foto

Fame

Pregunté si estaba permitido llorar y todas respondieron que no. Me quedé sorprendida, ellas ya habían hecho esto antes… cómo lo hacieron sin llorar?- pregunté. Ninguna respuesta me resultó satisfactoria; entonces tuve que decir que estaba bien, que no lloraría. Mentí.
Subimos el lunes a la nave que nos llevaría del otro lado del mundo, a aguantarnos las lágrimas a nosotros los privilegiados, los que todo lo tenemos, los que nos preocupamos porque los sillones combinen con los almohadones o que el perro esté lo suficientemente abrigado en su camita al lado del hogar en invierno.

Nos subimos el lunes para llegar el miércoles, dormir en la ciudad donde buscaríamos a 200 personas que se habían quedado sin tierra, sin hogar, sin familia, futuro e identidad. El avión era el túnel del tiempo, seguro y amoroso, que los trasladaría hacia algo tan simple y hermoso como una nueva oportunidad.
Yo solo tenía que saludar, sonreír, servir la comida y estar atenta a situaciones de seguridad en el vuelo. Yo no tenía que involucrarme ni llorar, no tenía que pensar qué les había pasado, ni todo lo que habían perdido, mi rol era sencillo.

Tardó más de 2 años en llegar este vuelo. O quizás tardó 43 años, no lo sé. Lo esperé como si me hubiera preparado para él toda mi vida, como si el Sierra Juliet me abrazara desde lejos asegurándome que estaba lista. Y yo no sé si estaba lista o no, pero con EP en los pedales, allí partimos; y todos creemos tanto en lo que se está haciendo aquí, que nos encaminamos sin dudas hacia donde sea y de la manera que sea.
Con meteorología adversa, vientos cruzados y pernoctes imprevistos en lugares recónditos, tardamos un poco más de lo planificado en llegar. Yo podía imaginar a los chiquitos mirando el cielo, esperando la nave, sin poder verla aterrizar.

Finalmente, lo logramos. En la cabina lustrosa del avión más hermoso y heroico que jamás he visto, empezamos el embarque.

Me estallaban los ojos antes de ver a la primera persona subir. Pensé que iba a tener que esconderme y que no iba a aguantar, pero a medida que fui viendo sus sonrisas, su ilusión se me instaló en el pecho como el orgullo, y mi emoción se transformó en eso que mis compañeras no habían sabido describir: en ese momento, éramos sus guías. El guía no se puede quebrar.
Acompañamos a los pequeños a sus asientos, personas mayores en sillas de ruedas, mujeres bellísimas con su pelo tapado y una sonrisa tímida y esperanzadora, hombres atentos, educados, sensibles y protectores de sus familias. Cerramos las puertas de la nave y el anuncio del capitán dio inicio al vuelo más hermoso e importante de estos 15 años de religión del avión.

Despegué enfrente a un señor de unos 88 años. Vestía una túnica blanca larga y un kufi blanco sobre su cabeza. Tenía los ojos muy mansos. Me miraba de frente con una semi sonrisa, una mueca que hablaba sin hablar; y fue ahi cuando supe que iba a romper la promesa que había hecho a la tripulación. Decidí no bajar la mirada y devolverle el amor. Mis ojos estallados, los de él también. No dijimos una palabra y no se nos cayó una lágrima, pero nos hablamos durante 8 horas de vuelo, en el despegue, en el chequeo de cabina, cuando le expliqué cómo reclinar el asiento y cuando aterrizamos en Roma, con los ojos. Al tocar tierra, sin haber frenado aún el avión, se llevó la mano derecha al pecho, inclinó apenas la cabeza hacia adelante y sonrió suavemente. Yo también me llevé mi mano al pecho, aceptando su gratitud y regalándole la mía.

Les deseo que este nuevo comenzar sea todo lo que esperan, todo lo que necesitan y merecen.
Por mi parte, no soy la misma que ayer.
Pero cada día estoy más cerca de la que siempre quise ser.

Si lloré en algún momento?

Los que me conocen saben la respuesta. Pero ese recuerdo me lo guardo para mí y para el chiquitito que me llamó, se tocó la panza y me  dijo la única palabra que sus padres le habían enseñado en su nuevo idioma. La palabra era “fame”.

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.