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Qué tenés ahí?

(Pinche)

Hace más de 1 año y medio que no me pongo en pelotas adelante de otro ser humano. Descontemos al nutricionista, descontemos a la médica del Inmae, descontemos cuando me paseo en toalla por el living mientras mis amigos empiezan la previa y yo siempre tarde.

Me bajo el Tinder, porque dicen que es para coger. No lo sé usar, pero intuyo que no debe ser muy difícil. Con miedo, juego un rato a la vidriera, hasta que mágicamente, uno me gusta.

Adivinen qué? Gusta de mí.

Demasiado simple la elección, como siempre. El primero que me gusta, termina siendo mi novio para siempre. (Bue, para siempre dice la conchuda y no la ve ni en fotos).

-Te paso a buscar? dice el chico.

No me gusta que me pasen a buscar salvo que sean mis novios, quién te crees que sos? Ya lo quiero pelear, pero no lo hago porque tengo ganas de que me muerdan los labios. Pienso en ofrecerle pasarlo a buscar yo, pero no quiero que se de cuenta de que soy tan chongo en apenas 3 minutos.

-Pasame a buscar, digo yo. Le doy mi dirección y mi nombre real, y todo mi mambo de estrella oculta queda violado, me siento vulnerable, pero qué mas da.

Mis amigas escriben en un chat, decinos qué auto tiene, decinos qué perfuma usa, decinos si chapa bien.

Qué paja, no entiendo de autos, apenas si reconozco el color, medio gris, medio verdoso, quizás azul oscuro. Perfume era rico, pero todavía no nos besamos, digo en mi primer incursión al baño del bar.

Me lleva a Suspiria, y el barman nos prepara los tragos más ricos del mundo, en silencio, guiñándome un ojo. Le guiño el ojo de vuelta, no porque le esté tirando onda sino porque lo que el chico no sabe es que el trago que está tomando fue creado para mí. Casi me da risa cuando dice “Yo voy a tomar el FBO sour” y yo dijo ” Yo voy a tomar lo que él tome” haciéndolo sentir especial.

El chico es dulce y habla despacio. Me gusta que juegue el juego de que no nos conocimos en Tinder. En un momento me pone la mano en la pierna y se me para el corazón. Tengo 67 años.

Implemento mi máxima: jamás hablo de lo que no sé. No política, no religión, no fútbol, no Arsat, ni Brexit, ni plan qunita. Cuando me doy cuenta estoy limitada a galgos, aviones y hamburguesas con queso.

Tengo que ir de vuelta al baño a mojarme la cara, mi cita va a fracasar.

Me miro al espejo. No me veo. Solo se ve mi ojo, nada más. Ninguna otra parte de mi cuerpo. Me miro el ojo. Adentro del ojo. La que está adentro me recuerda que los chicos Tinder no quieren que la chica sea física nuclear. Un poco de culo, un poco de tetas, todos los dientes, simpática, IMC normal, tirando a bajo. Bueno, vestida lo puedo engañar. Practico enseñar un poco más los dientes y parezco Adela cuando se duerme con la boca abierta. Desisto. No sé sonreír con dientes, yo sonrío con muecas, la última persona que me hizo reír con dientes se apellidaba Peña y ya no está aquí.

Salgo del baño y el chico está con el celular. Le estará diciendo a los amigos que soy una conchaseca? No doy más, llego a casa y desinstalo este programa de mierda.

No me besa en el bar, pero me besa en el auto. El beso es lindo pero yo me caliento fácil, no soy parámetro.

Me lleva a su casa, no sé qué barrio. Se prende la plancha, estamo por poner los bife.

Subimos, obviamente miro la casa, es inevitable la visita guiada y que se yo, todo muy bien o no sé, no me importa. No tengo nada en común con este cristiano, seguimos hablando. Creo que lo pongo nervioso, como él no avanza, yo no avanzo, nos besamos un poco pero se ve que somos los dos medio de madera, le digo que me tendría que ir, me dice te llevo, le digo “No deja…” “Vivis lejos, te llevo” insiste él, “Es que voy a pasar por lo de mi mamá…” miento yo terminando de ENTERRAR la situación.

Me tomo un taxi, hago 10 cuadras, me bajo. Camino travolteando, totalmemente perdida. Me tomo otro taxi y vuelvo a Suspiria.

Fede me recibe a los gritos “Que pasó amigaaaa?”

“Nada, quiero whisky, pero ponele fuze tea de durazno”

“Ni loco”

“Entonces me voy”

Me tomo 12 whiskys con fuze tea de durazno en la barra de mi amigo. No lloro, pero estoy perdiendo la compostura completamente. Mientras él divierte a sus otros clientes con sus historias, se me acerca alguien que justo se para al lado de mi banqueta cuando estoy a punto de caer.

Le pido disculpas al hombre más hormonal de este planeta y cuatro galaxias. Tiene el perfume que hace que los gatitos en los videos de youtube se tiren por los barrancos y se coman las paredes. Generalmente ese perfume nunca se compra en el free shop, es el que se despide cuando algo está inevitablemente a punto de ocurrir.

En media hora se burla de mi trago, me levanta el celular del piso 3 veces y me sostiene el pelo en el baño de nenas mientras vomito.

Con los ojos cerrados voy en el asiento de copiloto de un auto que ni siquiera sé qué color es. Parece que es amigo de Fede y él decidió que estaba en buenas manos para ser llevada a casa.

En la puerta de mi casa me despierto, despatarrada, con dolor de cabeza y olor a vómito en la nariz. El chico tiene el motor en marcha y escucha Babasónicos.

Lo miro entre desconfiada y agradecida, si es que eso es posible y me pregunto si debería hacerlo pasar. Lo miro de arriba a abajo: tiene vómito salpicado en el jean. Se me aparecen banderitas de colores con la leyenda “Epic Fail” alrededor de la cabeza.

“Te vomité todo”.

“Si”. Porque a este chico no le importa disimular la verdad.

“Querés entrar a limpiarte y a hacerme un té? Porque si me dejas sola me voy a morir”. Porque a mí tampoco.

En cuanto entramos, hay un olor que nos cachetea y nos tumba. Vento dejó una torta en el medio del comedor, indisimulable. Me saco los zapatos y descalza, tambaleando, agarro bolsas, papel, me arrodillo, paso producto y abro las ventanas del patio para ventilar. Tiro desodorante de ambiente.

El pibe está poniendo a hervir la pava como si viviera ahí. Abre el cajón, saca el encendedor, enciende la hornalla, llena la pava de agua, le pone la tapa, sube el fuego, se da vuelta, la concha de tu madre.

“Voy al baño” digo.

Me lavo los dientes, mi cara no tiene arreglo.

Nos sentamos en el sillón de los perros que tienen las mantas hechas un bollo, los perros se acuestan alrededor nuestro, Vento le apoya la pata meada de adelante en el pecho, el pibe apoya la cabeza en un almohadón, cambia de canal y toma su té con jengibre y limón.

Yo me estoy quedando dormida, se hace de día muy de a poco en Winterfell, y la mano del pibe está acariciándome el pelo. Del pelo a la cara, de la cara a los labios, de los labios al cuello, del cuello a la nuca.

Con naturalidad pasa los dedos por encima de mi nuca y me pregunta “Qué tenés ahí?”.

Dadas las circunstancias, su jean vomitado, mi estado deplorable, la caca de Vento, el sillón impresentable… decido decirle la verdad. “Es un Transponder”.

Sin cambiar de expresión, ni hacer ningún gesto en especial, sigue pasando los dedos por encima del aparato. Lo toca como si no le resultara extraño, como si no asustara, como si todo fuera muy normal.

Me quedo dormida en la situación más cómoda, cotidiana y esperada de toda mi vida.

Me despierto al mediodía, él ya no está.

Estoy vestida en el sillón de los perros, tapada con una manta mugrosa y mis 4 animales encima.

No sé qué parte de la noche fue real y cuál no, hasta que veo las dos tazas sucias con rodajas de jengibre en la bacha.

Me meto a bañar, despacio, resacosa. Salgo, me seco, y con la toalla en la cabeza, veo lo único que se refleja de mí en el espejo.

Me acerco al espejo de espaldas y noto que hay un cambio en mi código.

Alguien digitó 7700 antes de irse.

 

(Continuará)…

 

 

 

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