1101
deja tu comentario

Pulpería los hijos de puta

Entré por la ventana, como un ladrón al atardecer.

La ipomea purpúrea se ha adueñado de entrada, ventanas, patio. Sus raíces y ramas caminan por todos lados, llegando hasta el centro de las habitaciones. Los techos parecen estar podridos, quizás podrían aplastarnos ahora mismo. Los baños no pueden usarse, además de no haber luz ni agua, la sensación de fantasmas esperando hace 30 años en la oscuridad, no permiten que uno lo piense como una opción. Paredes rotas, ladrillos, materiales. Una cocina llena de envases de productos de limpieza y pinturas vencidas. La vereda levantada, el patio tomado por enredaderas y pequeños álamos que pronto serán un problema. Habría que pedir 14 volquetes y tirar absolutamente todo.

Me alejo, y como en la peli Titanic, puedo abstraerme del presente y recordar vagamente cómo fue en su época de oro. Mesas llenas, frituras saliendo a granel perfumando todo el salón, unas papas  que le devolverían la vida al más amargado. Me alejo más, esto podría funcionar. Un mueblecito con tazas de colores aquí, unas mesas de madera allá, aquí un poco de decoración campestre y nuestro toque sorpresa. Podría funcionar.

Limpiar esa heladera vieja, si no funciona no importa, es hermosa. De algo va a servir.

Que la gente venga a conocernos. Hacerme un peinado vikingo y esperarlos con sonrisa y pulcritud. Volver a hacer café. Volver a servir café.

Me lleno de lágrimas que no dejo salir, me pienso recorriendo el salón con una cafetera plateada en la mano, con un delantalcito y mi nombre en una chapita, sin turbulencias. Se me dibuja una sonrisa porque al fin y al cabo, lo único que quiero, es volver a servirles café.

Quizás algún día se haga realidad.

 

send volquetes.

 

IMG_20140723_203900
deja tu comentario

Prohibido el otro.

Pinche para escuchar

Intento escribir con regularidad, como quien intenta hacer un deporte para volverse, algún día, un poco bueno haciéndolo. Cada momento libre que tengo, quisiera emplearlo en escribir; pero claro, aunque no tengo trabajo, por momentos siento que tengo 54 trabajos, aunque ninguno incluya la obra social ni suedo fijo.

Siempre se me escapa el tiempo libre con el teléfono en la mano, no es novedad. Me pasa con las redes desde el invento de internet, cuando tenía 15 años y me senté por primera vez enfrente a una compaq presario. Soy una verdadera fanática de las conexiones, las redes, la información compartida y las relaciones interpersonales cibernéticas. Soy Lain. Por ese motivo, muchas veces caigo en mi propia trampa y me encuentro navegando entre sin sentidos, cuando podría estar empleando mi tiempo para algo más productivo.

La salida de un segundo libro me tiene entusiasmada, pero claro, para eso debería escribirlo. Lo compilado hasta el momento no alcanza ni un 50% y la verdad es que no hay cohesión entre los escritos, así que debería buscar un hilo conductor. Me acuerdo la última vez que me pasó eso, me tomé un avión y me fui a California a escribir borracha en hoteles. Todo muy romántico y beat poetry pero ahora ya no vivo esa vida. Lo más romántico que alcanzo a hacer es ir a tener terapia telefónica a las escaleras de la cabaña, con una vaso de coca light y una bolsa de tutucas, mientras me aplaudo mosquitos contra los tobillos.

La nueva vida ha llegado, ya no tengo que esperarla más. Esos sueños en los que uno se preguntaba “Cómo será el futuro?” han terminado, porque el futuro está aquí. Esto somos.

Un poco barbijo y alcohol en gel, un poco juntada clandestina, un poco malos padres dándole al niño el celular para poder comer tostadas en paz, un poco bañarse cada tres días porque hace frío, manguerear perros que se revuelcan en mierda, hacer otro modelo de carrot cake vegana (esta vez con huevos de chia), un poco quedarse lejos de todo y de todos, esperando que nuestros buenos amigos crucen la frontera de Kicillof y nos vengan a visitar, con un bolsito con pijama, cepillos de dientes y comida de la capital. Recibimos a los amigos con mucha alegría, ellos son nuestra conexión con quienes fuimos alguna vez, aunque ellos mismos ya no son los que fueron alguna vez.

En algún momento antes o después de la comida, tenemos una charla con recuerdos prepandémicos. Todos nos extrañamos cuando vemos esas películas en las que el protagonista entra a un bar y besa a todos, o irrumpe corriendo en la sala de un hospital donde nadie lleva barbijo y donde nadie le dice “Señor no puede estar aqui”. Todos, absolutamente todos, sentimos que tocar al otro es raro. Nos hemos transformado en estos robots de piel, que transgreden las leyes cuando se abrazan, incumplen las normas cuando comen juntos, desafían a la autoridad cuando se acercan a menos de un metro del otro. Lo hacemos, no porque queramos ver el mundo en llamas, sino porque necesitamos sentirnos vivos. “No man is an island” ya lo dijo Jack en Lost, y mirá cómo le fue; ni idea, proque alta confusión ese final.

Desde este lugar paradisíaco, donde todos creen que la re pegamos, escribo. Escribo mientras mi hijo duerme una siesta sagrada de dos horas en la que tengo que elegir si bañarme, cagar, lavar ropa, dormir con él o escribir. Elijo escribir porque quizás también me salve ésta vez- como lo hizo aquella vez, y la otra, la otra y la otra.

Mis nuevas historias están cargadas de nostalgia, de frugalidad, de un tiempo que pasa por momentos lento, por momentos salvajemente rápido, por momentos raro, como si uno flotara en un espacio que parece irreal, como un cuadro. Mis nuevas historias están atravesadas por un extraño feminismo no peronista, un feminismo que pareciese pecador, infractor y falso, pero que es tan fuerte y real como el despertar. Mis nuevas historias se escriben desde el útero, porque ya no se puede volver a escribir desde un sótano en el que los hijos no existían una vez que los hijos llegan. En mi nuevo búnker, al preparar la mochila para este apocalisis zombie, primero pongo los pañales, los chiches y las papas fritas, porque son las únicas cosas que voy a necesitar. Puedo prescindir de todo lo demás, si mi hijo sonríe, el mundo puede estallar. En mis nuevas historias: plantas, canciones viejas, sol en la cara. Ya no soy la que se acostaba a las 4 am y hablaba con aviones. Los aviones me descartaron como basura, los aviones ya no me necesitan para escribir sus memorias, así que saldremos a buscar nuevos sujetos inanimados a los cuales ponerles rostro y voz, ya encontraremos algunos por ahí.

En mis nuevas historias, mucha realidad. Para qué hablar de ficción, cuando lo que nos está pasando supera a cualquier George Lucas. No voy a hablar de ficción.

Un abrazo grande para los que leen, un abrazo de esos en los que el cuerpo siente al otro, en los que sentimos el calor del ser humano que estamos abrazando, en los que el acto en sí, no es gran cosa, pero uno se siente como se sentía antes, cuando el otro no era la lepra, cuando el otro no era enemigo, cuando el otro no estaba prohibido.