Pinche para escuchar
Cada vez que escribo, lo anuncio con bombos y platillos diciendo “Volví”; algún fan de las letras me comenta forbichin is back y todos contentos hasta la siguiente entrega, que suele ser en 6 meses. Disculpen, pero eso no es volver. Eso no es volver PARA NADA. De hecho me parece tibio y, dos días después de la “supuesta” vuelta, me siento una impostora.
Cómo sería volver? Volver desde el fango, desde lo más bajo, desde el desamor, la muerte, la completa soledad y la angustia clavada en la boca del estómago; esa que no te deja comer, esa que te recuerda que estás fracasando una y otra vez.
Un costado mío luchó por no volver jamás. Con cortinas color beige y olor a ropa limpia en los acolchados, me acostumbré a ser esta señora a la que las cosas le resultan más o menos bien y que a las 23 hs ya tiene los dientes lavados y está tapada hasta arriba. Mi otro costado, se niega a lavarse el pelo y a comer bien, se olvida de las reuniones de padres y se sube al avión y se va.
En una pulseada invisible que nadie pudo adivinar, la mano fuerte hizo que la débil tocara la mesa. Vencida, cerré los ojos sabiendo que pintar de beige los muebles no saca el negro de mi alma.
Cavé durante media hora, una hora, la pala se metía en la tierra húmeda y fría y yo me preguntaba cuánto más faltaría. Cuando pareció que ya era suficiente, me arrodillé y la tomé en mis brazos. Me imaginé que el peso de su cuerpo me iba a vencer e iba a caer en el pozo con ella. Todos gritaron, metela con la manta! por miedo a que mi fuerza no fuera suficiente y cayéramos las dos. Me preparé para levantarla y respiré profundo. Me metí en el pozo, que no es lo mismo que caer. La idea era acostarla suavemente, pero no esperé que su cabeza colgara de esa manera, me impresionó. No se por qué. Yo sé que las cabezas cuelgan, todavía podía recordar cómo colgaba la cabeza aquella vez, sobre mi hombro, en ese ascensor pequeñito en el 2013.
La acosté, teniendo especial cuidado con que la cabeza apoyara suavemente, como si importara, aunque no importara. Todo fue un gran debate entre proteger las formas y decirme a mí misma que da igual.
Da igual.
Pisé la tierra removida con un respeto ancestral. Puse flores y me retiré.
Desde ese día llanto y sangre manchan mi piso día por medio, recordándome que no hay adonde ir.
Y así, de pronto, nada vuelve a tener sentido de nuevo y es entonces que siento que realmente volví.
Sin ganas de destacarme en nada, sin ganas de que nada salga especialmente bien ni de quedar bien con nadie o tener todo listo para no tener que preocuparme después. Simplemente no me preocupa lo que pase, porque la sensación de que todo va a salir mal es demasiado fuerte como para pelearla. Desde entonces, para qué.
Son las 3 de la mañana en Helsinki y llega el examen de sangre de mi perro favorito. Los resultados son los de un muerto vivo y la cantidad de kilometros que me separan de su cuerpo tembloroso y pálido, es demasiada como para hacer algo al respecto. Lloro a las 3 y media, a las 4 y a las 5 y media. Lloro hasta las 7 y finalmente me duermo.
Con la cara machucada, sin haber dormido y sin bañarme; bajo al desayunador de un hotel nórdico que grita con lámparas de moda y almohadones de pana y estampados de animales africanos. Mis social skills están por debajo del nivel del mar. No puedo ni me interesa disimular la daga bajo los sweaters, me sirvo un café con leche de maquina, mientras me desangro camino a mi mesa.
Vuelvo a la habitación mientras todos hacen un walking tour en una ciudad que jamás visité ni visitaré en el futuro.
Mis perros se están muriendo y nada puedo hacer para evitarlo. No puedo salvarlos. No estoy a la altura del final de su vida. Me esta superando la situación de imaginarlos bajo tierra. Me llené la boca hablando de rescates y familia para siempre. Pero esto no es para siempre, estos son 10 míseros años, que no me alcanzan. NO ME ALCANZAN.
Me atraviesa una necesidad imperiosa por no hacer absolutamente nada y dejarme ir. Retirarme con ellos adonde sea que ellos propongan. Mis dos galguitos me llevaron como perro guía a través de una vida en la que no existían los colores ni las aspiraciones. A su lado fue que pude transformarme en la chica de las flores y los cafés. A su lado fui rascando el pozo hasta llegar a la superficie. No estoy lista para sus pozos húmedos, fríos y definitivos. No estoy lista.
Desde hace años, aprendí a romantizar el dolor, los fracasos, las pérdidas y las pequeñas depresiones. Atravesar el dolor llorando en camas de hoteles, escuchando musica serena y mirando por ventanas con paisajes que daban igual. Le busqué la vuelta a esto de contar las desgracias, porque del otro lado, estaban los pequeños niños Drácula que son ustedes, esperando las gotas de sangre.
Todos somos pequeños niños Drácula.
No estoy lista para esta etapa de mi vida.
La niña de las flores y los cafés necesitaba unos años más de risas. Solo unos años más, hasta que mi niño creciera y yo pudiera descifrar qué hacer con tanto amor. Tanto amor.
Sin embargo, mis dragones parecen no tener más fuego y ya no tengo con qué luchar.
A cada minuto siento algo distinto, las voces de mi mente se interrumpen con malas ideas imposibles de llevar a cabo desde Helsinki. No encuentro un lugar pacífico que reconforte por dos segundos seguidos el barullo que pareció instalarse en mí.
De pronto, una idea horrorosa me asalta. Como una poesía temblorosa y agonizante, el olor de Adela emerge atravesando tierra, pasto y piedra y envolviéndome en un velo oscuro como una cachetada. Mientras me esfuerzo por retenerla, mirarla, abrazarla y agradecerle; ella solo quiere dejar su mensaje. Vento acostado en una cama manchada de fluído marrón, dormita con la boca entreabierta y los ojos en cortocircuito. Está soñando. Patea. Ella lo rodea por completo y él parece serenarse. Desde mi posición, mis 2 galguitos vuelven a estar juntos por un momento. Caigo de rodillas ante la hermosura del cuadro. Ella rasca una vez, dos veces, y se acurruca al lado de él. Lentamente se empieza a esfumar la imagen de mi renguita y solo queda él. Y entonces creo entender.
No estoy lista y nunca voy a estar lista para la partida de mis animales, de mi amada familia de 4 patas; pero voy a acompañar tu duelo, mi querido pony. Voy a acompañarte hasta tu último suspiro y tendrás mi amor incondicional y mi abrazo, estés donde estés. Siempre serás mi perro hechicero, el que me sacó del pozo, el que me devolvió al amor. Si quieren estar juntos, así será.
Acá estoy mi bb, por todo el tiempo que quieras. Te abrazo por la eternidad de nuestras almas.