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Las novias de Drácula

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Pensé mucho en tirar este uniforme. Regalarlo. Archivarlo. Donarlo.
Pensé en prenderlo fuego? Si claro!
Pero no lo hice, lo doblé y lo guardé en una noche de luna llena. Cerré la valija como quién le pone la tapa al ataúd de un drácula pálido y anémico; moribundo.
Dejaré alguna vez de escribir acerca de mi duelo aeronáutico?
Dejará Shakira de dedicarle temas a Piqué? Who knows.
Le escribimos a los duelos, a lo que nos atraviesa y nos lleva a lugares incómodos.
Es por eso que decidí abrir el libro de conjuros y prender todo el aquelarre.

Mientras intentaba dormir, una tormenta se acercaba, podía sentirlo en el cambio del viento, en el olor del pastizal y en lo aturdidor de las silenciosas hormigas yendo hacia todos lados sin rumbo ni plan. Desde mi cama, recibí un golpe de aire en la cara, el cielo se puso de negro a gris y me puse de pie.

Cerré los ojos, sabía lo que se venía y me dejé llevar. No tenía opción. Dejando a mi marido y a mi hijo en casa, salí en camisón con los pies 20 centímetros elevados por encima del pasto y los ojos en blanco. No podía ver nada, mi cabeza inclinada hacia atrás y las lágrimas en los ojos me nublaban la vista. Arrastrando la punta de los dedos de los pies en la tierra llegué hasta un torbellino huracanado, que destrozaba mis árboles, los sillones del parque y las cabañas. Luché por llevar mi cabeza hacia adelante y ahí lo ví. El monstruo ante mis ojos llevaba en su cola de tridente, un tatuaje que rezaba CC-COD. Fue una puñalada. Me soltó y cai de rodillas. Le pedí que no destruyera todo lo que construí, le rogué que tuviera piedad por los buenos tiempos. Alrededor de sus alas, un humo rojo infernal, caliente y feroz, amenazaba el pedacito de tierra que todos los días limpiamos y regamos.

El BSJ estaba poseído. Quizás yo también.

 

El fuego se lo llevó todo, incendió las maderas que habíamos apilado en forma de hogar, quemó nuestros planes, nuestro futuro.

El demoníaco avión había vuelto para destrozar mi intento por escapar de él.

Las novias de Drácula no podemos escapar.

La tapa del ataúd se corrió y la camisa color coral vino levitando hacia mí. De rodillas en la tierra aún caliente, me la puse, derrotada mirando hacia abajo. Con la punta de sus dedos en mi mentón, me levantó la cara y nos miramos cara a cara. Allí estaba él, una vez más, sin sus llamas rojas ni su cola de tridente.

Nos abrazamos, nos fundimos, lloramos a más no poder. Con la camisa desabrochada y sucia y las rodillas lastimadas de tanto arrastrarme, lo miré como se mira al primer amor.

“Está bien. Es solo tu mente.” me dijo.

A mi alrededor las cabañas estaban intactas, el pasto verde, mis rodillas sanas. Todo estaba igual, no había demonio ni devastación.

Tan solo un BSJ hermoso y paternal, recordándome seguir mis sueños.

Nos despedimos y volví a casa. Todos dormían, la camisa estaba en la valija cerrada, la tormenta nunca había ocurrido.

Respiré profundo y volví a acostarme.

La mañana siguiente tenía un vuelo y decidí sacar la camisa color coral, la lavé, la planché y me la puse.

Mientras me maquillaba, absorta en pensamientos sin sentido, sentí algo detrás de mí. Una presencia, una voz, una corriente de aire.

Me di vuelta. Nada.

Seguí peinándome. De vuelta la sensación de la presencia. De vuelta nada.

Me vine a volar. Subí al Falcon, aspiré la alfombra, le pasé lustramuebles a las puertas y  paredes. Despegamos.

Hice el servicio sin novedad. Guardé todo. Aterrizamos. Un vuelo más. Normal, perfecto, agradable y simple.

Llegué al hotel, me saqué el uniforme, me paré enfrente al espejo; en el reflejo, todas las novias de Drácula se paraban detrás de mí. Vestían distintos colores, algunas en pijama, otras con vestido, otras con rodete, unas se resistían otras se habían entregado. Mientras me sacaba el maquillaje, las miré con cariño, queridas mías, no hay adónde ir.

Me limpié la sangre del borde del labio con la lengua y agua micelar.

No hay adónde ir.