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El día que vomité el cordón umbilical.

(Pinche)

¿Cómo es quererse?
Oh, quererse es maravilloso.
Quererse es cerrarle los ojos a lo horrible y las puertas a lo dañino. Quererse es abrir un vino, aunque sea martes y no haya nadie, aunque el horario no sea el adecuado, aunque el mundo diga que es hora de merendar.
Quererse es ropa interior nueva, bombacha de encaje y corpiño salvaje, quererse es tocarse hasta enloquecer, quererse es mirar porno con volumen alto sin miedo a lo que digan los vecinos, quererse es dormirse desnudo dejando el vibrador sobre la mesita, con las luces encendidas y los ojos dados vuelta.
Quererse es aprender.

Hay un universo increíble por descubrir, y no hacen falta aviones para pisar esas galaxias, no hacen falta pasajes ni valijas, no hace falta hacer check in.
Quererse es dejar afuera los dolores y darse un gusto UNA PUTA VEZ. Quererse es no tener que justificar las elecciones, no pedir permiso para nuestras acciones, no mirar atrás y no pedir perdón. Cuando nos queremos y nos permitimos ser nosotros mismos, sin más afán que el ser sinceros y decirnos la verdad… no involucramos a los demás.
Quererse es empezar de nuevo una vez más. Aunque ya sean 20, aunque no parezca real. El contador empieza en el momento en el que cerramos los ojos, en el que empieza la música, en el que decidimos aprender a bailar.
Quererse es el verdadero amor. El amor que uno siente por su propia vida y por su tránsito, el amor que uno aprende a tener cuando se respeta a sí mismo, el amor de saber que nada puede andar mal.
Abrazo esta desprolijidad con mis brazos de madre sin hijos, con todos los miedos de mis años vividos, con el peso que le doy a mis palabras, con mis alas invisibles, con mi legión de aviones, con mis amores imposibles, con mi tolerancia infinita, con mis besos inagotables y mi piel delicadita.
Aquí estoy, queriéndome, dejándome ser.
Equivocándome todas las veces posibles, y llorando y riendo a la vez.
Es hermosa esa que está en el espejo. La que antes era horrible, la que fue una vergüenza, la que me hizo enojar, la que oculté durante años, la que flagelé, la que congelé.
Miren como sueña en colores. Miren como me sonríe a mí. Miren como me acepta como soy. Miren como se queda adelante mío en silencio, miren como me pregunta y me contesta. Miren cómo no se escapa, esa niña, nació hoy.
Es hermosa porque sabe que tiene miedo,
porque sabe que le hizo falta parar,
es hermosa porque juega todos los juegos,
porque nació para jugar.
Muchos años después de la vez que me vi por primera vez, me gusta lo que veo, me gusta lo que soy.
Me regalo las cosas que me gustan, me regalo los momentos que siempre quise vivir, me animo a mirarte a los ojos, me animo a decirte que sí. Me animo a salir del rincón, me animo a darte mi libro, me animo a levantarme por la mañana, me animo a decirte que no.

Quererse es la más rica de las drogas.
Quererse es, ni más ni menos que, querer a los demás.
Escucho mis canciones, en mi palacio, con mis animales. Las canto a los gritos, bailamos, ladran, saltan, me miran raro. Yo no puedo ser ustedes, ustedes no pueden ser yo. Sé que es duro, pero es lo que tengo para decir hoy. Quizás no nos entendamos nunca, quizás nunca nos amemos, quizás me odies para siempre, pero yo no puedo ser vos. No puedo más que imaginarme el lugar en el que estás, pero mi idea estará a un millón de años luz de el lugar donde estás parado, porque vos sos vos, y yo soy yo.

Me ha llevado siglos encontrarme con esta niña que veo por primera vez. Nos vemos en paz. La abrazo porque ha sufrido y no lo supo decir. Ella quiso que pensaran que podía con todo, entonces no pidió todos esos abrazos que hubiera querido pedir. Y después le salieron las espinas y ya nadie se le acercó. Brillaban sus espinas al sol.
En el momento en el que oscurece, en silencio absoluto me acerco a su cuna, es tan pequeña, sus ojos brillan. Por qué lloras?
Si tus lágrimas son cronopios, si tus sueños son aviones, si tu piel es suave como los gatos y tu risa como una campana de cristal.
Si todos aquellos que te lastimaron, lo único que querían en el fondo era amar.
La ví llorar como nunca, por los errores y la injusticia, por los horrores, por la malicia.
Sus espinas de goma no me pinchaban y la alcé como a un pequeño bebé.
Mi miedo a los bebés me hizo temblar. Vomité mamaderas enteras de muñequitos de peluche, vomité el libro de los nombres, vomité la primera palabra y el cordón umbilical.
Mis ojos te vieron en mis manos, Rocamadour.
Soy ese bebé al que le temo. Soy ese bebé que no quiero alzar. Me tengo miedo a mí misma, le tengo miedo a lastimar a mi bebé.
Llora, mi bebé Rocamadour.
Llora porque la madre azafata es mala y se va de casa, llora porque quiere más a los perros que a los bebés, llora porque no sabe como hacer para criar sola un bebé si el papá la abandona, o si enloquece, o si el papá también se vuelve bebé.
Entonces te miro a los ojos bebé Rocamadour, y tus espinas se caen al suelo y tu piel es tan hermosa que quiero besarla y ponerle perfumito y jurarle que aunque el mundo sea horrible, jamás te dejaré caer.
Y jamás te dejaré de querer.
Y el bebé se hace niña y la niña se hace mujer, y en el espejo me veo ahí parada, con los ojos grandes, la piel tatuada y el mundo a medio comer.

Y entonces decido quererme mucho.
Decido empezar de nuevo y probar una vez más.
Con los miedos de mujer grande. Con el respeto a la niña que me dicta. Con la compañia de mi bebé.
Jugando a este juego de fantasía, viviendo en letras, en aviones, en animales, en canciones; viviendo enamorada de mi vida y de todas mis decisiones, que son las peores pero son las mías, o son las mejores, o son prohibidas… pero son las mías.

¿Cómo es quererse?

Quererse es vivir todos los días, sin pedirles permiso a los demás.
Y acariciando el pelo de mi bebé del futuro, dejé de correr adelante del miedo, y decidí decirle que ahora que me quiero, nos vamos a ver algún día. Y despidiéndolo hasta pronto, cierro el portal de colores, no sin antes decirle, que algún día voy a ser su mamá.

Me asusté.

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(Pinche)

Me asusté porque venía pensando en otra cosa y no vi en qué momento la moto quiso pasarnos y la chocamos.
Me asusté porque la chica en el piso estaba lastimada.
Me asusté porque cuando la di vuelta y la acosté, me miró con los ojos vidriosos y tristes, y las dos nos dijimos con la mirada “tengo miedo”.
Me asusté porque nunca había tenido tanta sangre a mi alrededor.

Se llama Adriana, y está bien.
Pero en ese momento yo no lo sabía, sólo veía que no tenía puesto el casco, y que se le iban los ojos, y que hacía mucha fuerza por sonreír ante mis estúpidos chistes y mis esfuerzos por mantenerla activa.
En ese momento lo único que tenía eran los gritos de ambos choferes y a mi compañera Mechi pidiendo una ambulancia con toda su urgencia y su seriedad, cortando la calle y desviando el tránsito en una de las esquinas más marginales de Monserrat.
En ese momento el novio de Adriana, que se llamaba Adrián, la miraba a los ojos con miedo y le proponía casamiento. En ese momento Adriana me agarraba fuerte de la mano y sus ojitos me miraban, mientras me preguntaba si iba a estar bien.
Y yo me asusté.
Porque la quise mucho a Adriana, y no quería que tuviera nada, quería verla casada y hermosa, y no ahi tirada, temblando, con todo ese escenario horrible a su alrededor.
Me asusté porque no podía parecer asustada, porque en ese momento, nosotras eramos lo único que ellos tenían, y nosotras no nos podíamos asustar.
Arrodilladas en la calle dijimos todas las pavadas que se nos ocurrieron, hicimos de cuenta que no pasaba nada, que sabíamos lo que estábamos haciendo y que todo era normal.
Me escuché a mi misma decir “estas cosas pasan”, una frase que no uso jamás.
Pero me asusté.
Me asusté porque mis zapatos estaban parados arriba de un pequeño charco.
Me asusté porque el chofer gritaba y porque el novio de Adriana no se tranquilizaba.
Me asusté, y mucho, porque nadie te enseña las cosas que la vida te pone adelante.
Nadie te dice “te va a pasar esto, preparate”, simplemente pasa y vos, improvisas.

Después del hospital, de que llegara un familiar de Adriana y nos dijeran que las placas estaban bien, nos pedimos un auto para volver, Mechi y yo. En la esquina de casa, el auto pasó por encima de los pequeños charcos mientras algo se estremecía adentro mío.
Subí la escalera, entera, sin un rasguño, sin un golpe, pero sabiendo que se acababa de quebrar mi espíritu.
Me saqué la ropa, me encontré con una gotita de sangre en mis medias,  y me largué a llorar.
Me asusté cuando pensé en Adriana sola, acostada en esa sala sucia y fría, con su pelo goteando sangre, con su novio en la comisaría y su miedo a quedarse sola, a que algo no estuviera bien.
Me asusté cuando me acordé de sus ojitos, de sus piernas temblando, de las preguntas que me hacía.
Pero más me asusté cuando me metí en la cama, y me di cuenta de lo sola que estaba.
Y me dormí triste y asustada, teniéndole bastante miedo al mundo, a los imprevistos y a las decisiones tomadas.
Y me desperté triste y asustada, porque Adrián le propuso casamiento a Adriana a las 4 de la mañana, y yo no tuve quién me abrazara.

El idioma que tenemos en común.

Todos los días me pregunto hacia dónde va este blog, y un poco como me pasa con mi propia vida, las respuestas que encuentro se parecen bastante a estar completamente a la deriva.
No hay manera de catalogar la desprolijidad con la que vivimos, la contradicción de tener sentimientos diametralmente opuestos, la necesidad de estar bien con algo y con lo contrario a ello.
No hay manera de etiquetar este descontrol, no hay manera de que todo siga una línea. No podemos ser ésto, aquello, lo de más alla. Podemos ser, simplemente, lo que somos.
Y a mí  me gustaría que fuéramos todo. Todo eso. Todo aquello. Todo lo que podamos ser.

Hoy necesito contarles lo que hacen estas personas. Y para eso no tengo mejor manera que mostrándoles 3 videos. Les pido por favor que, con volumen en los parlantes, conozcan a  Theo, a Miley, a Frankie, ellos son tres rescatados por la organización Hope for Paws. Lejos de hacerles publicidad a ellos, o a Adopta un Galgo en Argentina, (la ONG que rescató a Ade), este post es para contarles lo que siento yo. Lo que hacen estas personas me conmueve hasta la última célula del cuerpo, me resulta inevitable llorar de principio a fin cuando miro los videos de los rescates, de las evoluciones en los hogares de tránsito, y los álbumes de fotos de los perritos adoptados con sus nuevas familias.
Hace muchos años que estoy en el rescate de animales desde mi casa. No pertenezco a ninguna organización, prácticamente no colaboro con ninguna, más que alguna ayuda monetaria aislada y no puedo hacer tránsitos en casa por lo díficil de mis horarios laborales; pero cuando me encuentro un perro abandonado en la calle que me mira a los ojos, sé lo que eso significa.
He aprendido a leer la mirada de los perros, y hay una mirada que dice “ayudame”, no se las puedo describir, es inexplicable, pero cuando el perro quiere irse con vos, te lo dice.
Ese es el idioma que tenemos en común.
Hoy está de moda rescatar, adoptar, difundir. Y es la mejor moda creo yo, ojalá dure toda la vida, ojalá todos la usen, ojalá se propague como un virus, a nivel mundial. Hoy, nosotros los que morimospor los animales, damos las gracias a que algunas personas del ambiente artístico (Anita Martínez, Candelaria Tinelli, Nicole Neumann, Silvina Escudero) compartan, difundan y ayuden a estas causas.

No sé en qué momento exacto empezó a ocurrir esto. No sé cuántos años tenía cuando con mi hermana sacábamos las garrapatas de los perros de los baldíos y los íbamos a regalar puerta a puerta en Chascomús. No sé cuándo me dí cuenta de que rescatar era una gran inversión de recursos, tiempo y esfuerzo, pero sí puedo decirles cuándo fue que dije “esto es lo correcto para mí” y eso fue el día que conocí a Bamba.

Hoy, muchos años después de su llegada, y algunos después de su partida, respiro su aliento putrefacto como si estuviera acá, sonriendo al lado mío. Ella fue la razón por la que yo decidí fundar mi propia organización. Que va a ser fácil? No, va a ser casi imposible. Que lo voy a lograr pronto? No, seguramente me lleve años. Que va a ser barato? No, voy a necesitar todo lo que tenga, lo que ahorre, lo que pueda conseguir. Pero ese lugar, es un hecho. Ese refugio, ese lugar, esa institución va a existir. Es de lo único de lo que estoy segura en esta vida, por más a la deriva que esté, por más planes que haga y deshaga, por más aviones que me lleven y me devuelvan, SE QUE VA A OCURRIR.

Esta es una etapa de aprendizaje. Todos los días conozco personas maravillosas que rescatan, difunden, ayudan, hacen tránsitos. Y de todas saco algo, de todas aprendo algo. Hoy no es el momento de construir caniles y contratar personal. Sería humanamente imposible en este momento de mi vida. Pero yo sé esperar. Mientras tanto, aprendo a hablar el idioma de estos culins, me los encuentro en la calle, los subo a casa, comemos algo, dormimos y buscamos una casa nueva para todos ellos. Varios han pasado por aquí, perros, gatos. Todos se han llevado un pedazo de mi corazón. Todos me han dejado algo enorme y no me he olvidado de ninguno de ellos. Te marcan para siempre esos ojos, te marcan las palabras que te dicen en ese idioma que inventamos entre los dos.

Si algo me queda por decirles, por pedirles, es que si sienten que pueden ayudar, lo hagan.
Es increíble la cantidad de gente que es dañina con los animales. Aunque yo no pueda entenderlo, hay personas que disfrutan matando, lastimando, pegando, prendiendo fuego, mutilando y torturando animales. Los hay por montones. Los explotan, los maltratan, los matan de hambre y en el mejor de los casos, los abandonan.
Ahí es cuando entramos nosotros, ahí es cuanto entras vos. Ese animal que está tirado en la plaza, o en la esquina de tu casa, puede haber salvado su vida de casualidad de las garras de un animal humano. Sabías que los perros jamás lastiman por placer? Sabías que jamás atacan por el disfrute de ver sufrir al otro? Entonces… quiénes son los animales…? Ellos… o nosotros?
Por cada uno de estos hijos de puta, tiene que haber 10 de nosotros. Por cada uno de los que patean un perro y les prenden fuego el lomo tiene que haber diez como yo, como vos, abriendo las puertas de su inmaculada y perfecta casa por la noche, para dejarlo dormir tranquilo en una mantita, a pesar de sus pulgas, su sarna y su mal olor.
Te aseguro que lo que devuelven es mucho más grande que si te mean el living o te muerden un sillón. La gratificación supera por millones las noches sin dormir por su llanto, los gastos de veterinaria, las miradas de desaprobación de tus vecinos.

Probalo UNA VEZ.
Intentá hablar el idioma UNA VEZ.
Unite a los que intentamos tirar la balanza para este lado.
Y que la vida sea más desprolija, más enquilombada, que se suelten las riendas, que todo pierda el sentido, que se desordenen los horarios, que te preguntes a vos mismo QUE ESTOY HACIENDO.

Me miro a los ojos enfrente al espejo y me pregunto “QUIEN SOY?”
No soy azafata.
No soy escritora.
No soy la hija de mis padres.
No soy amante de la música.

Soy protectora de animales.
Y eso, es lo que quiero ser.

(Ahora si, les dejo la canción de este post. Pinche.)

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El vestido que tenía el día en que te conocí

(Pinche)

La primera vez que me apoyaste los labios, estaba segura de que no era lo correcto.
Cerré los ojos y (podría asegurar que esto ocurrió hace millones de años) te agarré las manos.
No fue ese el día en el que me desnudaste por primera vez, pero fue el día en el que la cabeza se me dio vuelta, y entre temblores, regresiones, culpas, y un estado volcánico en la piel, te besé, me reí de mi misma y de mi falta de cordura, te besé, me reí de vos y de tus pavadas, y te besé; te besé como no se deben besar a los hombres peligrosos, a esos de los que se sabe poco, a los de los ojos que te miran sin los ojos, a los que sonríen de esa manera que se te clava adentro, como las enfermedades terminales, como los finales anunciados, como las curiosidades letales.
Y se nos fue el momento, y me escapé, como suelo hacer en las mejores partes.

Todas las veces nos despedimos sin planear la próxima, así de confiados estábamos en que la vida sería justa y buena con nosotros.

Por supuesto que yo estaba mareada y poseída.
Claro está, había tomado de más. Estaba en el punto justo en el que el propio cuerpo es un diamante que uno desea hacer brillar, y en el que el cuerpo del otro es el único que lo puede lograr. No había hombre sobre la tierra que pudiera igualar tu belleza, el olor de tu piel, la certeza de tus manos y todos tus encantos, el saber, el estar, el no poder esperar; el abrir los ojos únicamente para asegurarse de que lo que estaba pasando era real.

Recuerdo haber reído fuertemente unos segundos antes de pedirte que me saques la ropa.
Sí, te lo tuve que pedir.
Fuiste lo suficientemente manipulador y caballero como para hacerme consciente de que lo que estaba a punto de pasar, ocurría, no solo bajo mi consentimiento, sino por mi expreso y desesperado pedido.
Recuerdo haber llenado mi pecho de aire hasta doblarlo de tamaño mientras me recorrías con los labios. Recuerdo querer arrancarme la poca ropa que me habías dejado, de alguna manera mágica y sobrenatural, pero me hiciste esperar, me hiciste tener paciencia, me hiciste arrugar los dedos de los pies, me hiciste suplicar.
Así sos con el amor.
Me corría por las venas una mezcla de desesperación etílica y ansiedad divertida, me sonreía y me tapaba la cara, mientras tus manos me hacían cosquillas; mientras en algún lugar cerca de los pies de la cama, me besabas con las manos y la lengua, con las piernas y los brazos, con los ojos, las pestañas, con la piel.
Si la luz estaba encendida o apagada, no lo sabría decir, yo te veía perfectamente. Te veía más allá de mis párpados cerrados, de estar de frente o de costado, te veía cuando te daba la espalda y me acariciabas de atrás.
Por momentos quise dormirme, desmayarme, desaparecer.
Cómo hacer para que ese momento durara por siempre? Cómo lograr no advertir que ya era de día, que todo esto no correspondía, que no podía existir tanto placer.

Me diste vuelta una y otra vez, me miraste a los ojos, me llevaste de los hombros, me torciste la cintura, me hiciste doler. Intenté no gritar todas las veces, pero fue imposible, no pareció importante, sino excitarte aún más. Me tocaste los labios, te besé las manos, me miraste los labios, te besé los ojos, me acariciaste los labios y te besé entero. Desde el día que me puse el vestido con el que te conocí, supiste que estoy hecha para besar, y que mientras me sigas tocando así, no habrá manera de no hacerlo, será imposible evitarlo, podremos no planearlo, pero sabemos que va a ocurrir.

Mientras me ponía el vestido que usé el día que te conocí, no tenía idea que ibas a acariciarme la mano sin conocerme ni que ibas a romper las reglas como lo hiciste después.
Lo miro colgado en mi habitación, vacío de mi cuerpo, frío pero expectante, sabiendo que ésto no terminó. Con la mente en blanco me acaricio los labios y las imágenes de tus manos en mi cadera, mirándome como si yo fuera lo más precioso, me vuelven a marear. Es imposible no recurrir a esos recuerdos para invocar todos los deseos, para conseguir tenerte al menos flotando encima mío una vez más.
Sos la encarnación del deseo más demoníaco que ha encendido mi cuerpo alguna vez.
Sos, contra todo pronóstico, lo único que necesito para entregarme entera, para mojar mis manos, para doblar mi cuello, para caer rendida, para estar perdida, para jugarlo todo, para sufrir heridas, para ganarle al tiempo, para cortar las bridas, para descubrir el fallo, romper el ritmo, encontrar la salida.

El vestido que vestía cuando te conocí fue usado dos veces desde que bailé ante lo indisimulable de tu mirada, vacía hasta ese día. Las dos veces, volví sola a casa,  me lo saqué yo misma, ebria a las 9 de la mañana, intentando no caerme mientras me bajaba las medias. Las dos veces quedó arriba de la pila de ropa en mi habitación; sin haber triunfado, sin haber logrado que tus dedos fueran más allá de su superficie, ante los ojos de cientos de desconocidos, disimulando lo obvio, lo que algún día no podríamos ocultar, con miedo a no estar haciendo lo correcto, con miedo a no ser lo que se espera de uno, con miedo a lastimar.
Ahora mismo no podría asegurar si estar desnuda encima tuyo fue un sueño o fue real.
Puedo verlo, puedo casi olernos, pero… fue verdad?

Mi vestido cuelga de una puerta de mi armario, limpio, histórico y perfumado.
Ahí quedará, esperando que la próxima vez que lo vista, sean tus manos quienes lo arruguen, sea tu boca quien lo levante, sean tus labios quienes lo mojen, seas vos, quien lo vea caer.