El.

“Siempre al entrar, respiro con un poco de dificultad.
No es que piense que me vaya a encontrar con nada nuevo o nada peor, simplemente, asi como están las cosas, me resultan bastante difíciles de digerir.

Una vez adentro, admiro un poco el departamento, apenas unos segundos. Me sorprenden los colores y la vitalidad que tiene, ya que recuerdo la época en la que yo vivía ahí y el patetismo y la oscuridad del lugar…

Cuando entro a su habitación, lo veo bien, después muy bien y al rato, lo veo fatal.
Es que, al rato de estar con él, de mirarnos sin hablar, de la incomodidad de no saber qué decirle, del silencio larguísimo y de preguntarme si en realidad pensará, si podrá procesar, si de verdad tendrá “Intervalos de lucidez” o no… empiezo a darme cuenta de que éste es él, ya no es aquél, ni ningún otro que pudiera haber sido en el pasado, en ese instante, él es ese… y así va a ser siempre, no hay vuelta atrás.

Le cuento cosas de mí, de mi trabajo, de los viajes, del avión, aunque en realidad no estoy tan segura de que me esté entendiendo, de que le importe, de que se acuerde de lo que le conté la última vez. Trato de hablar despacio y de no esroscarme en frases muy largas.
Cuando yo pregunte algo complicado, algo que tenga que ver con las cosas legales, con la salud o con algo que le haga mal, el me mirará fijo con los ojos desorbitados sin hacer ningún tipo de sonido, sólo para mover la cabeza con un firme cabezazo hacia abajo y cerrar un poco los ojos, como asintiendo.

Me entristece.
Me entristece el cambio, me entristece su físico, su gordura, su incapacidad para comunicarse, su poca movilidad, su mano hinchada y deformada, su pelo blanquito, la piel de las manos y los pies blanquita y finita, me entristece que esté bañado, afeitado con la cara suavecita y que tiene puesta la remera de Billabong que yo le regalé. Me entristece como quiere cambiar de canal y no se concentra, dejando cualquier cosa.

Se levanta despacito y pacientemente, descalzo y algo encorvado, camina hasta la mesita. Agarra el vaso de jugo de naranja y toma un poco, vuelve a apoyarlo.

Al rato se levanta y se va, intuyo que al baño.

Al rato vuelve a levantarse, y camina hasta el televisor, me ofrece jugo, le digo que no gracias y despacito se encorva más y agarra un rollo de papel de cocina que tiene abajo del mueble. Lo toma con las dos manos y muy suavecito, corta por la linea punteada y arranca uno, lo apoya arriba de la mesita y vuelve a poner el rollo debajo del mueble de la tele. Agarra el papelito y con las dos manos se suena la naríz. Lo abre y mira, lo cierra y se repasa. Vuelve a sonarse, repasa , se suena una vez más y con una delicadeza que me deja pasmada, lo apoya adentro del tacho de basura. ¿Me oyen? No lo tira al tacho, lo apoya adentro, como si el papel fuera de vidrio.

Me quedo perpleja.
Se vuelve a sentar al lado mío.
El mira hacia el placard, yo apoyo mi cabeza en el hombrazo de él. Esta gordo y tiene un hombro gigante. Con la mano buena, la derecha, me toca la cabeza, me da un beso, ya va el cuarto o quinto. Me quedo ahí apoyada y me dan ganas de llorar. Pero no me gusta llorar adelante de él.
Entonces, da vuelta la cabeza y hace un ruido como que va a empezar a hablar.
Lo miro fijo.
Y me mira y me dice, en su dialecto traquesotomínico y casi inentendible…

“Te gusta…?” Y emite un sonido que no entiendo qué significa. Le pregunto, le pido que me repita, porque no tengo ni la menor idea de lo que me está preguntando.

Levanta su mano buena, la derecha, levanta todo el brazo acompañando, lo pone a 90 grados del cuerpo, abre los dedos y hace una ondulación con la mano y con todo el brazo como siguiendo un dibujo en el aire, y mueve la mano mostrando un lado y el otro y me repite, esta vez, un poco más claramente…

“Te gusta Volar…?”

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-…

Y el mundo se me detiene: para disimular le contesto y seguimos hablando y hago de cuenta que nada.
Solo me permito media hora más tarde, cruzando Estados Unidos y durante las 12 cuadras que me separan de mi casa, llorar con ruido, con mocos, con las manos en la cara, y tener que pararme al lado de un árbol porque viene gente.

Y entonces sí me entiende, y entonces, sí sabe de lo que le hablo, y perdónenme por seguir conformándonme con TAN poco, pero entonces… sí le importa.

Mi papá me preguntó si me gustaba Volar.”

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