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Cada vida cuenta.

Pinche para escuchar

 

Tantos cambios. TANTOS cambios.

Volver al blog es casi infame. Se siente raro. No porque escribir se sienta raro, sino porque expresar lo que uno sienta pareciera por momentos estar mal, estar prohibido. Respiro profundo y me lanzo, aún con dudas.

Hoy soy una señora. Aunque me cueste aceptarlo es lo que soy. Ya no soy la azafata joven que te encontrás cuando subís al avión. (Acaso alguna vez lo fui?) Ser mamá me cambió algo más que las caderas y las ganas de coger. Ser mamá me plantó en la vida con un chip de micromiedos y macroculpas que me separa 7700 continentes de la V. del pasado. Escuchar Billie Eilish o Lana del Rey sería hacerme la pendeja. Remeras cortas mostrando el ombligo? Oh no, please. La señora ésta que escribe no puede estar jugando a la niña porque los problemas del mundo son reales, las naciones están en guerra, la gente flota en el mediterráneo y nuestro país se incendia ( metafórica y literalmente) sin embargo, me escondo a escuchar las bizarraps sessions, porque en el fondo, mi alma fbo todo lo puede.

Finalmente, en el medio del duelo, pasó lo que tanto ansiaba y tanto temía. El único avión que podía pasarme a buscar se paró en la puerta de casa. Con una foto estampada de Kim Phuc en el fuselaje, una dirección muy clara y sangre de capitalismo disruptivo en el hidráulico, se me apareció adelante. Si quise decir que no? Claro que quise! Me dio terror, un terror inigualable. Es real lo que está pasando? Me lo merezco? Por qué a mí? Por qué me llamaron a mí? Dentro de todo el mar de inseguridades, dudas y baja autoestima en la que nado día a día desde que nací, buceo hasta un cofrecito pequeño y dorado en el fondo. Al llegar a él, casi sin oxígeno, lo abro para encontrar una gran verdad.

EL AVIÓN ES MI VIDA.

Me hace llorar mucho, escribirlo, decirlo en voz alta, aceptarlo.

Intenté ocultarlo, negarlo y no hacerme cargo de que necesito que mi vida y los aviones convivan de la mejor posible, porque no podré ser feliz sin la hermosa y caótica sinergia que hay entre los dos.

Entonces dije que sí. Abracé a mi niño y le expliqué que su mamá también es ésto. Que en realidad siempre lo fue, pero que justo un poquito después de su nacimiento, alguien nos robó a muchos de nosotros la posibilidad de ser quienes éramos. Le conté que cuando piso un avión soy muy muy felíz, y que estoy segura de que él también lo será algún día, porque su papá y yo llevamos los aviones tan tallados que tuvimos que irnos bien bien lejos para ni siquiera pensar en ellos. Pero fue dentro de uno que nos vimos por primera vez, y fue dentro de uno que decidimos que nuestra vida era juntos. Él pareció entenderme y aceptarlo. Se quedó con la mejor persona del mundo entero con la que puede quedarse y entonces me fui.

Armé un carry con las cositas que suelo necesitar en vuelo, un sweater, agua termal, crema de manos, un vaso térmico, un libro que jamás abrí. Armé una valija con ropa para varios días y artículos de tocador. Y sin saber, cargué en una mochila toooodas las culpas de generaciones de madres, abuelas y ancestros y las voces de todas aquellas que jamás pudieron despegarse de los mandatos. Todavía tenía la lactancia muy arraigada cuando hice el primer vuelo. Tuve obstrucción en ambas tetas, fiebre y temblores. Ibuprofeno y apretar, apretar y apretar, ya que me olvidé el sacaleche. La fisiología me recordaba lo mala madre que era. La anatomía de mi cuerpo era una alarma de dolor y remordimientos. Pero sobreviví.

Pensé que cuando subiera al P4 iba a llorar a mares, pero no ocurrió. Ya no soy la que era, no vivo exageradamente como antes, no me revientan las manos, no me explota el alma. Ya no hablo con los boilers mientras me tomo un té.

Entonces llegó el primer descanso y cuando todos mis compañeros se fueron a dormir y me quedé en el galley trasero, aún sin ganas, me hice un té. Permanecí parada con el vaso en la mano, levemente apoyada en el mesón del lado derecho, mirando hacia las puertitas y el tacho de basura.

Es rarísimo donde localizo siempre el alma de los aviones, supongo que es una deformación por haber amado tanto Evangelion y el concepto de un espíritu dando vida al robot. Ahí parada, me sentí tan agradecida y emocionada, que pude haber llorado. No lloré. Soy una señora de 41 años que se esconde para escuchar a bizarrap, con las piernas llenas de várices y pozos y sacos de lana oversizes repletos de pelos de perros, gatos y comadrejas muertas. No lloré, pero algo dentro de mí se conmovió profundamente. Este avión se para en este mundo con un destino que si no te conmueve es porque no estás vivo. Este avión tiene una misión diferente y haber llegado a él, no me habla de casualidades sino de haber encontrado el camino.

Bajé de mi primer vuelo tan shockeada e impresionada por la experiencia que creo que no me desperté por meses.

Tengo mucho para aprender de la aviación ejecutiva. Cometí todos los errores que se podían cometer, claramente soy muy nueva y hay muchas cosas para prestar atención antes de poder hablar, contar y compartir. Sabrán entenderme y disculpar, ya no me es posible abrir el cerebro como quien casca un huevo y deja todo a la vista. Sin embargo, mis sensaciones, mis sentires, eso sí que siempre serán del FBO.

Dejar en casa a mi bebé, que ya cumple 3 años y de bebé tiene poco, nunca es fácil. Estimo que jamás lo será por el tipo de madre que soy. Sin embargo, peleo con los ancestros invisibles y les digo apenas convencida que me merezco esto. Levanto la frente lo más que puedo. Me merezco ésto!

Volver al avión me hace indescriptiblemente felíz, TANTO que hay días que no lo entiendo, que se me materializa ante los ojos como si estuviera viendo en la pantalla la vida de alguien más. Esto está pasando realmente? No lo sé, aún no lo sé.

Me pongo las medias, beso a mi bebé. Preparo la cartera, la valija y el carry. Miro la mochila sobre la cama, sé que va a venir conmigo la prepare o no. Entonces decido abrirla y poner dentro de ella la menor cantidad de piedras posibles, de esa manera, seguramente, las voces de cientos de mujeres destinadas a criar a sus hijos solas, sin un ápice de posibilidad de encontrar algo que amen además de la maternidad, se empiecen a acallar más y más. Hasta que solo quede nuestra voz, la de la persona viva que desea, ama, elige y además, materna.

 

 

La foto del posteo pertenece a Amnistia Internacional.

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Los duelos

La vida es eso que pasa entre que cerrás un duelo y empieza uno nuevo.

Acaso hay manera de no estar todo el tiempo lamentando una pérdida, un cierre inesperado, un quiebre, un abandono, una etapa terminada abruptamente…? Cómo lo manejan ustedes los optimistas, los positivos, los que ven el vaso medio lleno? Ni siquiera me lo imagino.

Duelar, más que un justificativo por una etapa dura, es un modo de vida. Siempre estamos perdiendo algo y lamentándonos por ello.

Disfrutar de lo que pasa en el medio, es casi una falta de respeto al duelo. Una falta tan grande que se paga con que el duelo se ofenda, se alargue y se quede más tiempo. Para que el duelo tenga comienzo, nudo y desenlace, es  importante darle su momento, su espacio, su protagonismo. Caso contrario, convivieremos con él por tiempo indeterminado.

Llevo durmiendo con duelos desde que tengo memoria. Siempre quise que fueran algo de una sola noche y los malditos, de alguna manera, estaban cada mañana ahí para desayunar. Intenté evitarlos durmiéndome en pisos de baños asquerosos y pegoteados, agotando las drogas y las malas decisiones; pero allí estaban para abrazarme y sostenerme el pelo mientras vomitaba. Allí estaban para arroparme. Allí, para cerrar las cortinas y dejarme dormir hasta las 12.

Recuerdo el día que dije BASTA. Peleando por dejar de tener miedo y alejar a los demás; me alejé de todo por última vez. Mi gran acto de coraje empezó a crecer en mi útero; y yendo en contra de lo que la misma naturaleza dictaba, unos ojos chinos iluminaron mi sótano. Desde ese día, ya las ventanas nunca jamás volvieron a cerrarse.

Con ansiedad veo desfilar los distintos duelos, intentando acercarse. Desde una casa con todas las bombitas encendidas, escucho a los duelos rugir en el medio de la noche. Hay noches que no me atrevo ni a sacar la basura. La oscuridad es fría, húmeda y poderosa. Acecha. Se agazapa. Espera. Todos saben que volveré a caer, yo también lo sé. Es hasta injusto ponerle tanta responsabilidad sobre los hombros a un pequeñito que apenas camina. No es trabajo de nadie más arreglar nuestra vida. Por eso, trabajo en mis habilidades para pelear con el abandono, los finales, lo inesperado, el dolor.

Una vez más, solo unos cuántos me entenderán. Así fue siempre en este blog oscuro con letras blancas que tantas quejas trajo. “Tenés que ponerle fondo blanco! Es imposible de leer” Jamás tendremos fondo blanco. El fondo oscuro es el arte de escena de toda esta peli que empezó hace ya tantos años que no puedo recordar. Los abrazo con una semi sonrisa dibujada. Siempre tendremos este sitio seguro, oscuro y seguro, donde encontrarnos, no importa qué tan lejos estemos ni lo que haya pasado en el medio.

Sigo siendo la misma, aún con un pequeño gladiador en casa.

De día los colibríes, las vacas y los polinizadores de todos colores visitando el parque verdísimo. Por la tarde, un sol naranja cae sobre las paredes, obligándome a salir a sentirlo en la cara con una taza en la mano. Y por la noche… el silencio es tan enorme que puedo escucharlos arrastrándose, intentando deslizarse por las ranuras entre la puerta y las baldosas. A veces, me entrego; los dejo entrar.

Es entonces cuando pandemia, muerte, desesperanza, pérdidas y aviones entran como una ráfaga de polvo seco sofocando el aire en mis pulmones. Por dentro, los órganos se me cristalizan y endurecen. Todo pierde perspectiva y un sentir exagerado y adolescente se apodera de mí. Una fantasmagótica mujer entra en escena, le brillan las uñas y los párpados, tiene la boca carnosa y sus tacos dejan un eco al pasearse por el salón. Desde mi cama, tapada hasta la nariz, veo como el salón se construye delante de mí como un encanto de Hogwarts o un sueño de Inception. Me refriego los ojos pero por más que intente hacerla desaparecer, ahí está ella, dándome una charla ted que no pedí, intentando motivarme, arrastrarme y obligarme a sentir culpas por las decisiones tomadas. No contesto a ninguna de sus preguntas, contestarle tendría el mismo sentido que tiene hablar en sueños y despertarse a uno mismo por el retumbe de la propia voz. La mujer desfila por la tarima, argumentando aquí y allá, dejando polvo de estrellas y olor a avión a su paso. De pronto, sin quererlo, me encuentro esnifando su estela turbulenta con los ojos llorosos. De pronto miro mis pies con las uñas descuidadas, mi jogging con pintura de colores y mi remera agujereada. Tengo el pelo sin lavar sobre una almohada que lleva 45 días con la misma funda. La perra me mira acostada en la alfombra, despidiendo un olor ajeno del animal muerto sobre el que se revolcó a la tarde. Dos sifones de soda vacíos y de color naranja, aguardan en vano que alguien los devuelva al cajón. Juguetes por el piso, sobre el sillón, una pila de ropa que nadie distinque si está limpia, sucia o usada una vez, amenaza con caer hacia la derecha, sobre la cómoda roja que supo albergar mi televisor y ahora sola está cubierta de polvo campestre y mosquitas muertas.

Ella sabe que el panorama me está llevando hacia su terreno. No tuvo que hacer mucho esfuerzo. Twitter grita que Enrique Piñeyro, Fly bondi, Jet Smart y Ryan Air tienen chicas como yo; imperfectas, rotas y azafatas. Ellas están tomándose aviones a todos lados mientras yo verifico que las sábanas de la cabaña estén bien ajustadas. Ellas chequean cabina, se sientan en el jumpseat, se quejan de la poca presión del agua del boiler y se bajan las medias hasta la rodilla para mear en baños minúsculos y con dudosa higiene. Yo cruzo el pastizal con unas zapatillas Dc que tienen 18 años en mi placard, mientras una culebra se cruza en mi camino y se esconde debajo de una carqueja. Miro el cielo, celestísimo, ni una nube. Muuuy de vez en cuando el aeroclub de Chascomús nos regala la placentera tortura de escuchar sus aviones escuela paseando por encima nuestro, a veces algún amigo hace un rasante que nos emociona y a veces, pienso en Sergio y en que los sueños hay que cumplirlos hoy, YA, sin vueltas.

Un ladrido me baja del cielo y recuerdo que tengo que llevar desayunos, que las medialunas no se quemen, el café no se enfríe y las frutas no se oxiden. Dejo la bandeja en la mesita de afuera y tras dos golpecitos en la puerta, me retiro. Alguien despeinado y agradecido levanta la mano y desaparece con la bandeja. De pronto me recuerdo recibiendo el room service y comiendo en una cama enormemente blanca y cómoda. Estoy en bombacha y remera, descalza, mirando algún programa que no me interesa, con la tablet al lado, el teléfono enchufado, las luces encendidas, la ventana abierta y una ciudad ajena pero amigable entrando con luces y sonidos como notas musicales. La sensación de libertad es tal, que no se extraña nada. No hay padres, novios, amigos, salidas, perros ni objeto que uno añore en ese momento. Las papas fritas enfrente al televisor son todo lo que se necesita para que el momento sea perfecto. No existen ganas de compartir ese momento con ningún ser humano más. Se escuchan golpes en la puerta y me hago la dormida. Suena el teléfono de la habitación y los mensajes en el celular. No voy a contestar. Esa bandeja me dio todo lo que necesitaba.

Me doy vuelta en la cama para no escucharla porque su visita se está transformando en un mal viaje de lsd del que evidentemente no se puede escapar. Sus tacos retumban en mi cabeza como hall de aeropuerto vacío. Miro su rodete perfecto, su jopo y sus mejillas iridiscentes. La envidio. Necesito aceptar que la envidio. Paso la mano por mi pelo y está tan enredado que se me queda trabada. Decido sacar  la mano antes de comprobar que hay pastos secos dentro del nudo. La envidio, sí. Pero necesito definir los términos de esta envidia. La envidio tanto como para pegar un volantazo que me aleje de pastizal, olor a animal muerto, golondrinas en septiembre, preparación de desayunos y atardeceres propios? Déjenme hablar de los atardeceres propios. En la ciudad, he tenido departamentos en todos los barrios. Viví en un piso 10 en San Telmo sobre una avenida con vista larga de la 9 de Julio y el rio de la plata a la vez, viví en Belgrano con un balcón francés que a duras penas me dejaba asomar los ojos. Viví en Once, con ventanales tan amplios en un primer piso, que parecía que los malechores te esperaban para tomar el té y robarte, en una época donde a algunas personas les decíamos travestis y cruzábamos de vereda porque no sabíamos qué onda. Viví en Monserrat, en un ph donde entraba la luz del sol entre las 11 y las 11.15 y todos nos agolpábamos en el spot para recibir un rayo. En la ciudad, el sol es de otro. Durante 40 años creí que el sol era algo que me era prestado por un ratito, de acuerdo al lugar en el que estuviera.

Hace poco tiempo descubrí que el sol es nuestro. Aquí en el Vergel el sol es mío desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde. A veces más, a veces menos. Ese sol es especialmente mío en esta época a las 18.30, cuando empieza a teñirse todo de naranja o rosado y las nubes acompañan con su movimiento a veces estático e impercetible, un cuadro que agradezco cada vez. Cuando hay huéspedes, me jacto de mi sol del atardecer. Cuando ellos dicen “Mirá qué cielo!” yo no puedo evitar estar orgullosa de mi sol y del espectáculo de cierre que nos regala. Es mío ese sol, ese atardecer largo, esa nube rosa. Te la regalo tomá, es tuya ahora. No te olvides.

Pero ella dice que yo solía cruzar las nubes, y que nada es más mío que eso. Respiro profundo porque sé que no hay manera de ganarle. La envidio porque cruza las nubes, porque no está en ningún sitio, porque está en todos los sitios a la vez. La envidio por inalcanzable y especial, la envidio por rara, por única, por intrigante. No hay nada de intrigante en una cabañera sucia que ya no escribe, a quien las tetas le cuelgan por la cintura y le salen pastos del pelo. No hay nada de especial en mí, me repito con una autocompasión asquerosa y denigrante.

Supongo que la mujer que está enfrente mío no es madre. Lo asumo por la soltura y el desapego con los que se expresa. Supongo que esa mujer, tan arreglada, bien vestida, brillante y perfumada, no tuvo un ser humano de 3 kilos que apenas sabe respirar saliéndole del cuerpo, generando para siempre la necesidad de mantenerlo y mantenerse a sí misma a salvo y en buen estado para poder protegerlo y darle lo mejor que se pueda. Ella se da vuelta y me mira fijo. Me da la sensación de que di en el clavo. Entonces me pongo de pie.

Ella se sienta.

Mis zapatillas Dc rascan el polvo como un toro enfurecido, dejando su olor en la tierra y preparándose para la batalla. Pero tranquila mujer, que yo no quiero batallar.

Es fácil elegir cuando uno elige solo, sin mochila a cuestas. Cuando la mochila que uno carga es un ser humano que depende de esas elecciones para seguir vivo, entonces el glitter desaparece: DEBE desaparecer. Nuestro instinto de supervivencia nos lleva por caminos más seguros, más firmes y quizás menos emocionantes.

Yo puedo vestirme de gala cuando quiera, pero ya no puedo subir a los cielos. Ya no puedo atravesar plataformas por el solo hecho de portar un uniforme y una credencial. Ya no puedo sentarme en el motor de un avión ni jugar a meterme atrás de los carros para hacer fotos graciosas. Ya no puedo irme a una fiesta que está del otro lado del país por un fin de semana. Ahora miro los precios de las galletitas antes de comprar una marca o la otra, no hay lugar para pasajes caros, vacaciones lujosas ni regalos delirantes.

Mujer, hay que aceptarlo, hemos tenido una gran vida juntas. No llores. Hay que agradecer esos 10 años de locura y pasión. Los amigos, los amores, la diversión.

Pero aunque vengas a visitarme con tus excusas y tus culpas,  ya no puedo escucharte mujer. No puedo volver a volar.

Ella rompe en llanto y escucho su corazón latir con intermitencias. Le pido disculpas una y varias veces. No llores mujer, no llores por favor.

Pero yo sé que jamás dejará de llorar. Los recuerdos son muy fuertes y muy hermosos, demasiado hermosos para olvidarlos.

La nueva vida se abre camino a machetazos, a veces con facilidad y a veces con unas espinas que cuesta sacar al final del día. No quiero quejarme ni llorar. Todos los días me repito que hay que dejarlo ir, pero en algún momento, la mujer se hace presente y terminamos teniendo esta charla. Charla que llevamos teniendo hace un año ya.

Con cada aviso pidiendo azafatas, la mujer viene. Con cada foto de aviones, con cada noticia de compañeros o comentario de un viaje, la mujer viene.

La recibo con cariño cada vez, a veces la maltrato un poco si se pone pesada, a veces lloramos juntas. Ella sabe que perdió la batalla que jamás quise pelear. Mi nueva vida se instaló con un amor y un proyecto que el Sierra Juliet jamás pudo ofrecer. Yo sabía en mis entrañas que la llegada de un cachorro me dejaría AOG- Lo sabía pero no se lo había dicho a nadie. De modo que la pandemia, los cueto, la revolución de los aviones, alberto y el sindicato, nada pudieron hacer para frenar lo inevitable. Tan solo ocurrió de una manera salvaje, inesperada e ingrata.

Te abrazo mujer. Te agradezco. Siempre venís a cuestionarme, siempre venís  a presionarme y ofrecerme algo más. No me dejás conformarme. Siempre estás presente para que me pregunte si me gusta mi vida, si quiero cambiarla, si necesito otra cosa. El solo hecho de tener ese diálogo con vos, me sirve. Jamás quise ser de las que se quedan en un lugar por costumbre, miedo o confort. Tus visitas me rompen las pelotas y me salvan la vida. No dejes de venir, nunca dejes de venir. Aunque hayas perdido la batalla, tu presencia en este campo hace que el Sierra Juliet se pasee con su cola LV a pesar de que todos sabemos que ahora corta los cielos disfrazado de CC.

Sé que seguirás visitándome por muchos años. Sé que lloraremos juntas mucho tiempo más, porque nuestra intensidad y sensibilidad así lo dicta. Pero es importante que esta vez te lleves esto que te digo hoy: voy a seguir adelante a pesar de tus visitas. Voy a abrir nuevas puertas y no serán de aviones. Ya no estoy enojada aunque a veces aún duele. Ya no te odio ni a vos, ni a tu avión y mucho menos a tu ex empleador. No tengo más que agradecimiento.

Mientras tanto, prepararé desayunos con impronta premium bussiness, ajustaré las sábanas para que queden como en los hoteles que tanto amaba visitar, y procuraré que mis huéspedes puedan sentirse como yo me sentí cuando atravesaba las nubes: dueños del cielo. Y de a poquito, mes tras mes, iré dejando atrás los duelos actuales, y entrando en otros. Acaso no es eso lo que hacemos?

 

 

 

Los quiero tanto . Gracias por leer.

 

 

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Pulpería los hijos de puta

Entré por la ventana, como un ladrón al atardecer.

La ipomea purpúrea se ha adueñado de entrada, ventanas, patio. Sus raíces y ramas caminan por todos lados, llegando hasta el centro de las habitaciones. Los techos parecen estar podridos, quizás podrían aplastarnos ahora mismo. Los baños no pueden usarse, además de no haber luz ni agua, la sensación de fantasmas esperando hace 30 años en la oscuridad, no permiten que uno lo piense como una opción. Paredes rotas, ladrillos, materiales. Una cocina llena de envases de productos de limpieza y pinturas vencidas. La vereda levantada, el patio tomado por enredaderas y pequeños álamos que pronto serán un problema. Habría que pedir 14 volquetes y tirar absolutamente todo.

Me alejo, y como en la peli Titanic, puedo abstraerme del presente y recordar vagamente cómo fue en su época de oro. Mesas llenas, frituras saliendo a granel perfumando todo el salón, unas papas  que le devolverían la vida al más amargado. Me alejo más, esto podría funcionar. Un mueblecito con tazas de colores aquí, unas mesas de madera allá, aquí un poco de decoración campestre y nuestro toque sorpresa. Podría funcionar.

Limpiar esa heladera vieja, si no funciona no importa, es hermosa. De algo va a servir.

Que la gente venga a conocernos. Hacerme un peinado vikingo y esperarlos con sonrisa y pulcritud. Volver a hacer café. Volver a servir café.

Me lleno de lágrimas que no dejo salir, me pienso recorriendo el salón con una cafetera plateada en la mano, con un delantalcito y mi nombre en una chapita, sin turbulencias. Se me dibuja una sonrisa porque al fin y al cabo, lo único que quiero, es volver a servirles café.

Quizás algún día se haga realidad.

 

send volquetes.

 

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Prohibido el otro.

Pinche para escuchar

Intento escribir con regularidad, como quien intenta hacer un deporte para volverse, algún día, un poco bueno haciéndolo. Cada momento libre que tengo, quisiera emplearlo en escribir; pero claro, aunque no tengo trabajo, por momentos siento que tengo 54 trabajos, aunque ninguno incluya la obra social ni suedo fijo.

Siempre se me escapa el tiempo libre con el teléfono en la mano, no es novedad. Me pasa con las redes desde el invento de internet, cuando tenía 15 años y me senté por primera vez enfrente a una compaq presario. Soy una verdadera fanática de las conexiones, las redes, la información compartida y las relaciones interpersonales cibernéticas. Soy Lain. Por ese motivo, muchas veces caigo en mi propia trampa y me encuentro navegando entre sin sentidos, cuando podría estar empleando mi tiempo para algo más productivo.

La salida de un segundo libro me tiene entusiasmada, pero claro, para eso debería escribirlo. Lo compilado hasta el momento no alcanza ni un 50% y la verdad es que no hay cohesión entre los escritos, así que debería buscar un hilo conductor. Me acuerdo la última vez que me pasó eso, me tomé un avión y me fui a California a escribir borracha en hoteles. Todo muy romántico y beat poetry pero ahora ya no vivo esa vida. Lo más romántico que alcanzo a hacer es ir a tener terapia telefónica a las escaleras de la cabaña, con una vaso de coca light y una bolsa de tutucas, mientras me aplaudo mosquitos contra los tobillos.

La nueva vida ha llegado, ya no tengo que esperarla más. Esos sueños en los que uno se preguntaba “Cómo será el futuro?” han terminado, porque el futuro está aquí. Esto somos.

Un poco barbijo y alcohol en gel, un poco juntada clandestina, un poco malos padres dándole al niño el celular para poder comer tostadas en paz, un poco bañarse cada tres días porque hace frío, manguerear perros que se revuelcan en mierda, hacer otro modelo de carrot cake vegana (esta vez con huevos de chia), un poco quedarse lejos de todo y de todos, esperando que nuestros buenos amigos crucen la frontera de Kicillof y nos vengan a visitar, con un bolsito con pijama, cepillos de dientes y comida de la capital. Recibimos a los amigos con mucha alegría, ellos son nuestra conexión con quienes fuimos alguna vez, aunque ellos mismos ya no son los que fueron alguna vez.

En algún momento antes o después de la comida, tenemos una charla con recuerdos prepandémicos. Todos nos extrañamos cuando vemos esas películas en las que el protagonista entra a un bar y besa a todos, o irrumpe corriendo en la sala de un hospital donde nadie lleva barbijo y donde nadie le dice “Señor no puede estar aqui”. Todos, absolutamente todos, sentimos que tocar al otro es raro. Nos hemos transformado en estos robots de piel, que transgreden las leyes cuando se abrazan, incumplen las normas cuando comen juntos, desafían a la autoridad cuando se acercan a menos de un metro del otro. Lo hacemos, no porque queramos ver el mundo en llamas, sino porque necesitamos sentirnos vivos. “No man is an island” ya lo dijo Jack en Lost, y mirá cómo le fue; ni idea, proque alta confusión ese final.

Desde este lugar paradisíaco, donde todos creen que la re pegamos, escribo. Escribo mientras mi hijo duerme una siesta sagrada de dos horas en la que tengo que elegir si bañarme, cagar, lavar ropa, dormir con él o escribir. Elijo escribir porque quizás también me salve ésta vez- como lo hizo aquella vez, y la otra, la otra y la otra.

Mis nuevas historias están cargadas de nostalgia, de frugalidad, de un tiempo que pasa por momentos lento, por momentos salvajemente rápido, por momentos raro, como si uno flotara en un espacio que parece irreal, como un cuadro. Mis nuevas historias están atravesadas por un extraño feminismo no peronista, un feminismo que pareciese pecador, infractor y falso, pero que es tan fuerte y real como el despertar. Mis nuevas historias se escriben desde el útero, porque ya no se puede volver a escribir desde un sótano en el que los hijos no existían una vez que los hijos llegan. En mi nuevo búnker, al preparar la mochila para este apocalisis zombie, primero pongo los pañales, los chiches y las papas fritas, porque son las únicas cosas que voy a necesitar. Puedo prescindir de todo lo demás, si mi hijo sonríe, el mundo puede estallar. En mis nuevas historias: plantas, canciones viejas, sol en la cara. Ya no soy la que se acostaba a las 4 am y hablaba con aviones. Los aviones me descartaron como basura, los aviones ya no me necesitan para escribir sus memorias, así que saldremos a buscar nuevos sujetos inanimados a los cuales ponerles rostro y voz, ya encontraremos algunos por ahí.

En mis nuevas historias, mucha realidad. Para qué hablar de ficción, cuando lo que nos está pasando supera a cualquier George Lucas. No voy a hablar de ficción.

Un abrazo grande para los que leen, un abrazo de esos en los que el cuerpo siente al otro, en los que sentimos el calor del ser humano que estamos abrazando, en los que el acto en sí, no es gran cosa, pero uno se siente como se sentía antes, cuando el otro no era la lepra, cuando el otro no era enemigo, cuando el otro no estaba prohibido.