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La fiesta vulgar

Hace unas semanas hice una fiesta para recaudar fondos para poder publicar mi primer libro.
Alquilé el lugar, contraté dj, vj, luces para pista, una diseñadora gráfica que me hiciera banners de prensa, posters de decoración, pins, stickers, entradas plastificadas numeradas. Organicé una recepción con cena, vendí las entradas anticipadas, una por una, puerta a puerta.
Armé una página en Facebook donde se publicitaba el evento, La Fiesta Vulgar. La gente comentaba entusiasmada, preguntaba código de vestimenta, tipo de música, horario conveniente de llegada.
El público al que apuntaba la fiesta eran los lectores del blog pronto a transformarse en libro. Ese público es, ni más ni menos que un grupo grande de AZAFATAS.

Seguramente ustedes pensarán que las azafatas leen, como mucho,  el prospecto del OB y la Cosmopolitan. Yo pensaba lo mismo; pero resulta ser que leen; pueden imaginarse cosas en sus cabezas llenas de trenzas, pueden servir café y pegarse el chicle al paladar al mismo tiempo, pueden chupar pija y escuchar una canción, pueden pintarse las uñas y mirar de reojo lo que estás haciendo vos.
Así que yo les dediqué una fiesta. Les dije que se pusieran lo mejor que tuvieran, trajeran sus ganas de bailar, sus bolsos pequeños con dinero para alcohol y su enorme y distintiva vulgaridad.
Y así lo hicieron.
A la una de la mañana entraban, tímidas, de dos en dos. Con sus piernas larguísimas y medias oscuras, con faldas minúsculas y botas eternas, con sus tetas de goma y sus labios brillantes, con el pelo planchado y la piel oliendo a aquí estoy.
Las amo. Amo cada uno de los movimientos de estas mujeres del aire. Amo esa parte del camino en el que su delicadeza se junta con la fortaleza de su carácter. Amo la sensible diplomacia con la que saben decir que no. Amo sus risas falsas y sus ganas de desbarrancar, amo la facilidad con la que entienden, con la que tropiezan y con la que se vuelven a levantar.
Ellas bailaron ante los ojos de cientos de hombres que no entendían nada. Querían tocarlas, tenerlas, usarlas, querían lo que fuera que ellas quisieran dar. Pero ellas no querían dar nada.
Como en una fiesta del instituto, bailaron entre ellas y con sus amigos gays. Se deslizaron hacia abajo, rozándose unas a otras, bebieron de vasos, tomaron pastillas, fumaron cigarrillos para la risa.
Y cuando todo acabó, con su tapado sin abrochar, corrieron por la Avenida Córdoba para tomar un taxi que las llevase a casa.
Mientras tanto, vos, en tu cama, acariciándote los botoncitos de tu triste y solitario Calvin Klein te preguntabas cómo podían existir mujeres así.
Mientras tanto, yo, en la pista, descolgaba las luces y los posters, riendo sólo para mí.

Una vez llegada a casa, me pongo el pijama y me tapo hasta el cuello. La fiesta me da vueltas dentro de la cabeza, tengo recuerdos efedrínicos de momentos de la noche que jamás podré olvidar. Gracias al baile de 200 hermosas mujeres y 100 admiradores secretos, seré capaz de publicar, y toda mi vida, estaré en deuda con una pista de baile, con la magia de la noche y con el enorme poder de la vulgaridad.

4 comentarios en “La fiesta vulgar

  1. VAAAAMOS TILINGUITA VULGAR!!!!!!!! AHORA LOS QUE FUERON Y LOS QUE ESTUVIMOS DESDE LEJOS CON EL CORAZON AHI, VAMOS A TENER TU LIBROOOOOO SIIIIIII

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