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En tránsito.

Durante 15 días aproximadamente el Blog Vulgar va a funcionar de una manera atípica,  como suele suceder durante las épocas de grandes cambios.
He llegado al aeropuerto de Miami en el vuelo 900 de American Airlines.
Tuve la suerte de contar con una tripulación más que amable y de recibir de regalo, el hermoso pijama gris.
Lo más sorprendente fue enterarme que el For Bitching Only ha llegado a American y que contamos con ellos como lectores.
Me despedí del triple 7 descansada y con la panza llena como bebé.
Pasé los controles de seguridad sin haber puesto los frasquitos y las cremitas en ziploc porque como buena negra de cabotaje que soy, me olvido.
De todas maneras me dejaron pasar el necessaire con mis 6 porquerías y me fui a la nueva puerta de embarque.
Acá me encuentro disfrutando de la wifi gratis desde hace dos horas y por una hora y media más.  Espero que no se corte.
Ahora ya me está dando hambre de nuevo, o quizás es esa imperiosa necesidad de empezar a gastar plata que se te mete en las vacaciones. No la puedo controlar, es más fuerte que yo.
Ya me metí en el free shop a comprarme un perfume porque no traje.
Me probé el chanel chance, el addict eau fraiche de dior, ( el nuevo) el the one de d&g, el burberrys clásico,  el ricci ricci, el issey clásico y alguna otra cosa más.
Decidí comprarme el Burberrys que estaba 12 dólares más barato que en Ezeiza.
La dependienta me frenó.
Claro, no estoy saliendo del país no puedo comprar.
Así que me voy a tener que aguantar las ganas un rato más.
El resultado igual fueron unas náuseas terribles y que salí oliendo tipo Ren y Stimpy con las moscas alrededor, una pestilencia a free shop inmunda, la gente no se sienta a mi lado.
Ahora estoy en la sala de embarque de AA esperando por el vuelo 295 que sale en una hora y media y embarca en 50 minutos más o menos.
Estoy ansiosa.
Es la primera vez que viajo sola así,  ya que las veces que lo hice tenía gente en destino. Familia, amigos, novio.
Esta vez no. Nada.
Me acompaña un carry on roto que hace un ruido muy molesto con cada paso y la lunchera con la que me voy de posta. Mi cartera, mi campera y nada más.  Poca ropa, muchos cables y un vasito de esos mágicos que se hacen chatitos cuando no los usas más.  Voy a tomar mucho té verde en mi vasito mansi.
Bueno, los dejo.
Voy a utilizar este medio para ir contándoles como va el desarrollo del libro pero no sé si meteré entradas nuevas como las que acostumbran leer, ya que quiero guardar las novedades para el libro.
Saludos a todos y buen comienzo de semana.

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El hombre que creyó haberme matado.

(Pinche)

Un hombre me atropelló cuando tenía 12 años.
Cruzaba la avenida Santa Fé, sola, a las 9.30 de la noche y un taxi que venía entusiasmado con la onda verde, decidió seguir de largo después de golpearme la cadera con el frente de su auto y dejarme tirada 10 metros más adelante, inconsciente y con la cabeza abierta.
No puedo recordar ni el golpe ni el semáforo ni lo que pasó antes ni después.
Lo último que recuerdo haber visto fueron los cuadros con luces de neón de un negocio en la cuadra de Alto Palermo, y luego, luces y las sombras de los médicos cosiéndome la cabeza. Recuerdo que tenía la sensación de que algo me tiraba hacia arriba y hacia atrás, como una especie de lifting incómodo.
Desperté en la cama del hospital, con un camisón blanco, mi mamá al lado y una venda en la parte alta de la cabeza.
Mareada, confundida, pero sin dolor, sin huesos rotos, sin cortes en la piel ni nada más que un moretón en la cadera y un chichón que aún permanece bajo una línea de puntos.

En algún lugar de Buenos Aires, hoy, 21 años después, hay un hombre que todavía cree haberme matado.
Pudo haber frenado, pudo haberme levantado y llevado para que alguien me atendiera. Pero eligió seguir de largo, eligió escapar, volver a su casa, esconder su taxi y llorar.
¿Le habrá contado alguna vez a su mujer la verdad?
¿Habrá vuelto a pensar en la pequeña que mató esa noche?
¿Lo habré visitado en sueños con el uniforme de colegio que vestía esa noche bañado en mi propia sangre?
Recuerdo haber visto teñido de rojo el buzo gris, recuerdo como durante días, cada vez que me tocaba el pelo, se llenaban mis manos de unas partículas de polvo rojo.
Recuerdo que mi mamá dijo que ver la camilla en la que me trajeron fue una de las peores cosas que vio en su vida.
Al abrir los ojos, me encontré con los suyos sumergidos en miedo, me encontré con sus manos temblorosas, pero con una sonrisa fuerte y dura, una sonrisa capaz de aguantar todo en el mundo, como la fuerza de su amor.
Mi papá no me visitó esa vez.
En esa época había cosas más interesantes para hacer.

Un hombre de nacionalidad española fue el primero en acercarse a mi cuerpo.
Dice que vibraba en el piso por las convulsiones y que no respondía a su llamado.
Mientras llamaban a la ambulancia, ató mis muñecas y mis pies con pañuelos. Consideró que así no podría lastimarme. Se quedó conmigo y me acompañó. La primer ambulancia que pasó no quiso detenerse por no saber si formaba parte de su prestación social, finalmente llegó mi chofer, y juntos, el español y yo, nos conocimos, en espíritu, sobre esas cuatro ruedas.
Entre sueños pude decir mi número de teléfono, y así fue que mi familia pudo enterarse dónde estaba.
No recuerdo nada, nada, absolutamente nada, sin embargo, de vez en cuando, pienso en el hombre que creyó haberme matado.

Después de esa noche pude terminar el colegio.
Pude empezar la secundaria y enamorarme por primera vez de un niño cuyo padre tampoco estuvo mientras él era atropellado día tras día por su adolescencia. Casualmente el niño vivía a una cuadra del lugar donde mi cadera había abollado el frente de un auto negro y amarillo. Después de esa noche pude subirme a un avión por primera vez, después de esa noche pude decirle a los ojos a mi papá que lo perdonaba por no haber sabido estar.
Después de esa noche amé a mi mamá como a un ángel guardián en esta Tierra, después de esa noche vinieron miles de noches más. Me resbalé, me equivoqué, tropecé, volví a empezar.
Me llené de cicatrices después de esa noche. Me han clavado puñales y me han cosido, me lastimé a mi misma y aprendí a coserme sin pedir ayuda a los demás.

Pero en algún lugar de esta ciudad, un hombre se acuesta preguntándose qué hubiera pasado si se hubiera detenido.
El no sabe que mi vida siguió. El no sabe que un completo extraño se hizo cargo de mi mientras estaba de vacaciones.
El pasó por el costado y me dejó envuelta en mi charco de sangre, dobló en cuanto pudo, se bajó de su auto y jugó a olvidarlo.

Hoy estoy de pie a pesar de los que chocan y huyen. A pesar de los que nos ven desangrarnos, de los que creen que no es importante detenerse, preguntar, ayudar, quedarse.
Hoy les escribo con la cabeza tirante y un poco menos de materia gris de lo normal. Les escribo así como soy, así como me dejaron ser.
Seamos, a pesar de los que nos embisten y huyen.
Seamos siempre, por nosotros mismos y por aquellos que invierten sus pañuelos en nuestras muñecas, seamos por el amor de quienes sí se detienen a ayudarnos. Seamos. No nos dejemos matar.

Esa noche nacimos de nuevo tres personas.

Quien les habla de la vida, la muerte y los caminos inesperados.
El hombre que sabe que me salvó la vida.
Y el hombre que creyó haberme matado.

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Rocamadour

Apago la música y me siento a escuchar cuentos en la voz de Cortázar.
De pronto es como estar con alguien, como si la casa no estuviera sola, como si hubiera invitado a un genio a tomar el té.
Lo imagino sentado en el sillón, llenándome todo el living de humo, acariciando a Adela con una mano y con Sharam en sus piernas, sosteniendo en su otra mano el papel con las palabras que tan bien ha sabido poner a jugar.
Lo considero un aliado.
Entrecierro los ojos y mi living está repleto de invisibles, de dificultades, de amenazas.
En puntas de pie, voy hasta la cocina a servirme un vaso de jugo, y vuelvo despacito a acomodar los almohadones, sentarme en la silla y apoyar los dedos en el teclado seco.
Es él quien pone alrededor de mi escritorio este halo protector. Ggacias, me gustaría decirle en su propio idioma afgancesado. Ggacias por estar aquí, por tu voz hermosa, por tus palabras suaves, por tus ojos grandes y tu amor por los gatos. Ggacias por ocupar el lugar del padre, por enseñarme, por presionarme, por exigirme más.
Esta tarde ha sido muy larga y gris.
Y entonces es que me siento aquí, en este día, a hablarles de amor.
No puedo decir que por primera vez, porque todos estos años he hablado de amor de alguna manera, pero sí creo que llegó el momento de desnudar el sentimiento, ponerlo en imagen, lograr que lo vean.
Aquellos quienes estén en este momento enamorados no entenderán estas palabras, o quizás las entiendan mejor que nadie.
Quizás aquellos quienes han sido amados de igual manera por sus dos padres se rían de este blog.
Quizás entonces no pueda llegar a ustedes, los sanos, los salvos; y solo pueda llamar la atención de aquél que está con la silla dada vuelta, mirando hacia el rincón.
Porque buscamos evitar la repetición de historias, buscamos en el otro lo que no tuvimos, sin saber que lo único que desde adentro nos están diciendo, es que no servirá para nada si es demasiado distinto.
Pareciera que la única manera de encontrar la felicidad es mirar a los ojos de la persona que más nos sepa lastimar.
Porque así, de esa manera, se parecerá más y más a nuestros papás.
No quiero pedirle disculpas a quienes piensen que esto no tiene sentido. El cartel sobre su cabeza es un exit sign, sígalo y encuentre su salida más cercana, la que podría estar detrás de usted. Como su pasado, como el mío, como el de todos los que estamos en el rincón.
La lucha cada vez está más clara, más a la vista. Los invisibles se han quitado las capas, nosotros ya no usamos nuestros pasamontañas, ustedes dejaron caer sus caretas, y un sábado, a las 7 de la tarde, todos nos hemos sacado la piel.
Y ahí quedamos, mirándonos. Teniéndole miedo al de enfrente, llorando cuando alguien cuenta un chiste, golpeando a quién nos acaricia, amando a quién nos lastima. NO TENEMOS NINGÚN SENTIDO.

Somos desprolijidad.

Somos la imperfección de nuestro cuerpo. Somos lo que tenía que estar mal en un sistema ideal.
Somos la manzana podrida del cajón, el mal consejo, la muerte lenta, somos la tentación.

Te miro a los ojos.
No tengo idea quién sos.
Pero te amo tanto. TE AMO TANTO.

Se me caen dos lágrimas y la perra levanta la cabeza del sillón. Me mira.
Sonrío y me acerco, le doy un beso y me levanto al baño, me seco la cara, me sueno los mocos.
Por momentos olvido que tengo prohibido llorar. Mis animales se enferman cuando sufro. Mis animales se mueren cuando sufro, así es que no tengo permitido sufrir.
Todavía no he parido ningún hijo y ya he aprendido cómo fingir. Me reprimo por la salud de mis animales, es un buen título para una portada de revista.
Vuelvo del baño y ella me mira, supongo que adivina que en el rojo de mis ojos hay algo mal.
Pero le sonrío y sigo escribiendo, esperando que no adivine el contenido de este escrito, ni de todo esto que me rodea, que me define, que me marea.

Parece ser que uno no elige amar.
No.
Se elige absolutamente todo lo demás.
Menos amar.
El amar surge de lugares que desconocemos, que no manejamos, que no merecemos.
Y es imposible de programar.
Quisiera amar esto, pues no.
Quisiera no amar esto otro, pues qué pena.

Adela se lame sus patas heridas, su cola cortajeada, su piel cubierta de toda mi enfermedad.
Le pido perdón sin decirlo. No quise que se diera cuenta de que quizás no me amaron lo suficiente, y entonces, ahora todo está mal.

Julio revuelve su té, me asfixia con su humo, repite la palabra que me persigue hace tantos años… Rocamadour.
Y me desplomo.
Bebé bebé bebé Rocamadour.
Y los hombros se me vencen hacia adelante, y el teclado se moja, los gatos se desmayan, Adela sangra.

“Quizás te amaron demasiado” dice él.
Quizás te amaron tanto que el mundo ya no tiene sentido.

Se hace de noche en mi casa, las luces se van yendo y aquí me quedo, pensando en lo que hacen los padres, pensando en tus hermosos ojos, en la enfermedad de los cuerpos, en lo imperfecto.
Pensando en los rincones, en las desprolijidades, en los temores, pensando en Rocamadour.

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Losers.

(Pinche)

Ezeiza-Santiago. Un solo tramo.
Búsqueda 16.45 El remisero no me permitió sacarme el remanente de rojo de mis uñas de cuatro eles en su lujoso auto.
Estaba en todo su derecho de no querer oler a cutex por 36 horas consecutivas pero EL MODO que utilizó para negarse a mi petición fue, al menos, rudo.

-Te puedo pedir un favor?
Me mira con cara de orto, serio, sin contestar.
Abro mis diez dedos dejando ver que alrededor de mis uñas corre un matiz rojo que sobrevivió dos pasadas de algodón con quitaesmalte.
-No me salió. Puedo pasarme un poquito acá en el auto con la ventana abierta?
Me mira con cara de orto, serio, sin contestar. Mira mis manos y se pone el cinturón.
Empiezo a sentirme muy chiquitita, muy poca cosa, muy cagada a pedos. Cierro el cierrecito de la cartera mirando hacia abajo y no digo más.
Él decide hablar.
“MIRÁ… (ninguna frase que empiece con MIRÁ puede tener un ápice de amabilidad) A MI NO ME JODE que se maquillen, se pinten los ojos, se pongan cosas, (?) se pinten las uñas, pero ESO NO. ME HACE MAL” Sigue con la cara de orto y manejando.
OK FLACO AVISAME EN QUÉ MOMENTO TE COGISTE A MI VIEJA Y LA DEJASTE EMBARAZADA Y YO NACÍ 9 MESES DESPUÉS. QUE YO SEPA MI VIEJO ERA UN GIGANTE INCONTROLABLE, UN LOCO DESATADO, UN GAUCHO DESQUICIADO Y NO UN PELOTUDO DE MIERDA QUE ME LLEVA DE MONSERRAT A EZEIZA Y ME CONTESTA COMO SI YO FUERA SU HIJA, PEDAZO DE INFELIZ MALEDUCADO.
Sonrío y le digo “Claro, no hay problema”.
Marquemos las diferencias.
El flaco está en todo su derecho de no querer tener olor a quitaesmalte encima. Esa la tiene de su lado: SU AUTO, SUS REGLAS. De hecho nosotras no estamos autorizadas a maquillarnos en el auto ni hacer nuestras uñas ni ninguna cosa de ser humano real porque recordemos que somos azafatas, la gente tiene que pensar que nos levantamos de la siesta con aliento a jazmín del prado a las finas hierbas y que cuando nos ponemos en pedo vomitamos bandejitas perfectamente ordenadas con opción de carne o pollo.
Pero fuera de que él puede tener sus motivos para elegir dejarme usar el puto quitaesmalte o no, el respeto, la delicadeza, la amabilidad… se pueden mantener, o no?
Qué odio me dio que me hablara en ese tono. Me maquillé TODO EL VIAJE sin dirigirle la palabra. Me miraba de reojo con furia cuando me ponía máscara en las pestañas, porque YO SÉ LO QUE PIENSAN LOS HOMBRES: SI PEGO UNA FRENADA ESTA PELOTUDA SE SACA UN OJO.
PEGÁ LA FRENADA, A VER? PEGALA MIERDA! PEGALA A VER QUE PASA!!!!???? O te pensás que no me puedo anticipar a tus maniobras siomas, rey del volante. Infeliz.
Llegué a Sala de briefing con las uñas horror.
Faltaban 15 minutos para empezar así que me fui al baño y me saqué el rojito de las esquinas, me levanté el jopo y limpié una mancha de leche de vaca de mi media.
En el baño me encontré con una compañera que repasaba sus uñas. Somos un primor.
El vuelo salió bien, normal.
Aterrizamos a las 21.03 y sorprendentemente, yo todavía tenía ganas de salir.
Arreglamos para tomar algo, o comer… apenas llegamos al hotel, en el check in, nos atienden HUMBERTO y DOMINGO.
Humberto escucha que teníamos ganas de ir a algún lado y arranca la promoción.
“Conocen la sala GENTE?”
Nos miramos con las cejas levantadas.
LO VENDIÓ como si fuera una tomorrowland.
Que entramos gratis con unas invitaciones que él nos daba, que nos regalaban un trago adentro, que estaba a 10 minutos caminando, derecho por Apoquindo, que es un lugar “re cheto”, (sic) que la música estaba buenísima, que muy buen ambiente, que él tenía la VIP GOLD, (saca tarjeta de membresía dorada).
Después de algunos chistes, decidimos encontrarnos a las 00.30 en el lobby para ir los 4 juntos caminando.
Costó, la verdad. Una vez que se llega a la habitación dan más ganas de meterse en la cama, o mirarse unas series que de ir a meterte en un boliche al que llegas CAMINANDO, pero le pusimos onda.

Abro la ducha.
Cuando me estoy por meter, noto que no hay shampoo.
Todas son cremas corporales.
Llamo a recepción, la chica no entiende.
SON TODAS LECHES CORPORALES NO TENGO SHAMPOO.
Ahh… bueno.
ME PODES CONSEGUIR UN SHAMPOO QUE ESTOY EN CONCHA GRACIAS.
Voy a ver qué puedo hacer.
Espero 20 minutos, nada.
Bueno, no me lavaré el pelo de volar, cosa que me molesta mucho, pero como me lo había lavado hacía 6 horas no era tan grave. Me meto en la ducha, me enjabono.
TOCAN LA PUERTA. No me jodas.
LLAMAN POR TELÉFONO. Salgo de la ducha mojando todo, es el chico de recepción. “Mi compañera está en la puerta de su habitación golpeando”.
Le abro y me da dos shampoos. Gracias, dulce.
Vuelvo a la ducha a enjuagarme y veo que ya pasaron 10 minutos de las 00.40.
No me lavo el pelo, salgo, me visto, me maquillo.
Son 00.45 y salimos caminando en dirección a la noche chilena, a unos buenos jagüers, un sillón mullido y una música de mierda, claro está.
Caminamos hablando de pavadas, y en eso… llegamos.

CERRADO.

Una escalinata y arriba un cartel de neón de lo que parece ser una boite del año del re contra orto. Y la cortina baja como verdulería a las 4 am.
Nos miramos.
Ah noooo, si somos 4 pelotudos.
NO VES QUE LOS CHILENOS NOS ODIAN!!!!???
Y nosotros pagando las consecuencias de los 40 millones de Argentinos, pagando la guerra de Malvinas, pagando los mundiales de fútbol, el gobierno K y los cuernos de Pampita.
Y YO QUÉ CULPA TENGO DE QUE PAMPITA LO HAYA GARCADO A BEJAMÍN LA PUTA QUE LOS PARiÓ!??!??
Por qué me hacen esto a mí!!? POR QUÉ!!?

Volvimos caminando riendo las primeras cuadras y después, en silencio. Losers. Pateando nuestra autoestima.
Los más jóvenes dijeron que era buena idea volver al hotel y de ahí salir hacia otro lugar. A mí con cada cuadra se me iba cerrando más y más el orificio vaginal hasta llegar a límites insospechados.
Llegamos al hotel y HUMBERTO y DOMINGO se habían retirado, OBVIO, su turno había terminado y seguro se estaban mensajeando por wassap riéndose de los tripulantes argentinos con ganas de salir.
La chica del nuevo turno de recepción nos recomendó otro lugar. Este estaba abierto seguro y repleto de gente perreando y volcando champagne en sus pechos.
Se me secaba cada minuto más.
Cuánto sale la entrada?
10 mil pesos chilenos, o sea, 20 dólares. Más taxi, más tragos. Sumale la paja, el dolor de cabeza, Wisin&Yandel sonando con distorsión y que seguro en Chile no existe el Jagüermeister. Fui la primera en darme de baja. Desmotivé a todo el grupo y nos quedamos en el lobby hablando del FBO.

Al volver a la habitación, uno de los chicos, triunfante, se sacó la ropa y abrió el frigobar: no le importaba no salir, abriría esa cerveza de una vez.
Lo siento, el frigobar no funciona, todas tus bebidas están calientes y el bar del hotel está cerrado. LOSER.
La pequeña de 23 se puso el pijama y se tiró en la cama, apagó las luces y encendió el televisor. NO LE FUNCIONABA EL AUDIO. Se durmió triste buscando canales con algún subtitulado. LOSER.
Y su servidora fiel, feliz por poder ponerse a ver un capítulo de House Of Cards AL FIN, agarró el celular, leyó un par de tweets y SE QUEDÓ DORMIDA CON LA ROPA PUESTA, LAS LUCES ENCENDIDAS Y LA CAMA LLENA DE OBJETOS, entre ellos EL UNIFORME, EL CARRY ON y EL MANUAL DE FRASEOLOGÍA.

LOSER.