Los Mini Hijos de Puta

Tienen patitas muy pequeñas, todo su cuerpo es diminuto, tanto, que no pueden verse a simple vista. Son torpes y carecen de la destreza necesaria para cometer los delitos de los que se los acusa. Su fuerte no es la calidad, si no la cantidad. De a cientos, se organizan, y juntando energías, se concentran en su objetivo.
Son los Mini Hijos de Puta.
Microscópicos, con patitas sin deditos, se mueven individualmente hasta juntarse en un lugar común y hacer la Mini Hijadeputez del día.
Una de sus actividades preferidas, es esperar el momento justo, esconderse en forma de lunar en algún lugar cerca del cuello, y, lentamente, mientras estamos sacando el carro a la cabina, ir descendiendo como quién hace snowboard en un cerro. Llegan, despacito y en silencio, y con unas señas en idioma Mini Hijo de puta se juntan y hacen fuerza para el mismo lado, empujan, empujan, empujan y finalmente, justo cuando estás con la cafetera en una mano y el vaso en la otra, te bajan la tirita del corpiño.
Si serán Mini Hijos de Puta!!!!
En tu casa no te pasa! En la calle no te pasa!! Por qué te pasa sólo cuando estás haciendo el servicio?
Porque los Mini Hijos de Puta, son MUY hijos de puta, y además de eso, viven en el avión.

*próximamente otras aventuras de los Mini Hijos de Puta, titulados: Los Mini Hijos de Puta aflojaron la Luz de lectura de la 15 juliet, Los Mini Hijos de Puta te tapan la bacha del LA, lo anotás en el Cabin y cuando sube Mantenimiento, ya anda perfecto, Los Mini hijos de puta complicando la cuenta a bordo y Los Mini Hijos de Puta son los que bailan adelante de las pantallas para que se vean con rayas y tengas que hacer la demo en vivo.

El.

“Siempre al entrar, respiro con un poco de dificultad.
No es que piense que me vaya a encontrar con nada nuevo o nada peor, simplemente, asi como están las cosas, me resultan bastante difíciles de digerir.

Una vez adentro, admiro un poco el departamento, apenas unos segundos. Me sorprenden los colores y la vitalidad que tiene, ya que recuerdo la época en la que yo vivía ahí y el patetismo y la oscuridad del lugar…

Cuando entro a su habitación, lo veo bien, después muy bien y al rato, lo veo fatal.
Es que, al rato de estar con él, de mirarnos sin hablar, de la incomodidad de no saber qué decirle, del silencio larguísimo y de preguntarme si en realidad pensará, si podrá procesar, si de verdad tendrá “Intervalos de lucidez” o no… empiezo a darme cuenta de que éste es él, ya no es aquél, ni ningún otro que pudiera haber sido en el pasado, en ese instante, él es ese… y así va a ser siempre, no hay vuelta atrás.

Le cuento cosas de mí, de mi trabajo, de los viajes, del avión, aunque en realidad no estoy tan segura de que me esté entendiendo, de que le importe, de que se acuerde de lo que le conté la última vez. Trato de hablar despacio y de no esroscarme en frases muy largas.
Cuando yo pregunte algo complicado, algo que tenga que ver con las cosas legales, con la salud o con algo que le haga mal, el me mirará fijo con los ojos desorbitados sin hacer ningún tipo de sonido, sólo para mover la cabeza con un firme cabezazo hacia abajo y cerrar un poco los ojos, como asintiendo.

Me entristece.
Me entristece el cambio, me entristece su físico, su gordura, su incapacidad para comunicarse, su poca movilidad, su mano hinchada y deformada, su pelo blanquito, la piel de las manos y los pies blanquita y finita, me entristece que esté bañado, afeitado con la cara suavecita y que tiene puesta la remera de Billabong que yo le regalé. Me entristece como quiere cambiar de canal y no se concentra, dejando cualquier cosa.

Se levanta despacito y pacientemente, descalzo y algo encorvado, camina hasta la mesita. Agarra el vaso de jugo de naranja y toma un poco, vuelve a apoyarlo.

Al rato se levanta y se va, intuyo que al baño.

Al rato vuelve a levantarse, y camina hasta el televisor, me ofrece jugo, le digo que no gracias y despacito se encorva más y agarra un rollo de papel de cocina que tiene abajo del mueble. Lo toma con las dos manos y muy suavecito, corta por la linea punteada y arranca uno, lo apoya arriba de la mesita y vuelve a poner el rollo debajo del mueble de la tele. Agarra el papelito y con las dos manos se suena la naríz. Lo abre y mira, lo cierra y se repasa. Vuelve a sonarse, repasa , se suena una vez más y con una delicadeza que me deja pasmada, lo apoya adentro del tacho de basura. ¿Me oyen? No lo tira al tacho, lo apoya adentro, como si el papel fuera de vidrio.

Me quedo perpleja.
Se vuelve a sentar al lado mío.
El mira hacia el placard, yo apoyo mi cabeza en el hombrazo de él. Esta gordo y tiene un hombro gigante. Con la mano buena, la derecha, me toca la cabeza, me da un beso, ya va el cuarto o quinto. Me quedo ahí apoyada y me dan ganas de llorar. Pero no me gusta llorar adelante de él.
Entonces, da vuelta la cabeza y hace un ruido como que va a empezar a hablar.
Lo miro fijo.
Y me mira y me dice, en su dialecto traquesotomínico y casi inentendible…

“Te gusta…?” Y emite un sonido que no entiendo qué significa. Le pregunto, le pido que me repita, porque no tengo ni la menor idea de lo que me está preguntando.

Levanta su mano buena, la derecha, levanta todo el brazo acompañando, lo pone a 90 grados del cuerpo, abre los dedos y hace una ondulación con la mano y con todo el brazo como siguiendo un dibujo en el aire, y mueve la mano mostrando un lado y el otro y me repite, esta vez, un poco más claramente…

“Te gusta Volar…?”

.
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-…

Y el mundo se me detiene: para disimular le contesto y seguimos hablando y hago de cuenta que nada.
Solo me permito media hora más tarde, cruzando Estados Unidos y durante las 12 cuadras que me separan de mi casa, llorar con ruido, con mocos, con las manos en la cara, y tener que pararme al lado de un árbol porque viene gente.

Y entonces sí me entiende, y entonces, sí sabe de lo que le hablo, y perdónenme por seguir conformándonme con TAN poco, pero entonces… sí le importa.

Mi papá me preguntó si me gustaba Volar.”

um
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Unaccompanied Minor

Hace unos años, en un blog parecido a éste en formato, pero muy distinto en el contenido, empecé una tesis acerca de la cuál escribiría sin detenerme hasta encontrar una respuesta a la premisa. La pregunta que se planteaba era: ¿Dejamos alguna vez de ser hijos?

Bajo ese título, se enumeraban; en forma de poesías, cuentos, ensayos, raptos de inspiración, cartas y vómitos de palabras, las historias y las aventuras vividas durante 28 años junto al cacique de la tribu más hermosa, loca y cercana que he tenido, mi familia.
Este cacique, un gaucho mexicano y pistolero, inspiró durante años mis escritos, y hoy, más que nunca, vuelve a hacerlo.
Más vulgar que la vulgaridad misma, divertido, quilombero y transgresor, se despidió hace solo dos días de nosotros, sin poder despedirse, ni decirnos adiós.
Y acá quedamos nosotras.
Las hijas.
Creo que los hijos volvemos a ser niños durante segundos eternos, volvemos a llorar, a no dormir, a no comer, a ponernos caprichosos, irreverentes, a ponernos tontos, a no pensar. En cuanto recibí la noticia, no podía vestirme. Estaba recién bañada y me paraba estática frente al cajón de las remeras, revolviendolas de un lado para el otro sin encontrar la adecuada. Pasé 15 minutos transformándolas en una masa homogénea de tela de colores sin poder darme cuenta de que daba lo mismo, que ya todo daba igual. Hace dos días que solo como mc donalds, pizza y chocolates con coca cola. Me duermo cada vez que estoy sentada y no puedo reaccionar ante los trámites que la ley me exige, no los entiendo, no los necesito, no los quiero.
Solo quiero dormir.

¿Dejamos alguna vez de ser hijos?
¿Dejamos de sufrir por los errores de los grandes, dejamos de sentirnos pequeños e indefensos ante las decisiones y las reacciones de esas dos personas que alguna vez se unieron para vernos nacer?
Todos los padres cometen errores, gracias a sus barrabasadas existe la psicología, la psiquiatría, los antedepriesivos y Neon Genesis Evangelion.
Los ausentes, los golpeadores, los abandonadores, los enfermos, los abusadores, los depresivos, los desamorados, los obsesivos, los exigentes, los sobreprotectores. Todos, todos, todos.
Y cuando seamos padres lo haremos también, podemos ir eligiendo nuestro modelo desde ahora, perfeccionándolo, sacándole punta. Nosotros también construiremos The Wall.
Nosotros también haremos algo que dañará a nuestros hijos. Vos, que sos padre, lo estás haciendo en ESTE MISMO MOMENTO, mientras pensás que sos el padre perfecto.
No existe tal cosa.
Solo existe hacer lo mejor posible y estar, amar, estar más, amar más.
Entonces todos nuestros errores como padres, y todos nuestros dolores como hijos, serán uno. Porque al ser padres, comprendemos a nuestros padres, y nos volvemos más padres y menos hijos… Aunque nunca, jamás, JAMÁS dejamos de ser hijos.
Hubo una época de furia.
Durante la adolescencia, yo lloraba como método de vida, era lo que más me gustaba hacer. Llorar, escribir, escribir, llorar. Eran mis hobbys.
Inmediatamente después de eso, me enojé. Consideraba que todo era una gran injusticia de la vida y que no había motivos para que todo fuera tan difícil, tan mierda.
Pero después fui poniéndole anestesia a la situación. Lo investigué, lo busqué, lo perseguí dentro mío, y finalmente apareció toda esta verdad, MI verdad y de nadie más. No una verdad social, no una verdad de todos. Esta era mía, y me servía a mí. Como la religión le sirve a unos y el escape a otros… Mi verdad me llevaría a perdonar todas aquellas cosas dolorosas que creía demasiado pesadas para mi edad. Y con ella como bandera, seguí adelante, acepté las libertades de los demás, las elecciones, las desviaciones, las enfermedades, las locuras… como verdades de los demás. Y nunca más volví a enojarme.

El domingo perdí mis 31 años.
Volví a ser chiquita, y ahora tengo que volver a empezar.
Voy recuperando de a poco, hoy es Martes por la noche y ya tengo 11 o 12.
Todavía me falta revivir la etapa de llorar y escribir, más tarde la de enojarme, más tarde la de reencontrarme. En el medio supongo que me vendrá el período y podré estar físicamente preparada para tener mis propios hijos. Claro que voy a ser muy joven, mentalmente hablando, como para procrear. Pero, con suerte, maduraré otra vez antes de que sea demasiado tarde.
Un ciclo volvió a empezar.
Hoy soy un menor no acompañado, no sé vestirme, no sé comer, no sé dormir, no sé llorar.

Adiós Malevo, tregua invisible.

No pude llorar.
No pude besarte, no pude hablarte, me es imposible llorar.
No es hasta que abro una página en blanco, que me tiemblan los labios, entonces sí.
Siempre te escribí.
Cuando estabas, cuando no estabas, cuando me leías, cuando hablabas, cuando apenas respirabas… Siempre te escribí, y vos me escribiste a mi. Con tu hermosa letra, y tus faltas de ortografía, todavía guardo el cuaderno, y tus decenas de cartas…
Entonces te voy a escribir, para que mientras las pienso, se eleven mis palabras, y sepas que son para vos. Para que todos los pañuelos mojados se transformen en recuerdos, y que para las historias de nuestras aventuras no sean olvidadas jamás, que queden escritas, que sean leídas, y que todos sepan que hubo un loco, una vez…
Hay amores que no se pueden explicar, hay elecciones que no se pueden entender, y la locura de haber nacido en esta familia, la enferma y hermosa locura de haber sido quienes fuimos, de haber vivido lo que vivimos, no se puede olvidar.
Hoy no me arrepiento de nada, hoy no cambiaría a un loco por un cuerdo, no cambiaría caballos por autos, tierra por cemento, asado por caviar.
Si me preguntás lo que más recuerdo, no son los primeros tiempos, no son los más difíciles, los duros, los sacados, los encarcelados momentos ni la vorágine de tu ritmo, lo que más recuerdo es ese tranquilo y tímido señor en el que te transformaste al final.
Sonriendo a mi llegada, devorando alfajorcitos, en silencio, apoyada en tu gran hombro… Y tu mirada.
Tu risa.

Tengo en este momento incontables invisibles parados a cada lado de donde estoy, como en un desfile, me miran, en silencio.
Recuerdo las primeras veces que nos vimos en la avenida Rivadavia, donde solías estar. Cuando cruzaba esas puertas de hierro, dejándote adentro, cientos de invisibles se agolpaban por el primer lugar, y uno a uno me iban clavando puñales, en todo el cuerpo, y en las seis cuadras que me separaban de primera junta, me veían morir, semana tras semana, mes tras mes…
Más de once años han pasado de esas primeras muertes. En once años han venido a torturarme y matarme cada vez que han querido, usándote como excusa y razón, cada vez… Sin poder yo hacer nada, sin defensa, sin revés.
Hoy se paran en silencio.
Visten de blanco, miran el suelo.
Hoy saben que se acabó.
Ya no pueden lastimarme, ya no pueden desangrarme, no hay motivos, no hay excusas, no hay razón.
Respiro el respeto con el que despiden su misión, acepto, sin palabras, su retirada temprana, y la sorpresa en sus rostros por haberlos sobrevivido. Uno a uno se evaporan, ante mis ojos tristes, que seré yo sin ellos? Quién seré a partir de hoy?
Tus invisibles se están yendo con vos.
Mi talón ha sido sumergido por completo y Aquiles ya no soy.

La gente dice que cuando alguien querido muere, no muere porque se queda en tu corazón, te acompaña siempre, te mira del cielo, te cuida, te guía, que se yo.
Siempre me pareció una boludez, una frase hecha, algo de la biblia, de autoayuda, una negación.
Ahora sé exactamente de lo que hablan. Nadie lo explicó bien, nadie lo puso en palabras, y yo no lo haré tampoco, porque no me importa, porque no hace falta.
Acaricié tu cicatriz, la del dedo, no me gustó, estaba muy fría tu mano y es un frío que no había sentido nunca y que nunca voy a olvidar.
No te besé, perdoname, no te toqué el pelo ni te peiné, no te hice cara de ratita, no te dije traka traka, lelu lelu, biri biri, no te abracé ni lloré como es debido, no me amigué con mis enemigos en tu nombre, no perdoné, no recé en la capilla, no te dejé las flores, no te dije adiós.
Solo te dije tres palabras.
Fue lo único que me salió.
“Estuvo bueno igual”.
Y en esas tres palabras, sé que sabés, que te agradezco toda esta locura y todos estos perros, te agradezco Gesell y el mar, te agradezco caballos sin monturas, te agradezco la falta de prejuicio, y también la falta de juicio.
Fue un buen vuelo, Loquito.
De Dorrego 326, de Chacabuco, de Jujuy, de la Avenida Santa Fé, del km 104, De Rivadavia, de Dolores, de Devoto, de Independencia, de la Avenida 3, de Terrada y Marcos Sastre, de Pueyrredón y Juncal, de todos esos lugares donde pusiste tus corraleras, a todos aquellos lugares, donde yo pose mis pies, te llevo conmigo Loquito, como te dije siempre, portate bien.