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Mauer

Lo que siento es que nos han ganado. Que nos hemos dejado ganar, que hemos bajado los brazos, que hemos caído en la trampa, que nos hemos descuidado.
Teníamos todas las fuerzas alrededor nuestro, golpeando con troncos y cañones, esperando encontrar la falla para poder entrar. Eramos un fuerte con su portón de madera y sus altas torres custodiado desde adentro por nuestras propias espaldas, siendo manejados por los titiriteros de nuestro castillo; aquellos quienes jugaban con nuestras mentes y nos hacían creer que estábamos pensando por nosotros mismos cuando en realidad estábamos siendo manipulados para reaccionar.
Y salió excelente.
Aplausos.
Me enorgullezco de haber sido manejada por la corporación. ¿Por qué? Porque es lo que la corporación debe hacer!  Son profesionales, estudiosos, gente con recursos: ellos están ese lugar porque nosotros estamos en este. Ellos están para hacer, deshacer, ingeniárselas y apagar los incendios. Se les paga para eso. Y nosotros remamos, transpiramos, derretimos el metal. La rueda funciona perfectamente cuando todo está en su lugar.
Cuando los vikingos nos atacaron, ellos se juntaron y trazaron la estrategia. La estrategia fuimos nosotros. Y nosotros jugamos ciegamente nuestro papel. YO JUGUÉ CIEGAMENTE MI PAPEL. Orgullosa de ser dirigida y conducida de la manera correcta, sin daños colaterales, sin mácula.
En mi hormiguero se respiraba un aire denso y sofocador. Hacia calor, estábamos cansados y no veíamos bien. Pero fue bueno vernos entre nosotros, fue bueno saber quién estaba ahí al lado cuando lo necesitábamos, fue bueno reconocerse en el otro, ser uno, poder identificarse con el desconocido, y sobre todo, el reconocimiento: los 15 minutos de palmada en la espalda. Gracias, lo hicieron bien.

Pero pasó la noche y con el primer sol de la mañana, el cansancio volvió.
¿Qué genera cansancio?
No ver la luz.
No ver hacia adelante.
Pensar que mañana, éste lugar por el que se luchó puede ser de otra persona, o puede ni siquiera existir.
Sentir que lo que se entrega no está balanceado con lo que se recibe.
La inseguridad, la incomodidad, no sentirse valorado, respetado, querido. (si, querido)

Nos levantamos agotados y con tierra en los ojos, el aire de la desilusión es más contagioso que la viruela.
Juro por estas dos alas que me sustentan que lo intenté, jugué todos los juegos que me propusieron, lustré mis caretas, planché mis vestidos de fiesta, blanqueé mis dientes para brillar al sonreír.
Pero el virus zombie también me llegó, me cansé, me dio sueño, me dio miedo, me dio hambre, me dieron ganas de que alguien me abrazara a mi también.
Y entonces dije basta, y al hacerlo, el cielo se oscureció.
Ayer, gloria. Hoy, escoria.
Se siente tan mal. Tan triste, tan vacío, tan difícil.
Miro los ojos que me rodean, están siendo infectados también.
Paremos! Paremos! Busquen la vacuna, el antídoto! Estamos enfermos de desmotivación!
Acaso no lo ven! Dejen de inyectarnos letras cargadas de la tinta del terror. Trabajen en el laboratorio de la manipulación, dígannos algo que nos haga feliz, busquen una mentira que funcione en nuestras enterradas mentes, hurguen con sus diplomas de excelencia en lo podrido y desesperado de nuestra mediocridad.
USTEDES DEBERÍAN SABER.
No nosotros.
Nosotros no.
Nosotros somos lo más bajo de la pirámide, nosotros acatamos sus mil cambios por escrito dos veces al mes, nosotros leemos lo que ustedes escriben, pronunciamos sus palabras, vestimos sus banderas, sonreímos sus ganancias, festejamos sus fiestas patrias. Nosotros somos su reflejo, somos su versión robot.
Nosotros no pensamos, no decidimos, no somos dueños de nada.
Y no tenemos adónde ir.
Para bien o para mal, no tenemos adónde ir.
Y ustedes lo saben.
Nosotros somos su Lumpen.

Lloro porque le abrimos la puerta a los demonios, todos, ustedes y nosotros, nos hemos dejado ganar.
¿Echarnos culpas? De nada servirá. Nosotros bajamos los brazos y ustedes nos ayudaron a hacerlo. Nosotros decidimos decirle basta a todo y ustedes dejaron de pensar.

Volví de un Bariloche Bahía demorado y llegué a casa, abracé a la perra y me saqué el uniforme.
Me agarré el dedo con la puerta del placard y me acosté en la cama a llorar, media hora.
¿El dedo?
No.
Los demonios.
El enemigo.
Las energías.
La maldad. La codicia. Los bandos. El poder. La avaricia.
¿Las personas?
Desaparecidas. Olvidadas.
Enfrentadas.
Lloré por nuestro saqueo interno, por la cadena rota, por la desilusión.
Por aquellos que brindaban cuando yo sentía que no había nada que festejar.
Por el terrible cambio, por la involución.
Por las amenazas, por sentirse afuera, por nuestra propia mediocridad.
Por no haber visto quiénes se divertirían con esta desunión.
Quiénes bailarían sobre el cajón de Fort.

Nos hemos dejado ganar.
Han ganado, los felicito. INVISIBLES DEL PODER.
Estamos enfrentados, estamos tristes, estamos divididos. Nos criticamos, nos ninguneamos, nos enojamos con el que está del otro lado del palier.
Los hemos dejado entrar, descuidamos el fuerte y están comiendo en nuestras mesas, vistiendo nuestra ropa, acariciando a nuestras mascotas.
¿Dónde están? En todos lados, esperándonos caer.
¿Vamos a caer?

No lo puedo responder.

La desmotivación es la madre de los fracasados. ¿La ponemos de acompañante anual o la echamos de nuestro avión?
Ustedes dirán lo que quieren hacer. Ustedes decidirán QUIÉNES QUIEREN SER.
Mientras tanto, yo elijo que la prioridad sea esa señora que me cuenta por qué está viajando, el nene que moja sus ojos cuando entra a la cabina por primera vez, el trajeado que sólo quiere dormir, el aerotrastornado sacándole fotos a la alfombra para compararla con la de otra matrícula, el viejito que no camina, el turista rubio que me pide perdón por vomitar, el que se hace el que apagó el teléfono y está chateando, el que se saca los zapatos en la salida de emergencia, la que no sabe tirar el botón.
Ellos, son todo.
A ellos los elijo yo.
Y ustedes, los del FBO, elijan dónde quieren estar, abran los ojos, no se dejen engañar.
Y ustedes, los de la parte alta de la pirámide: aquí estamos nosotros, los de la parte baja, secándonos las lágrimas unos a otros, aunque ustedes piensen que no. Utilicemos la tecnología para palabras que reconforten a aquellos que hace unos meses dejaron la garganta abierta en la tapa de los diarios, no la utilicemos para desmotivar.
No necesitamos escuchar ni una vez más la palabra continuidad.

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Los prescindibles.

(music)

Es muy difícil escribir controlando las emociones, midiendo las palabras.
No debería ser manera de escribir, ni de leer, ni de vivir; pidiendo permiso, teniendo miedo de lo que puedan pensar los demás de uno, de lo que uno piensa, de lo que uno dice, de lo que uno elige.

Hace apenas dos días, haciendo espera en aeroparque en el Quebec Sierra, me encontré una camiseta.
Pregunté de quién era y nadie respondió, nadie la reconoció.
El avión estaba vacío, limpio, iluminado y frío. Era un muerto en vida, una máquina sin energía, era un pedazo de metal.
Caminé hasta atrás con la camiseta en la mano y me metí en el LD. Mirándome al espejo, me reconocí.
Era mía.
La usé hasta hace apenas instantes, pero ahora ya no me entra. Como bien sabemos, la presurización te infla todo lo que pueda, y esta camiseta ya no me queda.
Muchos dijeron hace aproximadamente cuatro meses, que yo era una ilusa.
Me dijeron que los dueños del Bravo Sierra Juliet prescindirían de mí si lo consideraran necesario, que me mandarían lejos, donde mi voz no se escuchara y mis cartas no se leyeran, donde ningún avión me sobrevolara jamás. ¿Se piensan que no lo sé?
Somos los prescindibles.
Somos un ejército de prescindibles vestidos de los colores que nos den. Somos una horda de jovencitos alegres, entregando servilletas y más pan; practicando cómo bombear un corazón muerto y acomodarle la lengua a un muñeco, sólo por una cuestión legal.
Somos hormigas llenando en verano el hormiguero de otro, somos vagabundos en rutas con lluvia, hoy comemos de nuestro trabajo, mañana pasamos hambre, pasado alguien nos hace un favor.
Somos un pequeño gran grupo sin poder, sin palabra, sin voto, sin decisión.
Lo único que tenemos ni siquiera es nuestro, por que no poseemos “nuestro” avión.

Pero ay nuestro espíritu.

Ay.

No nos quebramos tan fácil como parece.
Nuestra fortaleza no es tan delgada como quisieran, hombres de la doble interpretación, hombres que nos hacen sentir que con el primer Zonda saldremos volando sin volver jamás de la posta en Mendoza; dejando a  familiares y mascotas preguntándose por nuestros paraderos.
Hombres de ahí arriba, hombres con aviones y sin alas… hombres que no saben ponerse en el lugar del otro, cuidando la propiedad sagrado/privada y olvidando que el capital más fuerte es la maciza cadena de eslabones que sería capaz de apretar en los cuellos de quién fuera necesario por el sólo hecho de estar del otro lado, de enfrentarnos, de desearnos el mal.
Esta cadena de eslabones ha demostrado tiempo atrás que sabe luchar, que ama los aviones, que ama el aeropuerto, que ama la estrella que nos guía, porque es quién nos guía hoy. ¿Cómo no proteger a la propia cadena cuando afuera todo es guerra? ¿Por qué abrirle la puerta a los demonios? ¿Por qué jugar el juego de los invisibles? Eso déjenselo a los ignorantes, a los mediocres, a aquellos a quienes no se les ha enseñado a pensar.
Todos nosotros; ustedes con sus altas cabezas imprescindibles y las nuestras, tan desechables, hemos sido tocados por la maldición del saber. Nosotros pensamos, entendemos, jugamos juegos, tiramos de cuerdas, nos medimos la pija cada vez que nos dan la oportunidad.
Generalmente a nadie le interesa el juego, hasta que el que se cree que la tiene más grande te la apoya en el culo.

Dije basta.
Y se armó un flor de quilombo.
¿Los damnificados?
168 batatitas que habían pagado para ir a algún lugar y tuvieron que meterse sus prioridades en el bolsito. Alguien más eligió por ellos: injusto. Se enojan: tienen razón. Nos odian: bueno.
Yo les pido perdón.
Como quizás me pidan perdón los que me cortan la ruta 2 cuando me estoy yendo a Gesell con sanguchitos de miga y la masha puesta. Algo querrán decir, aunque en ese momento no me interesa y los quiera ver muertos.
Siempre hay un inocente perjudicado. Siempre hay un prescindible. Siempre hay alguien que la tiene más larga. Y SIEMPRE HAY ALGUIEN QUE DICE BASTA, y una vez, cada tanto, no muy seguido… las cosas cambian.

El espejo me devuelve una imagen de mí misma con el maquillaje algo derretido y una camiseta en la mano.
Alrededor del avión, se junta gente y la escucho murmurar.
Miro por el gran angular y en la posición 28, al lado mío el Sierra Juliet suspira agotado, soltando el aire viciado de un Ushuaia full con tres bebés.
Quiero bajarme pero no puedo, quiero preguntarle, consultarle, quiero hablarlo con él.
Con la wing light del lado derecho me dice en morse que la pandilla Brava no entiende nada.
No puedo bajarme a explicarte Juliet, estoy con un problema acá arriba, tratando de descubrir si me van a respetar o me van a aplastar, si esta camiseta está mejor en la mano que puesta, si las voces en la plataforma quieren ver a Ned Stark con la cabeza en un palo o si quieren que plan de complementación humana comience de una vez en este Geo front.

Me bajé del avión y me fui a casa, huimos con el auto de las bolas de fuego y las balas de titanio que querían hacerme desaparecer. Me metí en casa y cerré con doble llave, cadena, traba y una silla sosteniendo el picaporte.
Me metí en la cama, me tapé hasta arriba y no aparecí hasta que el Bet me vino a buscar. Me devolvió al mediodía sin ninguna respuesta, sin ninguna ayuda, sin solución.
Pensé en volver a esconderme, en tratar de olvidar todos mis miedos, toda la incomodidad, la cruel realidad. Pero decidí no hacerlo, y sacándome mi uniforme en la sala de descanso, vistiendo la armadura de las grandes batallas, decidí no tener más miedo, no pedir permiso para pensar, no avergonzarme por hacer las cosas bien y haber puesto un punto final.

No pretendemos ser imprescindibles, no queremos que nos regalen nada por lo que no hayamos trabajado, no queremos un libre albedrío acéfalo, no estamos proponiendo Punk Rock.
Mirémonos a los ojos, reconozcamos quienes somos, quiénes fuimos, los motivos por los que todos estamos acá.
¿Acaso lo que estamos creando entre todos no es lo único imprescindible? ¿No son los sueños lo único que no se puede desechar?¿No era el sueño de todos estar en ESTE EXACTO LUGAR?

En los eslabones del medio de esta cadena está tallado FBO, pueden cortar, amputar y dejarla ir, o pueden agregar una unión de acero y formar parte de lo que hace años que estamos formando.
¿Qué es lo que van a elegir?

Quiénes son los dioses y quiénes los monstruos.

(Pinche y encienda altavoz)
Era obvio que me iba a enfermar. La combinación de los efectos de la terapia regresiva, el fin de semana electrónico, los exámenes de 67, el aire acondicionado y mi mente retorcida me dejaron al 15%.
Low batt.
Me desperté con los ovarios latiendo. Me tomé la pastilla antes de que fuera demasiado tarde, pero ya era demasiado tarde. No fue la peor ni la más salvaje de las veces en las que mi endometrio rugió enfurecido, pero ciertamente se hizo sentir. Mi útero me está diciendo algo que no quiero escuchar. Ni de él, ni de los médicos, ni de los hombres que quieran tener hijos con una mujer como yo. Sencillamente no puedo hacerlo. Por más que lloren sangre, se auto flagelen y se turnen mes a mes por hacerme sufrir, arrastrarme, gritar y vomitar. Seguiré cubriendo los síntomas con drogas. No seré madre, lo siento.
Pasé el último día del curso rogándole al cielo que no me dieran las puntadas en el medio del aula y, finalmente, lo logré.
Se hicieron las seis y volví a casa, convaleciente sobre Optimus, como un Aragorn abatido sobre su caballo. Claro que, después, hubo consecuencias por mi distracción.
Esta mañana, cubierta de mocos y flotando entre estornudos, me fui al aeropuerto en el transporte de la empresa.
-Dónde vamos? Dice el chofer
-Ezeiza
-Vamos por abajo?
-Me da igual.

Llegué a Ezeiza y los kioskitos no me imprimían la tarjeta de embarque. Faltaban 40 minutos para embarcar, me voy al check in y me informan que mi vuelo no salía de Ezeiza sino de Aeroparque.

QUE?

Mi culpa.
No leí la fotocopia con el instructivo. No presté atención cuando dijeron dónde nos juntábamos, o por costumbre, como siempre venimos a Ezeiza para las revas…
Pienso: me vine a Ezeiza, tengo 40 minutos para conseguir un auto de la empresa, volver a Aeroparque, hacer el check in, pasar policía, migraciones y llegar a las ala de embarque.

Listo no llego.

La gente del check in me ofrece muy amablemente cambiarme el vuelo a uno dentro de hora y media. Acepto.
Me dan asiento en premium economy, como riquísimo, no tengo a nadie al lado, vengo leyendo la fraseología de preparación de cabina en 67, re enamorándome de las imágenes de Leonardo Di Caprio en la pantalla 1jkl y escuchando Gods & Monsters con el porcentaje pequeñísimo de audición que conservan mis oídos resfriados y presurizados. cada vez que eructo está bendita coca light se destapan por un micro segundo y escucho claramente a Lana decir: No one’s gonna take my soul away.
Me sueno los mocos sin parar, voy al baño y retiro una cantidad inapropiada de papel tipo carilina del compartimento de arriba del baño LA.
No paro de estornudar. No puedo respirar, me gotea la nariz como al Diego. Me tomó un qura plus y un ibu 600 y suplico no tener un soponcio de taquicardia a 10 mil pies y tener que auto insuflacionarme, errecepearme y desfibrilarme ya que no soy tolerante a las efedrinas en general.
El capitán hace el anuncio de descenso y nos saluda while we fly over the Andis (mi anuncio preferido).

Hago una instrucción de ABPs en mi mente, moviendo los labios como quien canta una canción con auriculares, sin emitir sonido alguno, y pienso en la posibilidad de que un ABP se acerque a mi vida y, al ver que no puedo vivirla, me saque a un costado y me tire hacia abajo de una puta vez, no sólo para que no me olviden ahí, sino para que no estorbe con mi cuerpo inerte mientras los demás intentan vivir.
También espero que alguien me esté esperando allá abajo y me recuerde que me aleje de todo esto.
Estoy en el Charlie Quebec Mike, me quedan 25 minutos para tocar suelo casi latino, mastico chicle para estimular la trompa de eustaquio. La escucho a Lana decir when you talk is like a movie and you are making me crazy y siento como me late fuerte el corazón.
¿Será que estoy viva?

No, me está dando taquicardia.

Se destapan mis oídos y me seco dos lágrimas sobre la Cordillera de los Andes.
Lana dice fuck yeah, yo voy a 120 ppm, cierro el QRH, respiro con los ojos cerrados, me ajusto el cinturón y en mi tierra de dioses y monstruos, me vuelvo invisible.

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Explicar el dolor.

(Swimming in a fish bowl)
Todo se puede poner en palabras. Todo puede ser explicado, una casa, un perro, el perfume, los sabores…
pero, explicar el dolor?
¿Se puede explicar el dolor?
Ustedes quieren reír. Lo sé. Ustedes entran a este palacio para que nosotros los bufones les contemos cosas tontas y pongamos caras que nos ridiculicen para que ustedes puedan reír.
Y nosotros lo hacemos. Yo lo hago. Invento historias, las decoro, las escribo, se las presento con una foto y una canción, y todos contentos.
Pero ¿quién es la persona que está del otro lado de las letras?
¿Importa?

El corazón no debiera sentirse latir. Uno debería poder estar acostado y no escucharlo, no verlo, no sentirlo a punto de explotar. A uno no le debería latir algo en la garganta, no debería bajarse la presión, faltar el aire, achicarse la habitación. Sin embargo pasa.
Los ataques de pánico pasan. Los ataques de llanto, le pena metida ahí adentro, la desesperanza, el miedo a que este día no termine más.
¿Qué nos han hecho, a nosotros, los tristes? ¿Qué cosa tenemos mal en la química de nuestros cuerpos, qué enzima no podemos sintentizar?¿ Por qué no podemos ser felices como los demás?
¿Por qué no nos podemos olvidar de una vez de todos esos pensamientos que nos persiguen?
Cuando uno puede observar su propio corazón latiendo a través de la ropa, cuando las pulsaciones se sienten como si la bomba estuviera dentro de la boca, cuando duele el corazón como estuviera infectado, o moribundo… algo anda mal.

La cabeza anda sola.
Quiero que lo sepan.
No existe tal cosa como el entrenamiento de la mente.
Es mentira.
Si vos me decis “ponete bien” no me voy a poner bien.
Si me decís “no pienses en eso” voy a pensar en eso igual.
Por qué? Porque la cabeza va sola.
Se la ha criado, alimentado y acariciado con golpes, y hoy, funciona a fuerza de golpes.
Qué pasa cuando uno no quiere más golpes?
Qué pasa cuando uno decide tirarse de un auto en movimiento porque sabe que va sin frenos a un precipicio?
Qué duele más? Los raspones? La muerte súbita? La culpa de saber que había gente en el auto que siguió y uno no hizo nada?
Todo me duele igual.
No sé explicar el dolor.

Trato de buscar el momento exacto en que se me pudrió la nuez. Ese segundo en el que alguien se acercó con la maza y me dio en el medio de la cara, dejándome destrozada para siempre.
¿Cuándo fue?
Ni siquiera me puedo acordar.
Pero de ahí en más, todo fue tapar huecos y llenar espacios. Todo fue maquillar al muerto para que pareciera vivo, barrer bajo la alfombra y hacer reír a los demás.
A mí casi nada me hace reír.
La gente no me divierte. Me cuesta mucho encontrar códigos en los otros que me parezcan copados, en general todos me parecen unos tibios y está bien así. No es que me crea más que nadie, envidio la capacidad de los demás de reírse de todo, de tentarse, de encontrar felicidad. Los envidio con odio, con ganas, con fuerzas. Amo una carcajada ajena y la odio. Una buena carcajada que te haga sonreír, te haga sentir partícipe de su momento de felicidad.
Respiro hondo en la posta más depresiva de la historia de la aviación.
Siempre me toca llorar en Neuquén, no entiendo por qué.
Soy ansiosa y no me banco estar mal. Quiero encontrarle solución urgente a mis problemas y no soporto que la angustia no se vaya y las horas pasen. No me olvido, no me distraigo, me quedo ahí estancada, pensando en el motivo de mi desolación, una y otra vez, imaginando las situaciones dolorosas en loop. La cabeza no sabe parar. Trato de dormir, no funciona.

Debería estar acostumbrada después de tantos años.
Pero no.

Lo único que lo disipa durante unas horas, es volar.
Armar el carro, ofrecer las bebidas, desarmar el carro, aterrizar.
Y de vuelta al horror.

¿Explicar el dolor?
Algunos hemos sido visitados de niños en nuestras cunas, por una mala de Disney que nos dejó el toque de la oscuridad, de la desconfianza, de la destrucción.

“Todo lo que toques será destruído. No podrás formar, mantener, crecer, evolucionar.
No podrás crear.”

Me acuesto a ver cómo la vida me pasa por encima. Eso es el dolor.
No querer verlos, a ustedes, seres, personas.
No entender para qué todo esto.
No saber dónde está la punta de la hoja para darle vuelta y empezar de cero.
No conocer el significado de volver a empezar.

¿Qué nos han hecho? ¿Cuándo nos dieron el golpe mortal que nos dejó en coma emocional?
Desenchúfennos. Déjennos ir de una vez.

No podemos explicar el dolor.