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Con cariño para fulano

(pinche)

Esperé para escribir este post.
Esperé porque necesitaba el grado de emoción y de ansiedad justos, y ahora ha llegado ese momento.
Las últimas semanas fueron terroríficas, quién me soportaba? No sé. Yo no. Unos días antes de entregar el libro en la imprenta, aparecían errores como si nunca lo hubiera corregido nadie. Abría cualquier página y ahí estaban: errores de tipeo, ortográficos, de edición, de diseño. Una y otra vez lo revisé, seguían apareciendo. Finalmente, decidí dejar de mirar y lo entregué.
Me fui de posta a Córdoba y en la cama abrí la muestra que me dieron en la imprenta. Las hojas estaban todas cortadas e impresas, pero no estaba encuadernado ni pegado. La tapa tenía el dibujo pixelado, errores en ambas solapas, problemas en algunos títulos y temas de diseño. El dolor de panza no me dejó dormir esa noche, al día siguiente corregimos todo y di el ok para imprimir. Me fui de la imprenta sabiendo que había cosas mal.

Mientras caminaba a casa pensaba en dos frases hermosas de dos poetas que la vida me puso en la vida, uno dijo “Cuánto menos corrijas ese libro más FBO va a ser”, el otro dijo lo siguiente “Un conocido soñó que V estaba relajada y tranquila, al día siguiente presentaba un libro perfectito, sin errores, pulido, limpio, con una lógica impecable… se despertó de golpe, primero angustiado y después alegre. No era para menos, fue una mala pesadilla, donde le habían robado el alma a V.”
Debo decir que me alegra bastante que me perciban imperfecta, sonrío y respiro profundo, abrazarán a mis hijos, finalmente.

La imprenta de la calle Dorrego me recibió vestida de azafata, qué chiste del destino, como no había tiempo, fui en remise directamente de aeroparque a dejar los archivos. Supongo que no podía ser de otra manera, con un abrazo cariñoso nos despedimos por 10 días, estarían aliviados de no tener que recibir mis correos histéricos 3 veces por día.
Entiéndanme, entiéndanme, Rocamadour.

Obvio que escribo esto llorando, con un té verde, indispuesta y escuchando Justin Bieber. Porque para qué ser lógico, no?
Mañana se cumplen los 10 días. ¿Cómo será? Estoy de guardia, vendrá un flete a la puerta de mi casa con 50 cajas blancas que digan FBO? Podré abrir la puerta o se me quebrarán las dos piernas antes de poner la llave? Podré hablarle al señor fletero o me tiraré en sus brazos a llorar desconsolada?
Quisiera saber quién voy a ser de ahora en más.
No es de ansiosa no, es solo que no hay manera de que se pueda ser la misma. No hay.
Dormir esta noche? Quién sabe.

El libro vulgar de For Bitching Only sale el 21 de Diciembre del 2015. Estará en los puntos de venta para que los retiren desde el 22.
Pueden pasar por estos tres lugares:

El Club del Comic, Marcelo T de Alvear y Ayacucho (Barrio Norte CABA) de 11 a 18 de Lunes a Viernes. Si van el Martes, los va a atender Sebas, quiéranlo, le debo mucho. Para mí el Club del Comic tiene un peso especial, ya que prácticamente fui criada entre esas criaturas. El emporio geek aceptó tener mis libros en sus estantes, a partir de esta semana, formo parte de un universo que miraba desde las vidrieras. Es un sueño cumplido para mí estar ahí y se lo debo a Sebas, el más lindo nerd.

Grow, Mercedes 3940 (Devoto CABA) de Lunes a Viernes de 16 a 20 preferentemente. Si tienen que pasar antes de ese horario, pasen, pero no va a estar Agus, que es a quien me encantaría que conocieran, ya que creció conmigo y es parte visceral del Fbo. Vayan con tiempo, siéntense en una mesita al sol, pídanse un té verde con algo rico, disfruten de las primeras páginas del FBO en un templito que mis amigos hicieron con sus propias manos, es un lugar hermoso y mágico que yo quiero mucho.

Librería La Libre, Bolivar 646 (San Telmo) en esta librería tomé clases de escritura hace unos años con el gran Diego Arbit. Visítenla, no puede más de hermosa y culina.

Mercado Natural, Duarte Quiros 2100, (Alto Alberdi, Córdoba capital del cuarteto) Lunes a Viernes de 9 a 14 y de 16,30 a 20,30. Elegí este lugar por dos motivos, el primero es que hay muchos de ustedes que son cordobeses y nerecen el libro vulgar; el segundo es que era muy necesario tener un punto de venta vegano como este, en el que los atenderá Mariano, la persona más vegana que conozco, saliendo de una canasta de tutucas, provocando una experiencia lisérgica de froot loops de colores y frutas secas. ¿Para qué comprar un libro en Yenny cuando podés convertir ese momento en la cosa más rara que te pasó en la vida? Andá a la dietética y si no salís vegano, no te hagas problema, lo hacemos echar a Mariano.

Estoy orgullosa de que mis libros hayan llegado a estos lugares, y que estén cuidaditos ahí hasta que ustedes los pasen a buscar.
A los que reservaron dentro de los 200, sepan que tienen que pedirlos con su nombre y apellido o apodo, porque tienen un regalito o una dedicatoria en algún lado. Son los únicos 200 que estarán personalizados en esta primera edición.
Quiero contarles que no entiendo eso de la firma de autógrafo o dedicatoria. Supongo que me debe dar pudor, por eso para quienes pidieron una firma en su libro, tengo la siguiente idea:
El libro tiene 518 páginas ( tranquilos, está hecho en letras grandes para que mi mamá pueda leer sin anteojos, aunque le quedan muy lindos) por lo que, para cada uno de ustedes, se habrá elegido una frase, un párrafo o un pasaje. Esa frase es mi dedicatoria para vos, el que tiene el libro en la mano. ¿Por qué? Porque es lo que a mí me parece que te representa, o es lo que yo te quiero decir, o desear, o porque sí, por intuición. No vale buscarla antes de empezar el libro. Empezá a leerlo y en determinado lugar te vas a encontrar una V y un corazoncito, esa es mi manera de decirte que ese libro es especialmente para vos, y que en esa página, es donde vos y yo nos encontramos.
“Con cariño para fulano” No significa nada. Es mentira. Y este libro ya está harto de mentiras.
A quienes no reservaron aún, les digo, sin ninguna estrategia de marketing, que quedan pocos. No pasa nada, se hará otra edición de ser necesario, ojalá que lo sea!

Les recuerdo que mi mail es bravosierrajuliet@gmail.com para lo que quieran: preguntar, pedir libros, criticarlos, putear, contarme algo o simplemente escribir. También pueden mandar los errores que hayan encontrado en el libro, para que la siguiente edición sea un poquito mejor.

Finalmente, hemos llegado al final de este camino. Es hora de trazar uno nuevo, de volver a empezar.
Dicen que se estaría gestando el Libro Vulgar 2.

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Calmate

(pinche)

No hay persona en el mundo que pueda calmar mi ansiedad en este momento. No hay una palabra clave, no hay pastilla mágica, no hay trago salvador.
El viernes tengo que llevar el libro a la imprenta. Los precios están aumentando a pasos agigantados y el fin de año no permite que pueda esperar más si quiero que el libro nazca en el 2015.

Me puse a llorar apenas corté el teléfono. Mi última frase fue “Dale. El viernes te lo alcanzo”.

Lo miro descansar sobre la mesa. 500 páginas. Brilla. Llora. Grita. Lo miro y lloro desconsolada.
Es tan imperfecto. Está roto y desordenado. No terminó el colegio. Creo que no sabe escribir.
Soy incapaz de escribir lo que debe ir en las solapas. Soy incapaz de elegir una foto que me represente. Me tiemblan las manos.
Tengo un miedo ya fuera de lo normal.
Que alguien me diga que va a estar todo bien, aunque sea mentira.
Que alguien me jure que no importan los errores.

Se me va a salir el corazón.

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Humanos

(Pinche)
Humanos.
Con la banderita de Francia en la foto de perfil. Sin ella. Riéndose de los otros, enojados con los que “no entienden nada”. Repitiendo lo que dicen los demás. Adhiriendo a la corriente, agrediendo. Googleando, buscando datos en Wikipedia para parecer inteligentes ante los demás.
Humanos.
“Yo sé más que vos acerca del conflicto en medio oriente”. Te ponés la bandera de Francia pero la de Siria no te la vi nunca. Empatizás con Francia porque es la capital de la moda.
Humanos.
Utilizamos las redes para, con un botón, compartir lo que nos representa, nos define. Políticamente, socialmente, mundialmente.
Nos es fácil, estamos tirados en un sillón, con aire acondicionado y un teléfono con 60% de batería. Nos es fácil ocultarnos detrás de wikipedia, opinamos con las palabras de otro, con sus porcentajes y sus datos importantes.

Anoche, una amiga publicó un video de una señora llamada Francine Christophe, nada que ver con los atentados en Francia, es una sobreviviente del holocausto. El video de Francine pertenece a una serie de documentales llamados “Human”. Hasta las 3 de la mañana los vi, con lágrimas en los ojos.
De vez en cuando, alguien te recuerda que el imbécil que tenés adelante, también tiene una historia. Si, el que se pone la banderita de Francia, el que lo repudia, el que no sabe nada y googlea, el que sabe todo y discute con fundamento, el que vota a Scioli, el que vota a Macri, todos tienen una historia.
El documental “Human” es lo mejor que vi en los últimos años. Te baja del pony con un misilazo en la nuca. Los invito a verlo, no arriesgan mucho: a lo sumo un poco de batería del celular.
El de enfrente, tiene una historia que desconocemos, de la misma manera que se desconoce la nuestra.
Quizás es hora de prestarle atención a lo que el otro tiene para decir, y enojarse menos, somos demasiados en este mundo ya como para andar odiándonos tanto.

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I fell in love en el canal de Beagle

(Pinche)
Me subí al avión a las 4 de la mañana, sin haber dormido, ni comido, ni logrado despertarme del todo. Mi plan era ponerle remedio a todos mis males apenas pisar Ushuaia. Hice el servicio soñando despierta con la cama del hotel, la bañadera llena de agua calentita y música en la habitación. Basta ya de hacer café con leche y sonreir. Todo esto no es natural con tanto sueño.
Aterricé en el fin del mundo cerca de las 9 am, apenas salí del aeropuerto, un viento frío me dio la bienvenida volándome el pelo y el tapado de un saque. Sonreí, porque yo soy una amante del frío.
Lo vi por primera vez en una góndola de centollas. Si era perfecto? Era lo suficientemente imperfecto como para llamarme la atención. Jamás elijo al príncipe, jamás. Siempre la picardía, la complicidad, la diversión. Todo lo demás se desnuda después de unas botellas de vino y un poco de falta de prejuicio.
Hablamos porque se dio cuenta de que lo estaba mirando. No me instalaron la actualización de disimular. Así y todo, con lo obvia que era la situación, siempre necesito que alguien me mande un mail avisándome que un tipo gusta de mí. Así que permanecí en ese limbo de estupidez, seducción, femeneidad y un aire de como quien no quiere la cosa.
Me invitó a cenar en la cola del supermercado La Anómima. Dije que sí.
Volví al hotel a mirar qué ropa tenía en el carry. Zapatillas converse, un jogging con olor a Vento, una remera agujereada del fbo y medias de distinto color. Mis compañeras contribuyeron y entre la ropa de todas, me vestí de mujer.
Me pasó a buscar caminando, cosa que nunca entendí pero aprecié cuando empezaron los paisajes,
Ushuaia, sus cielos, sus plantas, sus flores, sus casas de colores, las montañas, la nieve, el sonido, el aire, el canal de Beagle.
Intenté no hablar demasiado, no gritar y no decir malas palabras. Intenté taparme los tatuajes, no hablar de animales rescatados, no decir que era azafata, no decirle que no a nada. Reconozco perfectamente cuales son mis puntos flacos y en la etapa de seducción, soy mi propia mejor amiga diciéndome “callate un poco”.
No sirvió de mucho, entramos a un restaurante y sin prestar mucha atención, me senté en una mesa mirando hacia la pared. Minutos después, él me ofreció ir a elegir las langostas a la pileta.
Supongo que mi cara se transformó de una manera impresionante, porque él se horrorizó al verla.
Mi cerebro buscaba algo para decir que no fuera muy marginal ni muy tonto ni muy atemorizante.
Me miró y me dijo “¿Qué pasa?”
Seguí haciendo un scaner de todas las palabras del universo, intentando elegir solo las correctas. Jackpot! Las encontré.

“Las langostas gritan” dije.

Y después de eso, ya todo dio igual, porque yo ya estaba expuesta por completo. De camino a la casita de té le expliqué que cuando las meten en el agua hirviendo, gritan de una manera que me hace querer morir ahí mismo. Una vez sentados, le conté cómo cuelgan a los galgos cuando no sirven más para correr, mientras elegíamos la comida preguntó por el tatuaje del avión en mi dedo y para cuando llegó la cuenta yo ya había dicho 3 veces pija, 4 argolla y 5 la concha de tu hermana.
Caminamos de vuelta al hotel y todo parecía molestarle de mí. Extraña sensación la de compartir momentos con alguien que parece sentirse fastidiado por vos y que, a pesar de eso, permanece ahí.
Pasé la noche sola en mi habitación, el beso de despedida fue incómodo, frío, como proveniente de alguien que no quiere saludarte.
Obviamente, lo mandé a la concha de su madre mentalmente doscientas veces antes de dormirme, no sin antes fijarme si estaba online otras doscientas veces. “No le gusté” no es gran cosa, puede pasar. Me la pasé hablando de animales torturados, me la pasé hablando de aviones, me la pasé hablando. Punto.
Ese momento de mierda en el que te das cuenta de que ser vos misma es una bosta. Más te relajás, más cómoda te sentís y más aflora toda la catarata de pelotudeces que tenés adentro. Y lo siento, a mí no me gusta sentirme en un capítulo de Sex and the city, si me siento así me rajo. Así que procedí a borrar el teléfono del hombre langosta, no sin antes guardarlo en un block de notas por si me arrepentía. Si, soy un maldito capítulo de Sex and the city, qué horror, llené la bañera, me abrí una lata del frigobar y me metí al agua, a intentar disipar el nudo que me había dejado el lobster guy en el estómago.
A la mañana siguiente, me desperté 5 minutos antes de que retiren el desayuno, como siempre, así que me quedé en la cama mirando por la ventana. El agua moviéndose, las ramas de los árboles, los picos nevados. Tenemos el más hermoso país. Se me cerraban de nuevo los ojos cuando la silueta del chico se aparece por el camino, un poco a lo lejos, camino al hotel.
Me paré con el corazón a 2000. Me fui a lavar los dientes, como si eso tuviera más criterio que haber dicho que las langostas gritan.
Me mandó un mensaje cuando estaba abriendo la ducha.
Me hice la casual. Imagínense cómo salió eso. Como el orto, claro.
Subió los dos pisos que me separaban del lobby mientras me terminaba de poner las medias, golpeó la puerta con dos toquecitos mientras me sacaba la toalla de la cabeza y me compadecía de mi misma y mi atuendo.
Entró con una cara que jamás le había visto a un hombre antes. Una mirada particular, como entre hambrienta y resignada, como de bronca y agradecimiento a la vez, como esas cosas en la vida que son al mismo tiempo una cosa y lo opuesto. Me acerqué a saludarlo despacio y sorprendida y me agarró la cara con las dos manos, avanzando y haciéndome retroceder hacia la puerta del baño que se abrió hacia adentro. Con los labios suaves y delicados, tocó los míos, despacio, quieto, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. No puedo precisar cuánto tiempo duró ese beso sin que necesitáramos parar para respirar, para mirarnos, para entender. Hay besos que simplemente hablan por nosotros. Hay besos que gritan como en agua hirviendo. Mis ganas de llorar fueron inmediatas, porque yo conozco mi boca, y cuando besa así, siempre, siempre, llora. Anticipándome a un desastre que nadie podía ver venir, quise resistirme mentalmente a lo que fuera que pudiera suceder. Qué caso podía tener? Dos minutos después me arrancó la ropa sobre la mesada del baño, empujándome contra el espejo, levantando mi pierna contra las canillas y haciendo que me muerda los brazos para no gritar.

Los dos en la misma cama de una plaza, absortos, con las piernas entrelazadas, en silencio, haciendo círculos con los dedos en el cuerpo del otro, mirando por la ventana.
El agua, los árboles, las nubes, las montañas.
No había otro lugar en el que quisiera estar en ese momento, o en cualquier otro momento, pero no lo dije, porque no lo digo, mi regla es nunca jamás decirlo primero. Aunque a veces la rompo, ya sé.
Me quedé callada porque no sabía cómo decirle, porque era demasiado pronto, porque es muy de minita “saber”. Pero yo ya sabía, porque las minitas sabemos, y nos tenemos que callar y no ser las pelotudas de Sex and the city, nos tenemos que callar y dejar que ellos se den cuenta solos, diez años después de lo que nosotras sabíamos a los 15 minutos. ¿Por qué? Porque estamos genéticamente dotadas con esa pelotudez. ¿Si él lo supo? No lo sé. No lo sé porque no dije nada, me puse las medias, la remera, abrí una latita y supongo que pensó que lo estaba echando, porque se levantó algo incómodo, se metió en el baño y supongo que deseó transformarme en pizza.

Nos miramos un rato antes de decidir que no íbamos a hacer nada al respecto de lo que acababa de pasar. A mí se me pusieron los ojos llorosos y él eligió darme un beso grande en la frente, sonreir con los ojos cerrados y decir “Las langostas gritan”, negando despacio con la cabeza, con una mirada tierna y divertida.
Se dio vuelta y desapareció en las escaleras al final del pasillo.
Me metí en la cama mirando el canal, lo vi aparecer en el camino, lo vi hacerse chiquito y perderse.
Cuando ya no estaba ahí, recibí un mensaje.

“Las langostas no tienen cuerdas vocales y vos sos lo mejor que conocí en la vida”.

Y esa, fue la última vez que nos vimos.