?
Recuerdo cada foto que colgué los primeros meses, recuerdo cada animal que pasó por aquí, recuerdo haberme enamorado perdidamente en este living, recuerdo haber recibido un cuchillada mortal.
Me recuerdo parada delante del cajón de las remeras, recién bañada, chorreando agua del pelo, sin saber qué ponerme para preparar un velorio al que jamás quise asistir. Me recuerdo vomitando después de borracheras, dormida en el piso del baño, con la cara contra la cerámica y un gato dormido en mi espalda. Cuando la cocina se llenó de gusanos, cuando Bamba durmió en el cuarto de arriba por primera vez, cuando decidí empezar un blog llamado For Bitching Only, cuando decidí convertirlo en un libro, cuando había 35 cajas que no tenía idea quién podría comprar. Recuerdo más cenas de las que podía imaginar con los amigos más divertidos del mundo, recuerdo afters de domingo en los que no dormía nadie, los invitados en el cuartito de arriba, cuando convertimos la casa en hostel, cuando casi rompemos los vidrios con la música, cuando lo único que importaba era bailar.
Recuerdo haberme tomado mi primer ácido en un boliche y volver llorando con miedo, para apenas cruzar la puerta de casa, sentirme a salvo, y no parar de reír, perder noción de la hora, del tiempo. Solo reír.
Recuerdo cuando sentada en el sillón del living, decidí dejarme morir.

Las cosquillas de mi nariz bajan por mi cuello, mis hombros, mi espalda. Un escalofrío me paraliza cuando termino de vaciar el placard.
Los libros descansan en unos canastos de mimbre que Sharam no deja de arañar, Todos mis juguetes se hacen los distraídos en el canasto de al lado, esperando que los deje solos para quejarse de este inconveniente y preguntarse adónde iremos a parar. Creen que no sé que tienen miedo, creen que no me doy cuenta de que saben que yo también. Quién seré yo afuera del Distrito 12? Quién seré si no tengo arco y flecha, si no puedo vestir mis joggings, si no hay peligros de los cuales correr? Me sentiré vacía en el Capitolio? Me sentiré parte de un mundo plástico e irreal? Me cansaré de tomar mis tecitos al sol, con los perros y sus cabezas acostadas en el pasto, con los gatos lamiéndose con los ojos achinados, con el aire que entra por la ventana diciendo buen día hoy va a llover.
Acá adentro no me enteraba de nada che, y me gustaba. Si yo no quiero saber. Si soy de esa raza que quiere que le digan lo menos posible porque todo le duele, si soy de esos bichos que lloran con las publicidades de afjp, si soy de las que le tienen miedo al sol.

Recuerdo cuando el auto de la empresa me vino a buscar por primera vez. Recuerdo haber bajado con el uniforme y el carry por la escalera, nerviosa y feliz, sabiendo que estaba a punto de empezar a vivir mi destino. Recuerdo haber vuelto con las piernas hinchadas de mi primer doblete en el año 2009, y quedarme dormida, completamente vestida y con los zapatos rojos puestos, apenas tocar el colchón.

Empieza a hacer mucho frío en mi embajada, una parte de mí se niega a seguir. Tengo que sentarme porque avanzan como psoriagris las cosquillas. Desde que soy esta mujer nueva que no se me doblan las rodillas. Desde que decidí no llorar más por todas esas cosas que lloraba antes, no abría los cajones; pero estas cosas, todas estas cosas, lloran por mí.
Cada objeto tiene una historia que se mete por mi piel al tocarlo. Por mis venas navegan 8 años de aciertos y desventuras a punto de naufragar. Me propongo calma, porque ahora no soy como antes. Ahora no pongo canciones para llorar, no miro las fotos fijo, no me pongo frente al espejo ni me revuelco en la sensación. Ahora pongo la mente en blanco, con el tiempo fui aprendiendo a ser robot.
Calmate.
Las cosquillas están detrás del muro, luchan con todas sus fuerzas, están seguras de traspasar.

Dos personas desconocidas pisaron mi embajada en los últimos dos meses y me preguntaron “Disculpame, qué es For Bitching Only?” a lo que respondí, ambas veces, “Por qué? Dónde lo viste?”
En las dos situaciones el interlocutor rió y respondió “En todas partes”.
Stickers, pins, libros, letras colgando de las paredes, estampados en el sillón. ESTE ES EL MUNDO FBO.
Supongo que lo que las cosquillas quieren decirme es que lo estoy dejando. Supongo que lo que los jueguetes temen es que los archive para siempre, que decore mi nueva casa con flores secas y recuerdos de viajes por el mundo, supongo que lo que todos temen es que deje de jugar.
El distrito 12 me despide frío y gris, dejando en el 1516 un palacio blanco y limpio, preparado para albergar las historias de alguien más.
No puedo sino hacerle una reverencia a mi embajada, agradecerle por haberme permitido conocerme a mí misma, en las mejores y peores situaciones, permitiéndome descansar para seguir peleando, convirtiéndose en hospital para mis heridas y guarida de travesuras.
Me siento en el escritorio para poner en palabras, para dejar testigos, para regalarle a esta casita un poco de inmortalidad. Entonces las cosquillas derriban el fuerte y se meten en el palacio como una ola inevitable, y todo mi cuerpo llora, sin armadura, sin arco, sin flecha, sin jogging, sin té verde, ni libros, ni aviones, ni sushi de pollo ni arroz con gorgojos.

Entonces decido que hay cosas que no puedo dejar aquí. En el canasto más grande, el último que me queda por llenar, meto el distrito 12, meto el mundo FBO, meto el aliento de Bamba, todas las lasagnas de Castels, las siestitas con Leia, el montecito, los huevos revueltos de la mañana y pilas de hot cakes, meto el sillón del living con todos sus invitados, las risas con mis amigos, los paseos con los perros a las 6 de la mañana,  los 1200 pedos que me agarré, todos los besos que recibí en la puerta, meto algunos portazos, y unas buenas reconciliaciones, meto mis grandezas y mis malas decisiones. Y un tipo sube a un camión, y desde atrás, en un auto con mis perros y mis gatos, custodiando los recuerdos que me hacen ser la desprolija persona que soy, nos alejaremos de la embajada de a poquito, para abrir la puerta de un lugar nuevo que no tenemos ni idea en quién va a convertirnos, pero que, ciertamente, no va a poder derrotarnos. Porque vengo con cosquillas, y vengo con ganas de jugar, y una legión de fantasmas me ayudarán a desarmar los canastos y transformar el lugar que sea, en un mundo FBO.

“Este es el último escrito desde esta casa”.
Me digo mientras me seco los mocos con la manga del buzo, y decido dejar de querer ser alguien que nunca voy a poder ser.
Hasta pronto.