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Vestida de gris

 

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Fui objeto de burla por mis 25 buzos grises más de una vez. No sólo los compro de manera compulsiva sino que no los regalo jamás aunque ya no los use. La mayor parte de ellos son enormes, 3, 4 o hasta 5 talles más. Tengo buzos negros o azules, pero prefiero el color gris. También esos buzos de otros colores los elijo 4 talles más grandes. Igual las remeras.

Un pibe que salía conmigo me preguntó una vez, si a un lugar que íbamos juntos iba a ir vestida normal o “de pibito”. Me ofendí un poco, pero en el fondo no, porque a mí vestirme de pibito me parece una idea genial. No se confundan, no me siento un pibito, tampoco necesito que me confundan con uno; pero en cuanto a las prendas de vestir, supongo que andar ajustada no es lo que más me representa.
En la secundaria me vestía de skater, con ropa de un local que vendía prendas usadas de plush en una galería sobre la avenida Santa Fe; también compraba en un local que tenía ropa usada de soldados, militar, todo enorme. Mi look no estaba muy bueno, pero era mi manera de decir “no te acerques”.
Con el tiempo me fui refinando, tuve una curva ascendente en la que puedo decir que estuve “bastante” a la moda, pero cuando la curva bajó, me transformé en ésto que soy hoy. A veces me cuesta encontrar entre mi ropa algo decente, de mi talle, para ir a determinados lugares. Revuelvo pero no tengo casi nada; siempre uso la misma ropa cuando tengo que verme con gente con la que no puedo ir de pibito.
Un día, tratando de entender el por qué de esta preferencia, empecé a hurgar en dónde a nadie le gusta.
¿Cuándo empecé a tapar el cuerpo, negar las formas, intentar que no se me viera como una mujer? ¿Cuándo empecé a avergonzarme de tener curvas y a temer a la mirada ajena?
Fue hace tanto tiempo ya, que cualquiera pensaría que para esta altura debería estar curada.

Mi papá fue preso la primera vez cuando yo tenía 6 años, poco recuerdo de esa experiencia más que el sabor a bola de fraile aceitosa mojada en té negro con azúcar y las manos con guantes de las señoras que nos desvestían para revisarnos orificios y secretos.
La segunda vez que cayó preso, yo tenía 17.
Las tetas me habían crecido un año antes, el culo, dos.
Mi mamá ya estaba separada de él hacía bastante y mi hermana no quería verlo, así que me tocaba ir sola hasta Devoto. La primera vez que fui a sacar el permiso de visita, me dieron un papel que decía que no podía usar maquillaje, aros, pulseras, ropa ajustada ni de colores chillones. Pregunté con bastante inocencia a una mujer policía qué me aconsejaba usar, me contestó simple: ponete un jogging, un buzo, ropa grande, gris.
Me fui pensando en el uniforme que vestiría la semana siguiente.
Cuando llegué, adecuadamente vestida, noté que las otras mujeres no habían hecho mucho caso; algunas tenían ropa de colores, o remeras que les ajustaban los rollos y las tetas. Yo, con mi ropa ancha y gris, no parecía tener ni tetas ni culo, mis túnicas me protegían.
Fui pasando las rejas mientras los guardias me iban abriendo y le gritaban a la siguiente. Pasé varias rejas, no recuerdo cuántas. Me crucé con gente que me miraba fijo a pesar de las túnicas protectoras. Los guardias también me miraban. Yo iba con paso rapidito esperando de una vez encontrarme a salvo. Una vez en el patio, en una carpita con frazadas y sábanas de colores, lo encontré. Me abrazó. Llegué viva y orgullosa.
-“Qué te pusiste?” Me dijo riéndose.
-“Me dijeron que venga así”
-“Está bien. Así no te miran.”

-“Igual no quiero que vengas más. Me voy a tener que cagar a trompadas. No vengas más.”

Yo seguí yendo. No tanto como hubiese querido. Bah, no es que quería. Creo que en el fondo no quería, pero me daba culpa no ir.
Seguí yendo todo lo que pude, todo lo que aguanté durante todo el año.
Hasta que ya no tuve que ir más.

Las miradas de los hombres se me hacen pesadas a veces. Se vuelven cada vez más densas y pesan sobre los hombros. Me dan miedo y terror, ganas de correr y sentirme a salvo.
Lo que pasa es que 25 años después nadie me espera en la carpita, y no tengo a nadie que se cague a trompadas por mí.

Es por eso supongo que sigo comprando buzos grises; para estar a salvo, para llegar viva reja tras reja, para no sentir miedo ni desamparo. Ni culpa. Ni tristeza.
Vestida de gris no me pueden tocar. Porque si yo me visto de gris, vos sos inmortal.

Quereme así.

 

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Le hice dos cambios al blog. Un botón para acceder a la compra del libro digital, y un listado de títulos a los posteos de años anteriores; pero el verdadero cambio, es que vuelvo a escribir.

La que ustedes conocían, un día se bañó, se dejó crecer las uñas, barre los rincones y acaricia el pelo de un niño rubio. La que conocían, la que escribía, comía poco y mal, tomaba coca cola de madrugada y pastillas de colores… se fue esfumando.

Suspiro profundo. La extraño? Mi espontaneidad me gustaba, lo admito; pero acepto que ahora soy más feliz. El día me rinde muchísimo y tengo más planes que nunca. Me veo cumpliendo sueños a una velocidad que me resulta sorprendente. Es como si de pronto hubiera dejado de postergar todo y la ¨to do¨list se hubiera completado de a poco.

Pero la escritura, ay. Esa parte mía mugrienta y real, siento que empezó a esconderse como un tesoro que no quiere ser encontrado, y yo, sin mapa en la mano ni piratas que me guíen, ando perdida abriendo puertas y placares a ver si aparece. Es verdad que escribir desde este lugar tan feliz ahuyenta un poco a los seres que me dictan las historias pero, de vez en cuando aparecen algunas herrramientas para invocarlos y que al menos me tiren unas letras. Gracias al mundial de escritura, hace tres años que estoy practicando escritos con consignas; algo que no acostumbro a hacer. A veces salen cosas copadas, a veces no tanto, pero lo que me dejó fue la sensación de estar viva pese a no tener el tesoro a mano.

Me pregunto, si tuviera que dar mi reino por la posibilidad de volver a inspirarme, lo haría? Sería capaz de perder toda esta estabilidad y volver a estar desquiciada, a las noches sin dormir y los llantos espontáneos?  Quién sabe.

Les voy a subir algunos de los cuentos del mundial de escritura. Recuerden que, si ven que son medio raros, eran cuentos con consigna.

 

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Perfectas

Se juntaban los 5 para la previa a las 11.30, Tomy llegó 5 minutos antes, perfumado, con la ropita limpia y todo perfectamente calculado. Las noches de los jueves o las noches “sharky” como ellos las llamaban, eran el clásico de esta manada.

Tomaron unos tragos y salieron envalentonados para el bar. Fueron con el auto del que menos preocupado estaba porque le retiraran la licencia. El objetivo era claro: encarar sin parar, porque estadísticamente si se encaran 4 no cae ninguna pero si se encaran 30 caen 2. Lemas tenían varios: “Todo agujero es trinchera”, “La novia de un amigo tiene bigote”, “Después de las 3 am, si es humano mejor” y varios grandes éxitos más.
Entraron al bar, los sharkys empezaron a analizar el terreno. Mesa con 4 amigas, una sola esta buena, LA RUBIA dicen todos riéndose como pajarones y golpeando los puños contra los brazos de los otros y pegando saltitos en el lugar. Dos amigas charlando tomando gaseosa, unas veteranas festejando algo, tres chicas que se ríen mirando el celular, las chicas de la barra, una tiene muchos tatuajes y pelo cortito. “Esa es torta, olvidate”-susurra uno.
Algunos grupos de amigos mixtos: escenario complejo, puede terminar en cagada a piñas y ellos solo quieren coger.
De pronto se hace la una y los mozos empiezan a levantar las mesas y llevarlas hacia atrás. El dj empieza a poner música y empiezan a entrar las personas del patio. En unos minutos, con gente nueva de afuera y todos parados bailando, la situación se veía bastante mejorada.
“Mira esa de ahí”- señala uno. “Mini roja, botas negras, pelo castaño, qué boca de que le gusta toda”
JAJAJAJAJAJA-rieron todos.
“Le gusta una bocha pero menos que a tu hermana”- se ríe otro.
“Ehhh con mi hermana noo!” -fingen pelearse pero al final se abrazan. Se dispersan. Empieza la cacería.
Tomy está examinando la pista, apoyado en la barra, a punto de pedir un trago.
Su mejor amigo lo desafía a ganarse a una morocha flaquita con buenas tetas, piernas largas, sonrisa implacable y un baile bastante sensual.
Tomy se acerca a la bartender de los tatuajes y le dice “Bebota, sorprendeme”, le da varios billetes en un rollito que ella acepta con desagrado y desdén.
Tomy se da vuelta y le responde a su amigo: decime cuál y me la llevo. Sabés que el Tomy no falla jamás.
Se ríen.
Y agrega “Elegí la que vos quieras, para mí son todas iguales”.
Risotada explosiva.
La bartender le apoya el vaso frío en la nuca y le dice “Tomá, Alicia”.
Tomy no entiende sus palabras y repregunta: “Qué me dijiste?”
“Acá tenes tu trago”.
“Gracias”.
Lo saboreó mirándola a los ojos, y mientras la miraba se iba dando cuenta de que ella era una de esas imposibles, las pocas que se le habían resistido, con las que jamás había podido anotar. La idea de que hubiera una estirpe de mujer que se le resistía, le generaba una inseguridad violenta e infame, por lo que se llevó el vaso a la boca hasta el final, chupó los hielos y decidió que la chica tras la barra, definitivamente, era torta.
Apoyó el vaso, se lo devolvió y ella le sonrió amablemente por primera vez.
Tomy se dio vuelta dispuesto a empezar el juego, en dos horas quería estar en el General Paz jugando al hombre de las cavernas.
La pista estaba repleta y la máquina de humo despedía un aroma dulce y narcótico. Las luces rojas y verdes, los flashes, los strobes, todo colaboraba a una gran confusión visual. Tomy fingía reírse mientras intentaba enfocar en un objetivo: pero por más que lo intentaba, todas en la pista parecían estar en la despedida de soltera de alguna, como disfrazadas.
Buscó un poco más, se acercó a la pista. Todas las chicas que veía estaban con el disfraz de solo empanadas. Una empanada gigante de hule o gomaespuma, con una sonrisa pintada, ojitos con pestañas y un moñito de color sobre el repulgue. Por el costado salían las manos, con guantes. Por abajo, las piernitas, con botitas. No se veía nada más.
Se acercó a la zona de las mesas y solo vio el empanadas. En la cola del baño, empanadas. Hablando con sus propios amigos, solo empanadas. No había quedado una sola chica sin disfraz! Ni siquiera en la barra.
Le resultaba bastante desalentador que la chica que se encarase estuviera oculta tras esas pestañas ridículas. El traje de empanada ocultaba el rostro por completo, el cuerpo, las curvas, la esencia misma de una mujer.
Se puso de malhumor. Su noche estaba arruinada.
Fue a buscar a sus amigos y no los encontró. En el grupo fueron avisando que se iban (con chicas) . Se sintió un estúpido; pero por otro lado, no quería irse con una persona a quien no le viera la cara.
Salió a la calle y volvió a su casa. Se acostó a dormir, ni ganas de ajusticiarse le quedaron.

A la mañana siguiente, el sol del viernes le pegaba en la cara. En su camita de un metro y poco, se estiró mientras su mamá golpeaba dos veces y le decía “Tomyyy, bajá a desayunar!”
Se desperezó con energía, se vistió sin bañarse, se puso perfume por encima de la ropa y bajó las escaleras.
Llegando al último escalón, escuchó a su hermana en la cocina y su mamá haciendo ruido de cubiertos.
Se sentó en la mesa a que le sirvieran su café, como siempre, mirando el celular.
“Volviste temprano anoche”- dijo la mamá poniendo la taza enfrente de él.
“Si, estuvo aburrido”- respondió Tomy. Levantó la taza, se la llevó a la boca y vio pasar con el rabillo del ojo, las piernas de su hermana con unas botitas.
“¿Qué te pusist…- no pudo terminar de tragar el café y lo escupió en todas direcciones.
“¿TOMÁS QUE HACES!?”- gritó la mamá.
Tomy estaba agolpado contra el respaldo de la silla, con la cara desencajada y una mueca de terror. Allí, en su cocina de Saavedra, su mamá y su hermana, tenían el traje de solo empanadas. Su mamá con moñito verde, su hermana con moñito rosa.

“Qué carajos se pusieron, sáquense esa mierda, qué le pasa a todo el mundo, es una moda? Déjense de joder”- exclamó Tomy indignado.
La mamá y la hermana se miraron, sin expresión. La sonrisa sellada y las pestañas abiertas y separadas. Incluso caminaban como unos teletubbies. Nada era normal.
Tomy se acercó a la hermana y le empezó a querer sacar la parte de arriba del disfraz. La sacudió, le dobló el repulgue, le quiso tajear cerca las orejas. La hermana gritaba y lloraba y le pedía por favor que pare. La madre intervino, lo empujó y le dijo que se fuera de casa.
Tomy se subió al auto en la cochera y salió desenfrenado para el trabajo. En la esquina, empanadas. En el semáforo, empanadas. Manejando autos, empanadas. En los carteles de Lugones: EMPANADAS. Pensó que estaba enloqueciendo o que era un mal sueño. Se abrió una lata de red bull caliente que tenía en la guantera y se lo tomó de un saque.
Llegó a la oficina, entró al estacionamiento y se puso los anteojos negros al bajar del auto. Caminó mirando el suelo hasta llegar al ascensor, entró y se fue al fondo. Subían varios zapatos y zapatillas de hombre, y de pronto: botitas, botitas, botitas. Eran unas botitas indignantes como de duende ayudante de papá noel. Sin estructura, sin plantilla, sin armado. No era ni siquiera una pantufla. Eran unas botitas de mierda de tela.
No se animó a mirar. Bajó del ascensor y se fue a su cubículo.
Le escribió a su mejor amigo “Boludo llamame es una urgencia”.
Levantó los ojos con miedo por encima del mueble de madera baratísima que oficiaba de escritorio y allí las vio. Allí estaban. Todas, absolutamente todas y cada una de sus compañeras de trabajo, eran empanadas. Su jefa, empanada. Martita la de limpieza, empanada. La que se cogió y ella se casó a los dos meses, empanada. La que tiene mellizos y el box lleno de portarretratos, empanada.
¿Qué estaba pasando? ¿Qué explicación lógica tenía ésto?
Sonó su celular y se fue al baño esquivando saludos y cordialidades. Se encerró con traba y atendió.
“¿Santi, boludo, qué está pasando?”
“Con qué, man?”
“Qué onda las empanadas, boludo, me podés explicar? ¿Vos las ves? Las estás viendo?”
“Qué cosa, boludo?
“Las empanadas man! Las minas! O sea qué está pasando con las empanadas?”
“¿Qué pasa con las empanadas, man, no te entiendo Tomy, qué onda?”
“Boludo, vos sos mi hermano, vos sabés que yo te confío lo más sagrado, o sea mi vida, todo, no tengo secretos con vos”.
“Ya sé boludo, pero cuál estás flashando?”
“Las minas son empanadas Santi. ¿O sea vos lo ves?”
“Si Tomy, ¿qué pasa?”
“¿Cómo qué pasa boludo? Las minas son empanadas! Hoy me levanté y mi vieja y mi hermana eran empanadas, no hay mas minas, están todas con ese traje!”
“¿Qué traje Tomy? Te sentís bien boludo? Me preocupas”
“EL DE EMPANADAS!!”
“A ver Tomy, si te entiendo. Vos me decís que las minas tienen un traje de empanadas. No son trajes amigo, que se yo, un flash tener que decirte esto, me da un toque de risa amigo, pero no son trajes, son empanadas. No entiendo qué parte no entendes.”
“Santi boludo, ¿Qué me estás diciendo? Las minas son minas no son empanadas, esto es un traje!!”
“Tomy, bueno, si querés veamonos, no sé que te pasa amigo pero me parece que estás re confundido. Tranquilizate. A las minas no les pasa nada. Tu mamá y tu hermana están bien. Todo está normal. Las minas son así, todas iguales, son empanadas”.

Tomy cortó.
Se fue deslizando apoyado en la pared hasta quedar en el piso. En cuclillas.
¿Cómo que las minas son empanadas? ¿Dónde están los cuerpos? ¿Las singularidades? Los culos, las tetas, los labios carnosos, las rubias, las morochas, las culonas…¿Dónde están los cuerpos, las caras, los gestos? ¿Cómo voy a saber si la mina está contenta o molesta si siempre tiene esa cara de empanada lisérgica y espantada? Además…¿las empanadas tienen concha? ¿Cómo se…? No, no tenía sentido.
Se lavó la cara, se secó y salió al salón. Se sentó al lado de Silvita la zorra para obtener respuestas.
Silvita le cebó mates, se cruzó de piernas y le acarició la rodilla.
Nunca le había gustado Silvita, no porque no estuviera buena, pero estaba tan regalada que daba impresión. Ahora mismo, con esas botitas violetas y moño magenta, sin poder tomar mate porque no tenía por dónde ingresar la bombilla, Silvita la zorra no parecía tan zorra.
Le preguntó cómo hacía para comer, cagar y garchar. Silvita abrió los ojos muy grandes y también las pestañas y permaneció así, sonriendo, inmóvil. Le retiró el mate y los bizcochitos y se volvió a su box. Se creería que ofendidísima.

Fue en vano que Tomy intentara sacarles el disfraz a las minas. Fue en vano intentar encontrar el cierre y desnudar el alma. Fue en vano buscar respuestas en las personas. Fue en vano también buscar conchas.
Todo parecía indicar que el mundo había caído en un hechizo y que solo él podía recordar a las mujeres de antes. Esas mujeres divertidas, inteligentes, graciosas. Esas mujeres distintas, locas, impertinentes, desubicadas. Esas mujeres libres, diferentes, luchadoras. Rubias, morochas, altísimas, pecosas, tetonas, enanas, culonas, gorditas, patonas, delicadas, narigonas, dientudas, tímidas, guarras, sencillas, intensas, guerreras.
Únicas.
Perfectas.

Todos parecían haber olvidado a las mujeres perfectas.
Menos él.

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Las elecciones del Capitán

“Me dijeron que Messi mea sentado”-dijo uno de los compañeritos al salir de la escuela.
Mi hijo inmediatamente se da vuelta con los ojos desorbitados y me mira exaltado. “Mamá, eso es verdatt?”-me pregunta enfatizando las D de una manera marciana.
Intento sin éxito esquivar el tema ya que no tengo pruebas ni información certeras de que el Capitán se siente para orinar.
Todo el viaje hasta casa, me jura y me perjura que si Messi mea sentado el no va a mear parado nunca más. Que tiene que tener un motivo, que Messi no hace las cosas sin motivo, que tiene que tener un beneficio, que tenemos que averiguar los beneficios, que quizás es porque es más cómodo, que quizás es una cuestión deportiva, o fisiológica o simplemente porque hace bien a a la salud.
“No tengo ni idea”- le respondo por vez número veintiseis.
De pronto pienso que puede ser una buena idea, estar del lado de Messi y darle fuerza a esa idea de mear sentado, logrando que no amanezcan las tablas mojadas pero, en seguida me asalta la terrible imagen de mi hijo en su nube de pedos sentándose en innumerables tablas ajenas, en cumpleaños, casas ajenas, boliches, estaciones de servicio… y lo veo con 13, 18, 25 años siendo el mismo pelotudazo que es hoy y aunque lo amo más que a mi propia vida, lo veo sentándose en tablas mojadas solamente porque un chabón que no vio en su puta vida PARECE SER que mea sentado, seguramente sobre inodoros de oro y platino, que se yo, en Dubai.
¿Para qué le dieron pito me pregunto yo? Desde los 7 años mi mamá me enseñó a hacer malabares en baños públicos, a ponerme en cuclillas y fortalecer mi suelo pélvico aguantando estoica la posición aunque el chorro salga disparado para cualquier lado incluso mojándome la propia pierna, la bombacha o hasta el jean. “No te sientes jamás, hija!” Es una frase que pasamos de generación en generación, como una sabiduría ancestral, como el secreto mejor guardado de las grandes familias. Nunca nadie comprenderá quién fue la primera en mojar la tabla. Pero al ingresar al baño, allí está: EL MEO salpicado, goteando, o simplemente abarcándolo todo. Y ahí va una, a acercarse a la taza lo suficiente para embocarle, pero no tanto para no entrar en contacto con el líquido. 200 veces quise ser hombre en esas oportunidades. Hubiera embocado desde la puerta. O no. Total, ¿Qué más da no embocar? Hubiera ido atrás de un árbol, o de un auto. Pero jamás sentarse, jamás entrar en contacto con la tapa de un inodoro.
Y ahora viene este, pelotudo a pedal, a querer sentarse en el baño, solo porque lo hace Messi.

Seguí callada el resto del viaje. Algo desilusionada con mi hijo, al que amo más que a mi vida, quiero dejarlo en claro.
Por el retrovisor lo veía elucubrando cosas. Con la mirada perdida en el afuera podía adivinarlo fantaseando con llegar a casa y practicar sentarse.
Bajamos del auto y como siempre, dejó tirados el delantal y la mochila al lado de la puerta.
Fui tras sus pasos sin crear sospecha y con la puerta abierta porque el pudor este chico no lo conoce, ahí estaba sentado, fascinado, descubriendo un maravilloso mundo nuevo de aventuras.

Lo miré fijo y entrecerré los ojos con una de esas miradas que juzgan. Él se levantó el calzón, tiró el botón y sin lavarse las manos me dijo al pasar: “Si Messi mea sentado, yo meo sentado”.