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Sangre

(Pinche para escuchar tema maestro)

 

Vida y muerte a la vez

permanecer

renacer,

rescatarte, refugiarte

parirte,

siempre tu mirada triste.

Alguien eligió tu nombre

jamás lo pude cambiar

sonaba como correr rápido

y un poco como la libertad.

Tus penas, las mías,

toda esa adversidad,

los abrazos

nuestras sábanas manchadas

verta, tuuli, vinttikoira

me podrás esperar?

Esta maternidad

este cordón

apretar mientras salpicás

desde hace 14 noches

me desangro con vos.

Que si no te salva

no te envenene,

que el pozo espere

tengamos un paseo más.

Nadie sabrá

que en realidad sí te parí

quise quedarme pero me fui.

Conozco una empleada

que fue muerta de pena

incapaz de sanar tus venas.

 

 

 

 

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Quién es un pony ?

Pinche para escuchar

 

Cada vez que escribo, lo anuncio con bombos y platillos diciendo “Volví”; algún fan de las letras me comenta forbichin is back y todos contentos hasta la siguiente entrega, que suele ser en 6 meses. Disculpen, pero eso no es volver. Eso no es volver PARA NADA. De hecho me parece tibio y, dos días después de la “supuesta” vuelta, me siento una impostora.

Cómo sería volver? Volver desde el fango, desde lo más bajo, desde el desamor, la muerte, la completa soledad y la angustia clavada en la boca del estómago; esa que no te deja comer, esa que te recuerda que estás fracasando una y otra vez.

Un costado mío luchó por no volver jamás. Con cortinas color beige y olor a ropa limpia en los acolchados, me acostumbré a ser esta señora a la que las cosas le resultan más o menos bien y  que a las 23 hs ya tiene los dientes lavados y está tapada hasta arriba. Mi otro costado, se niega a lavarse el pelo y a comer bien, se olvida de las reuniones de padres y se sube al avión y se va.

En una pulseada invisible que nadie pudo adivinar, la mano fuerte hizo que la débil tocara la mesa. Vencida, cerré los ojos sabiendo que pintar de beige los muebles no saca el negro de mi alma.

Cavé durante media hora, una hora, la pala se metía en la tierra húmeda y fría y yo me preguntaba cuánto más faltaría. Cuando pareció que ya era suficiente, me arrodillé y la tomé en mis brazos. Me imaginé que el peso de su cuerpo me iba a vencer e iba a caer en el pozo con ella. Todos gritaron, metela con la manta! por miedo a que mi fuerza no fuera suficiente y cayéramos las dos. Me preparé para levantarla y respiré profundo. Me metí en el pozo, que no es lo mismo que caer. La idea era acostarla suavemente, pero no esperé que su cabeza colgara de esa manera, me impresionó. No se por qué. Yo sé que las cabezas cuelgan, todavía podía recordar cómo colgaba la cabeza aquella vez, sobre mi hombro, en ese ascensor pequeñito en el 2013.

La acosté, teniendo especial cuidado con que la cabeza apoyara suavemente, como si importara, aunque no importara.  Todo fue un gran debate entre proteger las formas y decirme a mí misma que da igual.

Da igual.

Pisé la tierra removida con un respeto ancestral. Puse flores y me retiré.

Desde ese día llanto y sangre manchan mi piso día por medio, recordándome que no hay adonde ir.

Y así, de pronto, nada vuelve a tener sentido de nuevo y es entonces que siento que realmente volví.

Sin ganas de destacarme en nada, sin ganas de que nada salga especialmente bien ni de quedar bien con nadie o tener todo listo para no tener que preocuparme después. Simplemente no me preocupa lo que pase, porque la sensación de que todo va a salir mal es demasiado fuerte como para pelearla. Desde entonces, para qué.

Son las 3 de la mañana en Helsinki y llega el examen de sangre de mi perro favorito. Los resultados son los de un muerto vivo y la cantidad de kilometros que me separan de su cuerpo tembloroso y pálido, es demasiada como para hacer algo al respecto. Lloro a las 3 y media, a las 4 y a las 5 y media. Lloro hasta las 7 y finalmente me duermo.

Con la cara machucada, sin haber dormido y sin bañarme; bajo al desayunador de un hotel nórdico que grita con lámparas de moda y almohadones de pana y estampados de animales africanos. Mis social skills están por debajo del nivel del mar. No puedo ni me interesa disimular la daga bajo los sweaters, me sirvo un café con leche de maquina, mientras me desangro camino a mi mesa.

Vuelvo a la habitación mientras todos hacen un walking tour en una ciudad que jamás visité ni visitaré en el futuro.

Mis perros se están muriendo y nada puedo hacer para evitarlo. No puedo salvarlos. No estoy a la altura del final de su vida. Me esta superando la situación de imaginarlos bajo tierra. Me llené la boca hablando de rescates y familia para siempre. Pero esto no es para siempre, estos son 10 míseros años, que no me alcanzan. NO ME ALCANZAN.

Me atraviesa una necesidad imperiosa por no hacer absolutamente nada y dejarme ir. Retirarme con ellos adonde sea que ellos propongan. Mis dos galguitos me llevaron como perro guía a través de una vida en la que no existían los colores ni las aspiraciones. A su lado fue que pude transformarme en la chica de las flores y los cafés.  A su lado fui rascando el pozo hasta llegar a la superficie. No estoy lista para sus pozos húmedos, fríos y definitivos. No estoy lista.

Desde hace años, aprendí a romantizar el dolor, los fracasos, las pérdidas y las pequeñas depresiones. Atravesar el dolor llorando en camas de hoteles, escuchando musica serena y mirando por ventanas con paisajes que daban igual. Le busqué la vuelta a esto de contar las desgracias, porque del otro lado, estaban los pequeños niños Drácula que son ustedes, esperando las gotas de sangre.

Todos somos pequeños niños Drácula.

 

No estoy lista para esta etapa de mi vida.

La niña de las flores y los cafés necesitaba unos años más de risas. Solo unos años más, hasta que mi niño creciera y yo pudiera descifrar qué hacer con tanto amor. Tanto amor.

Sin embargo, mis dragones parecen no tener más fuego y ya no tengo con qué luchar.

A cada minuto siento algo distinto, las voces de mi mente se interrumpen con malas ideas imposibles de llevar a cabo desde Helsinki. No encuentro un lugar pacífico que reconforte por dos segundos seguidos el barullo que pareció instalarse en mí.

 

De pronto, una idea horrorosa me asalta. Como una poesía temblorosa y agonizante, el olor de Adela emerge atravesando tierra, pasto y piedra y envolviéndome en un velo oscuro como una cachetada. Mientras me esfuerzo por retenerla, mirarla, abrazarla y agradecerle; ella solo quiere dejar su mensaje. Vento acostado en una cama manchada de fluído marrón, dormita con la boca entreabierta y los ojos en cortocircuito. Está soñando. Patea. Ella lo rodea por completo y él parece serenarse. Desde mi posición, mis 2 galguitos vuelven a estar juntos por un momento. Caigo de rodillas ante la hermosura del cuadro. Ella rasca una vez, dos veces, y se acurruca al lado de él. Lentamente se empieza a esfumar la imagen de mi renguita y solo queda él. Y entonces creo entender.

No estoy lista y nunca voy a estar lista para la partida de mis animales, de mi amada familia de 4 patas; pero voy a acompañar tu duelo, mi querido pony. Voy a acompañarte hasta tu último suspiro y tendrás mi amor incondicional y mi abrazo, estés donde estés. Siempre serás mi perro hechicero, el que me sacó del pozo, el que me devolvió al amor. Si quieren estar juntos, así será.

Acá estoy mi bb, por todo el tiempo que quieras. Te abrazo por la eternidad de nuestras almas.

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Esa Adela, esa Adela y esa Adela

Me sale decir que no tengo palabras, pero las palabras se me atragantan y se agolpan en mi garganta que calla y soporta, que traga la amargura de llorar en silencio y a escondidas cuando quisiera gritarle a la noche hasta perder la voz, rascando con las uñas la tierra húmeda y maldita que acabo de poner encima de tu cuerpo, bendito, suave y marmolado precio de galga tapa renga vieja y perfecta de mi corazón.

Tengo palabras, tengo todas las palabras. Todas mis palabras de amor y agradecimiento son tuyas, tienen el olor de tu aliento y de tu piel, inconfundible.

No quiero olvidarte.  No soporto la idea de olvidar tus particularidades, la primera foto cuando decidí enamorarme de vos, tapada de barro y sarna, sufriendo en Baradero. Tu demodexia olorosa, sangrienta, violeta y sufrida. Tu miedo a los perros, como cruzabas de vereda cuando los veías; hasta que llegó el salvador que te daría fuerzas y carácter, el que herido y agusanado, te regaló eso que te faltaba. Juntos, mordisqueándose en el aire y jugando como pavotes, dieron inicio a la manada más perfecta que pude soñar. 5 seres que me dieron 10 años increíbles, haciendo que mi vida fuera de otro planeta.

Te mudaste conmigo 2 veces, fuimos creciendo en sol y libertad. Te vi pasear sola en 4 patas, te vi saltar alambrados en 3. Te vi refregarte en el pasto, panza arriba, haciéndole sonidos de placer al cielo. Te vi correr liebres, mulitas, desquiciada. Te vi dormir bajo las estrellas en el lugar que elegimos para vivir y el que elegiste para partir.

Por favor, ayudame a jamás olvidar tu olor. Tus rascadas de colchón, pidiendo colcha hasta arriba. Tus ladridos agudos buscando que te devuelvan tu spot. Tus ojos desorbitados, tu lengua de costado, tu tapa finita y ridícula.

No quiero olvidar jamás nuestros paseos en plazas, calles, parques, bosques, campos. Nuestro camping al sur. Tus abrazos en la cama, tu miedo a las tormentas, tu búsqueda de amor.

Quizás muchas veces pude darte más. Siento bronca y culpa porque eso es lo que yo hago en esta vida: culparme. Quizás metí más perros de los que podía cuidar, quizás dediqué tiempo en animales ajenos que parecían urgencias cuando ahora me urge abrazarte y nada más. Quizás lo hice bien, quizás lo hice mal. Solo vos lo sabés, así que solo te pido que si fuiste lo feliz que creo que fuimos, me esperes y me busques.

Necesito que me digas que existe ese lugar, en el que nuestra manada se vuelve a encontrar, en el que no tenemos cuerpo ni tiempo, en el que escucho tus uñas acercarse y te reconozco, por ese hermoso, suave y único olor.

Te voy a buscar entre todas las almas del universo, Adela de mi corazón. Te amo hoy y para siempre, gracias por sanarme y dejarme creer que se podía amar de nuevo. Gracias por tu compañía serena y amorosa.
Te amo renguita de mi corazón.♥️

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Fame

Pregunté si estaba permitido llorar y todas respondieron que no. Me quedé sorprendida, ellas ya habían hecho esto antes… cómo lo hacieron sin llorar?- pregunté. Ninguna respuesta me resultó satisfactoria; entonces tuve que decir que estaba bien, que no lloraría. Mentí.
Subimos el lunes a la nave que nos llevaría del otro lado del mundo, a aguantarnos las lágrimas a nosotros los privilegiados, los que todo lo tenemos, los que nos preocupamos porque los sillones combinen con los almohadones o que el perro esté lo suficientemente abrigado en su camita al lado del hogar en invierno.

Nos subimos el lunes para llegar el miércoles, dormir en la ciudad donde buscaríamos a 200 personas que se habían quedado sin tierra, sin hogar, sin familia, futuro e identidad. El avión era el túnel del tiempo, seguro y amoroso, que los trasladaría hacia algo tan simple y hermoso como una nueva oportunidad.
Yo solo tenía que saludar, sonreír, servir la comida y estar atenta a situaciones de seguridad en el vuelo. Yo no tenía que involucrarme ni llorar, no tenía que pensar qué les había pasado, ni todo lo que habían perdido, mi rol era sencillo.

Tardó más de 2 años en llegar este vuelo. O quizás tardó 43 años, no lo sé. Lo esperé como si me hubiera preparado para él toda mi vida, como si el Sierra Juliet me abrazara desde lejos asegurándome que estaba lista. Y yo no sé si estaba lista o no, pero con EP en los pedales, allí partimos; y todos creemos tanto en lo que se está haciendo aquí, que nos encaminamos sin dudas hacia donde sea y de la manera que sea.
Con meteorología adversa, vientos cruzados y pernoctes imprevistos en lugares recónditos, tardamos un poco más de lo planificado en llegar. Yo podía imaginar a los chiquitos mirando el cielo, esperando la nave, sin poder verla aterrizar.

Finalmente, lo logramos. En la cabina lustrosa del avión más hermoso y heroico que jamás he visto, empezamos el embarque.

Me estallaban los ojos antes de ver a la primera persona subir. Pensé que iba a tener que esconderme y que no iba a aguantar, pero a medida que fui viendo sus sonrisas, su ilusión se me instaló en el pecho como el orgullo, y mi emoción se transformó en eso que mis compañeras no habían sabido describir: en ese momento, éramos sus guías. El guía no se puede quebrar.
Acompañamos a los pequeños a sus asientos, personas mayores en sillas de ruedas, mujeres bellísimas con su pelo tapado y una sonrisa tímida y esperanzadora, hombres atentos, educados, sensibles y protectores de sus familias. Cerramos las puertas de la nave y el anuncio del capitán dio inicio al vuelo más hermoso e importante de estos 15 años de religión del avión.

Despegué enfrente a un señor de unos 88 años. Vestía una túnica blanca larga y un kufi blanco sobre su cabeza. Tenía los ojos muy mansos. Me miraba de frente con una semi sonrisa, una mueca que hablaba sin hablar; y fue ahi cuando supe que iba a romper la promesa que había hecho a la tripulación. Decidí no bajar la mirada y devolverle el amor. Mis ojos estallados, los de él también. No dijimos una palabra y no se nos cayó una lágrima, pero nos hablamos durante 8 horas de vuelo, en el despegue, en el chequeo de cabina, cuando le expliqué cómo reclinar el asiento y cuando aterrizamos en Roma, con los ojos. Al tocar tierra, sin haber frenado aún el avión, se llevó la mano derecha al pecho, inclinó apenas la cabeza hacia adelante y sonrió suavemente. Yo también me llevé mi mano al pecho, aceptando su gratitud y regalándole la mía.

Les deseo que este nuevo comenzar sea todo lo que esperan, todo lo que necesitan y merecen.
Por mi parte, no soy la misma que ayer.
Pero cada día estoy más cerca de la que siempre quise ser.

Si lloré en algún momento?

Los que me conocen saben la respuesta. Pero ese recuerdo me lo guardo para mí y para el chiquitito que me llamó, se tocó la panza y me  dijo la única palabra que sus padres le habían enseñado en su nuevo idioma. La palabra era “fame”.