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I fell in love en el canal de Beagle

(Pinche)
Me subí al avión a las 4 de la mañana, sin haber dormido, ni comido, ni logrado despertarme del todo. Mi plan era ponerle remedio a todos mis males apenas pisar Ushuaia. Hice el servicio soñando despierta con la cama del hotel, la bañadera llena de agua calentita y música en la habitación. Basta ya de hacer café con leche y sonreir. Todo esto no es natural con tanto sueño.
Aterricé en el fin del mundo cerca de las 9 am, apenas salí del aeropuerto, un viento frío me dio la bienvenida volándome el pelo y el tapado de un saque. Sonreí, porque yo soy una amante del frío.
Lo vi por primera vez en una góndola de centollas. Si era perfecto? Era lo suficientemente imperfecto como para llamarme la atención. Jamás elijo al príncipe, jamás. Siempre la picardía, la complicidad, la diversión. Todo lo demás se desnuda después de unas botellas de vino y un poco de falta de prejuicio.
Hablamos porque se dio cuenta de que lo estaba mirando. No me instalaron la actualización de disimular. Así y todo, con lo obvia que era la situación, siempre necesito que alguien me mande un mail avisándome que un tipo gusta de mí. Así que permanecí en ese limbo de estupidez, seducción, femeneidad y un aire de como quien no quiere la cosa.
Me invitó a cenar en la cola del supermercado La Anómima. Dije que sí.
Volví al hotel a mirar qué ropa tenía en el carry. Zapatillas converse, un jogging con olor a Vento, una remera agujereada del fbo y medias de distinto color. Mis compañeras contribuyeron y entre la ropa de todas, me vestí de mujer.
Me pasó a buscar caminando, cosa que nunca entendí pero aprecié cuando empezaron los paisajes,
Ushuaia, sus cielos, sus plantas, sus flores, sus casas de colores, las montañas, la nieve, el sonido, el aire, el canal de Beagle.
Intenté no hablar demasiado, no gritar y no decir malas palabras. Intenté taparme los tatuajes, no hablar de animales rescatados, no decir que era azafata, no decirle que no a nada. Reconozco perfectamente cuales son mis puntos flacos y en la etapa de seducción, soy mi propia mejor amiga diciéndome “callate un poco”.
No sirvió de mucho, entramos a un restaurante y sin prestar mucha atención, me senté en una mesa mirando hacia la pared. Minutos después, él me ofreció ir a elegir las langostas a la pileta.
Supongo que mi cara se transformó de una manera impresionante, porque él se horrorizó al verla.
Mi cerebro buscaba algo para decir que no fuera muy marginal ni muy tonto ni muy atemorizante.
Me miró y me dijo “¿Qué pasa?”
Seguí haciendo un scaner de todas las palabras del universo, intentando elegir solo las correctas. Jackpot! Las encontré.

“Las langostas gritan” dije.

Y después de eso, ya todo dio igual, porque yo ya estaba expuesta por completo. De camino a la casita de té le expliqué que cuando las meten en el agua hirviendo, gritan de una manera que me hace querer morir ahí mismo. Una vez sentados, le conté cómo cuelgan a los galgos cuando no sirven más para correr, mientras elegíamos la comida preguntó por el tatuaje del avión en mi dedo y para cuando llegó la cuenta yo ya había dicho 3 veces pija, 4 argolla y 5 la concha de tu hermana.
Caminamos de vuelta al hotel y todo parecía molestarle de mí. Extraña sensación la de compartir momentos con alguien que parece sentirse fastidiado por vos y que, a pesar de eso, permanece ahí.
Pasé la noche sola en mi habitación, el beso de despedida fue incómodo, frío, como proveniente de alguien que no quiere saludarte.
Obviamente, lo mandé a la concha de su madre mentalmente doscientas veces antes de dormirme, no sin antes fijarme si estaba online otras doscientas veces. “No le gusté” no es gran cosa, puede pasar. Me la pasé hablando de animales torturados, me la pasé hablando de aviones, me la pasé hablando. Punto.
Ese momento de mierda en el que te das cuenta de que ser vos misma es una bosta. Más te relajás, más cómoda te sentís y más aflora toda la catarata de pelotudeces que tenés adentro. Y lo siento, a mí no me gusta sentirme en un capítulo de Sex and the city, si me siento así me rajo. Así que procedí a borrar el teléfono del hombre langosta, no sin antes guardarlo en un block de notas por si me arrepentía. Si, soy un maldito capítulo de Sex and the city, qué horror, llené la bañera, me abrí una lata del frigobar y me metí al agua, a intentar disipar el nudo que me había dejado el lobster guy en el estómago.
A la mañana siguiente, me desperté 5 minutos antes de que retiren el desayuno, como siempre, así que me quedé en la cama mirando por la ventana. El agua moviéndose, las ramas de los árboles, los picos nevados. Tenemos el más hermoso país. Se me cerraban de nuevo los ojos cuando la silueta del chico se aparece por el camino, un poco a lo lejos, camino al hotel.
Me paré con el corazón a 2000. Me fui a lavar los dientes, como si eso tuviera más criterio que haber dicho que las langostas gritan.
Me mandó un mensaje cuando estaba abriendo la ducha.
Me hice la casual. Imagínense cómo salió eso. Como el orto, claro.
Subió los dos pisos que me separaban del lobby mientras me terminaba de poner las medias, golpeó la puerta con dos toquecitos mientras me sacaba la toalla de la cabeza y me compadecía de mi misma y mi atuendo.
Entró con una cara que jamás le había visto a un hombre antes. Una mirada particular, como entre hambrienta y resignada, como de bronca y agradecimiento a la vez, como esas cosas en la vida que son al mismo tiempo una cosa y lo opuesto. Me acerqué a saludarlo despacio y sorprendida y me agarró la cara con las dos manos, avanzando y haciéndome retroceder hacia la puerta del baño que se abrió hacia adentro. Con los labios suaves y delicados, tocó los míos, despacio, quieto, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. No puedo precisar cuánto tiempo duró ese beso sin que necesitáramos parar para respirar, para mirarnos, para entender. Hay besos que simplemente hablan por nosotros. Hay besos que gritan como en agua hirviendo. Mis ganas de llorar fueron inmediatas, porque yo conozco mi boca, y cuando besa así, siempre, siempre, llora. Anticipándome a un desastre que nadie podía ver venir, quise resistirme mentalmente a lo que fuera que pudiera suceder. Qué caso podía tener? Dos minutos después me arrancó la ropa sobre la mesada del baño, empujándome contra el espejo, levantando mi pierna contra las canillas y haciendo que me muerda los brazos para no gritar.

Los dos en la misma cama de una plaza, absortos, con las piernas entrelazadas, en silencio, haciendo círculos con los dedos en el cuerpo del otro, mirando por la ventana.
El agua, los árboles, las nubes, las montañas.
No había otro lugar en el que quisiera estar en ese momento, o en cualquier otro momento, pero no lo dije, porque no lo digo, mi regla es nunca jamás decirlo primero. Aunque a veces la rompo, ya sé.
Me quedé callada porque no sabía cómo decirle, porque era demasiado pronto, porque es muy de minita “saber”. Pero yo ya sabía, porque las minitas sabemos, y nos tenemos que callar y no ser las pelotudas de Sex and the city, nos tenemos que callar y dejar que ellos se den cuenta solos, diez años después de lo que nosotras sabíamos a los 15 minutos. ¿Por qué? Porque estamos genéticamente dotadas con esa pelotudez. ¿Si él lo supo? No lo sé. No lo sé porque no dije nada, me puse las medias, la remera, abrí una latita y supongo que pensó que lo estaba echando, porque se levantó algo incómodo, se metió en el baño y supongo que deseó transformarme en pizza.

Nos miramos un rato antes de decidir que no íbamos a hacer nada al respecto de lo que acababa de pasar. A mí se me pusieron los ojos llorosos y él eligió darme un beso grande en la frente, sonreir con los ojos cerrados y decir “Las langostas gritan”, negando despacio con la cabeza, con una mirada tierna y divertida.
Se dio vuelta y desapareció en las escaleras al final del pasillo.
Me metí en la cama mirando el canal, lo vi aparecer en el camino, lo vi hacerse chiquito y perderse.
Cuando ya no estaba ahí, recibí un mensaje.

“Las langostas no tienen cuerdas vocales y vos sos lo mejor que conocí en la vida”.

Y esa, fue la última vez que nos vimos.

2 comentarios en “I fell in love en el canal de Beagle

  1. Sabes V, primera vez que puedo leerte, sabia de tu blog, pero quizas no habia tenido el interes suficiente para revisarlo, no se como voy a hacer pero tendre que leer todos tus post, no sabia que tenias este talento pero vaya que lo tienes, seria grato tomarme varias cervezas con vos, saludos del "Venezolano" de periscope xD

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