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Agrandamo el cuarto

 

(Pinche)

Me activaron la guardia para una posta en Mendoza. Él me miraba poner  un jogging, unas medias abrigadas y una remera ancha en el carry. Nunca fui fan de Mendoza, por más que es una provincia hermosa, la paja que me da salir de la cama del hotel es directamente proporcional a la sequedad del ambiente. Me dio un beso en la puerta de casa, me dijo que me iba a extrañar y que me portara bien. Me daba gracia el “portate bien”, qué podría significar portarse mal? No ofrecer café y té con las bebidas? No ir por segunda vez a la salida de emergencia a preguntar si están de acuerdo con sentarse en ese lugar…? O no lavarme los dientes antes de dormir? Qué se yo, cuando una azafata está enamorada, ni piensa en portarse mal, lo único que espera es que le contesten los mensajes cuando se va de posta, o que la reciban con los platos lavados y la chota impoluta.

Debo decir, tenemos una vida difícil de entender. Los tripulantes suben esas fotos al facebook en la que hay dos chabones y dos minas en una cama king size y los demás flashean que se estuvieron chupando los cuerpos hasta cinco segundos antes del disparo, a veces se ven mesas de 10 personas y se ven botellas de vino, cerveza, champagne… ahh eso seguro es un cogedero!! Los pilotos le dan la leche a todas las pibas, los pendejos se cansan de garcharlas, las trolas estas se enfiestan fuerte. Pero de pronto, ahí estábamos haciendo terapia de grupo porque el padre del nene de una le quiere sacar la custodia, o porque la mamá de otro tiene un cáncer terminal, o porque una de nosotras perdió un bebé… a veces estamos lejos de nuestros amigos de la vida real, y esos momentos son lo más cercano que tenemos a la intimidad. Nadie se enfiestó con nadie, simplemente estábamos hablando… vino o cerveza de por medio, creando en un milisegundo una familia ficticia que nos abrace un poco, aunque cinco minutos después, ya no seamos nada.

Pero sé que para el que se queda puede ser raro, difícil, complicado. De pronto la casa está sola, nadie hace la comida, nadie enciende el lavarropas, nadie te abraza en la cama. Una semana, dos semanas, tres meses, dos años… y ese trabajo que parecía algo pasajero que iba a lograr que conociéramos el mundo entero y viajáramos gratis, se vuelve el enemigo que se lleva a la amada de casa en todas las fechas importantes. Desaparece la Navidad, desaparecen los aniversarios, los cumpleaños, los feriados. Se empieza a bailar la vida solo, y parece que eso es mucho más pesado que unas vacaciones hermosas en Ibiza.

Volví a casa cansada, con la espalda doblada y muchas ganas de dormir. Él no me miró a los ojos cuando entré, no se levantó a abrazarme, no se tiró en la cama mientras desarmaba la valija. Sin ni siquiera darse vuelta, dijo “Hola!” fingiendo interés. Desde ese exacto momento supe que algo andaba mal, pero bueno, nunca fui de las que revisan teléfonos. Apenas unos meses después, me encontré metiéndome en el historial de la computadora, viendo como desde las 22 hasta las 3 de la mañana, aparecía una seguidilla de álbumes de fotos de señoritas en sus vacaciones, sus salidas, sus cumpleaños. Quiénes eran? Contactos de facebook, que se yo. No podía preguntar, era vergonzoso contar que me metía en el historial. Y supongo que tampoco quería saber si esas niñas eran de carne y hueso o simplemente una fantasía. Qué diferencia hay entre el porno y un álbum en traje de baño en punta del este con las chicas? Que a las del porno no les mandás inbox.

No quise ver, no quise saber, no quise indagar. Las pruebas eran contundentes, cuando dejás de coger algo pasa, es un indicador que no falla jamás. Me acosté llorando cada noche, durante meses, en la cama de la provincia que fuera; las postas se convirtieron en un martirio, los mensajes jamás eran contestados y las salidas con amigos se extendían hasta cualquier hora. Sin embargo, cuando estábamos juntos nos divertíamos, siempre nos divertimos mucho. Mi estúpida manera de hacer personajes, voces, caras, juegos… siempre tiraba cualquier situación para adelante. Seguí jugando, todo lo que pude.

Una posta volví a casa y se nos fue de las manos. Se acostó a dormir la siesta conmigo como si nada, habiendo pasado la noche con unas chicas de la calle Corrientes, de esas a las que hay que pagarles para que te toquen.

Si dolió? Dolió bastante. Tardé tanto en enterarme que cuando dolió, ya ni tenía sentido que doliera. Qué mecanismo hace que un hombre pague por ver a una mujer desnuda, pague por tocarla, pague por penetrarla? Una mujer no lo va a entender nunca, jamás, al menos eso me sigue diciendo mi psicóloga cuando todavía le digo que tengo miedo. Te podés enamorar de la chica que atiende el kiosco, te podés emborrachar y darte un beso con tu mejor amiga, te podés hinchar las bolas e irte con una que esté doscientas veces más fuerte que yo; pero ir a pagarle a una señorita para que te haga todas las cosas que tu mujer quiere hacer con vos… en fin, soy mujer, nunca voy a entender el mecanismo por el cuál los hombres recurren a pagar por acostarse con alguien.

Un día pasó; me di un beso con un chico que quería ser mi novio. Yo le había dicho que no podía tener nada con él porque  convivía con alguien. Pero la grieta era real y se veía de afuera, así que el chico me dio el beso igual y yo me fui llorando a mi casa. Entré rápido, culposa, ocultando las lágrimas y la vergüenza. Me bañé, tratando de sacarme la suciedad por dentro y por fuera. Me enojé conmigo misma por disfrutar del beso, por querer que alguien me quisiera, que me abrazara, que me contestara los mensajes.

Me odié cuando le dije que se fuera de casa. Me odié cuando metía sartenes en una valija que yo le había regalado y me preguntaba si se podía llevar esta olla o esa toalla. Me odié porque para mí era un divorcio y para él eran vacaciones de invierno sin la bruja. Me odié cuando esa noche me quedé sola y la cama medía 3 metros. Me odié tanto, odié a los hombres, odié las familias, odié las postas, odié la calle Corrientes. Y eso que todavía no lo sabía.

Desde ese día descubrí que a las azafatas nos meten más los cuernos que a las amas de casa. Somos más cornudas que las mujeres de los pilotos. Salvo que seamos azafatas y mujeres de pilotos al mismo tiempo, en ese caso, el cuerno es doble y se anula.

Arrastrar los cuernos, los arrastré toda la vida. He sido fiel e infiel, yo misma he mentido alguna vez, pero el récord de quedar enganchada en las puertas lo tengo yo, claramente. Por suerte, después de tanto renegar con la inseguridad y los miedos, hace unos años decidí dejar de pensar en el otro, en lo que el otro hace, en lo que el otro quiere. Jamás sabremos de sus fantasías, de sus secretos, de sus otras vidas. No persigo, no busco, no encuentro. Si la vida quiere que me entere de algo, me lo enteraré; y si no, pues no.

Que cada uno viva con su conciencia.

Y felice los 4.