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La llamita

Pinche para escuchar.
Volviste! -me dicen.

Volví en diciembre del 21, pero recién ahora en febrero del 23 me lo creo. Estrés post traumático? Quizás. O quizás es que el no haber firmado un contrato que diga que el empleador es dueño de tu vida, me hace sentir un poco libre, un poco desocupada y un poco como que ésto no está pasando realmente.

Soy una azafata freelance. Existe eso? No sabía yo, pero sí. Teniendo mi licencia, mi apto médico, mis pasaporte y visas al día, puedo acceder a esta maravilla de trabajo en el que podés decirle que sí a un vuelo si estás disponible o que no, si no lo estás. Lo malo? No tenés sueldo si no volas; y así como vos podés decir que no, ellos pueden no llamarte.

Qué aviones vuelo? Uno muy grande, para un empleador. 243 pasajeros puede cargar, y tiene una autonomía increíble. Un avión para dar la vuelta al mundo. 3 galleys, una zona de descanso increíble, 4 sectores de puerta, tecnología de otro planeta, cieling de colores y wifi.
El otro es muy chiquito, voy como única tripulante sentada detrás de los pilotos, lleva 8 pasajeros, un galley minúsculo y tiene en el baño 23 cremas perfumadas distintas.
Ambos son aviones privados, hacen vuelos ejecutivos, vip, charters, taxi o como quieran llamarlos. Los clientes pueden ser siempre los mismos, siempre distintos. Pueden ser pocos, muchos, un montón. Los motivos de viaje pueden ser negocios, vacaciones, reuniones, placer, urgencias o cosas de vida y muerte. En eso es bastante parecido a la aviación comercial. Esta aviación privada o ejecutiva, se llama aviación general.

Estoy aprendiendo mucho todo el tiempo en este camino, aprendiendo del trabajo y de mí, de mi familia y mi entorno.
Uno de los grandes desafíos fue aprender a guardarme cosas y no compartir todo. Ustedes saben mejor que nadie como mi catarsis personal me obliga a vomitar de manera irrefrenable todas los sentimientos y las sensaciones que se me presentan. Sin embargo, esta vez no puedo contar tanto como antes. Las empresas, los pasajeros, la aviación privada en sí, están envueltos en un halo de protección a la privacidad que nadie puede romper. El código para cuidar lo que hacemos, es proteger la confidencialidad. Lo aprendí a las malas eh? Obvio que me mandé un par de mocos a lo forbichin contando y publicando lo que no tenía que publicar. No me daban las manos para arrepentirme, temí por mi vida. Por suerte, me tocó conocer personas que entienden el error humano y comprendieron que en esta etapa de acostumbrarme a no estar más en línea aérea comercial iba a sufrir algunos percances.

Cuando analizo mi nuevo forbiching, creo que ni siquiera es un blog vulgar. Ya no. Probablemente el blog vulgar haya muerto con Latam. Y no es que quiera decir malas palabras y no pueda, de hecho ya saben que no creo en “malas” palabras si están usadas cuando se justifica; que se yo, quizás ya no necesito putear tanto como antes. Estaré menos enojada? Quién sabe.

Ayer cuando terminaba mi vuelo, a dos horas de llegar a Miami, ya tenía todo limpio y guardado y me senté apoyando la cabeza en el jumpseat. Me pregunté si estaba más o menos cansada que a dos horas de llegar a Miami en un vuelo de Lan. Tan distintos los dos.  Uno llevaba 230 pasajeros con la particularidad que tenemos los que pagamos un pasaje con esfuerzo para irnos de vacas. Queremos todo, lo queremos ya, no pensamos en el otro, nos quejamos de todo. Sumado a la incomodidad, la falta de espacio, los retrasos, la imposibilidad de dormir… recuerdo despertarme de mi pequeño descanso de dos horas y tener que hacer la guardia en el galley a las 4 am, al borde de la muerte. UN SUEÑO de otro planeta, ninguna infusión te podía mantener despierta; tan solo tener mucho trabajo o un compañero que te diera una charla interesante te podían salvar. A veces ni siquiera eso, y entonces te replanteabas la profesión, recordando la posibilidad de estar mimiendo hermosamente en tu cama calentita con perros y gatos en vez de en ese tubo congelado y atroz. En esos vuelos, dos horas antes de aterrizar estábamos sirviendo desayunos, revoleándoles bandejas con omelettes pegados a los pasajeros enlagañados hasta el cachete. Nadie entendía nada, un festival de hipoxia absoluto, demencia total guardar los carros, sacarte el delantal, ordenar y guardar todo, cagar a gritos a la gente para que no se metan más al baño cuando estamos por aterrizar y finalmente, tocar tierra y esperar meterte en la cama.
Con la cabeza en el jumpseat, ya habiendo lavado los vasos de cristal, lustrado la nesspreso y separado las frutas, las leches y los triples de miga sin tocar, no me sentía cansada. Sin embargo, no había tenido descanso ni siesta, el vuelo va de un tirón de 10 horas con una escalita para combustible.
Un pasajero interrumpió mis pensamientos para pedirme un cortado. Le dije que por supuesto, saqué la nespresso de su lugar de guardado y se lo serví en una taza que tiene grabado el nombre de la empresa. Cuando terminó, lavé la taza y el platito, lustré una vez más la cafetera y la volví a guardar.

Al ratito serví un té. Al ratito otro café más. Me retoqué el maquillaje, le pasé blem a los muebles, fui al baño y después de hacer pis limpié las gotitas secas en el espejo. Me puse crema en las manos. Le pregunté a una pasajera si tenía mucho en auto hasta su destino final. Después aterricé. Estaba hecha mierda? Sí. Pero ni la mitad de lo que estaba en los vuelos con 230 pax.

Creo que una de las máximas enseñanzas de qué significa ser tripulante me la dio Barney en la escuelita de aeronavegantes. Este instructor había sido jefe de inter en Aerolíneas Argentinas y luego jefe de tripulantes. Sus clases eran una delicia, yo lo amaba bastante. Un día nos contó de un vuelo a Roma, en el que trabajando en first class, detectó que un pasajero no se dormía durante la noche. Lo invitó con café y sanguchitos, el pax se fue al galley y charlaron. Lo acompañó en ese ratito, como el barman que ayuda a los corazones rotos. El pasajero volvió a su asiento, creo que viajaba con su mujer. Antes de bajar parece que el pasajero le dijo que si quería le gustaría invitarlo a almorzar. Esa ya es otra historia porque no me acuerdo si el tipo era un duque jaja y lo pasó a buscar con un chofer en épocas que uber no existía, y lo llevó a un palacete italiano donde le dieron de comer y chupar hasta caerse de la silla. Igual no quería contar esa parte sino la de asistir al pax con insomnio. En ese momento, el tripulante está en un rol diferente, no es el de seguridad, no es el de servicio, es otro; ese otro que solo puede ser el que es tripulante de alma y corazón, ese que realmente disfruta de ver al otro cómodo y a gusto. Eso no sé si se enseña, simplemente sos o no sos esa persona. Y ese tripulante de alma puede estar en un mozo, una secretaria, en un anestesiólogo, un chofer o una maestra de jardín.

Cuando Barney me contó eso en el 2007, se encendió una llama que estaba en mí desde siempre. Esa llama pareció apagarse en la pandemia, permaneciendo sepultada por miedos, trabas, muerte e inseguridad.

Recién ahora en febrero de 2023 puedo decir que estoy lista de nuevo para pelear por mi llamita. No sé dónde iré a parar, no sé si la aviación general seguirá siendo mi hogar por poco, mucho o larguísimo tiempo. Tampoco sé si alguna vez volveré a una línea aérea; pero lo que sí sé, es que mi llamita está encendida de nuevo, y no tengo planes de que se vuelva a apagar.