Apago la música y me siento a escuchar cuentos en la voz de Cortázar.
De pronto es como estar con alguien, como si la casa no estuviera sola, como si hubiera invitado a un genio a tomar el té.
Lo imagino sentado en el sillón, llenándome todo el living de humo, acariciando a Adela con una mano y con Sharam en sus piernas, sosteniendo en su otra mano el papel con las palabras que tan bien ha sabido poner a jugar.
Lo considero un aliado.
Entrecierro los ojos y mi living está repleto de invisibles, de dificultades, de amenazas.
En puntas de pie, voy hasta la cocina a servirme un vaso de jugo, y vuelvo despacito a acomodar los almohadones, sentarme en la silla y apoyar los dedos en el teclado seco.
Es él quien pone alrededor de mi escritorio este halo protector. Ggacias, me gustaría decirle en su propio idioma afgancesado. Ggacias por estar aquí, por tu voz hermosa, por tus palabras suaves, por tus ojos grandes y tu amor por los gatos. Ggacias por ocupar el lugar del padre, por enseñarme, por presionarme, por exigirme más.
Esta tarde ha sido muy larga y gris.
Y entonces es que me siento aquí, en este día, a hablarles de amor.
No puedo decir que por primera vez, porque todos estos años he hablado de amor de alguna manera, pero sí creo que llegó el momento de desnudar el sentimiento, ponerlo en imagen, lograr que lo vean.
Aquellos quienes estén en este momento enamorados no entenderán estas palabras, o quizás las entiendan mejor que nadie.
Quizás aquellos quienes han sido amados de igual manera por sus dos padres se rían de este blog.
Quizás entonces no pueda llegar a ustedes, los sanos, los salvos; y solo pueda llamar la atención de aquél que está con la silla dada vuelta, mirando hacia el rincón.
Porque buscamos evitar la repetición de historias, buscamos en el otro lo que no tuvimos, sin saber que lo único que desde adentro nos están diciendo, es que no servirá para nada si es demasiado distinto.
Pareciera que la única manera de encontrar la felicidad es mirar a los ojos de la persona que más nos sepa lastimar.
Porque así, de esa manera, se parecerá más y más a nuestros papás.
No quiero pedirle disculpas a quienes piensen que esto no tiene sentido. El cartel sobre su cabeza es un exit sign, sígalo y encuentre su salida más cercana, la que podría estar detrás de usted. Como su pasado, como el mío, como el de todos los que estamos en el rincón.
La lucha cada vez está más clara, más a la vista. Los invisibles se han quitado las capas, nosotros ya no usamos nuestros pasamontañas, ustedes dejaron caer sus caretas, y un sábado, a las 7 de la tarde, todos nos hemos sacado la piel.
Y ahí quedamos, mirándonos. Teniéndole miedo al de enfrente, llorando cuando alguien cuenta un chiste, golpeando a quién nos acaricia, amando a quién nos lastima. NO TENEMOS NINGÚN SENTIDO.
Somos desprolijidad.
Somos la imperfección de nuestro cuerpo. Somos lo que tenía que estar mal en un sistema ideal.
Somos la manzana podrida del cajón, el mal consejo, la muerte lenta, somos la tentación.
Te miro a los ojos.
No tengo idea quién sos.
Pero te amo tanto. TE AMO TANTO.
Se me caen dos lágrimas y la perra levanta la cabeza del sillón. Me mira.
Sonrío y me acerco, le doy un beso y me levanto al baño, me seco la cara, me sueno los mocos.
Por momentos olvido que tengo prohibido llorar. Mis animales se enferman cuando sufro. Mis animales se mueren cuando sufro, así es que no tengo permitido sufrir.
Todavía no he parido ningún hijo y ya he aprendido cómo fingir. Me reprimo por la salud de mis animales, es un buen título para una portada de revista.
Vuelvo del baño y ella me mira, supongo que adivina que en el rojo de mis ojos hay algo mal.
Pero le sonrío y sigo escribiendo, esperando que no adivine el contenido de este escrito, ni de todo esto que me rodea, que me define, que me marea.
Parece ser que uno no elige amar.
No.
Se elige absolutamente todo lo demás.
Menos amar.
El amar surge de lugares que desconocemos, que no manejamos, que no merecemos.
Y es imposible de programar.
Quisiera amar esto, pues no.
Quisiera no amar esto otro, pues qué pena.
Adela se lame sus patas heridas, su cola cortajeada, su piel cubierta de toda mi enfermedad.
Le pido perdón sin decirlo. No quise que se diera cuenta de que quizás no me amaron lo suficiente, y entonces, ahora todo está mal.
Julio revuelve su té, me asfixia con su humo, repite la palabra que me persigue hace tantos años… Rocamadour.
Y me desplomo.
Bebé bebé bebé Rocamadour.
Y los hombros se me vencen hacia adelante, y el teclado se moja, los gatos se desmayan, Adela sangra.
“Quizás te amaron demasiado” dice él.
Quizás te amaron tanto que el mundo ya no tiene sentido.
Se hace de noche en mi casa, las luces se van yendo y aquí me quedo, pensando en lo que hacen los padres, pensando en tus hermosos ojos, en la enfermedad de los cuerpos, en lo imperfecto.
Pensando en los rincones, en las desprolijidades, en los temores, pensando en Rocamadour.
Tremendo, cuánto dolor. Cortazar podría decirte algo así como:
Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman,
se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.
Hoy trajiste a este mundo vulgar de letras y sentimientos a mi querido Julio, ese que me ha ayudado a entender de qué se trata este circo que llamamos vida, y me llevaste de viaje a rincones de mi laberinto personal que hace tiempo no visitaba.
Te disfruto tanto cuando abrís tu coraza y escribís cosas como esta, cuando con tus palabras impulsás terremotos en las ideas y en el alma…
Quiero agradecerte porque sos para mí un complemento, porque tratando de descifrarte me identifico y me entiendo también a mi mismo. Por brindarme un lugar al cual visitar cuando las desprolijidades de la vida se tornan caos, cuando se siente la carga de la invisibilidad.
Gracias porque acá también se encuentra un poco de esa paz necesaria que descubre uno al estar a más de treinta mil pies de altura y mirar por la ventanilla de un avión.