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El conejito en dos patas que huele los rincones.

(Pinche)

Cuando era chica no me preocupaba por luchar contra lo que pensaran los demás, simplemente porque no me parecía un problema jugar el juego ajeno.
Estaba bueno tener la ropa de moda, que el chico que a todas les gustaba chapara conmigo en la matiné, estudiar una carrera porque todas estudiaban; responder físicamente a un patrón social parecía lo correcto, un numeroso grupo de amigos, el orden, el orden mental, social, sexual.
Todos vamos hacia el mismo lugar, y en ese lugar tendremos una carrera, un trabajo, dinero, un auto, un novio que será nuestro marido, unos hijos, fines de semana al sol y la casa llena de juguetes; el perro en el patio, cereales por la mañana y ropa de Etam cerca de los 30.
Qué genial.

Quisiera saber cuándo fue que dije que no.
Me siento ante esta hoja virtual en blanco como quien juega con la ouija, como quien visita a un especialista en hipnosis, a un vidente. Me siento ante mí misma, ante mi historia sin escribir.
Romper las reglas era la materia número uno en casa. Tuvimos que aprobarla en seguida para pasar a la siguiente etapa. Hoy me rio fuerte cuando pienso en el noviazgo de mis padres cuando no tenían ni 18 años. Qué pensaban que estaban haciendo cuando se casaron? Qué demonios pensaban todos ustedes cuando se casaban? Que acaso esa era la solución?
Maldición, ahora pensarán que estoy en contra del matrimonio.
No lo estoy,
Solo quisiera pensar que uno llega al altar porque es el mejor momento de su vida y lo quiere celebrar, y no porque piensa que eso va a arreglar las cosas, que después todo va a mejorar.
No por miedo, no por escape ni evasión.

Maldigo la palabra evasión.

La hoja en blanco se va llenando de algo que no tiene demasiado sentido, sigo siendo tan presa de lo que ustedes puedan pensar al leer. Sigo escribiendo para cada uno de ustedes cuando escribo para mí.
Lucho todas las mañanas por la verdad. Creo que es lo único que podrá liberarme al final.
Me han dicho depresiva, enroscada, extremadamente sensible, me han llamado con cien nombres.
Anoche soñé que un hombre me amaba mientras yo caminaba como un conejito.
No conozco la cara de ese hombre, en mi sueño no se parecía a nadie, pero me amaba tanto y tan profundamente que podía sentirlo en el calor de su mirada. Estábamos de viaje en una casa ajena muy grande y casi no nos conocíamos, él estaba con un grupo y yo estaba sola pero sabía que él se había enamorado de mí, al verme. Y yo intentaba actuar normal pero no podía más que caminar en dos patas, en cuclillas, como con saltitos, analizando el piso, oliendo el lugar.
Yo tenía orejas largas y las manos cortas y retraídas, un pequeño canguro, un conejito algo rosa y chiquitito. Dando saltos por todos lados, intentando parecer una más.
El hombre era un poco rubio, sabemos que no gusto de ellos y que ellos no gustan de mí. Es matemática pura, pero en el sueño sucedió.
Escribo esto y siento que se me moja la bombacha, casi hasta traspasar el jogging.
Parece ser que el amor es lo único que me motiva de verdad.
El sueño rubio y bello del amor, de que te amen aunque saltes por la casa, aunque no sepas caminar bien, aunque huelas los rincones, aunque tus orejas sean más largas que lo normal.
Y que te amen como a nadie porque tus orejas sean enormes, que eso sea lo que te haga única, lo que te haga especial.

Llueve, y en mi casa, mis animales duermen unos encima de otros mientras yo muero de hambre, despeinada, en jogging y con la casa hecha un caos.

Yo escribí un libro.
Es verdad, aunque todavía no lo pueda creer.
Y cada día que pasa está más enterrado en el cajón de los papeles. Cada vez que abro los archivos para corregirlos me parece más horroroso y más injusto.
No hay manera de hacer que esas hojas dejen de ser bulto en un cajón y se vuelvan libro.
La opinión pública se ha apoderado de mí por completo.
Ustedes pasando sus ojos por los renglones, ustedes mirando la tapa, ustedes leyendo con desaprobación. Ustedes, siendo horribles, se han transformado en todo.
Y entonces lucho, por las noches, me transformo en conejo, me escapo a lugares incómodos, me encierro, me voy.

Evasión.

Miro mis uñas despintadas sobre el teclado. Jamás podré tener uñas de mujer.
La perra cambia de posición en el sillón, los gatos se lamen, mi estómago reclama alimentos, mi propio pelo me hace cosquillas en la nuca, se me seca el jogging, suena la misma canción.

“Al menos no me casé”. Me digo con una una palmadita en la espalda, intentando darme ánimos.
El primer hombre que me regaló un anillo dorado tomaba tanta falopa como entrara en su nariz.
Yo tenía 19 años y no lo sabía en ese entonces, aunque podría haberlo adivinado de haber querido abrir los ojos y prestar un poco más de atención.
Apenas unos meses después de estrenar el redondel en mi dedo, durante una discusión, me encerró en su casa, dejó la llave en la cerradura y se fue a la habitación. Desde allí me advirtió a los gritos que si tocaba la llave, iba a ver lo que me iba a pasar. Casi sin hacer ruido caminé unos pasos, sin saber que él estaba detrás de mí.
La patada que me dio desde atrás me dejó en el piso, a más de un metro, temblando.
Me di vuelta desde el suelo, lo miré a los ojos con odio y esa fui la primera vez que le dije a un ser humano en voz alta “Hijo de puta me vas a tener que matar”. Y la amenaza era tan real, porque mientras lo decía, pensaba en arrojarle todo tipo de objetos, en clavarle un cuchillo, en llamar a la policía o por lo menos a mi mamá.
Pero no lo hice.
Hacía meses que este hombre me venía diciendo que si lo dejaba algo muy triste le podía pasar a mi hermanito de 4 años. Nó podía simplemente desaparecer.
Esa noche con la cabeza en la misma almohada y su mano mugrienta en alguna parte de mi cuerpo, decidí que iba a volverlo loco, y que una vez destruído y abatido, él se iba a alejar de mí.
“Cómo dejar a un hombre en 6 meses”.
Por supuesto que triunfé.
Perdí 2 años de mi vida con un cocainómano violento o aprendí una lección para toda la vida?
El cielo está gris hoy y ese hombre sigue mandándome solicitudes de facebook.

Tenía 22 años cuando convivía con el segundo hombre que se aburrió de mí.
Teníamos la frecuencia e intensidad sexual de una pareja octogenaria y no porque yo no quisiera.
Todas las semanas hablábamos de lo que nos pasaba en la cama y él no dejaba de repetir que yo “tenía un problema”, mi problema según parece era que estaba obsesionada con coger. Cabe aclarar que cogíamos 2 o 3 veces al mes, mientras probablemente se mataba a pajas en un cuartito en el que pasaba encerrado todas las noches, hasta que yo me dormía.
Un día, mientras él estaba en el gimnasio, bajé a comprar unas cosas y dejé la computadora encencida. Al llegar me agarró de los pelos y me dijo PUTA DE MIERDA ME ESTÁS CAGANDO, no me soltaba.
Encontró los mails de un compañero con el que me había dado unos besos. Si, me había dado unos besos con un compañero de trabajo que me acompañaba todos los días en el horario de almuerzo al hospital donde estaba internado mi papá en coma. Cuando llegaba a casa por la noche, antes de decirme hola, mi novio me decía “no me toques con esas manos si venís del hospital”. Yo me lavaba las manos llorando.
Y un día, camino al hospital, me apreté a mi compañero.
Y se enteró.
Mientras me arrancaba los pelos y me tiraba arriba de la mesa, lo miré a los ojos con toda la furia que pude y por segunda vez en mi vida le dije a un ser humano “No sabés lo que te vas a arrepentir de esto, me vas a tener que matar”. Y mientras lo amenazaba, soñaba con mi papá despertándose en la cama del hospital y, furioso, arrastrándolo de los pelos por la ruta 2.
Por supuesto no me mató. Nos separamos. Dividimos los muebles y hoy si nos vemos en la calle nos saludamos con amabilidad.

Me evadí una vez más, me fui de viaje.
Conocí a las mejores personas del mundo de ahí en más.
Recibí un anillo con un diamante en el puente de Londres con la inscripción “Siempre es hoy” en la parte de adentro. Uno de los mejores hombres que he conocido al día de hoy.
Le dije que sí apurada y emocionada, y con los meses tuve que decirle que no.
El vivía en Madrid, yo en Monserrat. No estábamos listos para nada de lo que el destino nos podía deparar. Lloramos durante años, lo lloré hasta el infinito y sé que él también me lloró.
Ese hombre cumple 40 años hoy.

Desde ese amor en adelante decidí volver a empezar.
O acaso no se está volviendo a empezar todos los días?
Pero sé que ese amor fue el que me cambió.
Sé que dejé de jugar los juegos, sé que abrí los ojos, sé que me dejó tatuado a fuego ese “Siempre es Hoy”. No tengo regalo más grande para darle que decirle que el fue quién me cambió.
Hoy soy un conejo en dos patas buscando en los rincones, hoy no me junto con quienes me golpean, hoy he sabido que hay otra belleza en las cosas, hoy no me regalo al mejor postor.

Casarme?
Quién sabe.
Primero debería curar las heridas ocasionadas por quienes estuvieron antes y por quienes vinieron después.

Y entonces la tercera vez que alguien me compre un anillo, lloraré como nunca antes en la vida, sabiendo que la persona que me regala el objeto, es incapaz de hacerme cortes, de partirme al medio, de destrozar lo que queda de mí.
Mientras tanto, mis animales me enseñan a caminar como conejito, practico mil formas de ser lo más rara y distinta a la vez, para que cuando todas las tormentas pasen, sepa que si me amas de verdad me amas con todo lo que soy, y que no te averguenzan mis largas orejas, ni que huela todas las cosas, ni que le tenga miedo a las llaves en las cerraduras, o a que te vayas al gimnasio, o a que la gente entre en coma y mis manos huelan a hospital.
Entonces sabrás que un avión salvó mi vida, y que en Madrid está un pedazo de mi corazón, y jamás te reirás de mi religión, y me ayudarás a sacar las hojas del fondo del cajón, y mientras me convencés de lo hermoso que es mi libro, me acompañás a la imprenta, diciéndome que no importa lo que digan los demás, saltando como conejito, oliendo todos los rincones, con nuestras orejas deformes y nuestros bigotitos.
Con nuestra evasión, nuestros propios juegos.
Nuestros deditos peludos en los que no caben anillos, y nuestro enorme amor.

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Jamás volveré a desnudarme.

(Pinche)

El cuerpo de una persona habla de lo que dicha persona ha vivido.
Las bailarinas tienen los dedos de los pies raros, los mecánicos tienen las uñas negras, las oficinistas tienen las caderas anchas, las azafatas tienen várices multicolores.
Miro mi cuerpo desde mi metro sesenta y siete. Lo miro hacia abajo y veo los tajos que me ha hecho este trayecto. Tatuajes sin tinta, transplantes, tranfusiones, cortes.

Los cortes.

Con los ojos húmedos perdidos en un punto fijo, recorro con mis dedos el relieve de los cortes.
Hubo un punto en el que era tan sabia, y ahora, con todas estas cicatrices… tanto se ha desaprendido… se ha removido, se ha despedido.

Practico una risa en voz alta, como para saber cómo era.
Suena tan plástico reir.
Me quedo en silencio y desnuda, ante el espejo de tus inconmovibles pestañas, mientras me miras sin mirar, mientras pensas en algo más, mientras las horas pasan y me vuelvo más seria, más cansada, más seca y resignada.
Lamento mucho que canse tanto este duelo. El duelo es mío y ha comenzado. Dios no quiera pararlo ahora que por fin ha comenzado. Le ruego al cielo que se drenen los malos ratos, que el viento se lleve las culpas, que el frío traiga abrazos y no agujas, que los aviones sean como sus iglesias, y los anuncios como sus plegarias; que la locura se vuelva normalidad, que la muerte sea rápida y sin dolor, que los amigos no traicionen, que no abandonen, que no le teman a la amistad.

Que bailes esta canción conmigo una vez más.

No podré desnudarme ante nadie más. Quien podría soportar el horror de ver mi piel con todos estos cortes, quien podría disimular el desagrado, quien podría comprender todo el pasado?
El camino tenía espinas, digo yo, mientras me pongo las mediecitas, justificando los horrores que gritan las heridas mal curadas, las muertes inesperadas, las niñas abandonadas.
Y pido perdón, con vergüenza, con los ojos en el piso, con las manos en los bolsillos.
Y me tapo los brazos, me tapo el pecho, me tapo la espalda.

Cada corte invisible se llevó algo de mí.
Algo con lo que yo había venido, algo que yo había aprendido, algo que en algún momento de mi existencia me supe ganar.
En qué momento nos volvemos tan estúpidos que nos dejamos robar nuestras mejores cosas?
En qué momento me dejé ganar y abracé toda esta debilidad?
Si yo supe ser una amazonas intrépida, una hedonista junkie, una reidora serial.
En qué momento me acosté en la camilla de los experimentos de este campo de concentración del desamor?
Las mejores cosas que había logrado conseguir, fueron extirpadas por el invisible bisturí; reemplazadas por unas muy parecidas pero de segundas marcas, deterioradas, usadas, en exhibición.
Nunca sabemos en qué momento nos van a fallar.

Las azafatas a veces tenemos miedo de irnos y de que cuando volvamos, nos hayan dejado de querer.
Cuánta culpa se lleva en la valija, cuánta compensación en ropa, juguetes y dulces podremos comprar?
Toda la que podamos llevar y traer, una, y otra, y otra vez.
Me tapo los tatuajes con curitas para volar. Pronto, no podrán reconocer mi cara en vuelo, seré una momia color natural, tropezándose con las piernas dormidas de los pasajeros en el pasillo, volcando los vasos hirviendo en las señoras mayores, haciendo llorar a sus bebés.
Pronto no quedará un solo lugar sin tatuar, sin quemar, sin cortar.

Me digo a mi misma todos los días que lo único que hay que aprender en la vida, es a perder.
Cuando se ha aprendido a perder, se gana.
Qué mala perdedora soy.
Cómo me gusta pelear, probar de nuevo, desafiar, empezar de cero, verlo desde otra óptica, negar.
Llorar es parte de la revolución, pueden entenderlo?
Llorar es parte de mantenerse vivo, alerta, lúcido, ACÁ.
Llorar es estar acá. Que no te dé todo lo mismo, que jamás me digas que te diste por vencido, que sepas que todavía se puede ganar.
Si te dio bronca el resultado es porque, en el fondo, sabías que podías ganar.

Me levanto por la mañana para hacer mi vuelo, conservo el enamoramiento por mi trabajo, no me lo han podido quitar.
Me desnudo para entrar a la ducha, y en el segundo que camino frente al espejo, me veo cubierta de marcas, de arriba hacia abajo, de derecha a izquierda, de punta a punta.
Las gotas de agua no pueden borrar lo rugoso de mi piel, me froto con furia las piernas, la panza, los pies… todavía me duele el último corte al pasar por encima de él.
Lo miro como quien mira a un cachorrito enfermo, suspiro y lo acaricio intentando adivinar qué cosa me habrán sacado esta vez. Y por qué cosa defectuosa la habrán reemplazado esta vez.
Salgo de la ducha y me visto con mi uniforme. Ni una sola cicatriz a la vista, el pelo trenzado completamente, el brillo en las mejillas, la boca firme y cerrada, las manos perfumadas, los zapatos altos, las cejas levantadas.
Nadie podría adivinar tantos transplantes ni tantas muertes.
Nadie jamás volverá a saber la verdad sobre mí.
No volveré a desnudarme ante nadie, no volverán a verme, no podrán comentar.
Vestiré este uniforme hasta que mis várices digan que no.

Y nadie podrá adivinar tantos cortes, salvo aquellos que hayan entendido, de verdad, de qué se trata este blog.

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El día que vomité el cordón umbilical.

(Pinche)

¿Cómo es quererse?
Oh, quererse es maravilloso.
Quererse es cerrarle los ojos a lo horrible y las puertas a lo dañino. Quererse es abrir un vino, aunque sea martes y no haya nadie, aunque el horario no sea el adecuado, aunque el mundo diga que es hora de merendar.
Quererse es ropa interior nueva, bombacha de encaje y corpiño salvaje, quererse es tocarse hasta enloquecer, quererse es mirar porno con volumen alto sin miedo a lo que digan los vecinos, quererse es dormirse desnudo dejando el vibrador sobre la mesita, con las luces encendidas y los ojos dados vuelta.
Quererse es aprender.

Hay un universo increíble por descubrir, y no hacen falta aviones para pisar esas galaxias, no hacen falta pasajes ni valijas, no hace falta hacer check in.
Quererse es dejar afuera los dolores y darse un gusto UNA PUTA VEZ. Quererse es no tener que justificar las elecciones, no pedir permiso para nuestras acciones, no mirar atrás y no pedir perdón. Cuando nos queremos y nos permitimos ser nosotros mismos, sin más afán que el ser sinceros y decirnos la verdad… no involucramos a los demás.
Quererse es empezar de nuevo una vez más. Aunque ya sean 20, aunque no parezca real. El contador empieza en el momento en el que cerramos los ojos, en el que empieza la música, en el que decidimos aprender a bailar.
Quererse es el verdadero amor. El amor que uno siente por su propia vida y por su tránsito, el amor que uno aprende a tener cuando se respeta a sí mismo, el amor de saber que nada puede andar mal.
Abrazo esta desprolijidad con mis brazos de madre sin hijos, con todos los miedos de mis años vividos, con el peso que le doy a mis palabras, con mis alas invisibles, con mi legión de aviones, con mis amores imposibles, con mi tolerancia infinita, con mis besos inagotables y mi piel delicadita.
Aquí estoy, queriéndome, dejándome ser.
Equivocándome todas las veces posibles, y llorando y riendo a la vez.
Es hermosa esa que está en el espejo. La que antes era horrible, la que fue una vergüenza, la que me hizo enojar, la que oculté durante años, la que flagelé, la que congelé.
Miren como sueña en colores. Miren como me sonríe a mí. Miren como me acepta como soy. Miren como se queda adelante mío en silencio, miren como me pregunta y me contesta. Miren cómo no se escapa, esa niña, nació hoy.
Es hermosa porque sabe que tiene miedo,
porque sabe que le hizo falta parar,
es hermosa porque juega todos los juegos,
porque nació para jugar.
Muchos años después de la vez que me vi por primera vez, me gusta lo que veo, me gusta lo que soy.
Me regalo las cosas que me gustan, me regalo los momentos que siempre quise vivir, me animo a mirarte a los ojos, me animo a decirte que sí. Me animo a salir del rincón, me animo a darte mi libro, me animo a levantarme por la mañana, me animo a decirte que no.

Quererse es la más rica de las drogas.
Quererse es, ni más ni menos que, querer a los demás.
Escucho mis canciones, en mi palacio, con mis animales. Las canto a los gritos, bailamos, ladran, saltan, me miran raro. Yo no puedo ser ustedes, ustedes no pueden ser yo. Sé que es duro, pero es lo que tengo para decir hoy. Quizás no nos entendamos nunca, quizás nunca nos amemos, quizás me odies para siempre, pero yo no puedo ser vos. No puedo más que imaginarme el lugar en el que estás, pero mi idea estará a un millón de años luz de el lugar donde estás parado, porque vos sos vos, y yo soy yo.

Me ha llevado siglos encontrarme con esta niña que veo por primera vez. Nos vemos en paz. La abrazo porque ha sufrido y no lo supo decir. Ella quiso que pensaran que podía con todo, entonces no pidió todos esos abrazos que hubiera querido pedir. Y después le salieron las espinas y ya nadie se le acercó. Brillaban sus espinas al sol.
En el momento en el que oscurece, en silencio absoluto me acerco a su cuna, es tan pequeña, sus ojos brillan. Por qué lloras?
Si tus lágrimas son cronopios, si tus sueños son aviones, si tu piel es suave como los gatos y tu risa como una campana de cristal.
Si todos aquellos que te lastimaron, lo único que querían en el fondo era amar.
La ví llorar como nunca, por los errores y la injusticia, por los horrores, por la malicia.
Sus espinas de goma no me pinchaban y la alcé como a un pequeño bebé.
Mi miedo a los bebés me hizo temblar. Vomité mamaderas enteras de muñequitos de peluche, vomité el libro de los nombres, vomité la primera palabra y el cordón umbilical.
Mis ojos te vieron en mis manos, Rocamadour.
Soy ese bebé al que le temo. Soy ese bebé que no quiero alzar. Me tengo miedo a mí misma, le tengo miedo a lastimar a mi bebé.
Llora, mi bebé Rocamadour.
Llora porque la madre azafata es mala y se va de casa, llora porque quiere más a los perros que a los bebés, llora porque no sabe como hacer para criar sola un bebé si el papá la abandona, o si enloquece, o si el papá también se vuelve bebé.
Entonces te miro a los ojos bebé Rocamadour, y tus espinas se caen al suelo y tu piel es tan hermosa que quiero besarla y ponerle perfumito y jurarle que aunque el mundo sea horrible, jamás te dejaré caer.
Y jamás te dejaré de querer.
Y el bebé se hace niña y la niña se hace mujer, y en el espejo me veo ahí parada, con los ojos grandes, la piel tatuada y el mundo a medio comer.

Y entonces decido quererme mucho.
Decido empezar de nuevo y probar una vez más.
Con los miedos de mujer grande. Con el respeto a la niña que me dicta. Con la compañia de mi bebé.
Jugando a este juego de fantasía, viviendo en letras, en aviones, en animales, en canciones; viviendo enamorada de mi vida y de todas mis decisiones, que son las peores pero son las mías, o son las mejores, o son prohibidas… pero son las mías.

¿Cómo es quererse?

Quererse es vivir todos los días, sin pedirles permiso a los demás.
Y acariciando el pelo de mi bebé del futuro, dejé de correr adelante del miedo, y decidí decirle que ahora que me quiero, nos vamos a ver algún día. Y despidiéndolo hasta pronto, cierro el portal de colores, no sin antes decirle, que algún día voy a ser su mamá.

Me asusté.

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(Pinche)

Me asusté porque venía pensando en otra cosa y no vi en qué momento la moto quiso pasarnos y la chocamos.
Me asusté porque la chica en el piso estaba lastimada.
Me asusté porque cuando la di vuelta y la acosté, me miró con los ojos vidriosos y tristes, y las dos nos dijimos con la mirada “tengo miedo”.
Me asusté porque nunca había tenido tanta sangre a mi alrededor.

Se llama Adriana, y está bien.
Pero en ese momento yo no lo sabía, sólo veía que no tenía puesto el casco, y que se le iban los ojos, y que hacía mucha fuerza por sonreír ante mis estúpidos chistes y mis esfuerzos por mantenerla activa.
En ese momento lo único que tenía eran los gritos de ambos choferes y a mi compañera Mechi pidiendo una ambulancia con toda su urgencia y su seriedad, cortando la calle y desviando el tránsito en una de las esquinas más marginales de Monserrat.
En ese momento el novio de Adriana, que se llamaba Adrián, la miraba a los ojos con miedo y le proponía casamiento. En ese momento Adriana me agarraba fuerte de la mano y sus ojitos me miraban, mientras me preguntaba si iba a estar bien.
Y yo me asusté.
Porque la quise mucho a Adriana, y no quería que tuviera nada, quería verla casada y hermosa, y no ahi tirada, temblando, con todo ese escenario horrible a su alrededor.
Me asusté porque no podía parecer asustada, porque en ese momento, nosotras eramos lo único que ellos tenían, y nosotras no nos podíamos asustar.
Arrodilladas en la calle dijimos todas las pavadas que se nos ocurrieron, hicimos de cuenta que no pasaba nada, que sabíamos lo que estábamos haciendo y que todo era normal.
Me escuché a mi misma decir “estas cosas pasan”, una frase que no uso jamás.
Pero me asusté.
Me asusté porque mis zapatos estaban parados arriba de un pequeño charco.
Me asusté porque el chofer gritaba y porque el novio de Adriana no se tranquilizaba.
Me asusté, y mucho, porque nadie te enseña las cosas que la vida te pone adelante.
Nadie te dice “te va a pasar esto, preparate”, simplemente pasa y vos, improvisas.

Después del hospital, de que llegara un familiar de Adriana y nos dijeran que las placas estaban bien, nos pedimos un auto para volver, Mechi y yo. En la esquina de casa, el auto pasó por encima de los pequeños charcos mientras algo se estremecía adentro mío.
Subí la escalera, entera, sin un rasguño, sin un golpe, pero sabiendo que se acababa de quebrar mi espíritu.
Me saqué la ropa, me encontré con una gotita de sangre en mis medias,  y me largué a llorar.
Me asusté cuando pensé en Adriana sola, acostada en esa sala sucia y fría, con su pelo goteando sangre, con su novio en la comisaría y su miedo a quedarse sola, a que algo no estuviera bien.
Me asusté cuando me acordé de sus ojitos, de sus piernas temblando, de las preguntas que me hacía.
Pero más me asusté cuando me metí en la cama, y me di cuenta de lo sola que estaba.
Y me dormí triste y asustada, teniéndole bastante miedo al mundo, a los imprevistos y a las decisiones tomadas.
Y me desperté triste y asustada, porque Adrián le propuso casamiento a Adriana a las 4 de la mañana, y yo no tuve quién me abrazara.