Adiós Malevo, tregua invisible.

No pude llorar.
No pude besarte, no pude hablarte, me es imposible llorar.
No es hasta que abro una página en blanco, que me tiemblan los labios, entonces sí.
Siempre te escribí.
Cuando estabas, cuando no estabas, cuando me leías, cuando hablabas, cuando apenas respirabas… Siempre te escribí, y vos me escribiste a mi. Con tu hermosa letra, y tus faltas de ortografía, todavía guardo el cuaderno, y tus decenas de cartas…
Entonces te voy a escribir, para que mientras las pienso, se eleven mis palabras, y sepas que son para vos. Para que todos los pañuelos mojados se transformen en recuerdos, y que para las historias de nuestras aventuras no sean olvidadas jamás, que queden escritas, que sean leídas, y que todos sepan que hubo un loco, una vez…
Hay amores que no se pueden explicar, hay elecciones que no se pueden entender, y la locura de haber nacido en esta familia, la enferma y hermosa locura de haber sido quienes fuimos, de haber vivido lo que vivimos, no se puede olvidar.
Hoy no me arrepiento de nada, hoy no cambiaría a un loco por un cuerdo, no cambiaría caballos por autos, tierra por cemento, asado por caviar.
Si me preguntás lo que más recuerdo, no son los primeros tiempos, no son los más difíciles, los duros, los sacados, los encarcelados momentos ni la vorágine de tu ritmo, lo que más recuerdo es ese tranquilo y tímido señor en el que te transformaste al final.
Sonriendo a mi llegada, devorando alfajorcitos, en silencio, apoyada en tu gran hombro… Y tu mirada.
Tu risa.

Tengo en este momento incontables invisibles parados a cada lado de donde estoy, como en un desfile, me miran, en silencio.
Recuerdo las primeras veces que nos vimos en la avenida Rivadavia, donde solías estar. Cuando cruzaba esas puertas de hierro, dejándote adentro, cientos de invisibles se agolpaban por el primer lugar, y uno a uno me iban clavando puñales, en todo el cuerpo, y en las seis cuadras que me separaban de primera junta, me veían morir, semana tras semana, mes tras mes…
Más de once años han pasado de esas primeras muertes. En once años han venido a torturarme y matarme cada vez que han querido, usándote como excusa y razón, cada vez… Sin poder yo hacer nada, sin defensa, sin revés.
Hoy se paran en silencio.
Visten de blanco, miran el suelo.
Hoy saben que se acabó.
Ya no pueden lastimarme, ya no pueden desangrarme, no hay motivos, no hay excusas, no hay razón.
Respiro el respeto con el que despiden su misión, acepto, sin palabras, su retirada temprana, y la sorpresa en sus rostros por haberlos sobrevivido. Uno a uno se evaporan, ante mis ojos tristes, que seré yo sin ellos? Quién seré a partir de hoy?
Tus invisibles se están yendo con vos.
Mi talón ha sido sumergido por completo y Aquiles ya no soy.

La gente dice que cuando alguien querido muere, no muere porque se queda en tu corazón, te acompaña siempre, te mira del cielo, te cuida, te guía, que se yo.
Siempre me pareció una boludez, una frase hecha, algo de la biblia, de autoayuda, una negación.
Ahora sé exactamente de lo que hablan. Nadie lo explicó bien, nadie lo puso en palabras, y yo no lo haré tampoco, porque no me importa, porque no hace falta.
Acaricié tu cicatriz, la del dedo, no me gustó, estaba muy fría tu mano y es un frío que no había sentido nunca y que nunca voy a olvidar.
No te besé, perdoname, no te toqué el pelo ni te peiné, no te hice cara de ratita, no te dije traka traka, lelu lelu, biri biri, no te abracé ni lloré como es debido, no me amigué con mis enemigos en tu nombre, no perdoné, no recé en la capilla, no te dejé las flores, no te dije adiós.
Solo te dije tres palabras.
Fue lo único que me salió.
“Estuvo bueno igual”.
Y en esas tres palabras, sé que sabés, que te agradezco toda esta locura y todos estos perros, te agradezco Gesell y el mar, te agradezco caballos sin monturas, te agradezco la falta de prejuicio, y también la falta de juicio.
Fue un buen vuelo, Loquito.
De Dorrego 326, de Chacabuco, de Jujuy, de la Avenida Santa Fé, del km 104, De Rivadavia, de Dolores, de Devoto, de Independencia, de la Avenida 3, de Terrada y Marcos Sastre, de Pueyrredón y Juncal, de todos esos lugares donde pusiste tus corraleras, a todos aquellos lugares, donde yo pose mis pies, te llevo conmigo Loquito, como te dije siempre, portate bien.

1 comentario en “Adiós Malevo, tregua invisible.

  1. Y para quienes no han podido entender esta locura, que tantos años de movimiento incesante del corazón nos ha traido, les recomiendo una dosis, no necesariamente excesiva…Para hacer vibrar las cuerdas del alma en sonidos estremecedores e inolvidables.Mom.

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